Primer amigo
Juan Ramón Pombo Clavijo

Siendo yo muy niño, primeros años de la actividad escolar, estando trepado a una reja y avizorando no muy lejos, en un parque cercano del cual sólo me separaba una Avenida del punto en el que yo me encontraba, que era donde yo vivía en forma provisoria; sólo estuve por un corto periodo, morando aquélla grande y hermosa casa.

-La reja en la que yo me trepé, formaba parte del enrejado perimetral que rodeaba la vivienda, ésta de gran tamaño con frondosos jardines incluidos.

Azuzado por los sones de una banda militar, que fue lo que llamó mi atención y me hizo subirme a un plano más alto, desde el cual mitigaría mi curiosidad.

-Una vista de un colorido no muy común de hombres, uniformes, instrumentos y sones que extasiaban mi vista y mis oídos, se presentaban ante mis asombrados ojos.

-Con aquel cuadro fantástico que se presentaba y que suscitaba toda mi atención, no me percaté que a mis espaldas, salido de no supe dónde; un enorme perro, (que luego aprendí que son de raza doberman) me ladraba y saltaba, queriendo alcanzarme, con no buenas intenciones precisamente.

-Cuál no sería mi pánico, al saberme sólo y a merced de aquella fiera, que me mostraba sus dientes y no con intenciones de que admirara su sonrisa.

-¡Quién me mandó salir de los límites del permiso de mis mayores y dejarme llevar por aquella música, que interrumpió mis juegos!

-Se me pusieron los pelos de punta y me dolían todos mis poros, cuando comprobé que nadie escuchaba mis gritos, que más que gritos, eran llantos.

-Mis manos y pies más que cansados, con pánico, ya no soportarían mucho más y pronto me caería y sería devorado por aquél monstruo, que me pareció en ese momento, que largaba llamas por su enorme bocaza.

-Sentía como que algo de mi humanidad, se resbalaba por mis piernas, que mostraban la desnudez de los pantalones cortos.

-Me apreté a las rejas como queriendo incorporarme en una sola fusión, a su diseño artístico y ser hierro y parte de ella, aunque más no fuera por un rato o hasta que se aburriera, aquel horrible bicho y me despreciara y me ignore, aquélla maza de pelos, dientes y mas dientes.

-Cómo me gustaría que aquél engendro del demonio, buscara otra víctima, con más carne que yo. 

-Tal vez mi deseo, se transformó en muy dominante o tal vez era verdad aquello de que los niños tenían un ángel que los protegía; la cuestión es que el perro se cansó de saltar y ladrar y se echó allí no más debajo, de dónde yo estaba, tal vez a esperar que yo me cansara, me cayera y así de esa manera poder despacharse a gusto con mis tiernos huesos.

-Tanta gente en este mundo y nadie que se dignara a pasar por lo menos, dentro del alcance de mis gritos y señas, que las hacía sólo con la mente ya que de ninguna manera, soltaría ninguna de mis dos manos, (ojalá fueran cuatro) ya convertidas en garras a ésta altura de la circunstancia y del mal momento que sin desearlo, estaba viviendo, allí sólo y desamparado.

-Aunque hoy, supongo que fueron minutos; en aquél entonces fueron horas para mí, las que llevaron a que el calambre que avanzaba fuera más fuerte que el susto y que mi fantasía de convertirme en metal, no se llevaría a cabo y pronto me caería y sería el acabose.

-Vi que el ogro, estaba como dormido o tal vez, simulaba hacerlo para que yo me confiara, me bajara y así se despacharía a gusto.

-La cuestión que más que bajarme, (luego de encomendarme a todo lo que mi pobre entendimiento me permitía) me deslicé cayendo por la acción del cansancio y de los malditos calambres.

-Por supuesto que no abriría mis ojos y los dejaría cerrados en un sueño de muerte, hasta que la trompeta del juicio final, me despierte para que sea presentado en el cielo o en el infierno.

-Antes de llegar al suelo, reboté en el bajo muro, que hacía de base al enrejado y caí echo un ovillo y con más miedo del que pensé que se podría tener en la vida; sentí que algo muy húmedo me corría por la cara y se sumaba a otras humedades, que padecía lo que envolvía a mi osamenta y se trasladaba por sobre mi piel.

-Aparte del golpe contra el suelo, que fue caótico, más por lo traumático de las circunstancias, que por el dolor en si, de la caída, ya que aterricé casi entero salvo por una pequeña herida debajo del mentón, la que me sangraba profusamente y cuya cicatriz aún conservo, como prueba de aquella desventura.

-Pasarme la mano por debajo del mentón y abrir los ojos, fue todo uno.

-Casi me desmayo al ver mi mano cubierta de sangre y si no lo hice fue por la aparición de aquél ser mitológico, que cual si fuera un dragón, como los de los libros de cuentos y aventuras que miraban o leían los adolescentes de la época, me lamía la sangre que brotaba de mi cara y se deslizaba por mi cuello.

-O yo estaba soñando, o aquél ser horripilante, me estaba haciendo festejos o tal vez era una ceremonia de la que sería el preámbulo de un suculento festín, del que yo sería su invitado y a la vez su opíparo menú.

-Siguió con su labor de lamerme la cara a gusto, mientras que yo practicaba la mejor forma de estatua, como en mis juegos de la Escuela.

-Pero con mucha mayor perfección por supuesto y comprobando como se sentían las estatuas de las plazas, con sus recuerdos que les dejaban las palomas en su demostración, tal vez de afecto, yo casi era un calco de aquello.

-Aunque debo confesar que lo que a mí me adornaba; era más original.

-Bueno, fue tan extraña la transformación que en grado de catarsis, se produjo al comprobar que, no-sólo no sentía engullida ninguna parte de mi ser, sino que hasta me animé a acariciar aquella mala aparición de bestia peluda.

-Allí el perrazo, pasó como por arte de magia a ser un perrito amigable, que sólo quería jugar y que tal vez, buscara compañía.

-Pero ¡qué raro que estuviera dentro del predio!; ¡si jamás el portón principal quedaba abierto! ¿Por dónde había entrado entonces?

-Preguntándome esto y acompañado por el can, mi susto y mi vergüenza herida, por el estado calamitoso en que me encontraba; me dirigí a donde mi madre, en busca de ayuda y con fingimiento de lloro y con histrionismo de actor, para simular un dolor que sólo sentía en mi orgullo, ya bastante menoscabado a éstas alturas de la situación.

-Allí, luego de curarme mi Madre y yo de descargar todas las excusas que fui capaz de inventar, me entero que a la tal fiera, la habían traído del campo por dos razones.

-Una, para que yo tuviera compañía (empezamos bien) y la otra y con mas asidero, que el can ya estaba viejo, casi ciego y por ende ya no servía para el trabajo del campo y como una forma de retiro o jubilación; pasaría de estar con muchos animales, a acompañarme a mí, como ¿dama de compañía? o como una niñera canina y alerta gendarme de la casa.

-También me enteré de que su nombre era Tony.

-De allí en más, nos convertimos en amigos inseparables, ya que él dormía en mi cuarto, comía junto a mí, y salvo en el horario escolar, siempre estaba conmigo y pasó a formar parte de mi sombra.

-De tal manera era mi compañero y guardián, que en una ocasión en que mi madre me amenazó con el gesto, como para darme una merecida palmada, el Tony, le tomó entre sus fauces el brazo que se levantó en gesto amenazador, pero sin llegar a herirla, por suerte.

-Con lo que mi madre quedó advertida, de que yo tenía de aquí en más, un cómplice y quien me defienda. ¡Un amigo!

-Seria arto aburrido enumerar las aventuras, que con su fidelidad y mi inventiva, fuimos capaces de realizar en aquél importante periodo de mi vida y donde el jardín formaba parte de nuestro mundo y él, fue siempre compinche de mis diabluras de chico.

-Un día, que regresé del colegio, me extrañó que mi amigo no se me abalanzara encima como siempre lo hacía, cuando yo llegaba; se me comunico con mucho tacto, que por motivos que de ninguna manera comprendí, lo volvieron al campo a que termine sus días con la ¿ayuda? de una inyección y así terminar, según me decían, con su agonía que los años habían acumulado en su canino ser.

Y que yo por mi condición de inocente adolescente, no me percataba. 

-A mi agonía de tristeza y desamparo, nunca se le dio ninguna inyección para mitigar, el gran dolor que dejó el vacío de perder un amigo; mi primer amigo, confesor de mis cuitas y alegrías y que llenaba mis horas de fantasías infantiles, compartidas con él, en el imaginario mundo que construimos juntos, lejos de toda galaxia humana conocida y sin sufrimiento mundano.

-Llanto ahogado que no revirtió lo real y que dejó signos de dolor, que con el devenir de los tiempos, pasó a ser recuerdo, que hilvano con el ánimo, de rememorar los episodios nobles que son fichas de un rompe cabezas tan propio y querido.

-Tan fácil llega un amigo y que fácil se nos va-

¡Gracias compañero por visitarme aun, en mis sueños! 

-¡Nos Vemos!

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “El Machuca”

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