Muñeca de trapo 
Juan Ramón Pombo Clavijo 
05/03/2006

Hay elementos inertes que conforman, el entorno de la vida cotidiana del sufrido espécimen humano.

Sean éstos de formas, colores, tamaños, valores, tanto éticos, morales, o del valor que cada cual y utilizando el raciocinio que le tocó en el reparto y  con una gran cuota de vanidad, (ésta se cultiva como las margaritas) sabrá apreciar en éste relato.

Que empujado por las circunstancias, sucede y se hace presente en un recuerdo que trataré de esbozar; luchando para que los sentimientos no se interpongan en la fidelidad del relato.

Llovía, lo que se dice torrencialmente, en la oportunidad de correr hasta mi vehículo, allá atrás en el tiempo del suceso.

En el momento de subirme a bordo del mismo, para ponerme a cubierto del agua que caía; emulando tal vez al episodio que le tocó vivir al muy recordado salvador de las especies (según me lo contaron cuando la inocencia de mi niñez, me otorgaba una generosa porción de candidez) y al que denominaron como Noé.

Al sentarme dentro del vehículo y al levantar mis pies para poder cerrar la puerta, la vi.  Allí estaba.

Iba viajando, arrastrada por el agua que se había adueñado de la calzada; por lo que diría que fue amor a primera vista, muy húmedo, por cierto...

La verdad que la apariencia de ella, daba asco y me refiero a lo que veía en aquel momento con el apuro del caso.

La pobre, no tenía casi forma, pisoteada me imagino, unas cuantas veces y que al levantarla me di cuenta que pesaba mas de lo normal por causa de la transfusión de agua que soportaba en su inflamado cuerpo.

Tuve un deseo momentáneo al tomarla en mis manos y un salvaje impulso de arrojarla de vuelta al arroyo, sólo me contuvo el pensar que si alguien me vio, cuando la recogí; me daba pudor que me vea volverla a tirar de vuelta, diríase de mí lo real, que estaba algo chiflado.

La tiré si, sobre la alfombra del asiento de al lado, bajo protesta y ya pensando en el pequeño charco que me dejaría en el piso aquel adefesio, bueno lo que se supone que allá lejos y con artesanía, pretendió ser una tal vez bonita  Muñeca de Trapo.

Al llegar a mi hogar, no la bajé y no fue como castigo, ya que me proponía arrojarla al recipiente de basura en cuanto llegara; sino que simplemente y por culpa de un defecto muy humano, me olvidé del asunto.

Un par de días después cuando me disponía a utilizar el vehículo y estándole haciendo el liviano maquillaje de estilo, la avizoré en medio del pronosticado charquito sobre la alfombra.

La verdad que en aquel momento me causó más repulsión que cuando tuve la in cordura de recogerla del arroyo.

Como me interrumpió mi mujer, en el trayecto al recipiente de basura, donde cargaba en la punta de los dedos aquel despojo, dio pie para que este episodio se convierta en culpable de esta tramoya y se conjugara en vivencias de vida que uno atestigua sobre el papel.

_¿Qué es eso?  - Me pregunto mi Esposa, al verme con el objeto tomado como quien lleva un ratón muerto.

Y le expliqué lo más someramente posible, para no darle lugar a la gratuita burla a mi manía, de juntar cosas por los caminos.

Me ordenó, más que un pedido fue una orden (yo siempre tomé por experiencia, los pedidos de mi mujer y compañera de mis desvelos y de mis sueños, como una orden de un sargento de artillería con voz de mujer, sus pedidos)  - “Déjala por allí, que se seque que voy a ver si la puedo arreglar un poco para dársela a alguna niña que le venga en gracia”

_”Se ve que era muy linda”  - dijo, allí dudé sobre lo que significaba algo lindo para mi mujer, pero me abstuve de hacer ningún comentario, ya que estaba en tela de juicio mi conducta de levantar aquel pedazo de trapo con pelos o lo que fuera.

Allí terminó ese episodio, dejando yo aquél estropicio sobre un estante del garaje, a disposición del sargento mayor de la casa.

Como en todo hogar con hijos, los nuestros, solían juntarse con otros chicos, compañeros de Escuela y de juegos y que por añadidura sus padres formaban parte de nuestra amistad y/o conocimiento.

Un día, vi a mi señora que estaba bajo los rayos del sol, haciendo un estudio patológico de la occisa muñeca y situándome a su lado, partícipe del siguiente análisis:

Le faltaba un ojo, un brazo, parte de su relleno de estopa, que más que faltar, se había salido por los agujeros que formaban las variadas descosidas, causadas vaya a saber en que pelea de adolescentes o de perros y por pelo sólo lucía un poco de algo que debería de haber sido lana o algo parecido; la muerta, bien muerta estaba.

Lo que se dice, un verdadero desastre.

_”Voy a ver, que puedo hacer, ya que tengo muchos retazos de telas y otras cosas de los juguetes de las “chicas”. (Se refería a los salvajes menores que habitaban nuestro hogar y que figuraban como nuestros hijos en la sagrada escritura de la libreta de casamiento)

Bueno, pensé que si en algún momento y con los milagros que hacía mi mujer en el diario vivir; yo la he comparado con “Mandrake” (mago de historietas – aclaración para gente poco versada (jóvenes) en temas de lecturas de los que hoy les parecemos dinosaurios) y si lograba algo potable de “aquello”, me convencería de no estaría tan errado.

Pasado un tiempo, uno de mis vecinos al que últimamente no la estaba pasando por buenos momentos económicos y que era padre de una de las amiguitas de mis hijas, me comentó sus planes de irse a otro Continente a probar suerte con su familia.

Ya que por medio de un hermano que ya residía por allá, desde hacía varios años, el cual le daría una mano por lo menos en los comienzos; trataría de revertir la mala situación y después de cierto tiempo regresar con suficientes dividendos como para encarar nuevamente sus años de cercana media centuria.

O sea los sueños de todo emigrante empujado por la necesidad de sobrevivir decorosamente para llevar adelante a su familia, criando sus hijos lo mejor posible y prevenir una vejez decorosa.

También me acotó, que no vendería su casa por si las “moscas” y le iba mal, por lo menos retornarían a su morada y que a la misma se la cuidaría sus padres, también vecinos del barrio, quienes navegaban en la barca de la “tercera edad”.

Días después, aquél pedazo de estopa se convirtió en una hermosa muñeca, que si bien seguía siendo de trapo, estaba tan bonita que casi era una socias de alguna de las modelos que exhibían las revistas y los figurines de moda, de las que solía leer la “musa inspiradora” de mi existencia.

La verdad que había quedado “una pinturita”, definitivamente se había producido un nuevo milagro.  ¡Aleluya! Por mi mujer.

Si hasta parecía dueña de vida y que me miraba en particular a mí, como siempre soñé que me miraran las mujeres; aunque mis hijas decían que no era así y de esa manera me desinflaban el globo de la ilusión.

Algo que es muy particular de todos los adolescentes en actitudes que toman contra sus atribulados padres que le rebajan nuestros sueños de “Adonis” a la desgarbada figura de un chimpancé, pero que algún día, alguien convertido en líder, se revelará y sin ninguna duda, los machos vilipendiados,  los seguiremos en legiones para revindicar nuestros atributos.

Fue el juguete preferido de todas las niñas, las propias y las que compartían los juegos.

Pero como todo juguete y luego de un tiempo, pasó a engrosar la vieja caja de juguetes desechados, que cada vez crecía más.

Tal es así que, en un gesto de amistad, una de mis hijas y tocada por la varita de la generosidad (varita que no la tocaba muy seguido), le obsequió aquellos treinta centímetros de muñeca resucitada, a una hija del vecino, que buscaría su futuro en otras lejanas tierras, en otras latitudes. 

Inexorablemente, el tiempo transcurría y todos acumulábamos años.

Sabíamos de aquellos vecinos de vez en cuando y por medio de los ancestros de ellos, los que obstinadamente se enfrentaban a su longevidad y nos contaban que por suerte a sus familiares, les estaba yendo muy bien pero que no veían la hora de regresar,  ya que aducían extrañar en demasía, sus queridos pagos y sin dudas, a sus Padres.

Luego de varios años, la referida familia volvió con toda la farándula que significa volver a su tierra, a sus raíces, al calor de su familia, a sus afectos y en lo que nos toca, al barrio y a la amistad de sus vecinos.

Claro que ya nada sería igual, como se supone, la vida transcurre y los años no pasan en vano, los niños ya son adultos y otras vivencias cambian modismos y costumbres, actitudes y valores.

Los almanaques, se deshojan y los viejos somos, más viejos y los berretines de otros lugares, se contagian y pasan a formar parte de la vida. 

Entran los valores a ser comparadores de ejemplos y se filosofa sobre los aciertos y los yerros, aunque todos se repitan, una y otra vez...

Bueno, con la llegada llegan los cambios, las limpiezas, las reformas y por una lógica no muy explicada, se desechan cosas que fueron afectivas y queridas allá lejos y hace tiempo.

Es de práctica de los que disponen de alguna mascota con pelos y que persiguen gatos y que denominamos perro; sacarlos a caminar por los alrededores con la risotesca excusa de que ¿tomen? aire y con ello eludimos la verdadera causa que, es que los canes desparramen sus miserias, lejos de nuestra casa y de paso tener la oportunidad de “chusmear” con los vecinos y estar al tanto de los últimos acontecimientos del barrio y no quedar atrás en los “chimentos” mundanos de los alrededores.

Caminando en una de éstas expediciones, con rumbo incierto y  hacia ningún lado, mas allá del límite del cansancio y pasando por el frente de los vecinos de marras; veo que fruto de la limpieza y de las consabidas reformas, éstos habían sacado muchos trastos a la basura, como para que el recolector de los mismos, no se aburra y tenga un pensamiento feliz para con las personas que moran en dicha casa.

No fue sino que, pegando la vuelta y mirando de soslayo como simulando para que el que me vea no se dé cuenta que la curiosidad me podía, por aquello de mi vieja manía de juntar cosas por la calle y que después de un tiempo, yo mismo las tiraba, preguntándome para que diablos, las junté.

Ahí la vi, “fané y descangayada” como dice el tango, que me miraba, colgando de cabeza junto a otros trastos y compañeros de infortunio.

Ya no tenía aquella mirada que le había pintado mi mujer y que a mí, un día, me habían dado ganas de ser muñeco para salir a florearme con ella, por delante de los muñecos del barrio.

Que pena tuvo de pronto, mi pena.

¡Qué curioso! Después de tantos años tuve la misma sensación de vergüenza, que tuve en ocasión de nuestro primer encuentro y no me vi a mi mismo pero estoy seguro, que me sonrojé cuando sin vacilar y con el ímpetu de una carga de caballería, me abalancé sobre aquél dos veces despojo y con la delicadeza de las circunstancias, tomé posesión de mi otra vez, “Muñeca de Trapo”. 

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “Candela”

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