El más sucio 
Juan Ramón Pombo Clavijo 

El protagonista de ésta historia (con nombre cambiado por razones obvias), que por otra parte es real, aunque parezca inverosímil; me dio su permiso para elucubrar este cuento que tiene la intención de rescatar, la parte no conocida del mismo, la parte humana.

Lejos de todo el desencanto que despertó, éste hecho que tuvo trascendencia periodística en medios masivos de información, me cabe a mí, dar a conocer facetas que no trascendió en ningún medio.

Tal vez me asiste el echo de mi manía de rescatar cosas y episodios del diario transcurrir que por lo general, pasan desapercibidos para la mayoría de los mortales que estamos impregnados de fría indiferencia.

Tal vez porque la segunda parte de ésta historia no es “vendible”, no genera réditos.

Es más, la noticia pasó sin pena ni gloria, al vertiginoso ritmo con que se les da trascendencia a las noticias que acontecen día a día y que las mismas, se ven absorbidas por el cruento empuje de otras nuevas, más crueles o simplemente, más fantásticas.


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Éste hombre vivía y vive, en lo que se ha dado en llamar en los últimos tiempos, como “marginal”, yo agregaría mas bien, marginado.

Concepto a mi parecer, creado para establecer otra nueva escala de pobreza, los también llamados “indigentes”.

Aunque si nos adentramos en la vida de ésta persona, veremos que en éste caso, hay más que lo que se veía a primera vista en los medios de información que difundieron el desconcertante acontecimiento.

La moneda de cobre bien pulida, brilla como la de oro, pero ésta tiene su valor, aún permaneciendo sucia.

Antonio Gerybaray cuya edad de cuarenta y ocho años, lo coloca en la madurez de la vida, era y es todavía una persona sucia, pero lo que se puede con holgura llamar, impresionantemente sucia.

Remontándonos a una década atrás en el tiempo, ésta persona fue un respetable comerciante y con una corta pero feliz familia.

Venido desde la lejana España, de su querida Guizpucoa, de la que tuvo que inmigrar sólo y por motivos políticos, dejando atrás, Padres, hermanos y en total, toda su familia, por motivos que de ellos algo conocemos por habérnoslo contado el propio Antonio y que no es motivo para dilucidar en ésta trama.

Éste hombre que tiene la cultura que le inculcó su abandonado forzosamente estudio de ingeniería, luego de cierto tiempo de varios trabajos, instaló un pequeño taller por su cuenta.

En donde fabricaba con la ayuda de una pequeña estampadora, que comprara en un remate judicial y en la que invirtió todos sus ahorros.

Hebillas, si hebillas para la industria del calzado y de la vestimenta; pocos años le bastaron para progresar de tal forma que se convirtió en el principal abastecedor de toda la industria de los dos rubros antes citados.

Su fábrica contaba con muchos operarios y la demanda de su producción iba en aumento y el ritmo de trabajo de Antonio, nunca bajaba de muchas horas por día.

De ello fue testigo el sereno de dicha empresa que veía como su patrón era el primero en llegar por la mañana y el último en irse por la noche, cuando el mismo retomaba su turno.

Allí conoció a su futura esposa, entre sus operarias y luego de una corta relación de “noviazgo”, contrajeron matrimonio.

Pronto llegó el ansiado por ambos, primer hijo, de los muchos que tenían planeado tener la joven pareja. 

Ya nunca más estaría sólo, su vida de soledad, se veía poblada por una amante mujer y Madre de sus futuros hijos, de hecho, ya había empezado con aquél varoncito que lo hiciera tocar el cielo con las manos de pura felicidad.

Volviendo en su recientemente automóvil de último modelo, de unas merecidas vacaciones con su joven esposa y su pequeño descendiente (toda su familia), la niebla le impidió ver a aquél enorme camión que se convirtiera en el involuntario ejecutor de su entrañable mujer e hijo.

Él sobrevivió a aquel accidente y luego de un largo periodo de internación, los facultativos, le dieron de alta de sus averías del cuerpo, pero no de su dolencia psíquica que requirió de dos largos años de internación en un nosocomio especializado.

De allí salió directamente para acudir a ver como toda su otrora floreciente industria y todos sus bienes, sucumbían bajo el martillo de un remate judicial.

Luego de pagar todas sus deudas e incluso que sus antiguos empleados, cobraran todo lo que les correspondía por ley.

Con el poco dinero sobrante adquirió tres pequeñas casas en distintos barrios de clase trabajadora, lo que le permitiría ir viviendo decorosamente, en una de ellas viviría él y las otras dos, le proporcionaban la suficiente renta para su subsistencia.

La bebida pasó a ocupar un lugar preponderante en su vida; ella le proporcionaba la engañosa obnubilación de sus dolorosos recuerdos.

Cuando lo abrumaban y lo abruman, sus desdichas pasadas, se ahoga con sus recuerdos en vino barato y alimenta una cirrosis que él sabe que lo llevará inexorablemente a la tumba.

Destino que Antonio eligió, en su pleno derecho del uso del privilegio de hacer con su vida, lo que le plazca, aunque ello hiera los sentimientos de los que vivimos siendo esclavos del “stablisment” heredado e inculcado por nuestros ancestros. 

De sus alteradas facultades adquirió la manía enfermiza de juntar con la ayuda de un pequeño carrito de mano con ruedas de bicicleta (para no molestar con ruido a los vecinos), en los recipientes de basura de la comunidad, cosas que en realidad no le servían para nada y que las iba acumulando en su domicilio.

Pronto la pequeña casa quedó chica para guardar toda aquella basura que durante años el hombre acumulaba en las pocas dependencias de su hogar y que ya llegaba al la altura del techo de la misma.

Allí proliferaban ratas, alimañas de toda especie y el olor nauseabundo era tal, que los vecinos empezaron a hacer las correspondientes denuncias a la Dirección de Salubridad, a la Policía y a cuanto organismo público.

Era justamente ésta última (la Policía) la que de vez en cuando, junto con la gente de la Comuna intervenía, cuando el sistema judicial se los permitía y mientras los trabajadores municipales, se abocaban a vaciar de basura y mugre a la casa de Antonio, ello les ocupaba varios camiones;

Luego de lavar con mangueras y fuertes desinfectantes, las paredes, techos y pisos de la mugrienta vivienda, procedían a fumigar la misma para una desinfección total.

Allí no había casi muebles y su morador dormía sobre la misma basura (cartones, trapos) que acopiaba en sus incursiones, casi siempre nocturnas.

Los vigilantes del orden, se llevaban a Antonio y en la comisaría procedían a desnudarlo por completo y luego lo obligaban a que él mismo se bañara una media docena de veces, luego alguien lo afeitaba y rapaba su cabello (lleno de piojos) por completo, también le facilitaban algo de ropa limpia.

Luego de la rutinaria inspección que le hiciere el galeno de turno en el policlínico, constatando que su estado de salud corporal, pese a vivir de tan desagradable manera, era excelente y que su alteración mental, no revestía ninguna clase de peligro a la sociedad, lo dejaban volver a su higienizado hogar.

Soportando las protestas de tan peculiar personaje, eso sí de sus labios nunca se escuchó un insulto.

De echo la manera de vivir de Antonio, más allá de su inmunda condición de mugriento, era muy educada y cortés para con sus vecinos y pagaba todos sus insumos e impuestos como le correspondía al más pulcro de los ciudadanos.

Fue en uno de éstos procedimientos que se izo eco la prensa para darle trascendencia, de ese modo, todo el País se enteró del modo de vivir de aquél hombre que fuera años atrás, un próspero industrial y que hoy su presencia en la prensa televisiva, daba repulsa de su figura.

De todo ello sacaban buenos réditos los espacios informativos, los que aprovechaban a vilipendiar al ser humano que rompiendo todas las reglas de salubridad y sin oponerse, se prestaba para que su figura se vea expuesta al escarnio.

Se dice de él, que a partir del luctuoso episodio familiar, está en permanente conflicto con su alma y sus principios.

Claro que a su alrededor, en cierto perímetro donde el mal olor formaba un círculo nauseabundo, solo las moscas se dignaban a acercarse.

Sucedió una cruda noche invernal, cuando a horas de la madrugada Antonio Gerybaray, regresaba de su incursión nocturna, cansado y empujando su pequeño carro cargado de basura.

Su figura solo era captada por algún perro callejero que se le acercaba sin ladrarlo, para que aquél le diera algún alimento de los que juntaba en los recipientes de basura; él nunca tendría un can, así se lo había juramentado a si mismo, de echo aún no tiene a nadie que lo acompañe, solo su mugre.

El golpe se escuchó casi como una explosión, así me lo relató nuestro personaje y había acontecido muy cerca, en los alrededores.

Dado que antes de escuchar el estridente ruido, Antonio escuchó una ruidosa, de lo que sin duda era una feroz frenada de vehículos; intuyó que aquello se debía a un tremendo choque de los mismos y no lejos de allí.

Cuando llegó a la vuelta de la cercana esquina, quedó impávido ante el cuadro que tenía en frente, algo se desprendió dentro de su cuerpo.

Dos vehículos estaban colisionados de frente y aquel cuadro de hierros retorcidos, vidrios rotos y fuerte olor a gasolina y con un cuerpo de lo que parecían ser seres humanos, en cada rodado, le daban a aquella escena, una fantasmagórica visión de terror.

Observó Antonio que en uno de los vehículos, su ocupante estaba literalmente sin su cabeza y su cuerpo o lo que quedaba de él, sufría convulsiones; un súbito vómito le sobrevino, pero sobreponiéndose a la dantesca situación, se percató de que en el otro vehículo alguien se quejaba.

Miró hacia varias direcciones y no escuchó, ni vio acercarse a ningún otro transeúnte.

Se acercó a la persona que sin duda estaría muy lastimada y le habló, por respuesta sólo obtuvo más quejidos.

De pronto se percató, de que algún cable del motor del rodado estaba emitiendo chispas.

La cara del junta basura, se llenó de terror y en un acto reflejo, trató de liberar aquel cuerpo que estaba aprisionado dentro de aquellos hierros retorcidos, metiendo parte de su cuerpo por la ventanilla, liberó rápidamente a su ocupante de su cinturón de seguridad y trató de abrir la puerta, pero no pudo hacerlo, ésta estaba trabada por el descomunal golpe.

Aquello urgía y trató de sacar aquel cuerpo exánime por el hueco de la ventana, tampoco pudo.

La explosión lo revolcó por el pavimento a varios metros y salvo el golpe, no había recibido mayores daños, desde allí vio como los dos vehículos empezaban a arder.

Milagrosamente la trabada puerta que aprisionaba a la persona que antes quiso rescatar, se abrió y allí estaba la misma a merced de las llamas.

Claro que no lo pensó, en estos casos no se piensa, se actúa y corrió Antonio hacia aquella figura que recién ahora se percató de que se trataba de una mujer y la aferró con celeridad y fuerza de entre las llamas, cayendo hacia atrás por el impulso, con aquel parcialmente quemado cuerpo sobre él.

Se escuchaban sirenas y algunos brazos de gentes que se acercaban, lo ayudaron, le quitaron el cuerpo que estaba sobre él y vio que trataban de ayudar a reanimar al mismo.

Viajó en la misma ambulancia donde llevaron a un hospital a aquella infeliz mujer que sobre una camilla, transportaban con algunas cánulas en sus quemados brazos y una máscara de oxígeno ensu cara.

Sus quemaduras y pequeñas heridas no revestían gravedad y luego de unas horas, con una provisión de algunos fármacos le dieron de alta.

Un poco se perdió dentro de aquel enorme nosocomio; así que luego de alguna vuelta, vio una puerta de salida, antes de llegar a ella, fue que escuchó aquello.

Una mujer a un hombre, ambos parecían ser médicos por estar vestidos de impecable blanco; decía aquella - <La pobre tiene varias quebraduras, quemaduras en gran parte del cuerpo y la voy a intervenir en cuanto tenga los resultados de la tomografía> - Antonio se había detenido y simuló leer uno de los tantos carteles de papel que estaban en una de las paredes para poder escuchar aquél diálogo.

La misma voz - <Lo que son las cosas del destino; yo la relevé de su guardia, esta madrugada y media hora después, la trae la ambulancia debatiéndose entre la vida y la muerte>

El hombre colega suyo… {Según informó la Policía. Gracias a la feliz intervención de un indigente que pasaba por allí, un junta papeles o algo así, la pobre no murió quemada como el ocupante del otro vehículo que se quemó por completo}

Nuestro sucio personaje no quiso escuchar más y con paso acelerado, se dirigió rumbo a la calle. 

Si alguien en ese momento se hubiera dignado a mirar su rostro, hubiera visto en él una muy tenue sonrisa.

Sin duda que éste acontecimiento, no valía la pena de que los medios se ocupen de él.

Nota: Moraleja que nos muestra la vida.

“No desechemos a otro semejante, aunque a éste, lo rodeen la suciedad y las moscas; debajo de su piel hay un ser humano”.

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “Perros alados”

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