Lobizón
Juan Ramón Pombo Clavijo

Siete u ocho décadas atrás, las familias eran muy prolíficas y casi se diría que todas, en mayor o peor medida competían en lograr el mayor número de integrantes.

Claro que en esos tiempos la demanda de mano de obra, tanto en las capitales, como en el campo era mucha y a eso se le agregaba que los medios de comunicación en ese entonces, adolecían de tener la difusión que hoy tiene.

Las emergentes industrias, la revolución en la producción agropecuaria y las necesidades de las terribles guerras de esa época; hacían que un nuevo integrante de cada familia, sobre todo si era de sexo masculino, tuviera un valor agregado.

Aunque todos sabemos que la mujer tenía un valor preponderante y un lugar matriarcal en la crianza de los hijos, aunque para los Estados y desde tiempos inmemoriales, aquella ocupaba un segundo plano de importancia en el seno familiar y en la ignorante, tal vez por las milenarias tradiciones, sociedad.

Con aquellas ancestrales creencias y tradiciones, traídas por la cuantiosa y divergente inmigración a las tierras de América, habían algunas que en algunos lugares aún persisten y que son parte del ámbito cultural de cada región.

Entre ellas la creencia del Lobizón o sea el séptimo hijo varón, que se convertía en  algo parecido a un enorme can, en noches de luna llena, si coincidía con los días Martes o Viernes de la semana.

Llegando a insertar las creencias populares que aquel desgraciado ser, se mimetizaba de tal forma con el género perruno, que se aseguraba a raja tabla, que se lo veía vagar en las noches antes citadas por los campos al frente de alguna manada zonal de sus congéneres y aullar como aquellos.

Lo que nunca quedó muy claro a que altura de su vida, empezaban sus andanzas; ya que pocos o ningún relato se refiere a cuando el mítico ser, tomaba su doble transformación de hombre-animal.

Si lo hacía desde su estado de lactancia en los brazos de su Madre y ésta se convertía en su natural protectora del para ella, angustiante secreto o su transformación se producía a determinada edad.

La cuestión era que hasta el mejor pintado varón o mujer, le rendían culto a esa leyenda y los comentarios sobre el mismo, se hacían solapadamente y en voz baja y con temor; es más, alguna gente directamente se negaba o no se atrevía a hablar del tema.

De echo, en varios Países de América de Sur, los diferentes Gobiernos tuvieron que tomar medidas para proteger a las inocentes criaturas que les tocaba el séptimo puesto en la escala de nacimientos de sus hermanos varones y con decretos acordes a aquellos nacimientos, el Estado en la persona del Presidente de turno, se convertía en el padrino de la infeliz criatura y se hacía cargo de su manutención y de su crianza por medio de una pensión graciable hasta la culminación de los estudios medios de aquella.

Esas medidas se tuvieron que tomar, lamentablemente, porque en muchas regiones las creencias de tales leyendas estaban tan arraigadas, que los Padres de la recién nacida criatura y cuyo sexo coincidía con el de sus seis anteriores hermanos, lo ultimaba sin más trámite y creían que de esa manera se libraban de aquella maldición que les mandara el cielo.

Luego todo se arreglaba con rezos, alguna penitencia o promesa y solapadamente , llevar aquel secreto hasta la tumba, por ambos cónyuges con la complicidad algunas veces de las ocasionales comadronas.

Este relato es el fruto de una larga conversación de sobremesa en el comedor de un pequeño hotel o “fonda” de un aún hoy olvidado pueblo del interior, donde mi trabajo como vendedor de elementos para el trabajo de la tierra (herramientas) me llevaba, cada tres o cuatro meses y donde yo solía hospedarme.

Aquel relato que como otros servía para amenizar las largas sobre mesas de las opíparas cenas y de paso, vasos de vino por medio, ayudaban a nuestro “embuchado” estómago a hacer la digestión y llenar nuestro intelecto de ricos relatos y anécdotas de la zona de marras.

En un cercano campo de la región, de no gran extensión como otros linderos que contaban con miles de hectáreas algunos, pero de una tierra muy fértil que daba para vivir de ella a una prolífica familia, compuesta de dos ancianos y de ocho hijos, sólo la  última mujer.

En realidad habían sido nueve los retoños de aquel veterano matrimonio; al mayor lo mataron en un altercado por asuntos de la política, de esto ya hacía muchos años, soltero él, no había dejado descendientes, solamente el dolor lógico de la numerosa familia.

Otros tres de los hermanos varones se habían casado y se habían construido sus viviendas en la proximidad de la casa paterna, pero con su separación acorde de estar todos los casados con suficiente privacidad; así que cuando uno llegaba, aquel conjunto de casas se parecía a un pequeño villorrio con el agregado de silos y galpones.

La hija mujer, la más chica de todos, estaba estudiando en la Capital y sólo venia a estar con su familia en las vacaciones.

El que en el orden de nacimiento de los varones le correspondía el séptimo lugar y que es el causal de nuestro relato, éste se distinguía de los demás por ser el mas bohemio y simpático de todos ellos y juerga o baile que hubiera en el Pueblo o sus alrededores, lo tenía presente.

Muy mujeriego y poco propenso a respetar mujeres ajenas, las que de hecho se sentían atraídas por sus ocultos encantos.

Si bien su cultura etílica era bastante apreciable, ya que a menudo se lo veía beber con las amistades hasta que terminara la fiesta de turno o cerrara el club o bar en donde estuviera de beberaje, retirándose de dichos lugares en bastante buenas condiciones y siendo casi siempre de los últimos en hacerlo.

Sólo había una condición de la que casi todo el Pueblo estaba enterado; los días Martes y los Viernes, nunca se lo veía por el poblado, a la noche.

Todo sucedió imprevistamente cuando el Pueblo estaba en plenas conmemoraciones de su centésimo aniversario, la comisión de fiestas formada a esos efectos, se había esmerado al máximo para que dicha conmemoración sea realmente apoteótica y durante toda una semana, distintos eventos engalanaban a la centenaria población.

Mucha gente venida de los alrededores y aún de lejanos parajes, se hicieron presentes para ser parte de dichos festejos y como lo que se refiere a la cuestión de alojamiento, se veía bastante colapsada, casi todos traían sus propias carpas y casas rodantes.

Se acampaba en un natural parque en las afueras de la parte urbana del pueblo, junto a un ancho y caudaloso arroyo, en donde a la infraestructura del lugar las autoridades comunales habían dispuesto todo una serie de servicios esenciales para usufructo de los visitantes, como servicio y venta de comidas, suficientes baños adicionales, juegos para niños y todo lo que resultare para la comodidad de la gente que aprovechando la coincidencia con las vacaciones de Primavera, venían a disfrutar de los organizados festejos.

Noche de Viernes, y los festejos centralizados en una de las Escuelas (la más grande) de la urbe.

Cuentan que nadie escuchó nada en el Pueblo, pero esa noche, en el improvisado y organizado “Camping” una verdadera jauría de perros vagaban por aquellos entornos y sus ensordecedores ladridos enloquecían a los canes que alguna de las gentes acampadas habían traído.

Eso ponía nerviosos a los pocos integrantes de personas que se habían que dado en el campamento junto a algunos funcionarios de seguridad y de servicios.

Alguien tal vez cansado de tanto escándalo y que según adujo, aquella horda de perros que aparentemente era comandada por un enorme ejemplar al que seguían una veintena de los mismos, se aproximó demasiado a su carpa y en un impulso de temor; les efectuó varios disparos con un arma de  fuego, aparentemente un revólver y de inmediato, en medio de aullidos que se fueron apagando a medida que los enloquecidos canes se alejaban, volvió la tranquilidad.

Aquello solamente pasó como una anécdota risueña entre los habitantes del poblado, los que pasado el fin de semana y terminados los festejos, volvieron a su vida habitual de trabajo y a la rutina.

Sin embargo en las dependencias de la Policía, la apreciada familia de nuestro personaje, radicó una denuncia por desaparición del mismo desde hacía tres o cuatro días, aunque también desconfiaban los mismos que como sabían de las calaveradas con las féminas, tal vez éste volviera en cualquier momento.

Lo raro según dijeron dos de sus hermanos (los denunciantes) era que nunca aquél acostumbraba  a ausentarse sin dejar por lo menos avisado, todos sabían de su conducta que sin duda era intachable.

Aunque la denuncia la efectuaban porque cerca de las casas de ellos, que desde hacía ya un par de días que lo buscaban entre las amistades y por cuanto lugar que aquél solía frecuentar, se encontraron varias manchas de sangre y los ancianos Padres estaban muy angustiados por la extraña ausencia de su amado hijo.

Así las cosas, transcurrió un buen tiempo desde que aquél episodio que sin duda conmovió al Pueblo, un par de meses antes.

Casi de forma accidental, unos niños que estaban recorriendo el arroyo en busca de material para su clase de ciencias naturales, de pronto percibieron que de una especie de pequeña cueva provenía un muy fuerte olor nauseabundo que los asqueó de tal forma que no se atrevieron a ver cual era la causa y en su retorno a sus hogares comentaron de aquel episodio con sus Padres, los que dieron aviso a la Policía.

Según el Médico Forense aquél descompuesto cuerpo, casi comido por las alimañas, llevaba muerto unas seis u ocho semanas y su muerte se debía aparentemente a disparos de arma de fuego, ya que dentro de su osamenta se encontró dos plomos que serían lo que le ocasionaron la muerte.

Claro que esto no aclara nada sobre la leyenda y creencia del hombre que se transforma en perro en las noches de luna llena, en  días Martes o Viernes, pero es lo que me contaron en aquél Pueblo.

Lo que sí puedo afirmar es que entre la gente del lugar, nadie tiene dudas que entre ellos vivió un Lobizón.-

Juan Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”

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