De fútbol
Juan Ramón Pombo Clavijo

Nos encontramos con un amigo, con quien no nos veíamos desde ya hacía mucho tiempo.

Él como yo, se dedicaba a sobrevivir de las letras, aunque lo hacía desde la redacción de un prestigioso periódico, en la sección de deportes, específicamente en la especialidad de fútbol.

Nos invitamos a tomar un café en un bar cercano y allí nos dirigimos.

Café de por medio, le conté un poco de mi metiere de los últimos tiempos con referencia a recopilar pequeñas historias grabadas en diferentes “boliches”  y que tenía el proyecto en un futuro cercano de escribir un libro con aquélla recopilación de jugosas anécdotas.

Luego de unos minutos en que me escuchó con atención, me dijo:

¡Que casualidad! Tu sabes que yo estoy pensando hacer lo mismo con lo que se refiere al Fútbol, con anécdotas tomadas desde el llano, desde la tribuna popular del Estadio y desde la orilla de las canchas chicas, sus vestuarios, sus Cedes, desde las reuniones con las familias futboleras, que como tu ya sabes, hay muchísimas, hasta las historias repartidas en todo el País.

Desde ya hace tiempo que vengo planificando esto, pero no tengo la facilidad de escritura que tu tienes para los anecdotarios, lo mío es relatar composición de equipos, resultados, posiciones en la tabla y llenar cierta cantidad de centímetros en una página del diario que me pide el Jefe de la sección deportes y listo.

Por lo tanto, me gustaría que pienses en mi oferta y aunando tu idea con la mía, podríamos “sacar” un libro juntos; yo tengo una gran cantidad de grabaciones que tendríamos que compaginar juntos y unirlas con las tuyas y las que juntemos en un futuro inmediato.

Estoy seguro de que sería una gran pegada, ¿no te parece?

Por supuesto que todo sería  en partes iguales, los gastos y las ganancias, yo tengo algunos Editores amigos, así que veríamos.

Pensadlo y me comunicas tu decisión que es muy importante para mí.

Cuando nos despedimos intercambiamos teléfonos y direcciones, como los capitanes de equipo, intercambian banderines y abrazos antes de comenzar el evento; aunque aquellos luego se líen a golpes como si fueran enemigos de tribus bárbaras del pasado.

Me tomaría unos días en contestarle a mi amigo, su generosa oferta, me interesaba, aunque no me gustaba inmiscuirme en algo que no conocía a fondo, claro que para eso estaba mi colega especialista en el tema, ¡el Fútbol!, que tema.

El próximo Domingo se jugaba lo que se a dado en llamar “el clásico”, así que tiré al aire una moneda y de esa manera decidí en que sector de la tribuna popular, en que bando, me introduciría junto a aquélla horda de fanáticos y por supuesto que lo haría con mi viejo grabador de bolsillo.

Nunca pude discernir muy bien a aquél deporte que aparentemente inventaron los Ingleses; el porqué todos los protagonistas en el campo de juego se disputaban un cuero redondo y lleno de aire, para mí la solución estaría en darle a cada uno de ellos una pelota y listo.

Allí cuando quise ingresar, radicó mi primer problema, yo no sabía que no se permitía entrar al Estadio con radios, termos o algún objeto que sirviera para agredir, sobre todo a los árbitros.

En la entrada, a mujeres y a hombres, los revisaban como si todos fuéramos “gansters” y quisiéramos introducir algunas ametralladoras o algo así.

Así que tuve que dejar mi grabador dentro de mi automóvil, ubicado y estacionado a varias cuadras de distancia de donde se disputaría el popular evento.

Debí de tomar un taxi para hacer esa diligencia y no perderme parte del espectáculo.

Cuando por fin logré entrar, una verdadera marea humana me ubicó en medio de un perfecto pandemonio de gritos, cantos, insultos incluidos en los mismos, todo el mundo disfrazado, muchos de ellos y ellas con sus caras pintadas como si se tratara de integrantes de una gran murga.

Aquello era digno de una película de Fellini o de una parte del Infierno del Dante.

En el aire de aquel micro clima que se formaba con tanto gentío, se respiraba humo de marihuana, el que se mezclaba con el humo del carbón con que se asaban los famosos “choripanes” (chorizos semi crudos y muy picantes dentro de un pequeño pan) todo olía a vino barato y a transpiración, también algún olorcillo a caño de saneamiento tapado, a aquello se lo denominaba ¡Fiesta! del Pueblo.

Me acordé de aquello de “Pan y Circo”.

De pronto cuando salieron los equipos a la cancha, todos saltaban y gesticulaban como demonios y tiraban toneladas de papeles al son de tambores, trompetas, chifles y matracas y para colmo de males, me vi forzado a saltar con aquellos desaforados; ya que entre sus cantos había uno que recuerdo muy bien y que decía así:

“El que no salta es un aburrido”

“El que no salta es un vendido”

“El que no salta es un hijo de puta”

“Ole, ole, ola, los vaaamos a reventaar”

O saltaba o estoy seguro que de allí no saldría vivo, así que salté, aunque aquello me infligiera más traumatismos y dolores que si hubiera disputado el encuentro que se estaba llevando abajo en el “field” y que por supuesto casi nadie veía, por lo menos sentados como los que estaban ubicados en las plateas.

Para colmo, a mi lado tenía a un veterano señor de color (negro) con algunos dientes menos y disfrazado con los colores de su club, que cada pocos minutos con una aguda y fuerte voz de pito, gritaba junto a mi oído:

“¡Juez botón! ¿qué cobrás? Botón, hijo de puta; la concha de tu Madre”

Así, casi de continuo, aquello era como un sonsonete y cada tanto me miraba con cara de inquisidor, con aliento a vino barato y desparramando saliva como si se tratara de un rociador, me preguntaba...”¿viste que es un botonazo? ¿no te dije que estaba comprado?”, yo asentía, no me quedaba otra.

Como por la mitad del segundo tiempo, lo vi orinar dentro de una botella plástica vacía de refresco, de los de a litro y recaudar orín entre varios de los allí presentes, yo me negué olímpicamente aduciendo que no tenía ganas; luego lo vi perderse tribuna abajo y desde entonces no “gocé”más de su presencia.

Como por un pase mágico, como si flotara en una inmensa alfombra donde me pisaban, me empujaban, tiraban de mi ropa y recibía golpes de todos los tamaños, salí de allí media hora después de la culminación del encuentro, ya casi era de noche y bajo una incipiente llovizna que se acentuaba y con parte de mi ropa arrancada, sin mi teléfono móvil, sin mis llaves del auto, sucio, con mal de estómago y sin mis cigarrillos, sin encendedor y lo más triste, sin mis documentos y sin ninguna moneda.

Me encaminé hacia donde tenía estacionado mi vehículo, esquivando alguna que otra pelea entre parciales y lo hacía casi al trote porque la lluvia ya arreciaba y yo había dejado mi campera en el móvil ya que cuando llevé mi grabador, sentía calor y sólo contaba sobre mi camisa de manga corta, con un liviano pulóver, el que sin duda mi mujer tiraría en cuanto me hiciera presente ante ella.

Ya llegaba a donde estaba mi auto con la idea de recuperar una llave de repuesto que tenía escondida debajo de uno de los paragolpes del mismo, muy cerca de allí, se escuchaba una alarma de automóvil, claro que aquello en los últimos tiempos pasaba como desapercibido ya que la gente, yo incluido, no le prestaban ninguna clase de atención, ya todos lo habíamos incorporado a los ruidos naturales y anormales de la gran urbe.

Cuando ya estaba próximo al mismo, mojado como un pez y maldiciendo como un Beduino al que se les escaparon los camellos; me esperaba otra sorpresita, la alarma que sonaba, era la mía.

El vidrio de la puerta del acompañante estaba hecho trizas y sus restos esparcidos en los asientos y en el piso, sobre la alfombra, tomé la llave que por suerte estaba en su escondite y desconecté aquel ruido al santo botón.

En el lugar de la radio, solo colgaban unos cables, la guantera que estaba abierta, no tenía absolutamente nada, ni el manual del coche, ni la linterna, ni papeles, ni lapicera y otras cosas que todos amontonamos en ese lugar.

Tuve que bajar a seguirme mojando, porque a alguna señorita se le ocurrió usar al parabrisas como pizarra y dejo escrito en él con lápiz de labios, la típica y nunca bien ponderada palabra “PUTO” y al poner en funcionamiento el limpia parabrisas, aquel arrastraba aquella porquería y con el agua de lluvia dejaba grasiento el vidrio en vez de limpiarlo.

Así que utilicé una de las mangas mojadas de mi buzo para limpiarlo en parte y tener por lo menos un poco de visibilidad para poder huir de aquel lugar.

Después de varias maniobras para sacar mi vehículo, me lo habían dejado apretado los que aparcaron delante y detrás; me encaminé con urgencia rumbo a mi querido hogar, rogando que  no me pare ningún inspector de tránsito, podía aquel correr peligro de que lo muerda (¿quién iba andar con aquélla lluvia?), pensando en que cara pondrían mi mujer y mis hijos, cuando me vieran llegar en esas condiciones, desee de todo corazón que no se asusten mucho, auque sabía que luego vendrían las pesadas bromas.

Recuerdo que la frutilla de la torta la puso mi amada Esposa, la que luego de escuchar toda mi lastimosa peripecia, mientras me encaminaba a la ducha, lo primero que atinó a decir fue: “¿No fuiste a la Policía?”

Maldije tanto a mi amigo, a su santa Madre, a sus ancestros y al maldito boliche que nos sirvió de punto de encuentro; maldije tanto que se me terminaron las formas de maldecir y eso que agregué varios conceptos de insulto que había aprendido aquélla olvidable tarde, aquello no me calmó pero en algo ayudó.

Al otro día desde mi lecho de reposo de recuperación, llamé por teléfono a mi amigo y no me pude contener, dejando a mis buenas costumbres y a mi educación de lado, le dije dónde se podía meter su plan de que juntos escribamos un libro.

Le agregué muchos saludos a su señorita Mamá y corté.

Juan Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”

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