De este lado
Juan Ramón Pombo Clavijo

-Siempre; a la salida de la Escuela y junto con otros compañeros que volvíamos a nuestras casas, a la tarde, ya que acudíamos al turno vespertino; solíamos detenernos algunos minutos a observar y de paso, hacer alguna que otra broma.

-La causa de nuestras chanzas, era que transitábamos por la vereda de un “Hospital Siquiátrico”, cuya reja de unos dos metros de altura, de una cuadra de largo y empotrada sobre un muro de un metro mas o menos de altura; dejaba ver edificios que estaban todos flanqueados por inmensos patios y veredas, conjunto todo que conformaba una manzana del nomenclátor urbano ciudadano.

-Nos llamaba la atención ver a los internados, como unos, tomaban sol y otros hacían diversos quehaceres y ejercicios, fútbol, voleibol, etcétera, otros simplemente vagaban conversando con nadie y gesticulaban, formando mil garabatos en el aire a veces con macabra gracia.

-A veces, ciertas aptitudes de éstos, las tomábamos como motivo de nuestros juegos y chanzas y debo confesar que nos burlábamos también, en nuestra inocencia de chiquillos.

-Hermosos jardines también formaban parte de lo que se veía, he incluso a éstos, creo que los mantenían personas femeninas que suponíamos, también formaban parte de los internos, porque todos usaban uniforme.

-Los hombres, saco y pantalón gris y las damas, túnica o guardapolvo color naranja.

-Muchas veces y por la parte de adentro de dicho muro, solíamos ver personas que se acercaban al mismo y de tanto verlas, ya eran como conocidos de todos nosotros.

-Ellos solían tener muy breves diálogos con nosotros, que incluso algunas veces, lo interrumpía la presencia de ciertas personas con guardapolvo blanco y que suponíamos que eran enfermeros o Doctores, que también nos retaban y nos invitaban a seguir nuestro camino, a veces de no muy buena forma.

-Tal era nuestra afinidad, para con ellos y de ellos para con nosotros, que conocíamos el nombre de muchas de las personas que allí moraban.

-A su vez, también conocían ellos, los nuestros y supongo que nos tenían clasificados por categoría, de cara duras que éramos.

-Nuestro grupo que no era numeroso, ya que no pasábamos de seis, cuatro niñas y dos niños, que éramos liderados por una de las chicas que ya estaba en su último año escolar y por ende era la mayor del grupo y la líder del pequeño montón de salvajes que retornábamos a nuestras casas y hacíamos de cada recorrido, una aventura.

-Así las cosas transcurrían y con el correr de tiempo, ya se había hecho costumbre que nos gastaran y les gastáramos, algunas bromas.

-Si alguno nos excedíamos en nuestras bromas, corríamos y nos reíamos, inconscientes de nuestras pícaras diabluras que concordaban con la inocencia propia de la edad.

-De tal forma se nos había hecho costumbre nuestra incursión por dicha vereda, que el día que estaba inestable o muy frío y no veíamos a nadie en los patios y parques, realmente extrañábamos a aquella gente.

-Esas tardes sin encuentro compensábamos el tiempo de demora de todos los días, con empujes, pequeñas peleas que administraba nuestra compañera mayor y a veces nos juntábamos, niñas y niños en patear todo lo que se movía y/o se atravesaba a nuestro paso.

-Hasta llegábamos a invitar a algunos de los internos, con galletitas y caramelos que descontábamos de nuestra merienda.

-Un día, vimos que varios hombres, estaban trabajando del lado de la vereda, en la reja; golpeaban, raspaban y lijaban la misma y la preparaban según nos dijeron para pintarla.

-Allí ya teníamos mas material para entretenernos a conversar, aún a costa de que en nuestros hogares, investiguen por nuestra demora y nos castiguen: teníamos prohibido detenernos en ningún lado y menos pararnos a conversar con las personas, allí recluidas.

-Nos íbamos raleando, a medida que nos acercábamos a nuestros hogares, pero como éramos vecinos, luego de hacer los deberes y si nos permitían, nos juntábamos a jugar y a comentar nuestras diabluras.

-Uno de los que trabajaban en la pintada de la reja, sobresalía de los demás por su simpatía y por lo conversador; aunque en honor a la verdad, todos eran muy amables.

-Con él, solíamos tener todos, largas charlas y aunque los demás no nos resultaban para nada antipáticos, éste señor que llamaré Mateo, se había convertido en nuestro preferido.

-Ya que solía tener siempre alguna ocurrencia humorística y nos enseñó algunos juegos y nos cargaba por nuestras preferencias como simpatizantes de algún club de fútbol.

-Se había hecho costumbre, que nos hiciera preguntas de matemáticas, geografía y otras materias, de acuerdo al grado de clases que le correspondía a cada uno de nosotros.

-Eso nos llamó la atención y ante nuestra curiosidad, al preguntarle al respecto, nos dijo que había sido Maestro Rural de una Escuela de campaña, de un lugar muy distante de la Capital.

-Pero que de eso, ya hacía mucho tiempo y que amaba esa profesión. 

-Les hacíamos muchas bromas con respecto a los que estaban internados e incluso a veces los de adentro, compartían nuestras conversaciones y nuestros chistes.

-También les solíamos gastar bromas por sus overoles azules, muy manchados de pintura y que les quedaban muy holgados a unos y muy apretados a otros, también eso motivaba que de ambas partes, nos regocijáramos y disfrutábamos de aquella pequeña tertulia que nos permitíamos y nos permitían, tarde a tarde.

-Transcurrían los días de este modo, con aquel motivo de distracción al retorno del lugar de estudio y de picardías y juegos que van quedando grabados en el currículum de la niñez.

-Un buen día, ocurrió algo inesperado y que nos molestó bastante a todos los de nuestro grupo.

-Al llegar a la esquina del nosocomio, nos encontramos con la sorpresa de que nuestro paso, estaba interrumpido por unos largos caballetes que atravesaban la vereda y que ostentaban unos agresivos carteles que rezaban “Prohibido Pasar”.

-¿Quién había osado poner esos carteles? y cortar así nuestro paso y nuestro motivo de entretenimiento, si después de todo, el trabajo seguía en forma normal, como todos los días y no veíamos él porqué de tal medida, (lo tomábamos como algo en represalia directa hacia nosotros) y nos sentíamos todos, muy ofendidos.

-Como por la otra vereda de enfrente y justo en la mitad de la cuadra había un quiosco, donde solíamos comprar nuestras golosinas, algún útil y alguna figurita; le preguntamos a una señora que atendía dicho comercio, alternando con su esposo y una hija la atención del mismo.

-Ella nos explicó que como los trabajadores de enfrente se distraían mucho con los transeúntes que pasaban por allí, les pusieron las barreras y así nadie los distraía de su labor y nos tranquilizó diciéndonos que otras personas, también conversaban con ellos.

-Lo que nos asombró, fue que también nos contó que la medida la había tomado las autoridades del Hospital con sus pacientes, que no eran otros que, los pintores que tan bien congeniaban con nosotros.

-En nuestras mentes nos costaba entender, que éstas personas estuvieran haciendo él tal trabajo; siendo internos y por lo tanto enfermos mentales y de acuerdo a nuestra pobre sapiencia del momento, no estaban capacitados para hacer ciertas labores y menos del lado exterior de las rejas que, nos resguardaba a los de éste lado de su peligrosidad.

-¡Cómo estuvimos expuestos! ¡Si se enteraba nuestra familia! ¿Y si eran peligrosos? Cómo nos avergonzábamos de sólo pensar que tantas charlas compartidas con ellos y que nos mofábamos de sus compañeros de infortunio.

-Vi de pronto que Mateo, nuestro hasta ahora recién ¿amigo?, subido a una escalera que nos miraba y no pudiendo contenerme, haciendo bocina con las manos, le grité [ Mateoooo, porqué no nos dijiste?

-Todos observábamos que los obreros nos miraban sin dejar de trabajar; cuando de pronto, vimos que Mateo se bajaba de la escalera y haciendo una seña como de que esperemos y no nos vayamos todavía, se agachó y recogiendo un envoltorio de cigarrillos usado y tirado, lo abría y con la ayuda de un lápiz, escribió algo en él.

-Luego y mirando con un poco de recelo, izo un bollo y lo arrojó con fuerza en nuestra dirección o sea cruzando la calle.

-El bollo cayó contra el cordón de la vereda y muy cerca de mí, por lo tanto, lo recogí y juntándonos todos los chicos en rueda como si fuera un secreto, leímos lo que decía aquel correo aéreo.

-“{No nos dejan hablar con nadie, somos enfermos mentales pero NO malas personas ni somos tontos-----¡Chau! chicos y ¡Gracias por todo!}”

-Leímos varias veces aquella misiva voladora, sin hacer ningún comentario entre nosotros y sin atender en forma irrespetuosa (aunque luego pedimos las disculpas del caso e hicimos partícipe de lo que contenía la nota) a la señora del quiosco.

-Tomamos el camino de regreso sin ni siquiera comentar nada y yo llevando en un bolsillo de mi guardapolvo, aquél pedazo de papel que tenía el valor de la mejor moneda, en ese momento.

-En la soledad de mi dormitorio, releí varias veces, aquél papel que por un tiempo, formó parte de algo importante y lo deposité bien planchado con mis manos, dentro de un viejo cuaderno.

-Me daba vueltas en la cabeza, aquellas palabras expresadas en el papel por aquel insano; claro que NO eran tontos, me dije convencido y en mi mente de niño reflexioné.........

-“Si ellos fueran mayoría, nosotros los menos y ellos, los más; ¿No seriamos nosotros los locos?

-No sé que habrá sido de ti, esporádico amigo Mateo; Pero hoy te agradezco por tu pequeña gran lección.

-¿LA LOCURA, TIENE RAZON DE SER - O LA RAZON DE SER TIENE LOCURA? 

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “El Machuca”

Ir a índice de Narrativa

Ir a índice de Pombo Clavijo, Juan Ramón

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio