Crucero de placer
Juan Ramón Pombo Clavijo

Aquel viaje en Crucero había venido “de arriba” como quien dice; era fruto de un premio sacado de “chiripa” en un sorteo de los que solían hacer los grandes mercados de venta de todo lo que a uno se le ocurriera comprar, desde un simple cepillo de dientes, hasta un automóvil.

Todo lo que se necesitaba era una abultada billetera, una chequera o una tarjeta de crédito, ambos con respaldo de suficientes fondos para surtirse en éstos centros.

Fue en una de esas compras que semanalmente realizábamos con mi mujer y que abastecíamos nuestra cocina, hasta el próximo viaje al súper mercado, que por insistencia de mi media naranja, llené uno de los cupones que luego de pagar nuestra compra, nos dio una sonriente cajera y que deposité en una gran urna que para esos efectos estaba estacionada muy cerca de las múltiples cajas de cobro y que luego casi en un echo simultáneo, me olvidé del caso.

No habían transcurrido dos semanas de aquel casi olvidado episodio, cuando una llamada de teléfono nos comunicaba por medio de una voz femenina que me pareció, la de un ángel; que habíamos salido favorecidos por aquel tan promocionado Crucero por las Islas del Caribe, con una duración de un largo y caluroso mes y con una no muy abultada pero apetecible suma de dinero para gastos, pero que redondeaba aquel inesperado y ampuloso premio.

Quince días después y luego de algo traumáticos aprontes apurados de documentos y dejar todo solucionado por la ausencia, partimos.

Formábamos parte de otras nueve parejas agraciadas con el mismo premio que consistía en viajar en un enorme trasatlántico por varias de las muchas islas del mar caribe.

Claro que en clase económica y con casi todos nuestros paseos condicionados de antemano por la agencia de viajes que fuera contratada por la agencia de publicidad que se había echo cargo de la promoción que ofreciera el conocido súper.

O sea, que seríamos esclavos de las indicaciones y horarios que nos indicarían nuestros guías, pero como “a caballo regalado, no se le miran los dientes”, firmamos todo lo que se nos pidió que hiciéramos y recibimos el dinero extra que incluía el premio, saludamos a nuestra familia, vecinos (con la envidia marcada en sus sonrientes rostros), algunos amigos y nos tomamos las de Villadiego.

Por éstos lugares estábamos en el solsticio de cáncer, o sea en pleno Invierno, por lo tanto en nuestros destinos disfrutaríamos del intenso calor del verano.

Todos los ganadores de aquel viaje, fuimos presentados a bordo de aquel estupendo barco y con los dos guías, uno varón y la otra mujer, políglotas ellos, muy agradables ambos, como no podía ser de otro modo, ya que estudiaban para ese metiere.

Éramos veintidós personas que en las casi dos mil que transportaba la nave, pasábamos casi desapercibidas.

De todas formas todos trataríamos de pasarla lo mejor posible, de eso no me cabían dudas.

En lo que nos era en particular, aquello sería como nuestra luna de miel que nunca pudimos tomarnos; la excusa de siempre, trabajo, hijos, trabajo y más hijos y más cuentas que pagar.

Tendríamos, según nos explicaron unos cuatro o cinco días (dependía del buen o mal tiempo) para llegar a nuestra primera escala, San Salvador de Bahía.

Aunque los comedores y habitaciones de cada clase o categoría, estaban separados por los distintos pisos, había horarios y ocasiones que se nos permitía deambular por casi todo el barco.

Como era casi natural entre nosotros, se formaron varios grupos que se juntaban para charlar, ir a ver juntos alguna película o espectáculo, acudir a alguno de los bares de a bordo o simplemente para tomar el sol que se hacía más picante a medida que nos acercábamos a la línea ecuatorial y que nos permitía disfrutar de una muy agradable piscina.

La llegada de nuestro crucero al puerto de “Bahía”, realmente nos emocionó hasta las lágrimas.

Si bien el barco tocó muelle poco después del medio día, recién se nos permitió bajar a tierra, luego de las diez y seis horas y lo hicimos conducidos por nuestros cicerones; casi nos parecíamos a niños conducidos por sus Maestras, por las innumerables recomendaciones que aquellos guías nos hacían.

También se nos advirtió que deberíamos de retornar antes de las dos de la mañana, ya que el barco se reabastecería y partiría a las cinco horas de la próxima jornada.

Allí nos esperaba un pequeño ómnibus que nos pasearía por aquellas empedradas calles de subidas y bajadas increíbles, donde solo con recorrer unos metros, ya no se veía por donde habíamos pasado hacía uno o dos minutos.

Todo era realmente grandioso por sus casas multicolores, pero donde predominaba el blanco que estaba presente aún en las ropas de los habitantes de aquella tierra llena de música y misterio.

Al anochecer, nuestro transporte se estacionó en lo que según nos explicaron era la plaza principal de la Ciudad, allí en un típico restaurante, podríamos recomponernos un poco del agobiante calor y darle rienda suelta a nuestras necesidades fisiológicas.

Antes de tomar lugar para la cena y luego de algún necesario refrigerio, se nos invitó a recorrer los alrededores, incluida la fastuosa Catedral, nuestras cámaras de fotos agotaban rollos de una manera descomunal.

Se nos permitió recorrer libremente por la gran plaza y por su perímetro por el término de una hora, donde todos los negocios estaban abiertos e iluminados a “full” y donde un mar de gentes se paseaban entre decenas de puestos de venta de una vasta feria artesanal; aquella gente sí que sabía atender al turismo y por algo, éste era el principal sustento de aquella comunidad.

Con mi mujer y un matrimonio con el cual habíamos echo amistad de ocasión y de compañeros del mismo premio, nos internamos en aquella maraña de gente y negocios para comprar algún típico recuerdo o simplemente para extasiarnos con todo lo que se veía por allí.

Mientras las mujeres elegían algún bolso, primer paso para llevar lo que compraran, yo y mi compañero, nos corrimos unos metros para ver una interesante muestra de artesanía elaborada con plata, joyas y todo lo imaginable que se pudiera aplicar y colgar en un cuerpo humano y que estaba atendido por varias personas que vigilaban que ningún turista distraído se retire sin pagar por lo que comprara.

Mi compañero se decidió por una gruesa cadena del noble metal con vistoso tramado, luego de una corta pero firme transacción con la vendedora; para lucir en el cuello.

Mientras que yo indeciso, estaba viendo un hermoso collar con incrustaciones de piedras y deseaba que mi mujer lo viera para que me motivara a comprárselo de regalo, aunque ello limite nuestras compras en aquella escala.

No debíamos olvidar que ésta era nuestra primer parada y según nos dijeron aún quedaban como quince más.

Debíamos de cuidar nuestras reservas de dinero que sumado a lo que nos dieron como parte del premio, habíamos traído como para aprovechar la feliz circunstancia que se nos presentaba, tal vez y sin tal vez, única en nuestras vidas.

Se veía alegría por doquier, tanto del lado de los extasiados turistas, como de las gentes del lugar; las mujeres con sus trajes típicos y los hombres que hasta en el hablar parecían cantar.

Sin duda que aquellas dos caras que se pusieron detrás de mí, también trasmitían alegría, salvo que uno de ellos presionando algo duro y frío en mis costillas....

Con mucha amabilidad y casi en mi propio idioma, me dijo:

---Señor, ¿tendría la bondad de acompañarnos? -  Tenemos que hablar con usted unos minutos.

Y acompañando las palabras con la acción, ambos me empujaron con suavidad hacia un punto no determinado entre aquella maraña de gente.

Me percaté que aquellos lugareños, uno de tez oscura y con motas en su cabeza y el otro, el que esgrimía el arma, blanco y de cabellera muy rubia, ambos muy delgados y con un fétido olor que venía de sus bocas, que me imaginé que era la unión de droga con alguna bebida alcohólica.

Yo miraba desesperado hacia donde estaba mi compañero abonando su compra primero y luego, ya con muchos nervios lo hice en dirección a donde estaba mi Esposa.

No veía a ninguno de ellos y aquello que se quería meter en mis costillas, me empujaba ahora con más saña.

<¿Qué pasa? ¿Quién son ustedes? ¿A dónde me llevan?>

<Déjenme avisar a mi Señora, por favor.>

Aquellos simpáticos individuos, no dejaron en ningún momento de sonreír, incluso cambiaban bromas entre ellos.

Cuando quise acordar, ya estábamos cruzando una ancha calle de las que circundaban la plaza y cuyo tráfico era muy intenso a esa hora de la noche.

¿Qué querrían aquellos hombres?

¿Serían los tan difundidos ladrones de éste hermoso País? - ¿Porqué a mí?

Allí del otro lado de la calle en la vereda que pertenecía a la iluminada Catedral, había un Policía con el inconfundible casco blanco.

Trataría de llegar hasta él y de ese modo terminaría con aquél incidente; de que éstos hombres no eran Policías, no tenía dudas, ya que en ningún momento me pidieron los documentos, ni exhibieron los suyos. ya estábamos muy cerca del custodio del orden.

De pronto aquello que me imaginé que era un arma, se materializó bajo mis narices en un enorme revólver de color negro y mientras el que me apuntaba le daba la espalda al servidor del orden, el otro se abrazó a mi muy cariñosamente, como si yo fuera su amante o algo así.

Me musitó al oído casi dulcemente:

--Si no quieres morir aquí mismo, sigue caminando con nosotros y sin gritar o intentar nada raro. ¡Rápido!

Yo, lo único raro que noté, fue que el Policía, se daba media vuelta y se alejaba de la dirección que llevábamos y en ese momento sentí que mis piernas, empezaron a temblar.

Mi mujer, ¿se habría percatado de algo?.

Quizas mi compañero, se aya dado cuenta de todo y pronto, alguien acudiría en mi ayuda.

Mis delincuentes compañeros y yo, nos internamos en una calle que daba al costado de la Iglesia, allí y a los empellones, me hicieron subir a un auto estacionado junto a la vereda que su declive de bajada acompañaba a la empedrada calle que sin duda desembocaba en el mar.

¿Porqué, todas las calles laterales de las Iglesias que conozco, adolecen de poca luminosidad?

¿Habrá algún convenio secreto con la Curia?

De bruces, me hicieron caer en el piso de aquel incómodo automóvil, en la parte de atrás, pasando por una de las puertas delanteras, ya que éstos modelos sólo cuentan con dos puertas; dándome órdenes para que no me moviera ni levante la cabeza o de lo contrario me ultimarían allí mismo.

Todo esto sugerido brutalmente por la fría arma que se paseaba de la espalda a la cabeza, machucándome sin duda varias partes de mi ya tembloroso cuerpo.

En ese momento se me cruzaba como una ráfaga de imágenes, todo lo que uno veía en los noticieros y en la prensa en general, sobre la violencia arraigada en los círculos delictivos de este hermoso País.

Todo aquello y la incertidumbre de lo que harían conmigo, sumado a las tremendas dudas de lo que sucedió con mi Esposa, ¿se habrá percatado de algo?, me oprimían el pecho como una aplanadora y mi corazón amenazaba con saltarse fuera del pecho.

Cuando pusieron en marcha el coche, traté de recordar alguna oración, pero la irracionalidad que asistía a mi cerebro, podía mas y me faltaba saliva en mi boca por la furia que me subía de mis entrañas.

Aquella incómoda posición no me dejaba ver absolutamente nada, salvo la mal oliente alfombra de goma y parte del respaldo de los asientos delanteros.

Caí en cuenta que mis manos estaban libres y traté de urdir algún plan, no debía de dejar que aquellas alimañas terminaran con la vida del hijo de mi finada Madre, sin intentar algo, no sabía qué, pero algo intentaría.

¡Ho! Que bronca tenía, que estaba superando a mi descomunal miedo y a ello contribuía la adrenalina que en esos momentos, sin duda fluía a chorros por mis venas.

Nunca había experimentado en mi vida aquellas ganas locas de matar a un semejante o dos, como en aquellos precisos instantes, de alguna forma debía de salvar mi vida, ya que no me quedaban dudas de que aquellos mal vivientes, se desharían de mi osamenta en cualquier momento.

Al notar que no me habían quitado ni mi dinero, del que llevaba una generosa cantidad, ni ninguna otra pertenencia como mi reloj o mi anillo de casamiento, era lo que me infundía más miedo; ¿qué buscaban éstos hombres?

Tal vez primero me matarían y luego me despojarían de mis pertenencias.

Pocos metros había avanzado el móvil, cuando se detuvo, yo que ya estaba haciendo con una de las alfombra de goma un rollo, me incorporé un poco, simulando que me estaba acomodando el cuerpo, ya que tenía el arma apoyada a mis riñones y por la ventanilla me percaté de que estábamos detenidos en la esquina por la acción de los semáforos.

Ellos, algo decían de un morro y nombraban a cierta gente que sin duda, eran amigos o cómplices de ellos, por ahí reían o pegaban unos gritos como demonios.

De pronto todo se convirtió en sirena, gritos, disparos de armas, arranque violento de vehículos y un violento choque contra otro automóvil que circulaba traversalmente al darle paso el semáforo.

Luego del golpe, ambas puertas se abrieron y mis no queridos acompañantes, tirando maldiciones y tiros, salieron corriendo entre el tráfico seguidos por unos Policías que circulaban en un móvil de los que llamaban “Buggi”.

Viendo todo a través de mi posición y con dolores adicionales en mi cuerpo, me incorporé y salí del vehículo.

Algún transeúnte solamente miraba todo aquello como si fuera algo ya cotidiano y que no merecía ninguna atención especial.

Corrí por la vereda de aquella larga cuadra, por el costado de la imponente Iglesia, hasta llegar de nuevo a la Plaza que seguía atestada de turistas y lugareños, en el camino me crucé con el guardia civil que por unos instantes fue mi esperanza de salvación, que estaba conversando muy animadamente con una chica, una “garotta”.

Sacudiéndome la ropa estuve varios minutos buscando a mi mujer y al matrimonio compañero de viaje.

Cuando mi Esposa me vio, lo primero que me dijo fue:

---¿Dónde te habías metido? ¡Ya me estaba preocupando, porque creí que te habías perdido!

---¿Qué te pasó en la ropa?

---_¿Te caíste? ¡Mira como estás transpirando!

Y casi sin tomar aliento agregó;

---Te buscaba porque vi un hermoso collar de plata con incrustaciones de piedras y quería consultar contigo.

¿?-------¿??????

Tendría un largo viaje y varias razones para contarle.

Juan Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”

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