Asesor de marketing
Juan Ramón Pombo Clavijo

La tarde lucía espléndida, tarde larga de verano y con el agregado poético que le daba el marco del pequeño muelle de pescadores sito en una muy abrigada rada a la que resguardaba de los fuertes vientos, una conformación natural de grandes rocas que conformaba parte de una prolongación de cerro y cuyo extremo; como un gigantesco brazo, se sumergía en el eterno Océano.

Alguna barca de pocos metros de eslora, alguna chalana, algún viejo bote de remos, era lo que ocupaba amarradas, casi la totalidad de la superficie del viejo muelle.

Se veían añejas redes, cabos y boyas como custodios de una tradición ancestral de los que utilizaban aquellas artes como medio de vida, de generación en generación.

El sol galante, aportaba su calidez para que las chicharras se luzcan en concierto cadencioso.

Las gaviotas, algún que otro pájaro y el salto de algún pez con sueños de “Ícaro” de querer tocar el sol, era todo lo que se movía a aquella hora de la siesta; esa misma tranquilidad se trasuntaba en las pocas casitas de madera y chapas que conformaban las viviendas de aquel conglomerado de pescadores.

La monotonía de pronto se vio alterada por la llegada de un pequeño ómnibus de los usados para excursiones.

Había llegado por el único camino que luego de unos tres kilómetros, éste desembocaba en una carretera; la que usaban los que venían a retirar la producción de pesca de aquellas gentes, siempre y cuándo el camino lo permitía y éste no se cortaba como consecuencia de las lluvias.

Estaciono el micro a la sombra de unos enormes árboles que se erguían a unos cien metros del muelle.

Bajaron del mismo, no más de diez o doce personas de ambos sexos.

Lo que dejaban ver, de acuerdo a la calidad de sus ropas y las diversas cámaras de fotos y modernas filmadoras, así como las atenciones que les prodigaban un par de guías políglotas, que eran gente de muy alto nivel económico.

Algunas de éstas gentes, bajaron con sus pies descalzos, casi en carrera hacia la orilla a mojar los mismos.

Otros se interesaron en observar a una distancia prudencial, las casas y lo pintoresco que les resultaba ver todas aquellas cosas que componían las artes de pesca.

Sólo se veían y oían unos chiquillos, que al amparo de la sombra que les daba un bote dado vuelta y subido a un metro del la arena y sobre una especie de doble palenque, observaban a aquella gente.

A los niños no les llamó mucho la atención la incursión de aquella gente, ya que estaban acostumbrados que en época estival de verano, solían venir todo tipo de excursiones.

Los pequeños dejaron sus juegos y se arrimaron a los visitantes, para que ellos les hagan preguntas y de paso les den algún regalo o golosina.

Resaltaba en éstos chicos la buena educación, cosa que les ganaba la simpatía de los excursionistas.

El grueso del grupo, se fueron alejando caminando por la orilla juntando algún que otro caracol o lo que les sirviera de testimonio para mostrar a su vuelta, los consabidos “souvenir”.

Un integrante de aquellos visitantes, un hombre muy alto, con cabellos rubios que protegía con un sombrero que rayaba en el ridículo para cualquier habitante del lugar pero que la fuerza de las modas y los modismos que son dispares en todos lados, le permitía ostentar aquel adminículo con total displicencia y soltura.  

Enfundado en largas “bermudas” y con una camisa que tenía todos los colores del arco iris, encerraba sus pies con unas gruesas sandalias.

Lo que dejaba en evidencia que era lo que se dice comúnmente, “un hombre de gran Mundo”.

Iba esta persona caminando por el muelle, sacando fotos a diestra y siniestra cuando algo le llamó la atención, meciéndose en el leve bamboleo que le producía el suave oleaje y acostado en un tablón que hacía las veces de asiento en una pequeña chalana; se encontraba un hombre de mediana edad, con el torso desnudo, enfundado en un pantalón corto que había sido largo alguna vez y que cubría su cabeza con una muy vieja gorra de visera.

También le llamó la atención el nombre del barquito, ya un poco borrado por las inclemencias del tiempo y por seguramente del largo tiempo que fue pintado; “PARAÍSO”.

Estaba sacando el visitante algunas fotos de aquél, cuando notó que éste se movió algo para retirar en parte la gorra y ver a que se debía aquel ruido que interrumpía su sagrada siesta.

La intromisión en la tranquilidad del pescador, le hicieron sentir culpable al turista y como en un acto reflejo y de buenas costumbres, se sintió obligado a pedir disculpas, dejando trasuntar en su acento que era habitante de algún País del norte.

Se entabló una conversación casi intrascendente, mas que nada por la amabilidad de ambos.

Que del mar, que de la pesca, que del tiempo y otras trivialidades.

Palabra va, palabra viene, una invitación con cigarrillo de parte del visitante y una invitación a que éste suba a bordo a ponerse cómodo y poder hablar cómodos a la sombra que prodigaba un pequeño toldo de la barca.

Al recién llegado le gustó la oferta de diálogo que se presentaba y se dispuso a invertir de esa manera la hora de tiempo que dispondría junto a sus demás compañeros de viaje, antes de proseguir con aquel “tour” que les obsequiaba el lujoso hotel en que estaban alojados.

Ellos eran parte de un “Congreso Internacional de Asesores de Marketing”, el que se estaba llevando a cabo en la gran Ciudad y al que concurrían personas de muy alto nivel económico de todo el Mundo.

El anfitrión de la pequeña barca, tratando de ser todo lo amable que le permitía su condición de hombre modesto, se dirigió a una pequeña heladera portátil y sacó dos heladas botellas de cerveza e invitó a su ocasional invitado.

A los pocos minutos de conversación, aquel extranjero, con no poca sorpresa se percató que delante de él y enfundado en aquel cuerpo de pescador, había un hombre sumamente instruido y con grandes conocimientos del Planeta.

Según le contara a modo de preámbulo el dueño de la embarcación, éste tenía estudios terciarios cursados y que por circunstancias de la vida, no había culminado y que por lo visto había viajado mucho en sus años jóvenes, aunque su edad, no pasaría del medio siglo.

Que su vivienda formaba parte de la pequeña aldea que se veía en la rivera y que su estado civil, era el de un hombre sin compromisos, soltero y que vivía solo, con un pequeño perro.

No fue sino luego del segundo cigarrillo que el “Asesor de Marqueting”, sintiéndose dueño de la atención de su anfitrión, tomo una larga bocanada de aquel aire puro, empezó una perorata que tenía visos de estar ejerciendo, aunque de manera gratuita su profesión.

Comenzó diciendo:

_ No me explico cómo una persona como usted con sus conocimientos académicos; esté acá en éste rincón olvidado, aunque debo admitir que tiene su encanto.

_ Teniendo la riqueza al alcance de las manos, este dejando pasar la vida sin sacarle provecho ¿sabe el dinero que se está perdiendo?, es más, yo diría la fortuna que está dejando pasar de lado.

En las pausas que el disertante hacía para evaluar sus próximas palabras, ya que si bien dominaba muy bien el castellano, de vez en cuando se le trabucaban algunas palabras en su traducción.

En éstas ocasiones su atenta y única audiencia, tomaba su esfuerzo como algo divertido, aunque en su rostro no dejaba trasuntar nada que no fuera su total atención.

_ Usted podría intentar tener no sólo esta pequeña barca, sino un par más con gente que trabaje para usted y con la captura que realice, comprar un camión para transportar los peces y los de otros pescadores, directamente a la fábrica y de ese modo eliminar a los intermediarios.

_ Por supuesto que para comenzar usted puede hacer un préstamo bancario que irá amortiguando con lo que va produciendo ¿no le parece?

El pescador sólo atinó a decir, en forma un poco tímida:

= Y ¿para qué?

_ Cómo ¿para qué?, para que al poco tiempo y en vez de ésas pequeñas barcas, se compre un barco y cuya captura de peces, le permita en poco tiempo tener dos o tres barcas más y una pequeña flota de camiones.

_ Así de esa manera usted ya con nuevos créditos y con lo que produciría su ahora gran empresa pueda comprar la procesadora de pescado y vender al exterior, al gran Mundo, ¿qué me dice? ¿verdad que es buena idea?

Misma cara de circunstancia, sólo un rictus de perplejidad y un poco apurado por la pregunta imprevista, ya que estaba dejando pasar por su garganta lo que quedaba de cerveza en la botella con la complicidad del gollete de la misma, respondió tímidamente:

= ¿Y para qué?

Ésta respuesta pareció exacerbar al disertante, pero supo simularlo muy bien apelando a su profesionalizad y prendiendo otro pitillo continuó.

_ Para que en muy poco tiempo usted tenga una verdadera flota que atrapen peces y que transportados en sus propios camiones y procesados en su propia factoría, su empresa pueda vender en los mercados de todo el Mundo en los países que están ávidos de comprar alimentaos.

_ Por supuesto que con toda modestia, yo mismo lo podría ayudar a buscar buenos mercados y a que usted abra en esos lugares, oficinas que le faciliten su comercio con los mismos.

  _  ¿Me entiende?

= Más o menos, pero me pregunto ¿para qué?

_ ¿Cómo para qué?

_ Para que usted pueda subir en sociedad y que los demás lo miren con respeto y con envidia, ya que podrá tener todo lo que ambicione, dinero, mujeres, buena vida o formar una familia.

_ Pasearse por los Países que no conoce y tener una abultada cuenta bancaria, así también las propiedades y lo vehículos que apetezca.

Aquí el asesor, detuvo brevemente su charla para mirar su costoso reloj y llevarse un nuevo cigarrillo a sus labios, pero ésta vez no invitó a su interlocutor que aunque notó ésta acción, optó por tomar uno de los propios.

_ Usted no puede desaprovechar lo que puede hacer con su vida para tratar de vivir mucho mejor.

De pronto la monotonía se vio interrumpida por el sonido de una potente bocina que provenía del vehículo que había traído a los turistas y que los llamaba para partir a otro destino de su derrotero.

Se aprestó a partir hacia el micro el visitante y poniéndose de pie junto con su anfitrión, no ahorró palabras para sus consejos y a modo de despedida, le aspetó a su ocasional audiencia, al que no vio con mucho entusiasmo de seguir sus inteligentes indicaciones, fruto de su larga trayectoria de estudios y experiencias en los mercados del Mundo.

_ Piense mucho en lo que le hablé, aquí le dejo mi tarjeta, demás está decirle que estoy totalmente a sus órdenes.

_ Siga mis consejos y verá que cuando tenga su fortuna se podrá retirar a disfrutar de la vida y a hacer lo que se le antoje, sin que nadie lo moleste.

Subiendo el viajero al pequeño muelle y dándole la mano a su anfitrión a modo de despedida y agradeciéndole por la fresca cerveza, le dijo a modo cerrar su disertación:

_ Espero que se decida pronto a tomar cartas en el asunto que le hablé, así y ese modo va a poder ser definitivamente feliz y disfrutar de la vida por el resto de su existencia ¿No le parece?

Apretando su mano en un gesto de sinceridad, el solitario pescador le despidió con una pregunta que desconcertó al turista, pero que le llegó a sus fibras más íntimas y que le harían rever a él, el dechado de virtudes para loa negocios, los conceptos vertidos en toda su larga carrera de disertador...

= ¿Y que cree usted que estoy haciendo?

Diciendo esto, el hombre sólo, haciendo un casi imperceptible mohín con sus labios, se dispuso a retornar a su interrumpida siesta

Se pudo ver bajo el ardiente sol, a un hombre que desandando su camino y que a juzgar por sus hombros caídos, llevaba todo el peso de una vida que se arrastró por rumbos equivocados.

Juan Ramón Pombo Clavijo
Diálogos de boliche
Del Libro “Batuque”

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