Homenaje a Hyalmar Blixen.
La resurrección de indoamérica.
Por Augus Poet. Para La Revista Poética Nacional.

Enamorado vitalicio de este continente, en su presente y futuro a través del conocimiento espléndido pasado, este escritor de cincuenta y siete años, novelista (tres veces ganador del Premio Nacional), profesor de asignaturas tan variadas y vastas como las de las de Literatura de América Precolombina, Literaturas asiáticas y cursos en la Escuela de Bibliología acerca de "Los grandes libros", "Historia del libro" y "Libros y documentos nacionales"; apasionado poeta en toda su obra escrita, develador de un mundo original, de una extrema pureza y de una cotidiana poesía que era menester rescatar y recrear; todo esto y bastante más hacen que nosotros dediquemos el siguiente micro – ensayo en homenaje del amigo, el hermano mayor, con lo cual – y en última instancia – estamos rindiendo un mínimo tributo al ayer luminoso de esta tierra, preámbulo de lo por venir.

 

"Vengo a hablar de América Latina. Quiero decir lo que creo que piensa mi generación. Vengo a expresar lo que creo que es la verdad, aunque ésta es algo tan personal, que habrá dos verdades mientras existan dos hombres".

Paraninfo de la Universidad. Año 1943. Se está realizando el ciclo "Arte y Cultura Popular". Atestado de jóvenes, estudiantes en su gran mayoría; quien esas palabras pronuncia, un joven de inquieta mirada y delgada figura, ese lunes, 24 de mayo, prosiguió leyendo con tono solemne:

"¿Por qué al lado de los Estados Unidos del Norte nacieron los Estados Desunidos del Sur? ¿Por qué se unieron en Federación las colonias de cultura sajona y no se unieron las de cultura latina?".

Y en medio del natural interés que tensamente crecía, continuó, tras historiar los procesos análogos suscitados entre las dos zonas hemisféricas.

"Ese ideal unionista ha sido defendido por la pluma batalladora de vigorosos escritores: Juan Bautista Alberdi, en 1844, propicia un congreso general americano, para ocuparse, sobre todo, del bienestar del continente...".

Y plantea en el plano quizá de una no tan lejana realidad.

"Tal vez algún día, limados los recelos entre las razas, las civilizaciones y los sistemas jurídicos y sociales, se pueda realizar el sueño de Kant y los hombres se sientan ciudadanos del mundo".

En defensa de esa potencial unidad americana, le asigna fundamental importancia al hombre de intelecto.

"Mantener, en primer término, en su mayor pureza posible al idioma castellano que es uno de los vínculos más grandes que nos unen; salvarlo de su enemigo mortal, la incultura".

"Mantengamos y purifiquemos más aún, en estos pueblos el sistema de gobierno democrático representativo, no sólo por las virtudes que en sí mismo encierra, sino también, porque son los pueblos quienes deben decir si quieren o no vincularse, y toda obra hecha contra la opinión de las multitudes, es obra deleznable y condenada a perecer".

Y traza inmediatamente las invariables coordenadas de toda su futura actividad creadora; el joven de veintisiete años, dibuja – proyectada en el túnel del tiempo – cuanto habrá de realizar no bien los años de madurez le alcancen:

"Que se conozca la historia de América desde su remoto pasado indígena, desde las antiguas civilizaciones de Thiahuanaco, de Cuzco, de Chichén Itzá o de Uzxmal, hasta los últimos acontecimientos..."

"América continente nuevo, sin prejuicios, sin odios, sin delirios racistas, sin ese afán de dominar por dominar , demostrará cómo la protección de la individualidad no va en desmedro de las colectividades y cómo la sociedad no tiene por qué ser un monstruo que devore al individuo y lo encasille en una cifra, en un número, en un estante".

La salva de estruendosos aplausos que estalló al finalizar estas palabras, lejos de apagarse, demuestra hoy – con los hechos a la vista, la perennidad de estos pensamientos: América y su cultura, la defensa de ambas, por el hombre libre.

Pero; ¿quién era este jovencito que por ese entonces se permitía llamar a la unidad urgente de América? ¿Acaso un sofista lingüístico? ¿Un idealista juvenil preocupado en llevar aguas de fama al molino de su nombre?

Los Iporas

Algunos años antes, en 1939, siendo adolescente, había publicado un libro de cierto volumen: "Los iporas", cuyo leif – motiv lo constituía la lucha de los pueblos charrúas contra los invasores guaraníticos, tribus de carios antropófagos venidos desde las tierras del norte de Brasil.

Y lo hace rompiendo el manido esquema de verlo todo con ojo europeo.

Nos quiere llevar en presencia de un charrúa en el apogeo de su vitalidad biológica: independientemente de idealismos benévolos, presentándolo por él mismo, en el inmenso fresco de su obligada belicidad.

Comienza con estas imágenes el Canto I:

"Para cantar el yarabí charrúa, roba al aire sus suspiros; ¡oh dulce quena! Toma el suave bramido del guasubirá, y el sereno ensueño del Hum, el poderoso río.

Que el lindo taciturno te haga sonar en el fondo de los bosques, a los que asoma Yací, la blanca Luna, ipora de los tristes.

Que el alma del guerrero que duerme el sueño frío te arranque notas más desoladoras que las del viento, más frías que las de la serpiente mboichiní, más suaves que las del urutaú, el ave que llora; y si supieses de notas más tristes aún – para cantar el yarabi charrúa – lánzalas al aire, ¡oh dulce quena!".

El título del libro refiere, sin duda, a una representación de las fuerzas naturales, los duendes o geniecillos del mundo indígena. Blixen pinta con vigor – tomando como excusa los aprestos guerreros – las costumbres, los usos, los ideales de los aborígenes del sur. Hay un aire hondo de leyenda, una poesía manifiesta en la escenificación de paisajes, como ésta del canto V, que reproducimos para ilustrar al lector:

"Y a la vez que las indias prendían los fuegos en los toldos, Tupá empezó a encender la hoguera del Poniente, mientras el cielo, por el extremo opuesto, se fue tiñendo de un triste gris azulado. El bosque comenzó a iluminarse de anaranjada luz; y a esta señal, que revelaba la aproximación de la noche; el ipecú dejó de golpear en los troncos, la taimada micuré se ocultó en su madriguera, y el pájaro de fuego ganó las altas ramas de los árboles.

Las últimas bandadas de torcazas abandonaron la campiña y los barrancos, y en las lagunas, la garza rosada se inmovilizó sobre una de sus patas zancudas, más taciturna que los propios indios.

Entonces los Espíritus de las Sombras soplaron sobre la inmensa hoguera del Poniente, obedeciendo el mandato de Añang, y la luz se evaporó de la tierra, y jugueteó un momento entre las nubes de amatista y cuarzo. Después se fue diluyendo paulatinamente, y con las primeras sombras azules aparecieron los nibopies, que comenzaron a ejecutar los vuelos".

Utilizando un lenguaje rico en imágenes, nutrido por cantidad de voces indígenas. Los Iporas va dibujando los diversos perfiles de pueblo charrúa. Hay un reiterado afán por ilustrar a través de una casi cinematográfica escenificación – estilo propio del autor -: así, nos enteramos de las artes manuales, cuando en el canto VIII refiere:

"La piedra resonaba sobre la piedra. El sílex, el pórfido y el granito sufrían la implacable carcomo de los alisadores; y tomando variadas formas, se convertían, por la experta mano de los indios, en yunques, en morteros, en cuchillos, en punzones, en silbadores, como el ofidio; en puntas de flechas, en rompecabezas puntiagudos y en lanzas, que penetrarían en la carne, como el rayo de los astros en la voraginosa selva".

Dulces pinturas típicas de América fluyen por doquier: Blixen, se diría, suele tomar el lenguaje cual una palestra, y logra arrancarle al idioma los más puros colores, así, el canto IX, acerca de la fauna expresa:

"Cuarahug había salido ya de la negra y lejana cueva del horizonte, para encender con su pecho cubierto de plumas de fuego, con su pecho cubierto de plumas de fuego, la hoguera del levante, que era límite del poderío de los indios.

Los cielos se hicieron celestes y diáfanos; los lagos y los ríos irradiaron una suave claridad, y la ondulada campiña recobró su inmenso verdor.

Entonces la calandria rasgó los aires y, perdida en la inmensidad del azul, donde no podían alcanzarla las miradas de los hombres, cantó la alegría de la aurora nueva. Comenzaron sus arrullos las torcazas entre el ramaje perfumado y umbrío; el carpincho y la nutria se introdujeron en las aguas; la serpiente se desperezó de su nocturna soñolencia, y el yaguné, el aguará y la taimada micuré, invadieron, seguidas de sus crías, los intrincados caminos de la selva".

El clímax de la obra está situado entre los cantos XVII y XVIII: en el primero, sucede la muerte de la virgen india Ivaga, hija de Asurúa, en manos del ipora Añang (espíritu del Mal), en detrimento del amor del charrúa Yapacaní, amado de la india, y del pérfido interés de Popenó, el yaro; en el segundo de los cantos citados, se produce la confrontación tajante entre el espíritu maligno (Añang, ya citado) y el desconsolado Yapacani, quien prácticamente cae herido de muerte, siendo salvado pro milagroso conjuro.

A esta altura del cantar, a medida que el extenso relato se aproxima a su culminación, aparece una dura premonición acerca de la extinción de la raza, en labios del redivivo charrúa:

"Pero Yapacani vía más lejos que ellos. Vislumbraba la derrota de Añang y la venganza charrúa. Con voz apagada pero serena, profetizó a los indios:

-El enemigo que vendrá, será poderoso. Arrollará vuestras tribus, masacrará a vuestros hijos y robará vuestras mujeres. Uno a uno caerán los más temibles yarúas y la raza será rechazada hasta más allá del Ibicuy. Pero cuando el último de los nuestros caiga sobre la ensangrentada tierra, y se apaguen sus ojos y su voz se le hiele en la garganta, entonces se soldará la lanza y Tupá nos vengará de Añang.".

La guerra de los dioses

Aquella primigenia vocación americanista manifiesta en el joven de veintitrés años, con el decurso del tiempo, lejos de borronearse, adquirió proporciones de obsesión, sagrada obsesión por remover, recrear, todo un pasado sumido en tinieblas.

En el prólogo de su obra subsiguiente, La Guerra de los Dioses, datada en 1947, Blixen, rondando los treinta y un años, manifestaba:

"He querido hacer un libro americano, un libro independiente de la influencia europea. ¿No es nuestra misión buscar una expresión propia? Por eso traté de realizar aquí dos cosas: una de ellas consistió en rechazar, en lo posible, la técnica literaria de los europeos.

(...) ¿De qué manera puede entonces no imitarse lo europeo. Uno de los tantos modos consiste en abstenerse (y eso es lo que busqué aquí), de adoptar las escuelas literarias que el viejo continente creó".

Y tras enumerar diversas escuelas, expresa: "Todos (...) obedecieron y obedecen a fenómenos sociales, políticos, artísticos, etc., puramente locales, puramente europeos. Fueron y son el producto de pueblos, medios ambientes y momentos que no son los nuestros. ¿A qué imitrarlos, entonces?.".

¿Por qué vamos a ceñirnos, invariablemente, los americanos, a las formas de la novela del cuento, del poema – ya épico, ya lírico – de la comedia o del drama?.

"Con estas y otras cosas he buscado amorosamente, desde 1939, época en que empecé los trabajos de este libro, hacer una obra técnicamente no europea, peor lo no europeo no significa por sí solo, americano, porque puede caerse en lo cosmopolita.

Por eso tomé problemas y sentimientos de nuestro continente; en esta obra se exalta la paz y también la libertad y el amor a la justicia, y la dignidad de la persona humana y muy especialmente la hermandad de los pueblos de América".

El canto I, titulado Libro de Waliche, comienza:

"Y fue celebrado consejo en el Ivaga, sobre las nubes, en el país azul de los dioses. Y hubo concierto, hubo junto de los dominadores, de los que tienen señorío sobre la tierra y en el cielo. Y concurrieron solamente los dioses sin pecado; únicamente los buenos dioses".

Y, acto seguido, toda la mitología nativa de estos lares sureños, es descripta:

"Allí estuvo el del amor, Mburailhú, pero no Urú – Aguará, el pájaro zorro, dios de hechos injustos; allí fue Tamó, dios de la esperanza, pero no Urú – Pirá, el pájaro pez. Hasta el Ivaga descendió también Guidri, banca señora lunar, bálsamo de los enfermos, protectora de los tristes, pero no Waliche, el Tentador, que sabía despertar en las almas la fiera que duerme; en medio de todos ellos estaba Tupá, el alto, el misterioso, el resplandeciente señor de toda bondad, pero no Añang, el Perseguidor, el dios verdugo, contra quien los hombres se armaban aún después de la muerte.

Y vinieron los genios que ríen en la aurora y los serenos señores de los lagos y los buenos espíritus de los árboles de los lagos y los buenos espíritus de los árboles y los que humildes moran en las colinas alegres y los mansos guardianes de los ríos. Pero no los que se retuercen en el rayo, ni los que se rebelan en las tormentas, ni los que arrojan las piedras que caen de las cumbres, ni los que abren la tierra, de pronto entre lenguas de fuego.

Los dioses meditaron entre nubes y montañas. Celebraron consejo sobre el destino de los gigantes, de los gigantes que eran también montañas de soberbia.

¡Elevad la faz a las alturas! ¡Adoradnos! Les había sido dicho por los dioses.

Pero aquellos temían levantar el rostro hacia el Ivaga. Se hubiera conocido entonces su corrupción, su molicie; se habría sabido que daban en sus almas hospitalidad al pecado.

Sobre el Paraná Guazú, sobre el caudaloso Uruguay, los gigantes tenían su dominio, así lo cuentan los viejos relatos, así se dice desde antiguo. Ellos se creían iguales a los dioses y se alababan, se enorgullecían diciendo que las grandes montañas eran sus madres.

-Que sean destruidos, que se humillen por la eternidad, fue la palabra del Consejo. Que sean desterrados de su país, que llegue el momento de su desgracia, de su huida hacia el sol muriente y allí se tornen de nuevo montañas, piedras. Ese fue el pensamiento del Ivaga.

Los dioses escrutaron la faz del mundo buscando un pueblo que pudiera destruir a los gigantes".

"(...) Y entonces se posaron las miradas de los seres celestes en el pueblo charrúa, cuando aún vivía éste a orillas del mar Caribe, junto al que fue llamado antiguamente golfe de los Charrúas y rodeado de sus hermanos de lengua, los arawaks.

-Que ellos sean los elegidos; a ellos ayudaremos con el fuego celeste cuando destruyan la estirpe de los gigantes.

Los dioses hablaron entonces al oído de los machis, y les dieron órdenes precisas.

A causa de esto, vino la emigración de los charrúas hacia las tierras del sur".

Así, hilvanando leyendas, con un tenue trabajo de indagación histórica unido a las virtudes imaginativas, el autor nos sume en la lucha frontal entre el bien y el mal, la luz y la sombra, eterno tema cuya novedad la es aquí el tener como escenario y protagonistas, a esta zona americana y a sus primitivos habitantes.

Hay, avanzando en la lectura de esta Guerra de los Dioses, en lo que llamaríamos canto XV, o libro del Pay Zumé, una curiosa escena y un personaje de muy valiosa contextura: ese Pay Zumé, diríamos, el Jesucristo americano, aquel que vino a la tierra para expirar los pecados humanos.

Sin embargo, aquí, en el contexto de esta obra, en la dialéctica narrativa, asume una posición más tajante: defiende al hombre – cual el Prometeo griego – de la omnímoda voluntad divina; veamos:

"Y solamente se sabe – continuó Sepé – que los dioses miraban la faz del mundo y no hallaban en él sino maldad, sino engaño. Y en sus corazones germinó la idea de deshacer lo hecho de destruir la humanidad. Vieron al poderoso abusando del humilde y del pequeño y al hábil guerrero pospuesto en el mundo por el inepto jefe y a la virtud objeto de desprecio y al amor profanado por las pasiones bajas y vieron al hermano acechar al hermano y a los pueblos vigilarse, rencorosos, y ala esposa convertida en esclava, y vieron al vencido mutilado en el tacape y al pillaje descarado llamársele campaña bélica.

-Que el agua cubra tanta miseria, tal podredumbre, fue ordenado; que sobrevenga de nuevo la destrucción del mundo por los mares, fue dicho.

Entonces, hasta el oído de los dioses llegaron las alabanzas que se hacían el Pay Zumé. Los celestes escrutaron el lomo del Gran Caimán tierra y observaron los actos del Resucitador, y al escuchar sus palabras se sintieron llenos de perplejidad".

Sobreviene el diálogo con Zumé, las reiteradas tentaciones, actitudes de probanza, hasta que directamente interrogado, responde:

"No soy dios ni hijo de dioses. Pero el amor de justicia que siento dentro de mí se me asomó al rostro y se me hizo sonrisa Blanca, Luz Blanca, fue la respuesta".

"¿Y qué haces en las selvas, junto a las tierras? ¿Y qué haces en las tabas, junto a los hombre? – preguntaron los dioses".

"Conforto a los que padecen oscura sed".

Y ya, cuando se alcanzan las cumbres del dialogado, se nos revela la enorme humanidad del personaje:

"Anuncias que un día saldrá el verdadero sol, nacerá el alba. Dinos ¿eres tú el alba?

Y él respondió:

No soy eso que dices, sólo una pequeñita luz en la alta noche.

Desde el país azul de los dioses tronaron:

Sobre la tierra no existe sino podredumbre; no hay sino corrupción, sino engaño. Pero ésta va a desaparecer. Ha llegado el momento de la segunda muerte, de la segunda purificación del Gran Caimán Tierra. Solo tú te salvarás y vendrás con nosotros a las alturas del Ivaga.

Pero Zumé movió la cabeza negativamente:

¡Amos celestes, haya piedad en vuestros corazones para el hombre! Dijo. Tened fue en su gran destino. Llegará tiempo en que se haga digno, en que se venza a sí mismo. Algún día una fiebre de luz le impulsará a escalar las montañas celestes. Al{un día serán abiertos de nuevo para él los caminos del cielo, las vías hoy inescrutables. Tened fe en el destino del hombre"

Hacia el final de la obra, poéticamente, canta un misterioso pájaro:

"Aún no ha llegado el alba, la verdadera alba, aquella que está detrás de todas las albas".

Instantes al viento

Hacia 1965, aparece editado un volumen de poemas bajo este nombre. Son breves piezas, al modo chino, donde los grandes temas, las vastas interrogaciones, humanas se condensan en cuatro versos de asombrosa expresividad. Para regocijo del lector, transcribimos algunos a modo de ilustración:

"Una mosca, gozosa, dio en la red de una araña

hilaron muerte y vida la misma tela torva,

las dos tienen derecho a vivir. Mas me pasma

ver que el género humano o es araña o es mosca.

 

Ases de oro de un juego de naipes alocado

que llevan las moléculas, vamos a la deriva.

Dados de azar sin sueño nos empujan y guían.

Todo me recuerda que somos viento pintado.

 

Mi sombra me repite, como parodia negra;

el sol, buen humorista, me copia sobre el suelo.

Pero es triste pensar que el alma tal vez sea

otra sombra del cuerpo, proyectando hacia adentro.

 

Arcos triunfales se alzan sobre jardines ebrios,

Esplendores inciensan, luz de pavos reales,

Violines vencedores de nieblas. Catedrales

De ensueño. Es el amor, que crea, como el Verbo.

 

No seas literato del trust de los aplausos;

Calesita de locos del eje del absurdo.

Ni decreto de crítico ni abrazo al empresario

Te podrá hacer poeta, si tu cantar es zurdo.

 

Astrólogos, planetas, casillas zodiacales,

La vida de los seres hecha álgebra nocturna

Y un gran peso rebelde en la balanza oscura:

El hombre: Prometeo bajo buitres astrales.

 

Las verdades son pájaros invisibles y místicos

Hermanas del misterio, son, del azul, monarcas.

¿Qué humano puede verlas? Sólo las intuimos

porque en el suelo juegan las sombras de sus alas.

 

Miro al insecto tonto, que hipnotiza mi lámpara

Como a los argonautas de Ulises hipnotizan

Las sirenas. Mas ardo de preguntas que estallan.

Y soy otro insecto ante la Lámpara Infinita.

 

En todas las naciones hay poetas que cantan

Que vivir es andar los caminos del sueño.

¡Ea, amigo! Aun así, bebe vida de tu ánfora,

pues mismo si soñamos, tal vez no haya otro sueño.

 

Esa flor tiene alas. Mariposa fragante,

No piensa en el humano trajín de viene y va.

Se besa conel agua y llama hermano al aire.

¿Qué sabio o qué filósofo ha tenido esa paz?

 

Me traga el infinito y mi nada me llora.

El Azul me fusila contra el gran muro arcano,

Pero me da un instante para aspirar la rosa.

Tú eres la rosa blanca que levanto en mi mano.

 

Cuando miro a la abeja, sin códigos ni leyes

Gobernar su república como ningún humano

Y veo el papel que entintan los pueblos, tan en vano,

Pienso que es corazón lo que falta y no leyes".

 

Tampoco el tema de América está olvidado en este libro: "Tríptico para América Latina" es un canto desde las raíces al continente, donde expresa en el I: "¿Ya nunca habrá en América ni ciudades Incanas/ ni ñustas? ¿Ni han de alzarse las koyas soberanas?/¿Ni volverá el poeta que cantó a un solo dios/ aquel príncipe, triste como Hamlet? Su voz, / sol poniente de un mundo, vistió, en el elegía / la idea perfumada de su filosofía / Era Netzahualcóyotl; Acolhuacán, de flores / le colmó..."

Toda la potencia de su voz se alza en el "Canto a la América Nueva", donde tras estar el glorioso ciclo de las revoluciones libertadoras, canta así: "Hoy dime, Hispanoamérica: después de verte libre / y grande ¿es posible que tu alma no vibre / y a los imperialismos. Moiras del paso ciego, no te alces, crepitante, como un gran mar de fuego?".

Y redondea su vocación federal en estos versos: "Te sueño federada en un inmenso hogar: / que el prisma de colores vuelva a ser luz solar. / Te veo sin mendigos, sin razas humilladas, / sin hombres oprimidos por espuelas o espadas, / sin dictadores "próceres" y sin patriarcas – tigres; / te sueño en la gran fragua de un pueblo de hombres libres".

Bajo los 13 cielos

Lejos de aletargarse, aquella veta indigenista precolombina diseñada en Los Iporas y en La Guerra de los Dioses y dibujada en el poemario recién comentado, cobra inusitado relieve, apuntando en otra dirección. Ahora Blixen abraza las viejas culturas centroamericanas. Va a luchar contra el olvido, ambientando un frondoso fresco de aquellas avanzadas civilizaciones, únicas en el mundo.

Es el pueblo tolteca, maya, el protagonista indirecto de esta gran obra.

Dividida o armonizada en cantos, el I comienza llevándose al entonces:

"Yo Quauhzontezoma, he desempeñado durante varios años altos cargos en el gobierno de Acolhuacán, vi la caída del imperio de Azcaputzalco y ahora contemplo, preocupado y curioso, como se encubra, cada día más alto, un nuevo gran estado: el azteca.

He observado muchas cosas: el nacimiento y la muerte de reyes, de señores, de sacerdotes poderosos, lo que me ha llevado a considerar que no siempre los grandes son felices y que a veces el día de un macehualli, que hace con sus manos la dura faena, trae una carga de tristezas que no es es superior a la que los dioses ponen sobre las espaldas de un rey. Contemplé grandes batallas, aquí, a orillas de los grandes lagos de Anahuac, la destrucción de murallas y el incendio de mansiones, que ardieron igual que las chozas humildes, porque no hay grandeza humana capaz de detener a Mictlantecutli, el dios de la muerte. Contemplé cómo los escudos orna, dos de plumas preciosas eran rotos y mis ojos observaron caer lentamente, por las escaleras de las pirámides de nuestros templos, la sangre de los sacrificios... y, ¿por qué no decirlo? No he hallado más benevolencia por eso en los dioses".

Y así es, tremendamente terrestre y humano. Esta novela o poema novelado o todo conjunto, como Blixen decía en La Guerra de los Dioses, es un mural vivo, un paisaje de hombres en constante pugna por los apetitos del poder y una inmensa hambre de justicia.

Y Quauhzontezoma, dando verosimilitud al relato, prosigue:

"Vi y medité. Ahora, en los últimos años de mi vida, mientras vigilo la producción del papel y ordeno, en mi calidad de Jefe de la Casa de los Libros de la ciudad real de Texcoco, la confección de los amatles donde se escriben los hechos del rey Netzahualcóyotl...".

El extenso canto, cuenta la lucha entre dos cabezas de confederación, los aprestos bélicos y la lucha, cruenta, donde los padecimientos lindan con lo infernal.

Protagonista directo, eje de la novela, lo es quien comenzó relatando sus experiencias, desde su niñez – donde se pintan los usos sociales de la época, abundosa información acerca de la arquitectura, el comercio y al vida cotidiana tolteca.

Así, su juventud modelada en las Casa de estudio o Calmécac, donde se forjaban física e intelectualmente a los gobernantes del reino.

Delicadas, deliciosas escenas de amor, pautan las primeras experiencias del protagonista. Hay una toma casi cinematográfica, por su encuadre – esto es típico del estilo blixeniano – que dice acerca del encuentro con su primer muchacha, Yolo – Patli. Dialogan por vez primera, y en pleno canto 15 al 16 narra:

"Durante bastante tiempo fuimos buenos y puros. Ni ella quería que yo le posase mi mano encima, ni yo quería violar mi severísimo juramento de castidad, que debía durar mientras estuviera en el Calmécac y cuyo quebrantamiento, de ser descubierto se castigaba con la muerte. Sentíamos la alegría de nuestros corazones jóvenes, la felicidad de respirar en medio de la naturaleza, felicidad hecha un poco con la bóveda celeste, un poco con el verdor de la floresta.

Yolo – Patli me preguntó:

¿Cómo llamaremos a este canal que ahora es nuestro, Quauhzontezoma?

La miré hondo y le contesté:

-Eres una piedra preciosa para mi corazón. Por eso lo llamaremos Xiuhpacoyan.

-¿Lugar donde se bañan las turquesas? – repitió ella sonriendo.

A pesar de las leyes del Calmécac besé sus labios que me parecieron como una fruta de las tierras cálidas".

En el canto 20, con una suave pintura, nos confiesa la conquista de la muchacha, así:

"Tres días después, en el Palacio de Cillan, uno de los más frecuentados por el rey, estaban reunidos los nobles para festejar el fin de la guerra. Yo también acudí, aunque algo más tarde, pues había pasado parte del día junto a mi amada Yolo – Patli. Habíamos nadado en los canales y todavía conservaba la dulce sensación de su cuerpo mojado entre mis brazos. Yolo – Patli era huraña, peo ardiente y su conquista me había hecho feliz, tras tanto que me costó lograrla.

A veces me quedaba durante la noche en su chimancalli, cuya rusticidad contrastaba con las habitaciones de piedra y cal en las que yo vivía. Alrededor, un cercado de cañas por donde las enredaderas trepaban confusamente. La choza, sin embargo, se hermoseaba cuando Tezcatlipoca, la luna, hacía florecer todas las cosas. El agua se ponía entonces de plata y la selva, llena de ruidos pequeños, se estremecía a veces cuando alguna fiera o alimaña lograba una presa. Pero así tenía que ser; nosotros éramos la vida y a lo lejos acechaba la muerte, en forma de serpiente o de alacrán... Dentro del cercado, teniendo entre mis brazos a Yolo – Patli, pensaba en la vida que devora la vida y me parecía una lección más profunda que las que contenían los libros iluminados de brillantes figuras multicolores".

Toda la cosmogonía teológica de su pueblo, se trasunta en esta descripción:

"Entonces, también danzando, entraron los sacerdotes de los dioses de Texcoco; cada uno llevaba la vestidura del dios. Primero se introdujo el de Tezcatlipoca, luego el de Quetzalcóatl, después la sacerdotisa de Chalchiutlicue y por fin el de Tlaloc: los cuatro dioses de las edades del mundo cardinales del mundo cósmico".

Los enfrentamientos bélicos trastocaron todo este mundo idílico. La guerra entre la federación encabezada por los toltecas contra la dirigida por los tecpanecas, significan la toma, el saqueo y las violaciones en la ciudad real de Texcoco.

Lúgubres escenas hablan de la ferocidad del invasor, la huida de las principales autoridades, el desmantelamiento de la organización establecida y la emigración del rey y sus principales.

Comienza una etapa de duros padecimientos de los sectores humilderos. Como nunca antes quizás, se humanizan los hombres encargados de dirigir los destinos públicos.

Sabroso, insuperable, shakespirirano (perdón Blixen), es el canto 94, donde el protagonista dialoga con un bufón – Xicotli – mensajero del rey Netzahualcóyotl. Aquí, tras reprocharle, el primero, la risa y ebriedad del segundo, se motiva este diálogo:

"-No quiero beber Xicotli. Estoy lleno de pesadumbre.

-La tristeza es una enfermedad de nuestra inteligencia – me dijo el bufón -, las preocupaciones son ilusiones de nuestra mente, mariposas negras bajo un cielo luminoso".

-(...)Dime, Quauhzontezoma: con toda la ciencia que enseñan los sabios ¿has encontrado la manera de hacer mejores a los hombres?

-No, Xicotli. Pero quizá sin ella serían más malos de lo que son.

-Por lo menos no tendrían conciencia de su propia maldad. Además, la risa es la esencia del hombre. Sólo el hombre causa risa. ¿Se ríen las montañas, las nubes, las bestias? Quizá ni los mismos dioses se rían. Cuando te ríes de un animal es que le encuentras parecido con uno de tus conocidos. Oye, Quauhzontezoma – agregó Xicotli con tono más confidencial – creo que el mundo podría curarse por la risa.

-(...) ¿Cómo reírme del amor y de la muerte, oh, Xicotli?

-El amor es una locura, la más curiosa de todas. La fea te parece bella y le encuentras cualidades que sólo a la más inteligente, a la más perfecta, en fin, se matarían los hombres por ella, pero los dioses, en su sabiduría, hacen que las miremos con un solo ojo, las vemos a medias, con un poco de lo que son y un poco de lo que creemos que tienen. Y ellas nos miran también de esa manera. Así, contemplamos en la persona amada, no lo que ella es, sino nuestra necesidad de encontrar la belleza, la virtud y todas las cualidades, que no son más que ensueño, que queremos poner en algún lado. La mujer que quieres es como un espejo de obsidiana, es piedra y, sin embargo, ves tu propio rostro".

-(...) ¿Y eso te causa risa?

-El mundo es un espectáculo imposible de comprender – respondió el bufón -; tal vez sea el espectáculo más lamentable, tal vez el más risible. Pero ¿cómo saberlo? Ningún muerto se ha levantado de su tumba para revelárnoslo, ningún dios se ha dignado responder a esta pregunta. Es como si apostaras a la suerte con granos de maíz: ¿estás seguro de ganar? ¿Estás seguro de perder?". Las dos posibilidades son iguales. Así, Quauhzontezoma, no tienes otra solución, ante el mundo, que reír o llorar: eres libre en la elección. Yo río."

Las alturas culminantes del volumen están dadas hacia la parte final, canto 102 de esta novela: el protagonista acude a solicitar consejo para recibir o no tierras para laborar, de manos del invasor. Lo hace ante un viejo defensor de los macehualis, o "gente pobre, como dice él mismo" pobre gente que viste un maxtleburdo y que tiene que trabajar bajo el sol que quema o la lluvia que caía.

Y Olli, sabio en las artes de la vida, responde, estableciendo toda una ética de la función pública:

"–Creo que únicamente merece la tierra aquel que la ama y que sólo la ama verdaderamente quien la trabaja con sus manos y ve con alegría como aparece la hoja y luego la flor que se convierte en fruto. Es malo que haya propiedad fuera de las comunidades, es malo que un hombre trabaje para otro hombre. Es malo que unos tengan lo que otros no tienen. También es malo que un hombre sea golpeado y deba bajar la cabeza y llorar para adentro de su corazón. Todas esas cosas son malas.

-¿Crees en los dioses? – Le pregunté. Se quedó callado. Volví a preguntarle. Calló. A la tercera vez que le pedí respuesta dijo:

-Tal vez existan. Pero no me preguntes respecto de ellos; si te afirmara algo a propósito de esos seres incomprensibles, te mentiría. Pienso que los dioses no son problema nuestro. El problema del hombre es el hombre.

-(...) ¿Y qué lugar le dejas en tu mundo al hombre que piensa, Ollí? ¿Y el cantor? ¿Y al que gobierna?

Movió la cabeza y no me dijo nada. Le volví preguntar y se calló. Al fin, tras mi insistencia, me dijo:

-Creo que se aprende más de los animales que de los libros, de las selvas y campos que de las ciudades. Pensar no es bueno; pensar bien es bueno. Cantar no es bueno; cantar para alegrar al triste es bueno. Gobernar no es bueno, gobernar para hacer misericordia y justicia es bueno".

Ya en la culminación, el protagonista transita una visión – ensueño y comprende el camino de acción a seguir:

"- ¡Ah, Tezozómoc, tirano cruel y rapaz! ¡Ah, sojuzgador de pueblos pisoteados de ciudades! ¡Ah, príncipe Quetalmaquztl ladrón de mi amor perdido! ¡Ah, señores tecpanecas, tramposos en todos los juegos! ¡Temblad, porque ahora sé que la Justicia es un problema nuestro!

Luego de éste, advendrá otro título, complemento y prosecución: "Aquel año 3 – Tochtli", en el cual, este escritor infatigable, profesor universitario, del Instituto de Estudios Superiores, de Literatura en Preparatorios, tres veces ganador del premio de novela, en nuestro país, librano y de cincuenta y siete años, ha de dar vida a la segunda parte de esta gran novela.

América y sus grandes culturas vuelven a latir. En "Aquel año 3 – Tochtli", Hyalmar Blixen recreará los aspectos más sobresalientes de una civilización tan rica como desconocida por el mundo, o sea, la resurrección vital de indoamérica.

Augus Poet. 

Para La Revista Poética Nacional.

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