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Volver a pensar
por Soledad Platero
soledadplaterop@gmail.com

 
 
 

Es una de las formas más antipáticas de presentar un modo de vida, pero se ha venido legitimando desde hace tiempo. En estos últimos días ha asomado lateralmente, a propósito del asunto de los arenales de Rocha que se pondrían a la venta.

 

El presidente Mujica lo dijo como al pasar, en esa intervención en Melo que dejó a más de la mitad de los uruguayos indignados y a algunos muy divertidos, a juzgar por lo que se vio en las imágenes. Me refiero a eso de "revolverse". En el breve discurso en el que Mujica explicó que las tierras improductivas de Rocha valen "un platal", dejó caer esa idea en la que tantos están embarcados, aunque lo expresen de formas distintas. El Presidente dijo algo así como "para que el pobrerío le arregle el jardincito" y con eso se revuelva. Lo escuché decir cosas muy parecidas cuando visitó la criolla del Parque Roosevelt. Una criolla que le gusta especialmente, dijo, porque hasta allí llega mucha gente pobre que "se revuelve" vendiendo tortafritas, artesanías, haciendo changas acá o allá.

 

La idea esa de ir tirando con lo que la oportunidad ofrece día a día -hoy tortafritas; velas celestes y blancas en febrero; cuetes a fin de año; un changa de jardinería en verano- es, en todo caso, un recurso de la supervivencia, pero de ningún modo, en ningún modelo serio de país o de sociedad, una forma de vida deseable.

 

No hace mucho, uno de esos programas de la televisión argentina que se hacen mostrando lo que pasa en la televisión argentina volvía a poner en foco el partido de fútbol sobre hielo disputado por enanos en el programa de Tinelli. Mostraban imágenes del partido -los jugadores que resbalaban y recorrían varios metros por el suelo, las dificultades para volver a ponerse de pie, los gritos y las risas de la tribuna- y destacaban lo grotesco del espectáculo, consistente en la ridiculización de un montón de personas para la diversión y el enriquecimiento de otras. Pero entre los panelistas de uno y otro programa, que criticaban severamente la falta de límites de Tinelli y de su producción, no faltaba quien hiciera la observación de que si ellos (los enanos) están ahí es porque les sirve. "Les sirve", para el caso, debe entenderse como "cobran un dinero que les viene bien". En otras palabras, se revuelven.

 

Uno de los problemas de aceptar que cualquier cosa es legitimable si sirve para revolverse, es que es un viaje sin retorno. Si estamos dispuestos a aceptar que un montón de enanos se presten a hacer el numerito de derrapar en una cancha congelada para ganar unos pesos y salir en la tele, no demoraremos mucho en aceptar con la misma lógica la prostitución infantil, la venta de órganos, el tráfico de niños y todas esas abominables cosas que constituyen los más sagrados temores de nuestra sociedad. (Por supuesto, todos sabemos que la guerra y la miseria, por ejemplo, conducen a esos extremos. Pero también sabemos que, entre otras cosas, es por esos extremos que la guerra y la miseria son tan indeseables. Porque transforman en necesarias y aceptables cosas que nadie haría si pudiera elegir no hacerlas.)

 

Es posible que haya gente que quiera, con todo derecho, arreglarle el jardincito a los que tienen plata para comprarse un terreno con jardincito en un lugar que vale un montón de plata. A mí, personalmente, me parece un recurso de supervivencia bastante desesperado, en tanto es oportunista y efímero. Y en todo caso, si alguien quiere hacerlo, me parece bien que lo haga porque quiere, y no porque lo que su país tiene para ofrecerle es eso.

 

Ya hemos oído hablar, hace tiempo, del país de servicios. Ya hubo cientos de jóvenes aprendiendo a cocinar, a preparar tragos, a atender el teléfono, a sonreír amablemente en uno o dos idiomas a los turistas que iban a hacer que dejáramos de ser un país en crisis para entrar por fin al grupo de los países que tienen algo para ofrecer.

 

Sería bueno que nos hiciéramos la pregunta de cuánto estamos dispuestos a aceptar como legítimo en ese camino. No hay que ser muy brillante para darse cuenta de cuál es la cara oculta de los lugares turísticos preferidos por las personas pudientes del mundo. ¿Hay alguien que no sepa qué precio paga Tailandia, por ejemplo, por ser uno de los destinos más visitados por los turistas del Primer Mundo? ¿Alguien ignora qué vida llevan los inmigrantes latinoamericanos o asiáticos que trabajan en el área de servicios en las ciudades que piensan en el turista? Pero claro, los niños y niñas que ejercen la prostitución en Tailandia, los bolivianos y bolivianas que limpian inodoros en Sitges ganan sus pesitos. Ganan, seguramente, más de lo que habrían ganado si se hubieran quedado en sus casas.

 

Se revuelven.

 

Esa lógica implacable lo justifica todo.

 

Decía que uno de los problemas de aceptar esa lógica es que no se sabe dónde estará el límite. Pero ése es el problema más obvio y, también, el menos importante, puesto que los límites concretos siempre pueden dibujarse con normas y reglamentos.

 

El problema menos visible, aunque el más grave, es otro. Es la aceptación acrítica y resignada de las reglas de juego del mercado como un mandato natural de la vida en sociedad que no puede ni debe ser cuestionado. Un mandato tan profundo y tan naturalizado que nos pone en situación de aceptar cosas que van desde lo desagradable hasta lo indigno, por la razón simple y básica de que le sirven a alguien para revolverse.

 

No tengo idea de cómo debe resolverse el asunto de los arenales de Rocha, pero sé que bajo ningún concepto es aceptable la lógica de que el pobrerío se va a revolver con el jardincito.

 

No sé si el proyecto minero de Aratirí va a ser bueno o malo para la economía del país y para sus proyectos a largo plazo, pero sé que si estamos dispuestos a discutir en términos de soberanía nacional y de derechos de uso del patrimonio común la situación de los arenales de Rocha o de la minería a cielo abierto, deberíamos estar dispuestos a discutir todo lo que es de uso común, aunque esté legitimado por años y años de prácticas. El suelo, por ejemplo. La tierra. El espacio en el que vivimos y los derechos que tenemos a su uso y goce, sin pagar por él. Deberíamos estar dispuestos, cuando menos a pensar en todo esto. A pensarlo en serio. Y a ver qué pasa.

 

Soledad Platero
soledadplaterop@gmail.com

 

Publicado, originalmente, en uy.press el 9 de junio de 2011


uy.press - http://www.uypress.net/index_1.html

Link de la nota: http://www.uypress.net/uc_16923_1.html

Autorizado por la autora - En Letras-Uruguay desde el 13 de abril del 2012

 

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