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Entra por los ojos
por Soledad Platero
soledadplaterop@gmail.com

 
 

Se dice que la publicación de Las cuitas del joven Werther, de Goethe, en la Alemania de 1774, arrastró al suicidio a miles de jóvenes transidos de sentimientos románticos, maravillados por experimentar en sus vidas la intensidad de un amor arrasador e imposible, coronado por una muerte sacrificial y heroica.

 

Ese mal del siglo que hasta hoy es inseparable de la obra de Goethe tuvo entre sus consecuencias la de instalar la convicción de que el suicidio es un comportamiento imitable, y que por lo tanto es preferible mantener bajos los decibeles cuando se lo nombra, para evitar que el frágil psiquismo juvenil caiga en tentaciones miméticas.

Hasta hoy, las instituciones que trabajan en torno al problema del suicidio mencionan como un asunto de dudosa eficacia el silencio de los medios y de la sociedad en este tema.

Hace relativamente pocos días, en Colombia, una mujer de 35 años fue atacada en el Parque Nacional de Bogotá. Fue violada y torturada brutalmente antes de ser abandonada en el lugar en el que la policía la encontró seis horas más tarde. Rosa Elvira Cely fue trasladada a un hospital, pero la gravedad de su estado era irreversible y murió cuatro días después. Su muerte motivó una concentración que reunió a unas cinco mil personas en el mismo Parque Nacional en el que Rosa Elvira fue atacada. La convocatoria fue lanzada por organizaciones civiles que reclaman el fin de la violencia contra la mujer y piden que los medios de comunicación realicen una cobertura mayor de este tipo de violencia para, dicen, hacerla visible.

Sin embargo, fue también en Colombia que no hace mucho tiempo algunas organizaciones llamaron la atención sobre el aumento de los ataques con ácido (lanzado hacia el rostro y cuerpo de las mujeres para desfigurarlas), e hicieron notar que la cobertura de esa información podía tener influencia en la propagación del método entre los jóvenes.

Quienes se ocupan de cuestiones relativas a la ética periodística y a la cobertura de temas "sensibles" como los que atañen a la infancia o a la violencia de género proponen ciertas normas que pretenden "cuidar" el modo en que se informa en esos temas, evitando el sensacionalismo y el morbo y procurando crear conciencia en la comunidad, para prevenir y combatir las conductas inaceptables. En estos últimos días se reavivó un debate interesantísimo en el programa de Jorge Rial (Intrusos en el espectáculo, emitido por canal 10 en Uruguay) acerca de si las fotografías en las que aparecen modelos o vedetongas posando como mujeres maltratadas son buenas o malas para combatir la violencia de género. El mero hecho de que esta cuestión sea debatida en un programa como Intrusos... ya da cuenta de lo resbaladizo de los argumentos, tanto a favor como en contra de la "visibilización".

El asunto tiene tantas aristas como se quiera encontrarle, pero tal vez habría que pensar un poco más en el concepto mismo de "visibilización", y en la legitimación de hecho que permitió su desplazamiento desde el universo de la propaganda y el marketing hacia el universo de lo público y lo social, de manera aproblemática y pasiva.

Fundado en la fe en la cultura icónica y mnémica, en la confianza en el golpe de efecto y la emotividad automática, el gesto visibilizador se sustenta argumentativamente en la necesidad de obtener una respuesta rápida allí donde se supone que la urgencia lo requiere. Accidentes de tránsito, vicios, formas específicas de violencia parecen reclamar intervenciones de impacto que actúen atemorizando a las víctimas potenciales con la finalidad de que cesen en las conductas de riesgo. Los niños son excelentes replicadores de estas estrategias, y basta una campaña de visibilización de lo que sea (tabaquismo, exceso de velocidad, malos hábitos alimenticios) para que multipliquen los reclamos a sus padres, instándolos a no fumar, vigilando el uso del cinturón de seguridad y controlándoles la ingesta de calorías.

En algunos casos, las demandas de visibilización tienen soportes teóricos más sofisticados: nacidas en las academias, parten de la premisa de que lo que no se nombra no existe, para llegar a la conclusión -repetida luego por la burocracia de modo completamente acrítico- de que la instalación de formas gramaticales forzosamente feminizadas, como "miembra" o "representanta", cumplen con el objetivo de hacer visible a la mujer en su función pública.

En cualquier caso, sea por el apuro de la urgencia o por la convicción de la academia, la visibilización asegura respuestas pavlovianas, del tipo estímulo-respuesta, exactamente como lo hace la publicidad.

Oscar Wilde suele ser recordado por la sentencia que Vivian, uno de los personajes que dialogan enLa decadencia de la mentira, lanza en medio de una discusión en torno al arte, la verdad y la ficción: "... la Vida imita al Arte mucho más que el Arte imita a la Vida." Lo que Vivian sostiene, palabras más, palabras menos, en ese breve ensayo dramatizado, es que el arte instala tipos o modelos estéticos y de comportamiento que son rápidamente asimilados por la comunidad. Y eso que el Arte hacía en el refinado mundo de Wilde, lo hacen ahora, como cualquiera sabe, los medios masivos. Por eso no es descabellado argumentar que la cobertura de la violencia en los informativos, la estética del escándalo en los programas de entretenimiento y la incitación continua de la publicidad al consumo y el disfrute tienen algo que ver con la tendencia cada vez más notoria de nuestra cultura a la lumpenización, la legitimación del uso de la fuerza y la justicia por mano propia, la demanda de soluciones mágicas y la búsqueda constante de satisfacción inmediata.

El mundo de los medios masivos, además, borra cada vez más la frontera entre realidad y ficción, con consecuencias irreparables. En un sistema que reclama cada vez más sensacionalismo, hacer algo suficientemente escandaloso es garantizarse la más amplia cobertura y asegurarse la existencia en este inasible mundo de pura exterioridad.

Visibilizar es lo que brutalmente sugiere la palabra: exponer algo en forma rotunda, para que a nadie le pase desapercibido. Tan efectivo como el método de Pavlov, el recurso visibilizador asegura una respuesta inmediata en cosas simples (el conductor que no se había puesto el cinturón de seguridad, se lo pone) pero no puede hacer nada cuando las cosas son complejas. Y las cosas casi siempre son complejas. Es dudoso que un hombre violento deje de maltratar a una mujer porque vea imágenes de mujeres lastimadas, desfiguradas o muertas. Se dirá que la visibilización no busca desestimular al violento sino impulsar la denuncia por parte de las víctimas o los testigos. Sin embargo, es posible pensar también que la profusión de imágenes y consignas tiene un efecto contrario al buscado: naturaliza el problema y lo instala como una práctica habitual (negativa, pero habitual) de la vida cotidiana.

Eso, sin contar con que un hecho aislado repetido en los medios puede transformarse en una práctica extendida por la sencilla razón de que se asume como modelo, y nunca falta un tarado que esté dispuesto a emular guapezas o a batir récords de brutalidad y abuso. Muchos señalaron, a raíz de la cobertura de las rapiñas que hace la televisión, que sirven para indicar cuáles son los negocios más desprotegidos, para alertar a los maleantes acerca de los lugares con cámaras de seguridad y para ayudar, en definitiva, a perfeccionar los procedimientos delictivos.

Cuando la guerra civil española, las primeras instantáneas tomadas por fotógrafos en el frente de batalla tuvieron el enorme poder de acercar a todo el mundo el horror de la guerra. Pero se vivía en un mundo que no había conocido, hasta el momento, las imágenes instantáneas. La idea de que una imagen vale por mil palabras se instaló con fuerza, y muchos crecimos al cobijo de la certeza de que una foto kodak no dejaba mentir.

Hoy vivimos saturados de instantáneas. La profusión de imágenes realistas o hiperrealistas, caseras o profesionales, posadas o casuales hace que olvidemos y descartemos información con la misma velocidad con que llega a nuestros ojos. Mostrar lo real, en estas circunstancias, no parece el mejor modo de ponerlo en sentido. Incluso parece operar en contra del sentido, alejándonos de la necesidad de entender y facilitándonos un encuentro superficial con los hechos consumados, sin reflexión y sin dudas. Socio inevitable de las campañas y las consignas, el de visibilización es un reclamo que parece resignar todo lo que de complicado y arriesgado hay en la comprensión o el análisis de un fenómeno, para quedarse con la comodidad de lo concreto y lo cuantificable. Como si entre el ocultamiento y la sobreexposición no hubiera nada. Como en el famoso ejemplo del fetichismo de la mercancía (que oculta el proceso de producción), el fetichismo visibilizador acaba por ocultar lo que muestra, al arrancarlo violentamente de la gramática social que lo pone en sentido.

 

Soledad Platero
soledadplaterop@gmail.com

 

Publicado, originalmente, en uy.press el 7 de junio de 2011


uy.press - http://www.uypress.net/index_1.html

Link de la nota: http://www.uypress.net/uc_29144_1.html

Autorizado por la autora - En Letras-Uruguay desde el 13 de abril del 2012

 

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