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Pablo Neruda (1904-1973)
 

Un poeta en la guerra fría


por Rosario Peyrou

 

 

EL 23 DE setiembre se cumplieron treinta años de la muerte de Pablo Neruda, ocurrida apenas doce días después del golpe de estado de Augusto Pinochet. Su velatorio se realizó en medio de las salas inundadas y los vidrios rotos de su casa de Santiago que, al igual que la de Valparaíso, fue saqueada en los primeros días del golpe. Su entierro, ha escrito Jorge Edwards, "fue uno de los episodios más impresionantes y conmovedores de esos primeros días, la primera manifestación vigorosa, a sólo dos semanas del golpe militar de lo que podría ser la oposición a la dictadura".
En su muerte, el poeta volvía a ser centro de odios y adhesiones fervientes, como lo había sido en vida.

POETA MÚLTIPLE. Hacia la mitad del siglo XX, Pablo Neruda fue la voz dominante en la poesía hispanoamericana, un parteaguas que despertaba en dosis similares la más exaltada admiración y los más furiosos enconos. Alternativamente íntimo y cósmico, sombrío y exultante, surrealista y épico, whitmaniano y humorista, cantor de lo cotidiano y hasta inventor de una ornitología fantástica, Neruda -como Picasso- fue varios artistas a la vez. El itinerario de su obra es un conjunto de ciclos donde la voz del poeta cambia permanentemente de registro en una búsqueda apasionada por decirlo todo, por apropiarse del mundo y de la Historia en toda su riqueza y variedad. Estuvo poseído por una voracidad que hizo decir a Gabriela Mistral que era "un poeta corporal". Su temple fue el del coleccionista: de palabras, de músicas, de asuntos, de amores, de comidas, tanto como de objetos que fueron su obsesión y una pesadilla para sus amigos encargados de alimentar sus interminables inventarios de caracoles, mascarones de proa, manuscritos, incunables, juguetes, barcos y botellas. Sus casas, en Santiago, en Isla Negra, en Valparaíso, son testigos de esa abigarrada pasión, de su espíritu lúdico de eterno niño huérfano.

También coleccionó recuerdos. Si su poesía es muchas veces autobiográfica, fue además un memorialista explícito en libros como Confieso que he vivido y Para nacer he nacido, además de esa suerte de evocación en verso de su vida que es Memorial de Isla Negra. Tuvo también sus biógrafos minuciosos, como Margarita Aguirre, Emir Rodríguez Monegal, Volodia Teitelboim, Matilde Urrutia o Jorge Edwards, de modo que su itinerario, tantas veces revisado, terminó por ser tan conocido como su poesía.

Se sabe que nació con el nombre de Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto el 12 de julio de 1904, en Parral, un pueblo del centro de Chile, y que tenía apenas dos meses cuando murió su madre, doña Rosa Basoalto. El padre, un obrero ferroviario, se casó luego con Trinidad Candia Marverde, la única madre que conoció Neruda y a quien llamó la "mamadre" ("me parece increíble tener que dar ese nombre (madrastra) al ángel tutelar de mi infancia"). De origen campesino, ella alivió con su afecto la dura infancia de aquel niño que creció leyendo a Salgari, a Verne y a los novelistas rusos en la lluviosa Temuco, ciudad del Sur adonde se mudó la familia siguiendo al padre. Hosco, autoritario (y seguramente de escasa cultura), el ferroviario José del Carmen Reyes rechazó de plano la idea de que su hijo escribiera versos. Para defenderse de la prohibición, el muchacho firmó con seudónimos sus primeras publicaciones en revistas, y se bautizó luego a sí mismo con el nombre de Pablo Neruda, tomado de Jan Neruda (1834-1891), un escritor checo que descubrió por casualidad en un periódico. En 1946 consiguió la sentencia judicial que le dio el nombre legal de Pablo Neruda.

EL ARTISTA CACHORRO. En 1921 está en Santiago pasando hambre en una pensión y estudiando francés en el Instituto Pedagógico. En la capital conoció a Alberto Rojas Jiménez, Aliro Oyarzun y Joaquín Cifuentes Sepúlveda, jóvenes escritores que lo pusieron en contacto con el ambiente literario de la época y le acercaron lecturas fundamentales de poetas franceses y pensadores como Marx, Schopenhauer y Nietzsche. Flaco y desgarbado ("como un cuchillo" dice en sus memorias), se integró a la vida bohemia de Santiago y en el mismo año de su llegada ganó el primer premio de un concurso convocado por la Federación de Estudiantes. Dos años más tarde, cuando acababa de cumplir diecinueve, apareció Crepusculario, su primer libro, recibido con entusiasmo por la crítica. Pocos meses después tenía pronto El hondero entusiasta, que no publicó hasta 1933, y que delata la influencia del poeta uruguayo Carlos Sabat Ercasty. Pero fue Veinte poemas de amor y una canción desesperada el libro que catapultó a Neruda. De estirpe romántica, los Veinte poemas están llenos de una sensualidad y un erotismo que resultaban nuevos en el panorama de la poesía amorosa latinoamericana. El libro tuvo una difusión inusitada y llegó a vender en pocos años más de un millón de ejemplares. Todo ese éxito no lo libró de la polémica, una constante en la vida de Neruda: el poema número 16 fue acusado de plagio. El poeta ha dicho en sus memorias que había pensado ponerle una nota explicativa reconociendo que era una paráfrasis de un texto de Rabindranath Tagore, pero su amigo Joaquín Cifuentes Sepúlveda le aconsejó que no lo hiciera: "No seas tonto, Pablo. Lo acusarán de plagio en el Mercurio y se venderá el libro". No se equivocó. Recién en la segunda edición, fechada en Buenos Aires, se incluyó esa aclaración.

El título siguiente -Tentativa del hombre infinito- publicado en 1925, muestra otro registro del poeta, que parece ahora acusar la huella de la poesía surrealista y que es un claro antecedente de Residencia en la tierra. Iniciado en Chile entre 1925 y 1927, Residencia.., crecerá durante los cinco años de Neruda en Oriente, donde fue cónsul de su país, primero en Birmania, luego en Ceilán, Batavia y Singapur, período en que tomó contacto con la literatura inglesa, especialmente la poesía de Blake y Eliot. La estadía en Oriente fue un tramo doloroso en la vida del chileno: con un sueldo miserable, viviendo una soledad angustiosa, esa "temporada en el infierno" está en la raíz de los poemas íntimos y sombríos de Residencia en la Tierra, el libro "con el que ha de alterar para siempre la poesía de lengua española", como dice Rodríguez Monegal en su admirable libro sobre Neruda (El viajero inmóvil, 1977)

VENID A VER LA SANGRE. De vuelta en Chile, en 1933 publica la primera Residencia.., en una edición limitada, que recibe elogios encendidos y críticas furibundas, como la de Pablo de Rokha, legendario enemigo de Neruda. En agosto de 1933 llega como cónsul a Buenos Aires donde tendrá un encuentro decisivo en su formación y en el rumbo futuro de su vida. De paso por el Río de la Plata para el estreno de Bodas de sangre, está Federico García Lorca, quien ya conoce algo de la poesía de Neruda publicada por Alberti en revistas españolas. En un homenaje a ambos poetas organizado por el PEN Club argentino, Neruda y Federico leen "al alimón" (el término designa una corrida de toros en que dos torean con la misma capa) un homenaje a Rubén Darío, alternando sus voces. El encuentro inicia una amistad y entabla un diálogo que será fundamental para la poesía de ambos lados del Atlántico.

Un año después, en junio de 1934, ya ha conseguido Neruda ser nombrado cónsul en España, primero en Barcelona y luego en Madrid. Es el Madrid de la República donde reina la generación de 1927; años felices de fiesta y amistad compartidas. Neruda se vincula estrechamente con Rafael Alberti y María Teresa León, con Lorca, Bergamín, Luis Cernuda, Aleixandre, Miguel Hernández, la pintora Maruja Mallo, el escultor Alberto Sánchez, y lo más nuevo de la intelectualidad española que reconoce con generosidad el valor y la originalidad de su obra. Como homenaje, le ofrecen la dirección de una revista que edita Manuel Altolaguirre y que se llamará Caballo verde para la poesía. Allí publica "Sobre una poesía sin pureza" donde afirma su nuevo credo estético, que está en las antípodas de la poesía pura de Juan Ramón Jiménez, el viejo monstruo sagrado que encabeza la reacción del "antinerudismo" en España. "Una poesía impura, como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición y actividades vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilias, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos", escribe Neruda.

El estallido de la guerra civil con el levantamiento de Franco en 19136 y el asesinato de Federico García Lorca, transformarán para siempre al poeta. Olvidado de su cargo de cónsul, colabora activamente con las actividades republicanas de resistencia junto con su mujer de entonces, Delia del Carril. Dirige con Nancy Cunard una revista en defensa de la república; con César Vallejo forma el Grupo Hispanoamericano de Ayuda a España, y participa en el Congreso de Escritores que se realiza en Valencia en 1937. El gobierno chileno, que no quiere involucrarse en la contienda, lo destituye de su cargo de cónsul. Vuelto a Chile publica España en el corazón, que muestra el decisivo vuelco de su poesía convertida en arma de combate: "Preguntaréis por qué su poesía/ no nos habla del sueño, de las hojas/, de los grandes volcanes de su país natal?/ Venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles".

EL POLÍTICO. Con la guerra de España nace el otro Neruda: el político, que será, tanto o más que el poeta, generador de polémicas y persecuciones. A partir de ese momento será difícil encontrar un análisis libre de prejuicios -a favor o en contra- de esa obra múltiple y cambiante.

El influjo de Rafael Alberti (afiliado al P. C. de España) y de la guerra civil habían caído en terreno propicio. En una carta al argentino Héctor A. Eandi de febrero de 1933 Neruda había escrito: "En realidad políticamente, no se puede ser ahora sino comunista o anticomunista. Las demás doctrinas se han ido desmoronando o cayendo (...) Yo fui anarquista hace años, redactor del periódico síndico-anarquista Claridad, en donde publiqué mis ideas y cosas por primera vez. Y todavía me queda esa desconfianza del anarquista hacia las formas del Estado, hacia la política impura". Esa desconfianza iría desapareciendo paulatinamente durante la guerra mundial, al calor de la lucha antifascista en la que Neruda participa activamente. Su primera preocupación es España: en 1939 logró que Pedro Aguirre Cerda, elegido presidente por el Frente Popular Chileno le encomendara auxiliar a los republicanos perseguidos trayéndolos a Chile, cosa que gestionó fletando un barco, el Winnipeg, cargado de españoles que venían a establecerse a América. En esos años recorre Chile recitando en asambleas de trabajadores con un lenguaje directo y sencillo, y empieza desde su recién estrenada casa de Isla Negra, su Canto General, un libro épico y americanista donde se unen el poeta y el combatiente. El proyecto de ese libro lo impulsa a recorrer el continente.

En junio de 1940 acepta el nombramiento como cónsul en México, donde permanecerá tres agitados años. Sus posiciones están cada vez más cerca de la Unión Soviética. Un incidente -que traería consecuencias en el futuro- termina con una suspensión de dos meses de su actividad como cónsul, por haberle otorgado una visa chilena a David Alfaro Siqueiros, preso por su participación en el primer intento de asesinato de Trotsky. Según cuenta Enrique Délano en su ensayo "Pablo Neruda en México", (Lenin y otros escritos, México, 1975) no había pedido autorización al Ministerio de Relaciones Exteriores para otorgarle esa visa al pintor. Años después, su archienemigo uruguayo Ricardo Paseyro lo acusaría de haber participado en el atentado de Trotsky, olvidando cotejar las fechas: Neruda estaba todavía en Chile cuando se produjo el ataque de Siqueiros.

En el México de Lazaro Cárdenas el poeta conoció la noticia de la invasión alemana a Rusia (1941) y en medio de una febril actividad aliada pegó en los muros del D.F su "Canto de amor a Stalingrado", recién escrito. Acremente criticado por algún medio mexicano respondió con un "Nuevo canto de amor a Slalingrado". Un domingo por la tarde en un parque de Cuernavaca, Neruda y Delia del Carril -que paseaban junto a Enrique Délano, su mujer y su pequeño hijo (el actual escritor Poli Délano)-fueron atacados por un grupo nazi, y el poeta terminó con una herida de diez centímetros en la cabeza. Poco después, en un recital suyo un grupo falangista irrumpió violentamente al grito de "¡Viva Franco!". Pero si recibió ataques, también congregó alrededor suyo a decenas de intelectuales, empezando por los exiliados españoles y los que habían estado en la guerra civil: Vittorio Vidali, Tina Modotti, Elena Garro, Octavio Paz, Silvestre Revueltas, Juan de la Cabada. Y cosechó, como siempre, enemistades. Como en Chile, como en España, el ambiente literario se dividió entre nerudistas y antinerudistas.

Mientras residía en México viajó por América Latina. En el Perú visitó Machu Picchu, que inspiraría uno de los momentos más altos del Canto General: "Alturas de Macchu Picchu" (esa "c" de más es un agregado de Neruda).

Neruda recibiendo el Premio Nobel

LA PLUMA Y LA ESPADA. En 1943 está de vuelta en Chile y dos años después se afilia al Partido Comunista. Esa decisión marcaría su vida para siempre.

En su libro Años interesantes. Una vida en el siglo XX ( Buenos Aires, Planeta, 2003) el historiador inglés Eric Hobsbawm explica cómo su condición de miembro de una generación que vivió la guerra civil española y la lucha antifascista le impidió alejarse del Partido Comunista Inglés, a pesar de discrepar con el estalinismo. El caso de Neruda es similar: tomó partido apasionadamente en la guerra fría y privilegió la lealtad con esa opción más allá de cualquier distancia crítica. A la muerte de Stalin llegó a escribir un poema elogiándolo en la más prolija tradición del culto a la personalidad. El informe Kruschev sobre los crímenes de Stalin en 1956 y la invasión a Hungría tienen que haberlo golpeado, sin embargo no se alejó de su partido. Para él, como para Hobsbawm, la revolución, esa utopía que marcó la modernidad, estaba por encima de los errores históricos. Pero si no hizo declaraciones públicas, su obra registra a partir de ese momento una grieta inocultable. Luego del ciclo épico y esperanzado de parte de la Tercera Residencia, el Canto general y Las uvas y el viento -este último claramente hijo del "realismo socialista" y con poemas muchas veces "de ocasión"- su poesía cambia de tono. La euforia política da paso a lo íntimo y al humor: acentúa el carácter "minimalista" del ciclo de las Odas y se vuelve sobre la naturaleza, el amor, los objetos vistos con cierta nostalgia, la contemplación del enigma del tiempo y de la historia, y adquiere una suerte de sabia ironía, como en Estravagario, su mejor libro del período: "Mientras se resuelven las cosas,/ aquí dejé mi testamento,/ mi navegante estravagario, para que leyéndolo mucho/ nadie pudiera aprender nada, sino el movimiento perpetuo/ de un hombre claro y confundido".

"En los poemas de la época estalinista -escribe Jorge Edwards en Adiós poeta (Tusquets, 1990)-la noción del tiempo, precisamente, era lineal. El tiempo era una flecha dirigida hacia el futuro y que iba a dar en el blanco de la victoria definitiva y de la sociedad feliz (...) y de pronto en el Tercer Libro de las Odas de fines del año 57 y en Estravagario de mediados del 58, encontramos que el tiempo se había convertido en círculo y en punto de interrogación ". Años después en Memorial de Isla Negra (1964) Neruda se referirá en forma explícita a Stalin en el poema "El episodio": "Siempre en aquellas estatuas estucadas/de bigotudo dios con botas puestas/ y aquellos pantalones impecables/ que planchó el servilismo realista. (...) Y aquel muerto regía la crueldad/ desde su prop¡a estatua innumerable: aquel inmóvil gobernó la vida".

Los últimos libros lo muestran más escéptico, liberado de grandilocuencias y dogmatismos. En Fin de mundo (1969) vuelve a mirar el siglo vivido: "¿Qué siglo permanente!/ Preguntamos:/ ¿ Cuándo caerá? ¿ Cuándo se irá de bruces/al compacto, al vacío?".

Y en otro poema titulado sugestivamente "1968": "La hora de Praga me cayó/ como una piedra en la cabeza" (...) "Yo reclamo a la edad que viene/ que juzgue mi padecimiento, la compañía que mantuve/ a pesar de tantos errores/ Sufrí, sufrimos sin mostrar/ sin mostrar sino la esperanza".

Pero en 1945, recién elegido senador por las provincias de Tarapacá y Antofagasta, los tiempos de tomar distancia estaban lejos, y el poeta, como Garcilaso, como Quevedo, estaba dispuesto a empuñar la pluma y la espada. Nombrado jefe de Propaganda de la candidatura de Gabriel González Videla (elegido con el apoyo del PC chileno) presenció en 1948 el violento giro del nuevo presidente, que estableció la censura, destituyó a los ministros comunistas y pidió el desafuero del senador-poeta. Debió pasar a la clandestinidad antes de lograr abandonar el país, a caballo y con nombre falso, a través de la Cordillera de los Andes.

Volvería a su patria en 1952, luego de un exilio que incluyó estadías en su amada Francia (de donde fue expulsado) y en Italia (donde fue permanentemente vigilado por la policía, y estuvo a punto de ser expulsado también). Gajes de la guerra fría. De regreso, aclamado en Chile como poeta y como exiliado, se dedicó de lleno a su poesía y sumó libro tras libro a una obra que ya era apreciada en el mundo entero y traducida a decenas de lenguas. El festejo de su cumpleaños número 50 tuvo ribetes apoteósicos. Sólo volvió a la política activa en 1970, cuando aceptó la candidatura a la presidencia por su Partido, para renunciar pronto a favor de la de Salvador Allende, de cuyo gobierno fue un dinámico y lúcido embajador en París.

RIVALIDADES. Por temperamento y vocación Neruda resultó piedra de escándalo desde su primer libro. Idolatrado por sus amigos que constituyeron una suerte de corte festiva a su alrededor, los enemigos artísticos y políticos jalonaron su trayectoria. Tuvo amigos y enemigos de izquierda y de derecha, de varias nacionalidades y credos estéticos desde sus primeros libros. Fue acusado de hermético y de simplista, de izquierdista y de burgués. Y no lo dejaron en paz ni en la última hora: luego de recibir el Premio Nobel en 1971, acosado por los periodistas y visitantes, se compró un antiguo galpón en Condé Sur-Iton (Normandía) para pasar los fines de semana. Los diarios chilenos lo acusaron de poseer un castillo y publicaron fotografías de una construcción fastuosa que nada tenía que ver con la casa de Neruda.

En los primeros años, sus legendarios rivales en Chile habían sido Pablo de Rokha y Vicente Huidobro. El primero, luego de decenas de artículos furiosos en revistas y diarios donde lo acusaba de "romántico" "embaucador" y "falso moderno", llegó a publicar un delirante panfleto donde define al poeta como un producto de "la burguesía imperialista" (Neruda y yo, Multitud, Santiago de Chile, 1955) y que empieza así: "Reitero y planteo mi adhesión incondicional al Partido Comunista, al enjuiciar a Pablo Neruda, como enemigo de los trabajadores, escondido en su vanguardia" (para muestra basta un botón).

"Esta censura acre de Pablo de Rokha -escribió Emir Rodríguez Monegal- es característica de buena parte de la crítica que suscitará a partir de entonces Neruda: crítica hecha de resentimientos y cóleras, voluntariamente ciega a los valores del poeta, empecinada en la condenación moral o ideológica de su poesía, despistada para reconocer que muchas de las cosas que censura (el uso de las máscaras, el romanticismo del poeta) son en definitiva sus más sólidas virtudes".

En Estravagario, y sin nombrarlo, Neruda recuerda con ironía a de Rokha: "¿Qué voy a hacer sin forajido?/ Nadie me va a tener en cuenta".

Con Juan Rulfo

Vicente Huidobro, figura clave en la introducción de las vanguardias en América Latina, fue su rival de más peso y dividió a los chilenos en huidobristas y nerudistas. Después de una breve amistad a principios de los '20 ambos poetas cruzaron insultos durante años. "Neruda no era entonces comunista, y Huidobro sí', dice René de Costa en Nuevas aproximaciones a Pablo Neruda (comp. Ángel Flores, 1987), pero el principal diferendo fue poético. Huidobro trató a Neruda de "romántico de mala muerte" y de "imitador" e hizo circular en España un folleto donde recogía la acusación de plagio del No. 16 de Veinte poemas... Neruda a su vez, publicó en 1938 "Aquí estoy" un poema contra de Rokha y Huidobro que es una pieza ejemplar del "arte de injuriar". Sin embargo, en 1968, veinte años después de la muerte de su enemigo, Neruda escribió un ensayo ("Huidobro: persona y poesía") donde propone un monumento en su memoria y afirma: "Considero a Vicente Huidobro como un poeta clásico de nuestro idioma (...). No hay poesía tan clara como la poesía de Vicente Huidobro".

En España la dupla divisoria fue Neruda-Juan Ramón Jiménez. Mientras el chileno era admirado por la generación del 27 (que cerró filas para defenderlo del folleto de Huidobro) el viejo poeta del 98 publicaba anatemas contra él en El Sol de Madrid. Es famoso su artículo de Españoles de tres mundos (1942) donde califica a Neruda de "gran poeta, un gran mal poeta, un gran poeta de la desorganización", opiniones que matizará en su exilio de Puerto Rico, reconociendo que el chileno "expresaba con tanteo exuberante" una poesía hispanoamericana auténtica. Neruda lo trata en sus memorias de "viejo niño diabólico de la poesía".

También se intentó enfrentarlo a Vallejo, en una esfuerzo infructuoso, ya que Neruda fue su amigo y no se cansó de dejar sentada su admiración por el peruano. Algo parecido sucedió con Nicanor Parra, cuando los jóvenes poetas chilenos se dividían en parrianos y nerudianos. Parra aseguró que había empezado a escribir sus Antipoemas para demostrar que se podía escribir de otra forma que Neruda, sin embargo en un reportaje de Leonidas Morales (Conversaciones con Nicanor Parra, Sgo., 1991) afirmó: "Cuando leí los primeros antipoemas en la casa de él, la única reacción medianamente simpática fue la de Neruda (...) Después me estimuló para que escribiera más poemas de ese estilo (...) La participación de Neruda en la historia de la antipoesía es muy positiva". Tampoco es difícil ver el influjo de Parra en Estravagario.

SIGUEN LOS DARDOS. Durante los años 60, uno de los casos más sonados fue el enfrentamiento entre Neruda y los escritores cubanos. En 1965 durante una reunión del Pen Club en Yugoeslavia, Neruda entabló amistad con Arthur Miller, quien invitó al poeta al siguiente congreso del Club que se celebraría en Nueva York en 1966. Impedido de entrar a Estados Unidos durante la época del maccarthismo, esta vez Neruda consiguió la visa y dio recitales multitudinarios en N. York, Washington y Berkeley, aplaudido sobre todo por jóvenes que compartían sus críticas al imperialismo y a la guerra de Vietnam. Emir Rodríguez Monegal, que asistió al congreso del Pen Club, afirma que "La figura de Neruda dominó el Congreso y congregó a su alrededor la simpatía y la solidaridad de los latinoamericanos". Sin embargo, los cubanos encabezados por Alejo Carpentier y Nicolás Guillén publicaron una "Carta abierta a Pablo Neruda" acusándolo por esa visita a EE.UU. y por haber aceptado, al regreso de ese viaje, una condecoración del presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry.

Neruda, que había publicado unos años antes Canción de gesta, en elogio de la Revolución Cubana, no perdonó el agravio. Su respuesta fue un telegrama (reproducido en Marcha el 5/8/66) en que rechazaba los cargos y expresaba su adhesión a la causa de la revolución cubana. Años después, en Confieso que he vivido se vengó de los promotores de la carta. A Nicolás Guillén lo insulta traviesamente, cuando se refiere a "Guillén (el bueno: el español)", en referencia a Jorge Guillén. De Alejo Carpentier dice al pasar en su crónica del París de los años 30: "Allí vivía el escritor francés Alejo Carpentier; uno de los hombres más neutrales que he conocido. No se atrevía a opinar sobre nada, ni siquiera sobre los nazis que ya se le echaban encima a París como lobos sangrientos ". A Roberto Fernández Retamar lo trata apenas de "sargento".

Años después, cuando el gobierno cubano declaró "persona non grata" a Jorge Edwards, por entonces embajador de Chile en La Habana, Neruda lo protegió y recibió como Primer Secretario de su embajada en París.

GUERRA Y PAZ. Igualmente áspera había sido su enemistad con Octavio Paz que culminó sin embargo en mutuo reconocimiento. Se habían conocido en París en 1938, estuvieron juntos durante el Segundo Congreso de Escritores Antifascistas, y Neruda fue de los primeros en reconocer con entusiasmo el valor de la obra del joven poeta mexicano. Durante su estancia en México en los años 40- después de un corto idilio- se distanciaron a raíz de una antología de poesía hispanoamericana titulada Laurel (1941) que habían hecho Paz, Xavier Villaurrutia, Emilio Prados y Juan Gil Albert para la editorial Séneca que dirigía José Bergamín. En esa ocasión, Neruda, Juan Ramón Jiménez y León Felipe se negaron a figurar, según Paz, por razones "estrictamente personales ". A Neruda, que no simpatizaba ni con Gil-Albert ni con Villaurrutia, no lo convencía la inclusión de Huidobro, según interpreta Paz. Luego de la publicación de Laurel, en una cena celebrada en honor de Neruda, éste se enfrentó con Octavio Paz: "elogió mi camisa blanca -"más limpia", agregó "que tu conciencia"- y enseguida comenzó una interminable retahíla de injurias en contra de Laurel". "Estuvimos a punto de llegar a las manos", dice Paz. A su partida de México, Neruda -en pleno fervor de apoyo a la causa aliada en la guerra- declaró a la prensa que en la poesía mexicana "hay absoluta desorientación y una falta de moral civil que realmente impresiona ". Como respuesta, Paz y José Luis Martínez escribieron dos artículos en Letras de México duramente críticos con el chileno. Paz -que todavía era un hombre de izquierda- afirmó allí que "lo que nos separa (de Neruda) no son las convicciones políticas, sino, simplemente, la vanidad.., y el sueldo". Durante años no se vieron más. Sin duda las posiciones políticas de ambos, cada vez más divergentes mientras avanzaba la guerra fría, incidieron en esa creciente enemistad.

Curiosamente hay muchos puntos de contacto entre las figuras de Paz y Neruda. Ambos acumularon aduladores y enemigos, ambos fueron escritores fuertemente comprometidos con causas políticas, y ambos fueron grandes poetas. Volvieron a verse en 1967 en Londres, invitados los dos al Festival Internacional de Poesía. Así lo cuenta Octavio Paz en el artículo que le dedicó a Laurel en Sombras de obras (Seix Banal, Barcelona, 1983): "Una mañana mi mujer y yo nos encontramos en un pasillo a Matilde Urrutia. Al vernos nos dijo: "Tú eres Octavio y ésta es Marie José, tu mujer; ¿verdad?'. Le contesté: "Y tú eres Matilde, la mujer de Pablo". Asintió diciéndome: "¿Quieres saludarlo? Le dará mucho gusto volver a verte". Accedí inmediatamente. Llegamos al pequeño salón y Pablo, al verme, se levantó y me tendió los brazos con su antiguo: '¡Hijito, qué alegría verte! 'Nos miramos con extrañeza, nos dijimos que no habíamos envejecido demasiado y hablamos un rato de unas cuantas naderías. Llegó un periodista y nosotros nos despedimos. Bajamos de prisa las escaleras; yo no sabía si llorar o cantar. Esa misma tarde Pablo y Matilde salieron de Londres y no volvimos a verlos. Pero unos meses después recibí desde París un libro suyo, Las Piedras del Cielo, con esta dedicatoria: "Octavio, te abrazo y quiero saber de ti, Pablo". Lo tengo entre la primera edición de Residencia en la tierra y la de España en el corazón, al lado de la colección completa de Caballo Verde para la Poesía. Un caballo del que nadie pudo ni podrá nunca desmontar a Pablo Neruda".

Según cuenta Jorge Edwards en Adiós poeta, en 1990 Octavio Paz le dijo en Madrid: "El año pasado releí la obra completa de Neruda, desde la primera página hasta la última (...) Mi conclusión es que Neruda es el mejor poeta de su generación. ¡De lejos! Mejor que Huidobro, mejor que Vallejo, mejor que Borges. Y mejor que todos los españoles..." Las heridas se habían cerrado. Tal vez el siglo XXI podrá leer a Neruda sin adhesiones o enconos extraliterarios, como lo que sobre todo fue: un poeta.

Rosario Peyrou
El País Cultural
26 de setiembre de 2003

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