La Tijera de Colón
 

Para un retrato del artista cachorro

Rosario Peyrou

 

CASI TODAS las cronologías recientes de la vida de Onetti consignan que su iniciación periodística se produjo en 1928-29 en una revista juvenil llamada La tijera de Colón. Poco se sabía hasta ahora de esa aventura temprana, conocida fuera del círculo de sus protagonistas a partir de una entrevista que Milton Fornaro le hiciera a Onetti en 1980 (La Semana de El Día, 20/12/80). Jorge Ruffinelli no la nombra en su "Onetti antes de Onetti" (En Tiempo de Abrazar, Arca, 1974), y recién en 1986 Omar Prego Gadea --si bien agrega un plural indebido al título-- le dedica un párrafo en su libro sobre Onetti (Trilce) donde se extiende con relativa amplitud sobre los primeros años del escritor aportando datos por cierto valiosos. Carlos Ma. Domínguez es algo más explícito sobre las características de la revista en su libro Construcción de la noche. La vida de Juan Carlos Onetti (Planeta, 1993) escrito en colaboración con María Esther Gilio.

Onetti fue siempre parco para referirse a su vida personal, y lo fue aún más respecto de su infancia y adolescencia, "santuario sagrado", según dijo en más de una oportunidad. Sin embargo, en ocasión de la entrevista con Milton Fornaro se refirió con algún detalle y una cierta nostalgia a esa época de su vida y a aquella aventura periodística: "Hoy no es más --le dijo a Fornaro-- que un recuerdo cariñoso de la adolescencia. Nos divertíamos mucho haciéndola y también tratando de cobrarle a los avisadores. Cobrar los avisos era mi misión, pues yo vivía en Colón. No era una revista literaria, y la hicimos así para adecuarla al público al que iba destinada. No obstante ser una revista sin pretensiones, hubo una cantidad de anónimos, y otros firmados, amenazándonos con palizas. Nosotros criticábamos y nos metíamos con todo el mundo y algunos se molestaban".

Encontrar La Tijera de Colón era hasta hace poco una empresa imposible. Ni siquiera la Biblioteca Nacional la guarda completa. Probablemente la colección que conservó Juan Andrés Carril Urta --uno de los "socios" de Onetti en la revista-- y que finalmente cedió a Milton Fornaro, fuera única. Veinte años después de recibirla, Fornaro emprendió la tarea de publicar una edición facsimilar y numerada de 150 ejemplares, una proeza bibliográfica por el celo puesto en la reproducción exacta en materia de papel y tipografía. Se trata de los siete números aparecidos entre marzo de 1928 y febrero de 1929, encuadernados en una impecable carpeta de cartulina, y si bien, --como escribe Fornaro en la nota que acompaña a la edición-- el conjunto no se diferencia demasiado de cualquier revista barrial de la época, tiene la virtud de contener las primeras narraciones de un Onetti de 19 años, y el atractivo adicional de incitar al lector a descubrirlas.

AIRES PUROS. Villa Colón era en los años veinte un pueblo plácido y arbolado al que solían acudir en verano las familias montevideanas, o quienes buscaban aire puro para curar afecciones pulmonares. Allí se mudaron los Onetti en 1922. Dificultades económicas del padre los habían obligado a dejar la casa que alquilaban en la calle Dante. El pueblo de Colón, más barato, ofrecía algunas ventajas adicionales para el núcleo familiar que integraban los padres, Carlos y Honoria, y sus tres hijos, Raúl, Juan Carlos y Raquel. La mudanza a Colón significó para un Onetti de 13 años la posibilidad de abandonar el liceo, que lo aburría soberanamente, de hacer deportes y encontrar la libertad que no tenía en las céntricas casas de Montevideo. Allí los hermanos Onetti disfrutaron de la vida al aire libre, y Juan Carlos dio rienda suelta a su pasión por la lectura, alimentada por un pariente y por la biblioteca del pueblo. En los agobiantes veranos de Colón solía leer durante horas en el fondo de un aljibe seco que había en el patio de la casa. De esa época datan los primeros cuentos que envió --sin suerte-- a Mundo Uruguayo, y luego los primeros modestos empleos que sólo exigían haber terminado la primaria: en el consultorio de dentista del padre de Zelmar Michelini, en una empresa de neumáticos, en una cantina del Ministerio de Salud Pública, entre otras tareas que apenas mitigaban la flacura de sus bolsillos.

En Colón, el adolescente Onetti conoció a André Giot de Badet, --hijo de un acaudalado francés dueño de una fastuosa quinta en la avenida Lanús-- y figura legendaria del 900, amigo de Delmira Agustini y de Angel Falco, quien probablemente alimentó también sus lecturas de literatura francesa. Y no tardó en hacer amistades entre los veraneantes de la Villa. Con dos de éstos --Luis Antonio Urta y Juan Andrés Carril Urta-- concibieron a fines de 1927 el proyecto de la revista, a la que Onetti puso nombre. La publicación aparece en el primer número dedicada "a nuestro colega y hermano mayor La voz de Pocitos". El editorial de ese No. 1 consigna el objetivo del irreverente proyecto: "ser un vehículo de comunicación entre la juventud, por medio del cual puedan nacer y cristalizar los flirts, y aplicarse, como al descuido, sendos alfilerazos para matizar la cosa. No podemos definirla como una revista seria, ni tampoco como lo contrario. Nos proponemos tomar vidas y milagros de los habitantes de la Villa como simples motivos para el chiste más o menos eficaz, sin darle jamás gran importancia".

Aunque ninguna de las notas del equipo de redacción y sus colaboradores están firmadas, no es difícil deducir que buena parte de los "alfilerazos" se deben a la pluma del joven Juan Carlos Onetti. Este "Onetti antes de Onetti" está muy lejos, por cierto, del autor de "Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo", publicado en La Prensa de Buenos Aires el 1. de enero de 1933 y primer cuento "canónico" del escritor. Sin embargo en medio de la ingenua y sentimental prosa que domina en los escritos de La Tijera de Colón, con sus alusiones a las "deliciosas damitas", y a las fiestas "de elevados contornos", hay textos que no es difícil atribuirle: atravesados de ironía, con un cierto tono deliberadamente plebeyo, donde se alternan nombres de escritores y citas tangueras, tan caras al autor de La vida breve.

En una cronología realizada por Alvaro Barros Lémez y Carlos Fagúndez (En Onetti, Papeles críticos, Montevideo, Linardi y Risso, 1989), se consigna que Onetti "reconoce cinco narraciones" publicadas en la revista, las mismas que en Construcción de la noche (1993), le atribuye Carlos María Domínguez: "La derrota de Don Juan" (No. 1), "Crónica de unos amores románticos (Cuento para niñas sentimentales)" (No. 2); "David, el platónico", (No. 3), "Una tragedia de amor", (No. 4) y "El hombre del tren" (No. 5). Haya sido o no reconocida por Onetti, la lista no parece descaminada: "La derrota de Don Juan", sobre un fracasado lance amoroso en los Carnavales colonenses, es un caso curioso. Por un lado el escriba tiene un tono onettiano, se permite por ejemplo usar el cultismo "coso" por "corso", y acto seguido aconseja para quienes "desean una mejor descripción del ambiente, que nosotros --¡pobres chismosos puebleros!-- no podemos darles, (...) que lean el tango 'Siga el Corso'". Si la ironía dominante en toda la historia hace pensar en su pluma, la dificultad está en que los dos personajes "Don Andrés, que veranea en Colón" y "Don Juan, viejo habitante de la Villa, y muy conocido, sobre todo entre los padres de familia, bajo el apodo de El Terrible" hacen pensar en Juan Andrés Carril y en el propio Onetti... ¿escribiendo sobre sí mismo?. Tal vez sí, por la bravuconada final: "Y esta es la hora en que "Don Juan" anuncia, en todo lugar de distinción, y a todo hidalgo bien nacido, que su venganza será terrible, y que en breve plazo, mientras "Don Andrés" yazca atravesado por su acero de Toledo, él, como en los días de esplendor de los buenos tiempos pasados, displicente y magnífico, jugará a la payana con el rojo corazón de 'Doña Inés'". En "Crónica de unos amores románticos..." el cronista se burla salvajemente de la inexperiencia de dos galanes enamorados, uno gordo y otro flaco, y termina con una irónica cita de las "dulces heroínas de Hugo Wast". Más característico todavía resulta "David el Platónico", otro retrato sarcástico de un amador de pueblo afiliado a la doctrina del "regardeá ma non tocá" (sic), y dubitativo él: "O semos o no semos, como decía Hamlet", escribe el autor. "Una tragedia de amor" es una viñeta humorística sobre otra pareja colonense, en el mismo estilo de divertida crueldad que los anteriores, mientras "El hombre del tren" tiene el aire provocativo y deliberadamente compadrito que sorprendió a Borges en aquella famosa entrevista que tuvo con Onetti en 1949 a instancias de Emir Rodríguez Monegal.

Sin embargo no son esos cuentos, atribuibles a una misma pluma, los únicos textos que podrían asignársele al autor de El Pozo. Otros sueltos denuncian su estilo mordaz: "Pare, lea...y no sea tonto", en el primer número, fustiga a un cierto galán que usa una insignia de la Comisión de Fiestas y Kermesse: "Usted es usted, ¿verdad? Y nada más que usted, ¿estamos? ¿Quiere decirnos, entonces, porqué diablos anda por todas partes luciendo en el ojal la insignia esa?". Y no es difícil adivinar a Onetti en las "Minutas" del No. 4, tituladas "Salute, Valentino!", "La Odisea de un anillo" y "El rey que rabió". Y hasta podría arriesgarse que pudo haber sido el autor de los versos de "¡Carnaval!" del No. 7, firmados "Benito Primo de Oribe" que incluyen lo siguiente: "Si no vendo La Tijera/ Me quedo pato, me quedo".

LA TRIBU. Pero las huellas de J.C.O. no se limitan a esas presuntas colaboraciones. Es cierto que el joven desdeñoso que se burla de sus contemporáneos, no participa en las ingenuas diversiones "sociales" de La Tijera. No es difícil imaginarlo como un contemplador irónico y un tanto extranjero a la sociabilidad burguesa y provinciana de aquellos muchachos. En el número 5 se publican los resultados de las "Cédulas de San Juan", un juego de formación de parejas mediante el sorteo de papelitos con los nombres de los participantes. Allí aparecen, con sus respectivas "parejas" Raúl y Raquel, los hermanos del escritor, pero él no figura. Tampoco está entre los disfrazados de Carnaval del No. 7. En cambio no se salva de ser blanco del humor de los otros: en el No. 2 se publica una lista de los muchachos y muchachas de Colón caracterizados por los títulos de "algunas cintas de actualidad". En la nómina hay un Juan Carlos O. definido como "El Fantasma de la Opera". Eso podría hacer pensar que es también el autor de una sección fija de chismes titulada "Nos contó el Fantasma...", sin embargo éste ("Nuestro fantasma") aparece en la misma lista con el nombre de la película "El Centinela de la noche", y en una de sus crónicas chismosas consigna por ejemplo "Que Juancito se va a comprar un sobretodo muy largo. Que puede ser que entonces lo mire cierta chica de Piedras", lo que coincide con testimonios de la época, que describen al escritor adolescente de gacho, y enfundado en un largo sobretodo oscuro.

Otra aventura "cultural" reseñada en La Tijera, son las funciones que en noviembre de 1928 realizó La Tribu del Huevo (en alusión a Colón), una troupe que integró Onetti, junto con su hermana Raquel y Luis Antonio Urta, entre otros. En esa función, que se realizó en el cine Artigas, se representó una parodia del Otelo de Shakespeare escrita por Onetti, donde el escritor hacía el papel de Yago, según documenta Domínguez en su biografía. La versión despertó el entusiasmo de André Giot, que invitó luego a toda la Tribu a visitar su quinta, e inició a partir de allí su amistad con Onetti.

Involuntaria, en cambio, ha de haber sido su participación en el concurso "de Belleza y de lo otro" que convocó la revista desde el primer número. Se invitaba a los lectores a llenar unos cupones para votar a la "niña" más bella del pueblo, y al varón más feo. "Hicimos trampas horrorosas --le dijo Onetti a Fornaro en el reportaje de 1980-- yo era el más feo... Con las niñas era fabuloso porque había que mandar cupones que salían en La Tijera, entonces los novios de las niñas compraban las revistas para quemarlas; pero recortaban los cupones y los mandaban. Nosotros hacíamos un trabajo muy fino: un mes adelantábamos a una y otro mes a otra. Entonces la desplazada compraba muchas revistas y mandaba más cupones. Al final el concurso lo ganó, creo, la hija de un español: Carmen García Pardo, que realmente era muy bonita". Una función parecida ha de haber tenido la idea de publicar, a partir del No. 3 una foto de algunas de esas "niñas" en la tapa de la revista. Lo cierto es que en el número 6 --último en publicar los resultados del "concurso"-- la recordada Carmen García Pardo aparece en el cuarto lugar, pero Onetti encabeza la lista de los "feos" con 204 votos. Es cierto que el cronista afirma que "no están todos los que son ni son todos los que están".

VIDA CORTA. Ingenua, pueblerina y "sin maldad" --según sus redactores--La Tijera despertó las iras de algunas víctimas de las burlas, según consigna jocosamente el No. 2. Sus críticas, sin embargo, no iban más allá de tomarle el pelo a los enamorados de la Villa y fustigar alguna iniciativa municipal (sin dejar de elogiar otras). Leída hoy, no sólo vale la pena como fuente documental de los devaneos literarios del artista adolescente, sino también como testimonio de una época, de una forma de vivir las relaciones sociales y entre los sexos, que seguramente interesará a los historiadores de la vida privada. Los avisos publicitarios, las crónicas de sociedad, las reseñas de las fiestas carnavalescas de Colón que gozaron de un prestigio especial en los años 20, el lenguaje afrancesado de muchos cronistas (que se revela tan cursi y provinciano leído hoy, como resultará dentro de algunos años la anglomanía de muchos escribas actuales), componen un retrato vívido de la clase media de un Uruguay ya desaparecido. A pesar de sus ambiciones --pretendía ser por lo menos mensual pero sólo alcanzó a siete números en un año--, la revista naufragó en el Carnaval de 1929. Es probable que no haya sido ajeno al descalabro el hecho de que el vendedor de avisos estuviera ya --en vísperas de su primera radicación en Buenos Aires y de su casamiento con su prima María Amalia-- más dedicado a la literatura que a las travesuras periodísticas de una publicación barrial. *

LA TIJERA DE COLON. Año I No. 1 (marzo 1928) al No. 7 (febrero 1929). 29 cm x 19,5 cm. 112 págs. Reproducción facsimilar y numerada de 001 a 150. Incluye "Enigma para lectores atentos", de Milton Fornaro. Ediciones El Galeón y L&M Editores. Montevideo, 2001. En venta solo en El Galeón - Juan C. Gómez 1327.

 

Un posible Onetti

David "el Platónico"

ES EN NUESTRO pueblo el lírico paladín del romanticismo. Su alma antes de encarnarse en su esbelto cuerpo debió de haber zambullido en alguna fuente susurrante de aquellos jardines de Grecia, en que Platón, a la sombra de los ombúes añosos, hacía volar divinas palabras de pureza, trasmitiendo la doctrina del "regardeá ma non tocá".

Siempre tiene entre los labios, como una blanca flor, dulces frases sobre el espiritualismo. Durante muchos meses --y tal vez todavía-- estuvo enamorado de una chica muy bella y conocida, cuyas iniciales son R.D. Por supuesto que ella jamás supo de su amor. Muchas veces, en alguna función de cine, cuando ella se emocionaba graciosamente ante los cow-boys temerarios y sin ley, o cuando el bello Rodolfo hacía palpitar su corazoncito, él estuvo tentado de poner los ojos en blanco, y trémulo de santa emoción, decirle a su adorada todas esas cositas pavas que nosotros, allá en nuestra juventud de oro, también cometimos.

Pero entonces, la figura grave y serena del maestro griego, con sus barbas de luna y sus ojos límpidos, que jamás lograra empañar la mundana visión de alguna pantorrilla, por bien torneada que fuera, surgía poderosa en su alma y lo avergonzaba por intentar dar forma a sus sueños. El no claudicaría jamás. O semos o no semos, como decía Hamlet.

Los que lo trataban, al verlo tan virtuoso y tan inmunizado por sus creencias, ciegos de envidia, dieron en propalar terribles calumnias sobre él.

Dijeron que era malo, malo como "El Ciruja"; lo llamaron "pequeño Nietzsche". Pero él, con la sonrisa en los labios, recibía sin preocuparse tales insultos.

Entonces --¡oh, perversos!-- dijeron que él no era un amador platónico, sino un muchacho apocado y vergonzoso, incapaz de declararse por falta de coraje. Un tímido y nada más.

Aquello era demasiado. Para desvirtuar tan insidiosa especie llegó a idear un plan fruto de muchas noches en claro.

Comenzó a ahorrar; al mes llegó a tener $ 0.73. Tomó un boleto de ómnibus, compró cigarrillos rubios, y pensando que el ahorro es en verdad la base de la fortuna, como dicen muy bien los avisos de la C.N.A.P., se fue a ver a una amiguita de su familia, allá por la calle Convención.

Pero aquella ruptura de su concepto del amor, le fue fatal. Ella, con suma diplomacia le dio a entender que su corazón estaba en manos de otro galán, tal vez no tan espiritualista, pero sí la mar de simpático.

Nuestro héroe, desesperado, se dirigió a un negocio próximo, y tomó, uno tras de otro sin vacilar, con la resolución de la tragedia, dos guindados de a cinco.

Luego, con el resto de sus economías, emprendió el triste regreso hasta este pueblo, donde, bajo la majestad de los cielos dilatados, y sobre la alegría del pastito verde, pasea su silueta de ex-noble ruso enfermo de spleen, lamentando aquella desgraciada aventurilla que puso el único lunar en su vida, tan elevada y tranquila. *

(Texto publicado en "La tijera de Colón")

 

Rosario Peyrou
El País Cultural
20 de abril de 2002

 

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