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Cuentos de Cristina Peri Rossi

Pasiones en varios formatos
Cristina Peri Rossi

DE TODOS LOS ESCRITORES uruguayos actuales, Cristina Peri Rossi es quien presenta una proyección internacional más equilibrada entre el interés del público amplio y el académico. Por un lado, enfoca tesis doctorales, simposios e investigaciones especializadas y por otro, la sostenida atención de los multitudinarios lectores que acceden a las editoriales de gran circulación comercial.

Y esto es de por sí una realidad excepcional en el mundo literario contemporáneo. Por ejemplo Onetti tuvo siempre un sólido prestigio entre los especialistas, que ha crecido sin pausa a través del tiempo, pero durante décadas permaneció como encapsulado en el mundo de los expertos. Con Benedetti y Galeano pasó exactamente lo opuesto: se vendían, se venden, como pan caliente, pero su propia facilidad era su dificultad cuando de profesionales se trataba. Hoy el autor de La tregua, luego de medio siglo de escritura, arriba por fin a un reconocimiento académico internacional.

La resonancia alcanzada por Cristina se centra fundamentalmente en dos componentes de su escritura: la estructura de su lenguaje y la presencia de la pasión como sujeto de su poesía o como tema de su narración. Su lenguaje se caracteriza por una importante concentración de comparaciones y metáforas que evitan siempre las combinaciones convencionales: "(...) soy el navegante a la deriva impulsado por las olas y la brisa. Ancorado a ti como a un coral" (Solitario de amor; p. 89).

 

Este cuidado en introducir un matiz de sentido -"ancorado" y no anclado- inusual, es uno de los rasgos distintivos de sus metáforas. En otros casos se incorpora una comparación y se evita la descripción convencional: "El calor de tu pecho atraviesa la tela negra, como el fragor de dos volcanes dormidos" (Ob. Cit.; 91).

Su preocupación por construir un discurso rico en inesperadas tonalidades de sentido, siempre definió su escritura, pero la introducción de la pasión como elemento dominante en el campo narrativo, es gradual. Y hay libros claves en ese proceso: La nave de los locos (novela; 1984); Una pasión prohibida (cuentos; 1986); Solitario de amor (novela; 1988); La última noche de Dostoievski (novela; 1992) y Desastres íntimos (cuentos; 1997).

La presencia de la pasión como un eje temático -pasión que no necesariamente tiene que ser sexual, y así en La última noche de Dostoievski es la pasión del juego-, confiere a esta narrativa una gravitación más perdurable. Como dice uno de sus personajes: "Sólo el deseo nos salva de la melancolía de la fugacidad" (La última noche de Dostoievski; 89).

Desastres íntimos se compone de nueve cuentos que tienen en común un fuerte elemento erótico. Se describe el deseo, como necesidad de otro cuerpo. Y a veces sólo el deseo, en abstracto, con total prescindencia del otro ser. Porque no se trata de pintar cuerpos ni mucho menos relaciones sexuales.

El lector puede imaginar cualquier objeto de deseo, porque se dan desde las combinaciones previsibles, parejas de hombres y mujeres (o de hombres, o de mujeres) hasta "El testigo" que presenta la inesperada relación de un muchacho con la bella y joven amante de su madre, en presencia de ésta.

En este caso, el relato está a cargo del propio joven, quien dice: "Me crié entre las amigas -amantes- de mi madre". Este comienzo desconcierta al lector y le hace pensar erróneamente que está frente al conocido caso del chico afeminado que crece en medio de mujeres y termina confundiéndose con ellas. Cierta identificación con la femineidad se produce: "Lamenté entonces, muchas veces, no haber nacido niña, para que mi madre peinara con unción y recogimiento mi pelo" (p. 60).

Pero años más tarde y cuando el narrador es ya un adolescente, una nueva amante de la madre, Helena, precipitará un cambio sustancial en la atmósfera familiar. Fuertemente atraído por la muchacha, el joven se va desplazando de su papel de "testigo" -como el título lo definía- al de protagonista. Esta evolución culmina cuando una tarde el muchacho llega imprevistamente a la casa y advierte que Helena y su madre se encuentran en la intimidad de la recámara: "Intuí que Helena estaba dentro. Tuve un acceso de angustia, los ojos se me llenaron de lágrimas" (p. 67). Entonces, irrumpe en el cuarto y obliga a Helena a besar y acariciar a su madre, luego a "cubrirla ". Por último: "oprimí los dos cuerpos de las mujeres bajo mi peso. Penetré rápidamente a Helena por detrás. Ella gritó. Mi madre al fondo, echada sobre la cama, jadeaba.

Estallé como una flor rota. Deflagré. Entonces, exhausto, me retiré. Las abandoné rápidamente. Antes de cerrar la puerta, le dije a mi madre"

-No te preocupes por mí Ya soy todo un hombre. El que faltaba en esta casa". (p. 70).

De modo que la historia se articula en dos segmentos opuestos. En el inicial, el chico aparece determinado por el modelo materno. Ahí la visión femenina del mundo fluye con naturalidad y hegemonía. De Helena en adelante -que es, narrativamente, el bien a obtener-, el adolescente desarrolla su propia dinámica y por lo tanto entra en conflicto con la figura de la madre. El final produce un desenlace en el sentido tradicional de la palabra o sea, una nueva distribución de los roles de cada personaje.

El lenguaje que cuenta esa historia, rico en comparaciones y metáforas inéditas, logra una expresión tan intensa como la iniciática experiencia amorosa del muchacho.

"El ángel" es el cuento de esta colección que más claramente expresa la estética posmodernista, una tendencia tan característica de la escritura de Peri Rossi y de buena parte del relato y del cine actuales. Se la puede definir como la sistemática trasgresión de las concepciones unívocas del mundo. Dicho de otra manera, como la jerarquización de los enfoques plurales de la vida. Ni en el arte, ni en la política, ni en el amor, hay ya verdades absolutas. No hay más respuestas definitivas a nada, sino búsquedas, exploraciones.

El protagonista de "El ángel" ha sido abandonado por su mujer que se ha ido con otra, ''guapa", ''decoradora" y ''sin compromisos": "el hecho se había instalado en el centro de mi estómago, como una bola de cemento que no me permitía tragar ni vomitar" (p. 158). Esta desesperación lo lleva a visitar un bar de homosexuales, donde descubre en la barra al "ángel": "tenía aspecto de mujer; pero algo en su figura, en sus hombros o quizás en su voz, indicaba que había un pequeño desajuste, una imperfección, la sospecha de no serlo enteramente" (p. 160).

Poco después y con la ayuda de algunas copas, no vacila en confesarle que ha sido abandonado y a su vez preguntarle por su naturaleza. La respuesta coloca de plano el cuento en el mundo posmodernista: "-Soy lo que tú quieras. Soy tu sueño. Si me quieres mujer; seré mujer; si me quieres hombre, seré hombre" (p. 162).

Por un momento se establece una discusión que articula la visión tradicional del marido y la perspectiva ambivalente que del mundo tiene el "ángel": "el tener es ilusorio, querido mío. Lo que tenemos lo deciden los demás. Por eso yo ofrezco el sueño. Soy lo que tú decides que soy: hombre o mujer" (p. 163). Esta es la encarnación narrativa de buena parte del pensamiento del mundo contemporáneo, independiente de que a cada uno le guste o no, reino de la ambigüedad y de la circunstancia. Ante esto casi todos sienten miedo, pero justamente, ese es el inicio del deseo y de la atracción, como claramente lo ve el "ángel": "Allí comienza el deseo. En el lugar del miedo, donde nada tiene nombre y nada es, sino parece" (p. 167).

Y por fin el protagonista se va con ese ser extraño y ambiguo. El cuento es una audaz exploración de la soledad y del erotismo, terrenos donde, como dice el protagonista "las revelaciones son oscuras".

Desastres íntimos configura una ruptura con el mundo convencional de la pasión. Como el posmodernismo, parece contribuir a una reformulación de la visión del mundo. Por su lenguaje y por su enfoque, es un libro de vanguardia.

DESASTRES INTIMOS, de Cristina
Peri Rossi. Ediciones Lumen, Barcelona, 1997. 167 páginas.

Rómulo Cosse
El País Cultural
12 de diciembre de 1997

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