Walt Whitman
Víctor Pérez Petit

Es la voz enorme de la Naturaleza proclamando la alegría del vivir. Es el tremolar de una bandera llamando a todas las naciones del mundo para la acción noble y fecunda. Es la conciencia de sí mismo; la fuerza sana y libre; el orgullo de ser útil a los demás; la moral sin trabas y sin máscara; el pensamiento que ha sabido desentrañar la belleza del trabajo y la poesía de la utilidad. Plantado él mismo en la tierra, tal que un árbol; hundidos sus dos pies en el limo, firme, robusto, sano, recoge todas las corrientes de las innumeras vidas que pueblan el planeta, se nutre con su savia, absorbe sus jugos, y haciéndolos ascender por su tronco, los transforma por milagrosa alquimia de su corazón en sustancia suya, y cuando todas aquellas energías de los múltiples seres —aves y peces, reptiles y mamíferos, vegetales y minerales, substancias químicas y elementos misteriosos e imponderables— alcanzan su testa, coronada de largos cabellos, lo mismo que un árbol  florece en miríadas de luminosas corolas, cuyos perfumes da a los vientos que pasan, para que los vientos, mensajeros de su dádiva, lleven a todos los pueblos del orbe, a todos los seres, a la luz y a la sombra, al bien y al mal, a lo creado y a lo que se cela más allá de la Naturaleza, su amor, su alegría, su esperanza —su fe en el Hombre, constructor del porvenir—. Nunca una voz más viril y tonante ha cantado la belleza y armonía del cosmos; jamás un soplo de mayor bondad ha corrido sobre las frentes de todos los seres que penan sobre el surco con tal entono de gracia y de redención. Walt Whitman es el poeta que hace poesía sin escribir versos, sin tomar posturas románticas o melancólicas, sin buscar imágenes iridiscentes o metáforas deslumbradoras —la hace hurgando tan sólo en la realidad, penetrando en la entraña de la materia animada, sorprendiendo el secreto y el destino de los seres, cantando la fuerza, la voluntad, la salud del cuerpo, la claridad del alma—. Walt Whitman es el predicador que dicta su curso de moral sin libros y sin pulpito, sin normas preestablecidas ni códigos religiosos, sin afán de hacer prosélitos ni propósito de adoctrinamiento: es el alma toda luz que comunica su luz porque sí, naturalmente, en una expansión de su vitalidad; es el corazón bueno que con el juego normal de la sístole y la diástole, vierte por todo el organismo del universo el líquido rojo de su ternura, de su alegría comunicativa, de su virtud emancipadora. Su moral no está en los filósofos ni en los credos; no es la moral establecida y aceptada; no es la que rige las sociedades cimentadas en la rutina, en el prejuicio, en el

Walt Whitman

prejuicio, en el interés, en la hipocresía: es, sencillamente, la moral del hombre, del hombre natural y libre, justo y bueno. Su metafísica, clara, ingenua, sin sorites ni premisas, sin abstracciones ni nebulosidades, busca el ser y la verdad en la realidad que nos circunda y en lo que pueda caber fuera de nuestra realidad conocida; y por tal modo, igualitario e inmanente, abarcándolo todo en un abrazo de amor, porque todo lo que es y todo lo que concibe el entendimiento, por el solo hecho de existir o de ser concebido, es digno de amor, canta a Dios y a Satán, la luz y la tiniebla, la vida y la muerte, el bien y el mal, la virtud y el crimen, el gesto de piedad y el zarpazo victorioso. Walt Whitman es el hombre, todo el hombre; el orgullo del ser vertical; la dignidad del ser pensante; el "pionner" que abre en las selvas las amplias avenidas de las orgullosas capitales; el obrero que cifra en la fuerza y habilidad de sus músculos más que en las bielas y ruedas de las máquinas; la hormiga de gestos minúsculos laborando incansablemente hasta horadar montañas, hasta detener torrentes, hasta construir su país robándole al océano su comarca submarina. Es el hombre completo, el hombre integral, con su entendimiento de luces conquistadoras y su cuerpo de barro uncido a los bajos menesteres; con sus altiveces y cobardías; con sus gestos de nobleza y heroísmo, y sus vicios, sus pasiones y sus ignominias. Y es el vidente, la milagrosa mirada que penetra los seres y las cosas, el tiempo y las razas, para descubrir su destino, y dictarle un consejo, y anunciarle la buena nueva. Orgulloso de ser americano y ciudadano del mundo, diverso y el mismo bajo todas las banderas, múltiple y único bajo todos los climas, proclama "la libertad que nunca muere, y la igualdad que no tiene retorno"; celebra los animales "que no se arrodillan los unos ante los otros"; advierte que la gran ciudad "es aquella que posee los más grandes hombres y las más grandes mujeres"; afirma que "una brizna de hierba no vale menos que la vida de las estrellas"; canta el hacha, el arma "bella, desnuda y pálida", que creó las ciudades de los tiempos pretéritos, que ha construido las ciudades que son hoy nuestro orgullo, que en el más remoto porvenir seguirá mordiendo los árboles enormes para edificar las ciudades de nuestros descendientes. Hermano de Emerson, por el genio especulativo, y hermano de Poe, por la vena artística, Walt Whitman es una de las glorias yanquis ante la cual la humanidad entera debe descubrirse reverente. Cuando alguien que estaba al lado del presidente Lincoln, junto a la vidriera de un balcón, le mostró la recia y simpática figura del poeta que cruzaba allá abajo por la calle, el gran hombre de Estado, que no le conocía, pero que conocía en cambio a los hombres por su sola apostura, exclamó: "En verdad, tiene todo el aspecto de un hombre".

La vida y la obra de Walt Whitman se completan y se funden la una en la otra tan armoniosamente, que puede decirse que si aquélla es toda su prédica en acción, ésta es la prolongación espiritual de todo cuanto realizó y hubiera podido realizar si sus medios hubieran podido responder a sus facultades. Hijo de modestos obreros —su padre Walter Whitman era carpintero; su madre, Luisa Van Velsor, pertenecía a una antigua familia de marinos de Cold Spring—, fue obrero él mismo y jamás renegó de su condición: al revés, ya en plena gloria, gozando de amplia popularidad, se le ve frecuentar los bares marineros, pasarse largas horas en el broadway o en la casilla del vigía de Brooklyn para platicar mano a mano con cocheros y pescadores. Y no es este trato del hombre de pensamiento con los humildes del trabajo cotidiano, el snobismo de los burgueses que buscan disimular sus rancios prejuicios con letreros de avancismo; no es tampoco el falso amor del intelectual o del seudo director de muchedumbres que busca, halagando a los obreros, su propio provecho antes que el de los que adula y hace como que defiende. Walt Whitman es pueblo, carne y alma de verdadera Democracia —en el más estricto y noble sentido—. Ama a los desheredados de la fortuna como se ama a una mujer, compenetrándose con su vida, sacrificándolo todo a ella, poniendo en ella una idealidad y un fin. Trabajador, es decir, obrero, le vemos deambular al través de los Estados Unidos, hoy en Washington, mañana en Boston, otro día en Delaware y otro aún en New Orleans, ejerciendo de pasante y mandadero de un abogado de Brooklyn, de tipógrafo en Camden, de carpintero al lado de su padre, de periodista en New York, de enfermero, cuando la terrible guerra del Norte contra el Sur, en Virginia, en los hospitales del ejército del Potomac. Luchando contra la miseria o la necesidad, no es menos grande y valeroso que enfrentándose a la muerte. Inmediatamente después de la sangrienta acción de armas de Fredericksburg, le vemos correr al campo de la lucha, no para alistarse en las filas de uno u otro bando, sino para sentarse al lado del lecho de los heridos o moribundos, fueran soldados del ejército del norte, fueran de los sudistas, para cuidarles con un amor y una dedicación tan honda, que muchos años después será el recuerdo de ese humanitario gesto suyo el más alto pedestal de su popularidad entre las gentes humildes.

Hojas de hierba

Traducción de Jorge Luis Borges

Y con ese amor, sincero y profundo a los hombres, su amor y veneración por el grande país que es su patria —que llega en él a ser el único orgullo de su vida, es decir, el único orgullo de sentirse ciudadano de la más vigorosa democracia del mundo—; su amor por todas las otras patrias del planeta, ya que al par de norteamericano, se siente el corazón fraterno para las demás nacionalidades, sean las más contrapuestas y antagónicas. Y su amor, en fin, por todos los seres, grandes y chicos, nobles y protervos, sean águilas caudales, sean ínfimos gusanos que se arrastran entre las hierbas; por todas las vidas de la creación, respetables y dignas de cuenta, aunque más no sea por el solo hecho de ser expresiones de vida; por las hierbas, por las flores, por los árboles, por las aguas que surcan las tierras como una sangre fecunda, por la luz que viste los prados proclamando la belleza de la existencia. Es una especie de panteísmo, de amor patético a semejanza del que asistió al humilde hermanito de Asís. Es un impulso íntimo de todo su ser que le conduce a compenetrarse, a fundirse con la Naturaleza entera. Leed su formidable canto "Salut au Monde"; escuchadle recitar su credo en la augural composición "Partiendo del Paumanok":

"Yo tomaré conocimiento de las naciones extranjeras —trazaré la geografía entera del globo y saludaré certeramente cada ciudad, grande o chica—. Y vosotras, ocupaciones humanas! Diré en mis poemas que, sobre la tierra y el mar, el heroísmo está en vosotras —y contemplaré el heroísmo desde un punto de vista americano".

Y luego:

"Yo soy el hombre que cree en la calidad, en los siglos, en las razas. Yo procedo del pueblo en su espíritu. — Aquí está el que canta la libre fe. — Omnes! Omnes! Que otros ignoren lo que ellos pueden. — Yo hago hasta el poema del mal, aun conmemoro esta parte. — Yo mismo soy tan bueno como malo; y así es mi Nación; y afirmo en verdad que el mal no existe".

Y luego, todavía:

"Sabed que por hacer llover sobre la tierra el germen de una más grande religión —yo canto los siguientes cantos ... "

Esa voz cíclica, enorme, arrolladora, llena y colma el ámbito. Cantando al mundo, a los hombres, a la existencia, Walt Whitman es un verdadero Dios primitivo. Tiene acentos tan poderosos, que no parece sino que todos los vientos de la mitología hincharan sus pulmones: ruge tal que los volcanes en erupción. Es proteico e intrincado como una selva tropical: su pensamiento se expande en laberínticos ramajes de incisos, derivaciones y cláusulas secundarias, y se corona en una floración de ideas maravillosas. Dijérase una nueva Biblia —más poética y amorosa, desde luego, que la guerrera y cargada de odios del pueblo de Jehová —una nueva e iluminada Biblia, con sus secuencias líricas, sus cláusulas palpitantes de una cadencia interior, más serena y grave que la de los versos medidos por el cartabón métrico. Oíd ese sobrenatural "Canto del Vidente", en el que el "paralelismo hebraico" de la forma rememora la dicción del milenario libro tan caro a los pastores de las antiguas religiones, pero en el que se enciende una idea moderna, promisora, recargada de fecunda fe y de verdadero amor:

"Él es el Vidente —el que puede ser vaticinado es vaticinado por sí mismo, y el que puede ser vaticinado comprueba cómo no puede ser vaticinado—. Un hombre es una admonición y un desafío —(es en vano reunirse en conjura — ¿oyes tú la risa burlona?, ¿ves los ojos irónicos?)—. Libros, amigos, filósofos, sacerdotes, acciones, placer, orgullo, se esfuerzan para dar satisfacción —y es Él quien indica la satisfacción y muestra con el dedo a los que se esfuerzan—. Sea el que fuere el sentido, cualquiera la estación o el lugar, Él puede caminar siempre, alegre, cortés, seguro, de día y de noche. — Él tiene la llave de los corazones; Él posee el don del oráculo para escrutar con sus manos los tumores".

Y prosigue, amorosamente:

"Él es bienvenido cerca de todos; el fluido de la belleza no es más bienvenido y universal que él. — La persona que escoge durante el día y con la que duerme por la noche, es bendita. — Cada ser tiene su idioma, cada cosa un idioma y una lengua. — Él funde todas las lenguas en la suya, y la devuelve a los hombres, y cada hombre la traduce y aun se traduce a sí mismo".

Después, universalizando la representación:
 

"Los mecánicos lo toman por un mecánico —los soldados creen que es un soldado y los marinos que tiene el hábito del mar—, y los artistas que es un artista, y los autores que es un autor—, y los obreros comprenden que podría trabajar y amarles. ..

"Cree el Inglés que él desciende de su tronco —a un judío le parece un judío—, a un ruso, un ruso: es familiar, próximo, no apartado de ninguno. . .

"El noble de sangre pura reconoce en él su pura sangre —el pendenciero, la prostituta, el colérico, el mendigo se ven a sí mismos en él, y él maravillosamente los trasmuta—. Tanto, que ya no son más abyectos y apenas si recuerdan haberlo sido".

Para llegar, al fin, a estas afirmaciones, que encierran la esencia del Poeta y la santidad de sus Cantos

"El creador de poemas planta la justicia, la realidad, la inmortalidad —su penetración y pujanza circundan cosas y hombres— y ésa es la gloria y la esencia de los hombres y de las cosas...

"El marinero y el explorador son los fundamentos del creador de poemas, el Vate —el albañil, el geómetra, el químico, el anatómico, el frenólogo, el artista, todos estos en fin son los fundadores del creador de poemas, el Vate.

"Las palabras de los poemas verdaderos dan más que los poemas solos.

"Los poemas te dan el modo de crearte tus poemas; tu religión y política; tu guerra y tu paz; la conducta de tu vida; tu historia; ejemplos de tu vida cuotidiana y de muchas otras cosas — Ellas equilibran las clases, los colores, las razas, los credos, los sexos. — No buscan, son buscados por la belleza —siempre, tocándolos o estrechados a ellos, los sigue la belleza, encelada, pálida, enferma de amor".

¿Y qué es lo que canta el Vidente? Canta a todos los pueblos, a todos los hombres de la tierra, porque a todos, sin distinciones, los ama por igual, con un amor verdaderamente fraterno; canta a todas las cosas y fenómenos de la Naturaleza, porque a todas las siente y a todos los admira por su belleza y su vida, su fuerza y significación. Oídle en ese "Salut au Monde", de una grandeza épica sobrenatural. "¿Qué oyes tú, Walt Whitman? —pregunta, tendiendo el oído—. Y como una resonancia de órgano, su corazón contesta: —Oigo los gritos del australiano domando el caballo salvaje; la danza española que ritma el compás de una guitarra; los rumores incesantes del Támesis; los fieros cantos franceses de libertad; las canciones del gondolero italiano; el ritornello del muezzin árabe; las voces de bajo y soprano en las cantatas cristianas; el grito del cosaco y las voces del marinero que desde Okotsk empuja su barca hacia el mar; la afanosa respiración del esclavo; el rítmico silabear de los versos griegos, las arrogantes leyendas romanas, la historia conmovedora del Dios hermoso, el Cristo. —¿Qué ves tú, oh Walt Whitman? —continúa—. Y como en una vorágine de anunciaciones, sus ojos ven: —El globo enorme que gira en el vacío; los continentes y las aguas prendidos a sus flancos; el Himalaya, el Altai, el Kasbock, los Pirineos, los Balcanes, los Cárpatos; el Vesubio y el Etna; los desiertos de Libia y de la Arabia; las moles de hielo del Ártico y del Antártico; las masas líquidas enormes del Atlántico y el Pacífico; las aguas del Indostán, del mar de China y del Golfo de Guinea; el Mediterráneo luciente de sol y el mar que baña las aguas heladas de Groenlandia; y ve los milenarios asientos del imperio Asirio, de la antigua Persia, de la fantástica India; ve los hombres que encendieron una luz en su comarca; ve los campos de batalla y crecer sobre ellos hierbas, flores y frutos; ve las estepas del Asia, y las altiplanicies de Abisinia, y las regiones de la nieve y del hielo. Y a todos, en nombre de América, alta, perpendicularmente la mano, saluda al mundo entero, sin distinciones de pueblos ni razas, porque todos, dentro de Whitman, son un ser y una bandera".

Y por encima de su portentosa visión, el clamor pujante del pueblo que tiene conciencia de sí mismo y la certeza de su porvenir.

"Veo el macho y la hembra doquier —veo la serena fraternidad de los filósofos; veo la actividad edificadora de mi raza; veo los altos dignatarios, los colores, los bárbaros, las civilizaciones, y voy tras ellos y me mezclo con ellos sin distinciones—, y saludo a todos los habitantes de la Tierra".

Esta fuerza de amor que mueve al poeta por todas las vías y comarcas, un día torna a sí misma, y entonces son esos poemas intitulados: "Hijos de Adán", que en su hora levantaron vendavales de indignación entre los "metodistas", "cuáqueros" y "evangelistas", y otros monstruos apocalípticos amasados con tinieblas y perversidad, hinchados de intolerancia, vacíos de inteligencia. Esta parte de ese multimillonario libro que es el libro del poeta —Leaves of Grass— canta con una franqueza y naturalidad realmente primitivas el propio cuerpo, sus órganos, sus facultades, sus funciones —toda la vida animal, toda la vida de relación, y las reacciones, movimientos y triunfos que constituyen lo que denominamos "conciencia de sí mismo"—. Los músculos, la sangre, cada región del cuerpo humano, todas las funciones orgánicas, hasta la más mínima célula del organismo, hasta el acto más íntimo merced al cual se perpetúa la especie, es detallado y aplaudido por el poeta, que se siente ennoblecido por la vida —orgulloso de ser hombre; feliz de sentirse sano y fuerte; conmovido por la armonía y equilibrio de sus actos entre el azareo de los demás seres vivientes—. Su verbo desnudo, lo mismo que el cuerpo que tan entusiastamente canta, no vacila ni tiembla al descender a los más mínimos detalles; y así es que nombra candorosamente los órganos de la generación en el himno "al cuerpo eléctrico", y así es también que presiente, tal que un visionario, en el canto "Una mujer me espera", la raza del futuro que vendrá a la vida porque él cumplió su destino.

"Las gotas que sobre vos destilo, resurgirán en gallardos y atléticos muchachos, en nuevos artistas, músicos y cantores; — los niños que de vos genero, engendrarán niños a su turno; — de mis efusiones de amor yo pido hombres y mujeres perfectas; — espero que éstos se compenetren entre sí como yo y vos nos compenetramos ahora. — Haré cesión sobre los frutos de las ondas que se desbordarán de ellos, como hago cesión de las ondas que de mí desbordan. — Y es para ver el amoroso renacimiento de la vida, de la muerte, de la inmortalidad, que yo planto ahora con tanto amor".

Este himno casi místico en loor del propio yo y del porvenir de la raza, que no obstante algunas expresiones rudas (rudas por la exactitud de los vocablos extraídos del léxico) luce toda la pureza de lo que es sencillo, primitivo, ingenuo —tuvo la virtud de exasperar hasta la demencia a los espíritus vulgares que no ven en la generación más que un acto vergonzoso y en los que lo realizan, dos animales en celo. Alzándose entonces contra esa ley santa de la Naturaleza, lo fulminaron con su anatema. Un triste sujeto, cuyo nombre es forzoso imprimir para publicar su imbecilidad, su castigo, Jam. Harían, jefe en la oficina donde se hallaba empleado Walt Whitman, hurgó en los cajones de su escritorio, en ausencia de éste (la violación del bien ajeno, por lo visto, no es pecado para los ladrones de honras), y hallando en uno de ellos el manuscrito de Leaves of Grass, utilizó aquella parte del libro, "Hijos de Adán", para denunciar a su autor como un ser inmoral, corrompido e indigno de formar parte de la administración. Para tales delatores, bajos y repugnantes, siempre existen jueces, de una asnalidad tan perfecta como para prestarles oído. La acusación de Harían, el severo "metodista" anclado en la animalidad, por su credo religioso, intolerante e incomprensivo, ruin y malevolente, estúpido y cobarde —halló eco en un Ministro ajeno totalmente al arte superior, al espíritu humano del hermoso poema, y Walt Whitman fue relevado del cargo y arrojado al hambre. No faltaron, es verdad, en tan angustiosa situación, hombres libres que acudieron en defensa del poeta: aquí es de rigor mencionar el nombre de O'Connor, el valiente adalid que se puso al lado del poeta para defenderle y vapulear al miserable delator. El verbo de O'Connor, encendido y tonante, dijo entonces a los hipócritas que posaban de austeros defensores de la moral, lo ridículo de su empeño, su miseria de "water-closet" con pantalones, la infamia de su crimen de leso-arte. Evidenció cuál era la significación de los poemas, su honestidad íntima, su inocencia extraña totalmente a la depravación sensual. Mostró, en fin, que las palabras no son impuras cuando el pensamiento es honrado; que la impureza está en el zafio que huele el establo en la maternidad de las vacas.

En torno de esta incidencia, el escándalo creció. Leaves of Grass no hallaba editor: nadie se atrevía a afrontar las iras de los "defensores de la moral". (Un "metodista" es un predicador que puede hacer en secreto todo lo que vitupera en público). Pero, con eso y todo, Walt Whitman se salió con la suya. Su vida honrada y noble fue conocida: sus sacrificios durante la guerra de secesión, revelados por sus amigos, atrajéronle las simpatías de sus conciudadanos; sus cantos fraternales, de tan honda raigambre humana, conmovieron los corazones. Y fue "el buen poeta de los cabellos grises"; fue el más alto poeta de la nueva América. El mismo Emerson, el gran Emerson, el primero de todos, cuando todos le desconocían, le escribía en una carta leal y consagratoria: "No desconozco el valor del regalo maravilloso que me habéis hecho con Hojas de Hierba. Considero esto como el más extraordinario ejemplar de talento y sabiduría que América ha producido hasta ahora. . . Os saludo en el comienzo de una gran carrera...".

Walt Whitman prosiguió su ruta. Pero, entonces, a los enconados moralistas que buscan una hoja de parra, no precisamente para los órganos de la reproducción de la especie, sino para la boca que los nombra, sucedieron los gramáticos y retóricos, acaso más idiotas que los "moralistas", si es que la idiotez puede alcanzar tan superlativo grado. "Los versos de Walt Whitman no son versos" —bramaron los estetas que cuentan las sílabas métricas con los dedos de las manos; y ya no existió más tremendo falle para el renovador de la poética inglesa. Naturalmente, el que ha aprendido en los textos escolares que un octosílabo debe tener ocho sílabas, que un alejandrino es un verso de catorce sílabas dividido en dos hemistiquios de siete y que un endecasílabo es otro verso de once sílabas con el acento prosódico en la sexta sílaba o en su defecto en la cuarta y octava—; o el que adiestrado en la arte métrica latina puede diferenciar un glicónico (un espondeo y dos dáctilos) de un feracracio (un dáctilo entre dos espondeos), midiendo con igual virtuosidad el hexámetro, el senario yámbico y el grande arquíloco —ha de espantarse de esa "libertad" en el compás o medida de Walt Whitman, que le hace colocar al lado de una elocución de cuatro palabras otra de cuatro renglones; al lado de un pie métrico, otro pie de poco menos de un kilómetro—. "Eso no es verso; eso es pura prosa" —dicen entonces los unos—; y los otros: "no puede existir musicalidad ni cadencia donde no rige la medida por "pies" o por "sílabas". Es verdad; los versos del vate norteamericano no son versos, según el concepto que del verso tenemos formados los que le medimos por arte métrica; pero acaso son más "verso" que los presuntos hexámetros de Longfellow en su hermoso poema Evangelina. Desde luego, el idioma inglés no es precisamente de los que más se prestan a diferenciar las sílabas por "largas" y "cortas", ni de los que consienten esos trazos y elisiones del francés o el castellano por "diéresis" y "sinalefas"; mas dejando esto a un lado —ya que es entrar en las células de una lengua—, cabe decir que no sólo Walt Whitman no se preocupó nunca de hacer compases o medidas retóricas, sino que más bien buscó el apartarse de sus reglas para crearse un lenguaje propio, un modo de expresión característico, una forma suya, esoon-tánea, libre, amplísima, en la que la "tonalidad", si existe, surge de la frase misma, lanzada a la vida espontáneamente, tal como la oratoria. Por tal modo, el verso de Walt Whitman (llamémosle así, para darle un nombre) resulta un verso enorme, desbordado, que rompe todas las vallas, que se sale de la métrica, que se ramifica en períodos, en incisos, en breves o largos paréntesis, hasta asumir, por momentos, la urdimbre de un bosque o de una selva. Proteico y vario, saca vidas de su propia vida, y se transforma en los versos subsiguientes; primitivo y racial, un poco a la manera de los versículos bíblicos, con sus secuencias y repeticiones, canta con una musicalidad interior que sólo pueden avalorar los que saben algo de armonía y contrapunto. Es, en fin, el verso libre —que es verso, sin medida, sin ritmo y sin rima, por la sola virtud de su formal poesía.

¿Cómo había de lograr el aplauso de los estéticos tradicionales una poética semejante? Cuando en una ciencia o arte se ha logrado la conquista de una verdad o el grado de una perfección, difícil es imponer otra perfección o verdad. Sin embargo, esa es la ley del progreso humano; así es como nos adiestra la historia con sus ejemplos. Ideas revolucionarias ("cosas de locos") son las que nos han dado esas bellas cosas viejas, hoy tradicionales. Si no fuera por esa perpetua inquietud del espíritu del hombre, en vez de iluminarnos con bujías eléctricas, continuaríamos iluminándonos con candiles de aceite o con humeantes hachones.

La poesía de Walt Whitman es toda interior: no está en la forma, sino en la intención; no está en la música verbal, sino en el sentimiento que anima sus ideas. No agrada, no seduce a la manera de los que persiguen un movimiento rítmico en su elocución y le rematan con el tintineo de los consonantes. Seduce y avasalla por esa más alta poesía que a veces se desprende de la misma prosa cuando lo que se expresa está hondamente sentido, con un amor profundo de la forma que ha de vestir el pensamiento. Nadie osará negar que existe más realidad y eficacia poética en ciertas páginas de Michelet o de Renán, que en los versos sonoros y fluidos de Zorrilla y de Espronceda. La verdadera poesía no se escucha, se siente.

Esa poesía interior, como la luz de una lámpara votiva, es la que ha hecho la inmortalidad del enorme//vate americano. Gustaremos nosotros, los latinos, de los oros y arabescos de un canto que pinta un paisaje; gustarán, los pueblos nórdicos, de las palabras graves y profundas que nos representan una idea abstrusa o un símbolo; gustarán a su vez los eslavos de una cadencia que mima una danza o canción regional —pero todos, latinos o eslavos, sabios o ignorantes, señores o pecheros, apreciaremos siempre la virtud escondida de lo que es emotivo y aleccionador, de lo que nos llega al pensamiento pasando antes por el corazón—. La fraseología huera y rimbombante del más artificioso orador o poeta es mentida brillazón de luciérnagas ante esta incandescencia cósmica que arde en "Cuánto tardas!" de las últimas páginas de Leaves of Grass:

"Cesan mis cantos; yo los abandono. — Detrás del reparo, tras el cual me escondo, personalmente, solo, avanzo hacia ti.

"Camarada, este no es un libro —quien lo toca, toca a un hombre— (¿es él, noche?, ¿estarnos los dos aquí, juntos o seoarados?). — Y bien; soy yo quien te aferró; eres tú quien me aferras. — Yo salto de estas páginas hacia tus brazos; la muerte me llama a sí.

"¡Basta, oh gesta improvisada y secreta —basta, presente fúlgido, basta pasado finido!

"Amigo querido, quienquiera tú seas, toma este beso: —a ti particularmente te lo doy—, no me olvides".

 

La Aventura del Saber. Libros Recomendados. Crónica de mí mismo. Walt Whitman                      16 jun 2015

 

Página Dos - El clásico: 'Hojas de hierba', de Walt Whitman                                                                    11 ene 2015

Hojas de hierba (Galaxia Gutenberg) de Walt Whitman. Considerado la gran epopeya de los Estados Unidos.

Gabriel Moreno ha ilustrado para nosotros la primera edición española de esta obra maestra de la poesía.

 

La libélula - La Extensión De Mi Cuerpo (Walt Whitman) - 18/04/14 Audio

Te propongo un trayecto casi al estilo Literati, es decir: textualmente un vuelo sin motor aunque no en manos del azar, sino a lomos de La Libélula. El objetivo es que conozcas La extensión de mi cuerpo hasta el último rincón. Al dedillo... Por cierto que "La extensión de mi cuerpo" es el título de un poemario de Walt Whitman que publica ahora Nórdica Libros ilustrado por Kike de la rubia. Son veintiséis poemas del "Canto de mí mismo" seleccionados por Juan Marqués y traducidos por Antonio Rivero Taravillo que pondremos en las ondas, en una degustación de fogonazos, José Manuel Sebastián y Juan Suárez Barquero. La música escogida para recorrer este cuerpo de cabo a rabo es de bandas y artistas como Tunng, Maïa Vidal, Son and The Holy Ghosts, King Creosote & Jon Hopkins los Air.

 

Víctor Pérez Petit

Los modernistas - Tomo II
Biblioteca Artigas

Colección de clásicos uruguayos - Volumen 90
Ministerio de Instrucción Pública
Montevideo 1965

 

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