Prólogo a Poesía en Estado Natural

Rubén Bareiro Saguier

Luis Marcelo Pérez escribe una poesía libre y limpia, pulcra. Ello no quiere decir inocente. Ni mucho menos neutra. Su retórica, original, bien suya, caracolea como un caballo de raza, que al amagar un movimiento con las patas delanteras, son las otras dos las que definen el juego final del sentido, y que terminan por ser modificadas o completadas por el vuelo rebelde de las crines o el coletazo elegante.

Abro los labios

arrodillado

en la indefensa humedad

de su cuerpo

que sin tregua se retuerce

desnudo, seguro

sin limites.

 

El poema trascripto da una clara idea del juego de la palabra, siempre al borde del significado ambiguo, trepidando  a través del significante, en oscilación, sobre el frío de la “indefensa humedad”  y “su cuerpo que se retuerce / desnudo, seguro / sin límites”.

El ejemplo citado nos da la trayectoria de este bello poemario, en el cual la vena profunda, latente, de la auténtica fuerza lírica cimbreante y vital, va descendiendo de terraza en terraza, hasta llegar a la expresión de la tensa y profunda realidad, “anhelando alcanzarse a sí mismo”.

 

Se puede distinguir en el libro – vagamente – tres compartimientos, no necesariamente separados, sino más bien encastrados los unos en los otros.

 

El primero es una “declaración de principios”, si así puede llamarse a la apertura de pecho con el deseo de descubrirse a sí mismo. Algunos fragmentos lo expresan.

 

3 “Ya no quedan luces que encender
para mostrarle al mundo
las claridades de la realidad”.

2 “Sombra y olvido
por los rincones
maltrechos de la esperanza”.

3 5 “Viendo cómo muerden los ojos, en
la tristeza húmeda de los hombres
tiemblo
bajo un paisaje sin cielo”.

4 0 “Llueve y la noche se inunda de miseria
techos naufragando sin casas
en la profundidad de la nada
interminable.
El desconsuelo seca mi  boca

y Dios sigue de largo”.

3 6 “Todo tiempo es reflejo
de quietud
de movimiento
de infinito
anhelando alcanzarse a sí mismo”.


Es lo que llamo la “profesión de fe”de Luis Marcelo, en su desasosiego desgarrado de ser humano buscando su entidad profunda. Su gran sensibilidad de artista vuelve más patética esa búsqueda.

 

Y llega el amor, más fuerte que sus dudas. La veta amorosa, erótica de esta poesía tiene un halo de dulzura y de fuego, en una feliz integración del deseo ávido y la ternura amamantada. Es tálamo y es cura. El acto amoroso es cómo una flor que se abre, despidiendo su aroma penetrante, sus jugos espesos y levísimos; es capullo que se convierte nectario y gineceo. Nectario que ofrece y que recibe; es panal rebosante que los labios succionan, es boca y corazón y libido que recibe y devuelve la caricia.

Todo ello expresado en una lengua febril y limpia: amor-deseo, al tiempo que destierra lo vulgar y se convierte en comunión del vino de la sangre y del pan ritual de la carne.

 

Dos breves poemas lo compendian:

 

3 “Hacerte entre mis labios
en declaración de deseo
despacito
para darnos paso”.

 

1 2 “Arriba tu cuerpo
debajo el mío
prendidos
por fuera, por dentro
más cuerpo los cuerpos
los nuestros”.


Y agrego el siguiente poema, hermoso, contundente:

1 7 “Aquella noche
nos lamíamos la carne
profunda
de manto en fiebre”.

“Jarabe agridulce
combustible frutado
de hembra con piel de hambre
poblada
de acordes que respiran
subterráneos
los calendarios anatómicos
que se despluman
al deseo empedernido.”

Y después de tanta manzana, en el tercer “compartimiento”, viene el castigo: la implacable expulsión del edén; llega la ausencia, larga, honda, triste, dolida:


1.1 “El recuerdo de sus pechos
esparciéndose por mi boca
me distrae
de la blanca hoja
en la que les dedico
este poema”.


Llega el remate irreversible de ese vacío:



2.1 “Cuando termina el amor
ya todo no importa
nada queda (...) cuando termina el amor
ya todo no será como fue”.

 

Con qué dolor expresa el poeta esa quemazón dolorosa:


«...ya todo no importa (...) ya todo no será como fue».

 

Estas expresiones no son simples figuras retóricas; suenan como un alarido.

 

Como señalaba más arriba, los “compartimientos” del poemario no son estancos. Y la tercera parte del libro lo ratifica. Pese al desgarrado fragmento en el que se refiere al término de la relación amorosa como el fin del fin: “...ya todo no importa/ nada queda”, unas páginas más adelante, el poema 10, del separador paisajes comienza con las siguientes palabras, altamente significativas:

 

                                                  “Donde ya no queda nada

                                                   ha quedado intacta

                                                    la memoria”. 

En efecto, luego de una serie de poemas que expresan un indefinido y variado temario, que revela una ambigua reflexión sobre temas diversos, con los que intenta apagar el fuego del volcánico amor que vomitaba su palabra, apaciguar su corazón de larva, esa materia que se confundía en la caldera del compartido deseo; después de emitir alusiones inciertas, brumosas referencias a temas ecológicos -preferentemente- se puede constatar que, como lo proclamó antes: “ha quedado intacta la memoria”. En efecto, vienen poemas que son como la ceniza de la ausencia, bajo la cual quedaron los rescoldos ardientes y dolidos.

Y así surge, con el mismo fervor, la voz que intentaba recuperar el amor que quedó perdido en el camino:

 

1 0 “Junto al camino
se encienden los colores
de sus ojos negros
como un huracán
que navega por la noche solitaria
sobre las orillas misteriosas de los sueños.”

En el penúltimo poema del libro ratifica, casi con rabia, con encendida nostalgia, el sentimiento predominante en este volumen: amor/afrodisíaco.

 

8 “El amor
es ese maldito sentir
afrodisíaco
que nos hace querer
ser el otro”.

 

Luis Marcelo Pérez remata su hermoso poemario con una pieza de melancólica constatación sobre su trayectoria vital, “Los universos que me habitan”, encontrar bajo su piel, “las longitudes invertebradas de la vida”, y así considera un regalo del destino “estirar mis sueños / sobre mis heridas”.

No se trata de la simple aceptación de una “derrota”, sino de la riqueza múltiple y resplandeciente del amor, su norte existencial que en la vida lo guía y en el sueño se vuelve imperecedero.

Este bello puñado de palabras está cuajado de intensa poesía, en el sentido etimológico del término –creación-, expresada en un lenguaje fino y elegante, en el cual la palabra se concentra y se distiende, se libera y se multiplica en los recovecos de la metáfora, buscando lo intrínseco humano de sí mismo. Sin dudas, lo descubre en la intensidad del amor, él es “homo eroticus”, como dice su voz: “...la carne / profunda / de manto en fiebre (...) los calendarios anatómicos/ de unos huesos / que  se despluman / al deseo empedernido”.

 

Ese amor que cuando se vuelve ausencia, se prolonga y se eterniza en el mundo del sueño.

Luis Marcelo Pérez es un fino, un intenso poeta de nuestra espléndida república rioplatense.

Rubén Bareiro Saguier
Poesía en Estado Natural
Luis Marcelo Pérez 

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