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V Jornadas de Reflexión Monstruos y Monstruosidades. UBA. Museo Roca - Ciudad Autónoma de Buenos Aires.   

21.10.2010 - 23.10.2010 

Tiempo y monstruo,  una figuración proustiana.

Claudia Pérez
oliviapz@gmail.com
 

1.- Tiempo, muerte, figura.

Esta idea de la muerte se instaló definitivamente en mí como un amor. No es que yo amase a la muerte, la detestaba. Pero, después de pensar en ella de cuando en cuando como en una mujer a la que no amamos [aún], ahora el pensamiento de la muerte se adhería a la capa más profunda de mi cerebro tan profundamente [completamente] que no podía ocuparme de una cosa sin que esa cosa atravesara, en primer lugar, la idea de la muerte, y aunque no me ocupara de nada y permaneciera en reposo completo, la idea de la muerte me daba una compañía tan permanente como la idea del yo. (ETR, 415).[1]

Si me diese siquiera el tiempo suficiente para realizar mi obra, lo primero que haría sería describir en ella a los hombres ocupando un lugar sumamente grande (aunque para ello debieran de parecer seres monstruosos) (...) ETR, 421-422.[2]

En la página final de El tiempo recobrado, Marcel Proust utiliza el adjetivo "monstruoso" para referirse a la visión de los seres que dará el protagonista en su novela futura sobre el Tiempo, y que ha dado él mismo a lo largo de la Recherche, puesta en abismo de la diégesis. La escritura puede, parcialmente, conjurar el Tiempo, o la memoria involuntaria producir el deslizamiento y suspender el presente: "suprime precisamente esa gran dimensión del Tiempo según la cual la vida se realiza" (ETR).[3]  Tiempo es el término que da comienzo a la gran novela: "Longtemps" y el término, con mayúscula, que le da fin, Tiempo que se sostiene como una esencia, en sus realizaciones sucesivas, enroscadas en la materialidad del signo, como dice Deleuze,[4] y que se "retira del cuerpo" en la muerte. "Proust no se contenta con reunir una corriente filosófica de su época y que, de Bergson a Heidegger, de manera diferente pero por convergencia sintomática, busca aprehender el Ser interrogando la opacidad el tiempo. Más aún, la formulación en palabras de un tiempo sensible atraviesa las categorías metafísicas". (Kristeva, 220). La inicial dislocación moderna del sujeto se despliega y, como insiste en señalar Kristeva: "La historia en su desarrollo lineal, unida a la implacable fuga del tiempo biológico, fragmenta a su vez las imágenes (...) fragmentación que infligen el deseo, el envejecimiento o la guerra" (245). La guerra y la edad se constituyeron así biográfica y ficcionalmente en el espolón de la premura por terminar una obra que se vive como necesaria e inminente, en la idea del Arte superior a la Vida, y se sospecha, a la vez, efímera. Recordemos que la muerte es inspiradora del trabajo proustiano, como sostiene Cynthia Gamble,[5] y la obra de arte pugna contra la disolución. La muerte se impone como obsesión de trabajo al pensamiento y, lo acecha para terminar su obra, y relaciona trabajo, sacrificio, muerte y tiempo.

En la utilización de la expresión "seres  monstruosos" que he tomado como base de este trabajo, no hay desvío de la figuración convencional hacia la deformidad, sino amplificación de tamaño en primera instancia. Vale decir que la monstruosidad yace en la naturalización de un proceso visible y cotidiano, como lo excluido en la misma constitución del signo. Monstruoso no es lo que se desvía de la norma sino aquello que la norma produce por su constitución selectiva; yace solapadamente en el seno de la misma y contribuye a constituirla.

El término aludido, "monstruoso", parece señalar el dimensionamiento excesivo, la magnitud de la importancia de los seres en su novela, el cuidado detalle con que los describe y hace actuar y hablar.  Esa función opera en el tiempo y se despliega en el espacio. Sobre la magnitud dice Aristóteles en su Poética:

Además, puesto que lo bello, tanto un animal como cualquier  cosa compuesta de partes, no sólo deben tener orden en estas, sino también una magnitud que no puede ser cualquiera; pues la belleza consiste en magnitud y orden, por lo cual no puede resultar hermoso un animal demasiado pequeño (ya que la visión se confunde al realizarse en un tiempo casi imperceptible), ni demasiado grande (pues la visión no se produce entonces simultáneamente, sino que la unidad y la totalidad escapan de la percepción del espectador (...). Poética,  1450b, 30 – 1451ª, 5.[6] 

El escape que señala Aristóteles, o la fuga, que parece querer señalar Proust, anclado en la modernidad, lo hace extender su mirada excesiva de observador, de voyeur sobre los seres. Digo voyeur ya que esta imagen recorre la novela entera: el narrador es el espía del encuentro sexual de Charlus y Jupien, el espía de la escena de Montjouvain, el espía de la casa de prostitución masculina, el que ahora mira al Duque de Guermantes levantarse de su asiento y tambalear sobre sus años.  Sin embargo en el pasaje elegido la imagen es clara y neta, se diferencia de lo oculto en esas otras escenas que observa,   ocultas, excluidas de la convención social del momento. Gradación de la exclusión entre lo invisible y lo naturalizado. Aunque la imagen se aprehenda en su totalidad, la fuga está en la elusión de la vejez y la muerte de la conciencia.  Pero veamos que la imagen de acrecentamiento ya se ha establecido como isotopía en el texto desde páginas anteriores: " (...) describir en él al hombre con la largura no de su cuerpo, sino de sus años, como si hubiera de arrastrarlos con él cuando camina, tarea cada vez más enorme y que acaba por vencerle" (ETR, 419), [7] o, más adelante: "Me producía un sentimiento de fatiga y de miedo percibir que todo aquel tiempo tan largo (...) me sostenía, encaramado yo en su cima vertiginosa, que no podía moverme sin moverlo (...) Me daba vértigo ver tantos años debajo de mí, aunque en mí, como si yo tuviera leguas de estatura" (ETR, 420-421).[8]

Obsérvese el pensamiento analógico de altura/años en la dimensión temporal de no detenimiento hasta la caída. El desvío de "encaramado" que impide la violencia de la metáfora al acompañarse de "cima" refuerza la conexión y semejanza de la imagen. Estas imágenes anticipan la figura central en la que desembocan y se emiten como comparación: "como si los hombres fueran encaramados en unos zancos vivos que crecen continuamente, que a veces llegan a ser más altos que campanarios, que acaban por hacerles la marcha difícil y peligrosa y de los que pronto se derrumban" (ETR, 421).[9] La relación de la magnitud ficcional y la imagen de los zancos ejercen un mecanismo de equilibrio, como si la conciencia del paso vertiginoso por la vida y la proximidad del final lo llevaran a la apelación a la obra de arte. La vejez entonces y la enfermedad, solapada como fin ineludible, es el horror; la amenaza de la persistente entropía es la monstruosidad que la escritura poética intenta posponer y a la vez necesariamente convoca, como polizonte de la misma. La monstruosidad no parte de un concepto de "antinaturalidad" evidenciado por un código cultural que lo coloca en el terreno de lo deforme, de lo opuesto, sino que se instala en lo excluido, como los efectos de la muerte. En este caso es el monstruo naturalizado por la mirada que la poética vuelve extraño, y que retorna, como ominoso, en una  escritura que es la angustia.   

2.- El monstruo de la lengua.

La perversion de l'artifice engendre des monstres. L'écriture comme toutes les langues artificielles qu'on voudrait fixer et soustraire à l'histoire vivante de la langue naturelle, participe de la monstruosité. C'est un écart de la nature.[10]  

Así indica Derrida la consecuencia perversa del artificio, fijadora y, por otro lado,  el apartamiento poético de una regla, de un modo recto, como un segundo grado de monstruosidad. El apartamiento o desvío de la designación, en tanto construcción intraliteraria más que referencial externa, se visibiliza en la imagen que trataremos más adelante y que ya hemos adelantado: la palabra “zancos”, que profundiza la isotopía de la altura para hablar de los años.

La lengua literaria, en tanto sistema de modelización secundario, constituye en sí una artificialización del lenguaje, una puesta en escena del llamado de atención sobre sí misma, una visualización de los campos semánticos próximos. ¿Pero qué sucede cuando el efecto artístico de ese llamado de atención se extiende en el efecto multicultural, cuando el artificio se revela como lo habitual? ¿O es posible pensar que la democratización de la mirada derribando la convención de lo "natural" genera nuevos espacio de lo monstruoso, cuando este efecto se vuelve la presencia igualmente de la muerte? Veamos todo el pasaje proustiano en su dimensión de relato:

 

Acababa de comprender por qué el duque de Guermantes, que, mirándole sentado en una silla, me impresionó por lo poco que había envejecido,  aunque tenía debajo de sus pies tantos años más que yo, al levantarse e intentar mantenerse en pie vaciló sobre unas piernas temblonas como la de esos viejos arzobispos sobre los cuales lo único sólido es la cruz de metal y hacia los que se precipitan unos seminaristas grandulones, y avanzó, no sin temblar como una hoja, sobre la cima poco practicable de ochenta y tres años, como si los hombres fueran encaramados en unos zancos vivos que crecen continuamente, que a veces llegan a ser más altos que campanarios, que acaban por hacerles la marcha difícil y peligrosa y de los que de pronto se derrumban.[11]

 

De la situación cotidiana de la observación y la reflexión del narrador-personaje, se instala la imagen de los años colocados no sobre la línea horizontal sino la vertical. En primer lugar, no se trata del  cliché de la mirada atrás en la consideración temporal, sino hacia abajo. Este cambio de línea horizontal a vertical es rotundo en la significación, ya que sitúa en el eje paradigmático, por tanto sustitutivo, anacrónico, atemporal, la ubicación de los años, "debajo". Tampoco "pesan sobre los hombros" sino que obligan al que los tiene a mirar hacia abajo buscando establecer su cronología y mantener el equilibrio. El gesto cotidiano de levantarse es apresado y registrado por el voyeur como signo de la decrepitud  inesperada, instalando el segundo "como". Si bien el "como" parece instalarnos en la comparación simplemente, el juicio cualitativo más que cuantitativo nos instala en la similitudo.[12] Allí la dimensión comparativa es de símil, situacional y compleja, en interacción con la figura religiosa, la búsqueda de lo perpetuo inencontrado y fijado en un nuevo cuadro: la cruz. "Cruz" y "catedral" se unen para configurar la isotopía de lo monumental y la muerte. Obsérvese que el efecto de detención de la microlectura actúa positivamente para deconstruir la operatividad de la imagen, permitiendo resaltar el momento de temblor, en las acciones de intentar mantenerse en pie y la vacilación de las piernas. Esta imagen le permite ahondar e instalarse en el plano poético, en el desvío que mencionaba Derrida en el texto citado más arriba. De aquí en más se instala el terreno de la similitud plena, "como una hoja" y la introducción a la metáfora de los "zancos". Este término actúa como concreción sémica de años, en una sustitución  interna en el paradigma, en una estructura de similitudo.

Gérard Genette, en su trabajo sobre la metonimia en Proust,[13] destaca que "metáfora y metonimia se sostienen e interpenetran", como una contigüidad de sensaciones en una "mismo contexto mental".Toda la imagen se estructura en torno a estos grandes procedimientos. La contigüidad atrae la sustitución metafórica y/o comparativa, donde la inicial sustitución de acumulación por altura culmina en "zancos" y la cruz, el arzobispo, los campanarios contaminarán por contigüidad la idea de altura. La primera idea del "abajo" erige toda la secuencia hasta llegar a la intensidad de los "campanarios" y la caída.

3.- La exclusión de lo no-visible.

Vayamos ahora a la significación de exclusión cultural. Hilia Moreira en su libro Antes del asco,[14]  se refiere a la tradición oculta cultural de los signos de lo excrementicio, fundamentalmente, así como de los signos de la corporalidad, vejez y muerte. La idea de contaminación, suciedad, olor, subrayadas en la sociedad contemporánea mediante el culto a los aromatizantes, variedad de fragancias para encubrir todo tipo de emanación corporal, se aviene a significarla como domesticación, la socialización de la corporalidad tumefacta, decrépita, deteriorada. La sociedad hipermoderna (Lipovesky) ha generado los mecanismos para disimular la vejez, promocionar las maneras de detener la percepción de su efecto. Así el monstruo es el transformado, intervenido, en su corporalidad, voluntariamente para algunos grupos sociales. Para otros también lo es aquel que mantiene el aspecto de su senilidad intocada.

¿Sería quizás ese el motivo de que la figura de los hombres de cierta edad fuera, para los ojos del más ignorante, tan imposible de confundir con la de un joven y sólo se viera a través de la seriedad de una especie de nube? Me daba miedo que mis zancos fueran ya tan altos bajo mis pasos, me parecía que no iban a conservar la fuerza suficiente para mantener mucho tiempo unido a mí aquel pasado que descendía ya tan lejos.  Si me diese siquiera el tiempo suficiente para realizar mi obra, lo primero que haría sería describir en ella a los hombres ocupando un lugar sumamente grande (aunque para ello debieran de parecer seres monstruosos), comparado con el muy restringido que se les asigna en el espacio, un lugar, por el contrario, prolongado sin límite en el Tiempo, puesto que, como gigantes sumergidos en los años, lindan simultáneamente con épocas tan distantes, entre las cuales vinieron a situarse tantos días. [15]

Sabemos que esta última página proustiana fue reescrita, tachada y corregida varias veces por su autor, como lo indican los Cuadernos manuscritos y releva Kristeva en su esquematización estructural del pasaje, intentando "establecer la totalidad compleja del proceso creativo" (Kristeva, 376), descubriendo las etapas y simbología de la sintaxis. He tomado este pasaje, que continúa al anterior en el final de la novela proustiana, y que incluye la imagen de la "nube". En la edición de Folio está incluido en el cuerpo del texto. La edición de La Pleíade lo coloca en nota pie por ser una adición  marginal y considerarlo una disgresión. Sin embargo resulta pertinente la asociación, en esa confusión y co-fusión que señala Genette, con la imagen de la nube que envuelve la imagen del viejo. Nuevamente la contigüidad de los campanarios y la altura del zanco lleva a consignar los efectos atmosféricos de altura, que también metaforizan la dificultad para percibir al joven detrás del viejo, como su palimpsesto. En el pasaje, la variante " seres horrorosamente fabulosos" aparece tachado, en bastardilla y al margen y agrega monstruosos.  En primera instancia, en el texto nos llama la atención el grado de creciente figuración.   Kristeva señala que el narrador no se cansa de expandirse en la imagen, proliferante, en una extensa frase que culmina en Tiempo, como una red sintáctica que desafiara la entropía en la que terminará. Tiempo y sintaxis como los caminos en que opera la red de nuestro pensamiento.

Aquí es donde el narrador-personaje se ubica directamente en sí mismo, su altura, su novela, y el Tiempo adquiere la dimensión transhistórica y a la vez subjetiva. La figura del monstruo o los seres monstruosos  se realiza en la temporalidad más que en la espacialidad. El ser se comprende en el tiempo. La imagen del monstruo se concreta con la de los gigantes ubicados entre épocas distantes, y la imagen se subjetiviza con la enumeración de los días. Las esencias ovilladas en los signos, que señala Deleuze,[16] desembocan en esta concepción mayúscula del tiempo en su versión original en francés, palabra con  que culmina toda la gran novela. Lo monstruoso excluido por el discurso hegemónico, gigantes nacidos de la sangre de Urano mutilado por Cronos, el Tiempo, encerrados por Zeus en el Tártaro, mortales, algunos sobreviviendo bajo volcanes. Así la temporalidad concebida como una sucesión subjetiva de acontecimientos de los que la memoria emotiva da cuenta viene a iluminar al narrador-personaje del avance de los días, y el monstruo que emerge no es deforme ni amenazador, es lo siniestro freudiano escondido en el propio significado, como huella excluida en el acto de la designación. Huella que surge cada vez que algo se clausura.  "Toda la Recherche es una experimentación de las reminiscencias y de las esencias", sostiene Deleuze. Así el Tiempo busca cuerpos y objetos para hacerse visible, "se apropia" y emerge en esa imagen. "Experiencia polimorfa del ser para la muerte" señala Kristeva, que reclama a partir de lo sensible una nueva relación con el Ser. De este modo, y comentado este pasaje desde la perspectiva señalada, la presencia metafórica del zanco impugna la posibilidad de efectivizar una sustitución plena por "años", o por vida consumada. Sugiere, además, la constitución endeble y jocosa de la vida y la obra de arte, con una  connotación de feria, por medio de la cual el zanco ofrece la imagen tragi-cómica del Duque de Guermantes.

Claudia Pérez

Notas:

[1] "Cette idée de la mort s'installa définitivement en moi comme fait un amour. Non que j'aimasse la mort, je la détestais. Mais, d'après y avoir songé sans doute de temps en temps comme à une femme qu'o n'aime pas encore, maintenant sa pensée adhérait à  la plus profonde couche de mon cerveau si complètement que je ne pouvais m'occuper d'une chose sans que cette chose traversât d'abord l'idée de la mort, et même si je ne m'occupais de rien et restais dans un repos complet l'idée de la mort me tenait une compagnie aussi incessante que l'idée du moi".(LTR, 347-348).

[2] "Aussi, si elle m'était laissée assez longtemps pour  accomplir mon oeuvre, ne manquerais-je  pas d'abord d'y y décrire les hommes, cela dût-il les faire ressembler à des êtres monstrueux" (LTR. 353).

[3] (...) puisque la mémoire (...) supprime précisément cette grande dimension du Temps suivant laquelle la vie se réalise" (LTR, 336).

[4] Deleuze, Gilles. Proust y los signos. Barcelona: Anagrama, 1972. passim.

[5] http://marcelproust.pagesperso-orange.fr/images/la_mort_inspiratrice_du_travail_proustien.pdf

[6] Traducción de García Yebra. Madrid: Gredos,

[7] "(...)décrire l'homme comme ayant la longueur non de son corps mais de ses années, comme devant, tâche de plus en plus énorme et qui finit par le vaincre, les traîner avec lui quand il se déplace"(LTR, 351)

[8] "J'éprouvais un sentiment de fatigue et d'effroi à sentir que tout ce temps (...) me supportait, moi, juché à son sommet vertigineux, que je ne pouvais pas me mouvoir sans le déplacer (...) J'avais le vertige de voir au-dessous de moi, en moi pourtant, comme si j'avais des lieues de hauteur, tant d'années" (LTR 352)

[9]  " (...) comme si les hommes étaient juchés sur de vivantes échasses, grandissant sans cesse, parfois plus hautes que des clochers, finissant par leur rendre la marche difficile et périlleuse, et d'où tout d'un coup ils tombaient" (LTR, 353).

[10] (Derrida, 57) http://www.jacquesderrida.com.ar/frances/de_la_grammatologie.pdf

[11] « Je venais de comprendre pourquoi le duc de Guermantes, dont j'avais admiré en le regardant assis sur une chaise, combien il avait peu vieilli bien qu'il eût tellement plus d'années que moi au dessous de lui, dès qu'il s'était levé et avait voulu se tenir debout, avait vacillé sur des jambes flageolantes comme celles de ces vieux archevêques sur lesquels il n'y a de solide que leur croix métallique et vers lesquels s'empressent des jeunes séminaristes gaillards, et ne s'était avancé qu'en tremblant comme une feuille, sur le sommet peu praticable de quatre-vingt-trois années, comme si les hommes étaient juchés sur des vivantes échasses, grandissant sans cesse, parfois plus hautes que des clochers, finissant par leur rendre la marche difficile et périlleuse, et d'où tout d'un coup ils tombaient ». 

[12] Le Guern, Michel. Sémantique de la métaphore et de la métonymie. Paris: Larousse Université, 1973.

[13] "Metonimia en Proust". En Maldoror, El texto según Gérard Genette, Montevideo, Nº 20, 1985. 

[14] Montevideo: Trilce, 1998. Pág. 32-34.

[15] « (Était-ce pour cela que la figure des hommes d'un certain âge était, aux yeux du plus ignorant, si impossible à confondre avec celle d'un jeune homme et n'apparaissait qu'à travers le sérieux d'une espèce de nuage?). Je m'effrayais que les miennes fussent déjà si hautes sous mes pas, il ne me semblait pas que j'aurais encore la force de maintenir longtemps attaché à moi ce passé qui descendait déjà si loin. Aussi, si elle m'était laissée assez longtemps pour accomplir mon oeuvre, ne manquerais-je  pas d'abord d'y décrire les hommes, cela dût-il les faire ressembler à des êtres monstrueux, comme occupant une place si considérable, à côté de celle si restreinte qui leur est réservée dans l'espace, une place au contraire prolongée sans mesure puisqu'ils touchent simultanément, comme des géants plongés dans les années à des époques, vécues par eux si distantes, entre lesquelles tant des jours sont venus se placer  dans le Temps" (LTR, 352-353).

[16] Deleuze, Gilles. Proust y los signos.

 

Claudia Pérez
oliviapz@gmail.com
 
Doctora en Letras. Prof. Asistente (Interina) del Depto. de Teoría y Metodología Literarias, FHUCE, UdelaR. Docente de Literatura Dramática en la EMAD, IAM y Escuela del Actor. Integra el núcleo de investigadores de la ANII.

 

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