Seminario Danza en la Universidad 
Mesa redonda: "El cuerpo, gran ausente en nuestro sistema educativo"
Lic. Claudia Pérez. 
Prof. de Literatura
Escuela Municipal de Arte Dramático- EMAD

Construcciones discursivas de los cuerpos en la enseñanza teatral. Polifonías y ambigüedades.

Un tatuaje
te quedará
mi señal para toda la vida 

Cuerpos en la enseñanza teatral. Efecto de una “realidad” casi primera y visible, privilegio sensorial de la mirada. Una mirada que mediatiza en su aprehensión comprensiva esa supuesta realidad exterior, fenomenologiza las relaciones del afuera y del adentro.  Hablamos de corpus como límite individual y contacto, inscriptos en una metafísica de la presencia frente a la ausencia. La presencia, la “materialidad”, términos “soplados”, al decir de Artaud,  llegados a nuestro saber narrativo mediante un proceso de sedimentación, definidos por un “ideal regulatorio” que controla y a la vez  violenta. Cuerpos no neutros, aunque bajo su ilusión de naturalidad, ya que el sexo “es parte de una práctica reguladora que produce los cuerpos que gobierna”, según Judith Butler. El efecto de esta dinámica de poder se reproduce en las prácticas educacionales. La perspectiva de abordaje corporal forma buena parte de la enseñanza teatral en sus variantes específicas disciplinarias, pero es constituyente en las prácticas escénicas. Fusión de tradiciones y renovaciones, concepciones escindidas o unificadas, uno o varios discursos que construyen un cuerpo, con demandas muchas veces diversas y contradictorias.   Pero ¿qué cuerpo? O qué construcción discursiva sobre el cuerpo o discurso que los produzca? Cuál es el procedimiento por el cual se construye institucionalmente un perfil corporal?

El cuerpo, esa construcción  simbólica/discursiva.

Al hablar de cuerpo,  de materialidad, nos referimos también a una inscripción cultural que construye ese cuerpo, cuerpo violentado. El lenguaje mediatiza el contacto con el objeto, esta nominación  nos lleva a la histórica división ontológica entre sujeto y objeto.

El epígrafe de Dea Loher toma la violencia en su máximo sentido violatorio, marca, señal, imborrable, huellas de la violencia física y simbólica ejercida sobre los cuerpos. Pensamos en esos cuerpos violentados práctica y simbólicamente en la acción docente a través de nuestros filtros conceptuales. Estrategias formadoras muchas veces disciplinarias, homogeneizantes, entrecruzamiento de diferentes pedagogías. La violencia se refiere también a un poder social transmitido en los saberes y discursos que construye una cierta noción del deber ser corporal en los ámbitos cotidiano y artístico. Puede percibirse también la “huella”, entendida como el resabio de lo que no se expresa, de lo excluido. (Derrida). La percepción de esa exclusión persiste en agresividad o desasosiego, en la  preocupación por adscribirse a una normativa que, implícitamente, y en el plano de la historicidad, contempla la “variable dura” de género. Llegado este punto, podemos pensar si la  formación teatral colabora en  la desestructuración, la “deconstrucción” de una regulación disciplinaria de género que se establece en los cuerpos, o, por el contrario, si la subraya.

Merece aquí clarificar el poder de la deconstrucción, operativo derrideano, aplicable por extensión a saberes cristalizados, clausuras de sentido.  Deconstrucción, posición filosófica, estrategia política, modo de lectura, amenaza al estatismo.   Ante todo “invertir la jerarquía”, “poner en práctica una inversión de la oposición clásica y un corrimiento general del sistema” (Culler 79). Una operación en el borde del sistema para resquebrajarlo que no implica un planteamiento escéptico o nihilista, que utiliza el mismo concepto y  estructura que deconstruye.  Si bien podemos ver la causa y el efecto que produce ya tenemos experiencia para identificar lo que sucederá como posible: hay un conocimiento previo a la causa que nos guía a identificarla como tal, actuando como un condicionamiento operativo y perceptivo. 

¿Podemos excluir el lenguaje que opera como mediador y constructor en nuestra relación con eso que llamamos corporalidad?  Preferimos una concepción más dinámica y menos estática, usamos corpus para designar un conjunto de, usamos cuerpo para hablar de algo que en sí parece portador de una unidad mágica y armónica. No existiría un concepto de “natural” aplicado al cuerpo, ya que es resultado de procesos de aprendizaje y su propia “materialidad” , la percepción de ella, está condicionada por los discursos que lo permean. Un “microcosmos de la sociedad” (Rostagnol 83), ordena nuestra percepción del mundo, mantiene el estado de las cosas. Siguiendo a Rostagnol, una determinada concepción de persona, de sujeto y de cuerpo instrumental que radica en el cuerpo moderno. Tener un cuerpo, poseerlo. Un ego controlador que maneja y administra ese objeto, heredero del pensamiento cartesiano, escindido de la mente y aislable.

Desliguemos el estatuto ontológico y llamémosle corporalidad, o mejor, “materialidad” con Butler, refiriendo así una cualidad más que un objeto, nombrado: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”(Wittgenstein 143).

Ciertos movimientos del pensamiento simbólico dibujan y catalogan los cuerpos de acuerdo a sus cánones de distinción y jerarquía.  El movimiento hacia lo alto simbolizado en lo masculino,   una serie de oposiciones binarias creadas  (Bourdieu 1998), consagrando jerárquicamente un orden establecido, “orden de las cosas”. Así los objetos y los espacios se presentan sexuados, los discursos, la lengua, las acciones, las profesiones.  Siguiendo a Bourdieu, “la fuerza del orden masculino se ve en el hecho de que no precisa justificación: la visión androcéntrica se impone como neutra y no tiene necesidad de enunciarse en los discursos que tienden a legitimarla” (Bourdieu 15). El mundo social, su maquinaria simbólica, construye el cuerpo como realidad sexuada, estableciéndose una relación circular entre lo biológicamente “dado” y la diferencia social, que determina la percepción. Las relaciones de dominación se constituyen bajo la forma de divisiones objetivas y esquemas cognitivos que organizan la percepción de esas divisiones objetivas. El conocimiento era entonces reconocimiento, la definición de órganos sexuales producto de construcción operada. La prevalencia de lo masculino y sus tareas, inclusive aquellas típicamente femeninas, que se jerarquizan a manos del hombre (peluquera-coiffeur, cocinera-chef), la carga social que tiene el ámbito de la danza y el teatro desde el punto de vista del género para niñas y niños. El cuerpo deviene el “lugar de la diferencia sexual” (Bourdieu 23), con su parte jerarquizada  anterior y su parte devaluada posterior, simbólicas, masculina y femenina, relación de dominación dibujada en la misma representación de la sexualidad.

Cuerpo y género.

Nos parece importante retomar la cuestión de sexo-género y algunos pensamientos  que abordan la problemática de la anterioridad  de los dos términos.   Partimos de la base de que esa distinción fue sistematizada y difundida por Ann Oakley en 1972  (Muñoz 68)y cuatro años antes por Robert Stoller (Sex &Gender, 1968) y desde allí ha sido debatida pero aceptada como base teórica para estudios feministas y queer. Distinción útil y operativa para abordar el peso de la construcción cultural, pero limitadora en cuanto a admitir la existencia de una base biológica, “natural”, y sobre, una construcción cultural. Los estudios posteriores señalaron la indivisión de tales términos. Una interacción de lo físico y lo cultural sería de tal magnitud que establecer esa diferencia delimitante parece una violencia conceptual. Tanto en el deporte como en las actividades teatrales históricamente la concepción del cuerpo recibe y emana en una cierta territorialización. Así “la atribución de sexo a un recién nacido es una decisión política que marcará todos los aspectos de la vida futura del individuo.” (Muñoz  69). Cuáles entonces son los conceptos a priori que traen los estudiantes sobre la llamada construcción de género en su formación y cómo la institución reproduce criterios insertos de modo tan potente en nuestra cultura? Parece imposible estar ajeno al mundo mediático, y a la aún  presencia de la mujer cosificada, del travesti ridiculizado.  Deriva de esos criterios que pertenecen al lugar común una serie de juicios particulares deductivos, que visualizan  “la idea de género como ordenador social y de cuerpo como construcción cultural” (Rostagnol 78).   Poder discursivo que construye la idea de cuerpos. La noción de género en este punto sirvió en determinado momento   para diferenciar lo cultural  de lo biológico, pero hoy quizás refuerce la serie binaria, categoría de los opuestos,  internalizada por los individuos a través del sentido común, del pensamiento estructuralista  de  la oposición naturaleza-cultura. La noción de habitus: “sistema de disposiciones durables y transponibles, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, esto es, como principios de generación y estructuración de prácticas y representaciones que pueden ser objetivamente reguladas y regulares sin que sean el producto de obediencia a reglas, objetivamente adaptadas a sus metas”(Rostagnol 87).Esta incorporación a través del habitus de “categorías de percepción, pensamiento y acción” , adquirida mediante procesos simbólicos, otorgando sentidos y significados a los elementos materiales.

Concepto de “materialidad” en Butler.

Nuevas lecturas y escrituras sobre el cuerpo, nueva poiesis corporal de las postmodernidades. “El constructo cuerpo es puesto en escena en esos intentos en los que se yuxtaponen (...)diferentes área expresivas”(Nigro), performance, intervenciones corporales, body art, como preferenciales  prácticas contemporáneas. El cuerpo exhibe su artificiosidad constructiva. También el rol de género. En ese punto el pensamiento de Judith Butler desafía la ontología occidental:  “ no hay ni siquiera naturaleza salvo como ficción metafísica: tanto la noción de naturaleza como la ontología son productos (resultados) de tensiones de poder. En consecuencia no hay materia, ni cuerpo, ni sexo naturales, sólo efectos normativos/prescriptivos (no descriptivos) del poder.” (Femeninas 57). Butler jugó con el doble significado de matter como materia y como importancia, “medio o instrumento en el que se inscriben los significados culturales”(Femeninas 58), poniendo en evidencia un pensamiento hegemónico que dicta cómo deben ser los cuerpos, cómo un supuesto yo se adapta a una normativa para ajustar su cuerpo a una imagen mítica de cuerpo ideal, nunca alcanzado por otra parte.  La inteligibilidad cultural es dada a través del lenguaje y no sólo “otorgada a”, inscripta en una superficie ya dada, sino que construye el cuerpo, su materialidad, recibe la prescripción de los modos de disciplinar el deseo.  La ruptura de la discursiva binaria trae aparejada una proliferación de las categorías que confirman el sexo, produciendo una expansión paródica de los mismos; esa proliferación nos interesa, en tanto aparece espectacularmente en la sociedad y se adelanta a los cánones perceptivos.

A juicio de Femenías, Butler “al rechazar el dimorfismo natural reificado y al aceptar la inscripción narrativa de los sujetos, ha desarticulado, por un lado, la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo en tanto deseo de reconocimiento en términos de Uno-otro”(Femeninas 75-76), permitiendo nuevas alternativas que no tengan la dominación como parámetro. Esta idea también surge en el pensamiento derrideano a partir de la acción de la  repetición, que lejos de fijar, permite escapar cada vez una  diferencia. 

En la dinámica de lo Uno y lo otro , los cuerpos “abyectos”, separados de, arrojados de, todos los que no participan de esa imitación idealizada que propone el discurso hegemónico, surgen a partir un pensamiento de la exclusión. Qué es lo excluido y cómo retorna igualmente?

Nos referimos a  los cuerpos materiales sin olvidar que de antemano son  cuerpos sexuados. Una materialidad “permeada” por los discursos históricos, construida y conocida a través del lenguaje,   acto que no significa  negar esa materialidad, tampoco entenderlo como una superficie pasiva sobre la que se inscriben significados,  tampoco conceder a una voluntad interpretativa ese mismo significado. Se produce un efecto de ilusión mediante el cual creemos percibirlo como una entidad material referencial extra-lingüística: primero está y luego se lo conoce y describe. Pero simbólicamente ya poseemos el aparato decodificador  de normas internalizadas para percibirlo de acuerdo a un patrón, normas que hemos internalizado mediante actos reiterados, citacionales.

Pero esa construcción no puede concebirse como un acto voluntarista   que supone un sujeto  que la realiza. Ese yo se construye desde el comienzo asujetado al género, es a través de la matriz, o mejor patrón, de género al que se adscribe,  patrón que hace “posible toda disposición previa” (Butler 25), es anterior a lo humano, interpelador desde el origen: “hace pasar a un niño o niña de la categoría de “el bebé” a la de “niño” o “niña” y la niña se feminiza mediante esa dominación que la introduce en el terreno del lenguaje y el parentesco a través de la interpelación de género”(Butler  25-26).

Butler propone redefinir la “materia”,  no entendiéndola como sitio o superficie, si no como “un proceso de materialización que se estabiliza a través del tiempo para producir el efecto de frontera, de permanencia y de superficie que llamamos materia” (Butler 28).

La noción de cita parece oportuna y productiva en su desarrollo, que debe al pensamiento derrideano. La reiteración no es idéntica. La repetición de lo imposible, lo no presente, lo que está en perpetua ausencia, la parodización del travestismo de un femenino imposible,  amenaza y pone frente a sí la temible desconstitución del sujeto. “ ‘Admitir’ el carácter innegable del ‘sexo’ o su ‘materialidad’siempre es admitir cierta versión del ‘sexo’, cierta formación de ‘materialidad’”. (Butler 31).  Derrida, con su noción de  différance como diferencia y aplazamiento,  opone el deseo ontológico de fijación, identidad fija, fantasía de dominio, a una noción de temporalidad permanentemente en fuga, un entre que es a la vez fuera de. El pasado incluye lo negado, lo excluido, lo forcluído en la constitución arbitraria de sujeto, el ser mediante la apelación a. 

En la variante de la reiteración debe estar la fuga que determine un contrapoder, una posibilidad contrahegemónica. La repetición opera desfijando. Y la construcción opera excluyendo. Mecanismos y dispositivos de operación que determinan efectos y formas de proceder.  La abyección, entonces, fuera del orden del falo, estaría en “complejos entrecruzamientos de identificaciones y deseos” (Femeninas 78).  El deseo constituye esa resistencia a la fijación, siempre en movimiento.

El mecanismo de la repetición y la cita a esquemas reguladores, que Butler comprende inculcados por distintos saberes, como el psicoanálisis, la medicina, la religión, cuestiona   la ley simbólica como operación impura. El supuesto de que la ley simbólica del sexo goza de una ontología separable anterior y autónoma  a su asunción queda impugnado por la noción de que la cita de la ley es el mecanismo mismo de su producción y articulación” (Butler 37). Lo abyecto perturbador retorna entonces. Una vida en “presentación de sí” de esos cuerpos que funcionan fuera de la  economía especular.

La materialidad va entonces  unida  a la significación.  Butler trabaja una idea de Foucault sobre la relación del alma con el cuerpo en el pensamiento occidental desde Aristóteles. Varios conceptos entran en relación: alma, cuerpo, materia, forma. Forma dando límite, fronterizando la materia. Otros pares se agregan tales como substancia y esencia.  Esta línea de pensamiento lleva a pensar en un poder, el poder, como determinante en la construcción de los cuerpos, el “alma” se transforma conceptualmente en un lugar normativo y normalizador, imaginario, “cárcel del cuerpo”. (Butler 63).   El cuerpo  conceptualiza coextensivamente la materialidad y la investidura de la materialidad.

Otros pensamientos, como el de Luce Irigaray, proponen demostrar que las oposiciones binarias: forma /materia, masculino/femenino, son operaciones excluyentes de lo diferente, en relación con el pensamiento de la diferencia derrideano .  El texto del  Timeo de Platón establece un concepto trabajado por varias teóricas y teóricos  como Julia Kristeva, la propia Irigaray y Derrida, en un debate sobre la concepción de lo femenino como lo opuesto o lo diferente. La idea de cwra, naturaleza generadora, la que contiene o dónde tiene el lugar el proceso de generación y la cosa generada, ha permitido lecturas identificadoras    con las figuras de padre, madre, hijo. La nodriza, el receptáculo (40b),   que recibe la entrada de la forma, la  morfh. Pero la  cwra no tiene una conformación definida y sin embargo recibe todos los cuerpos. Nunca puede reducirse a ninguna de las figuras que ocasiona. De allí su c carácter exiliar, vislumbrado por Irigaray, “no es ni esto ni aquello”, cuerpos del exilio.  Derrida lo concibe como un tercer neutro,   mientras Julia Kristeva lo asocia platónicamente a lo femenino, a una fuerza deconstructora y alteradora del orden,   la noción de semiótica como aquello que precede a la ley simbólica, asociado con el cuerpo materno. “Este receptáculo/nodriza no es una metáfora basada en la semejanza con una forma humana, sino que es una desfiguración que emerge de las fronteras de lo humano, como su condición misma(...)no puede adquirir  una morfh  y, en ese sentido, no puede ser un cuerpo”(Butler 75).  Diferencias teóricas en la concepción de este espacio, que marcan la imposibilidad de tematizar lo femenino, ya como excluido, ya como exiliar. 

Importa  esta concepción de imposibilidad de desligar el corte de género como inscripción performática de la materialidad: “invocar una historia sedimentada de jerarquía sexual y de supresiones sexuales” (Butler 87). Considerar a la materia un signo que “representa el drama incompleto de la diferencia sexual” (87), que condena de lo femenino a una materialidad sin forma, que sin embargo siempre asocia a lo femenino con la materia, con la corporalidad, que asocia a lo masculino un cuerpo  descorporeizado no obstante, metonímicamente racional. 

Este concepto de  cwra como   mezcla, contradicción y movimiento, no unificado, constituye el  espacio de la creatividad, el ser en proceso.  (Kristeva). Una voz rítmica pre-lingüística, como lengua poética de negación de estructura sintáctica. La gestualidad pre- verbal como salida del lugar del lenguaje, volviendo al espacio de lo reprimido, excluido,  las cargas energéticas no organizadas ni fijadas en un signo que a la vez es ausencia y presencia, las bases pulsionales del gesto. Lo excluido es el placer subyacente a la función semiótica, pre-simbólica, una  descarga gozosa.

Finalmente, atendemos al planteo de la dificultad pedagógica a la hora de establecer cuerpos “abyectos” no hegemónicos, a la hora no ya de manejar mixturas de género sino complejidades aún mayores. Donde, como ya hemos visto, la propia noción de sexo biológico es puesta en discusión, y el sexo siempre ha sido el género. Siguiendo la clasificación de Kernberg (Peluso 143-145) y los  factores para entender la experiencia sexual: sexo anatómico; identidad de género, es decir, la sensación que siente el individuo de ser ; identidad de rol de género, identificación con ciertas conductas típicas de un sexo en una sociedad determinada; elección de objeto de deseo, intensidad del deseo sexual,  las categorías proliferan en combinaciones que proponen identidades más complejas. Tal vez la formación docente no  posee, en este estallido de sexualidades, la capacidad receptiva para contenerlas ni comprenderlas. Tal vez el pensamiento de la diferencia hacia lo femenino está más asimilado en nuestras prácticas, pero la diversidad? Siempre colocado dentro de la normatividad imaginaria, un docente puede estar desposeído de elementos para manejar la codificación sobre quien muestra su ostentosa performance. Así es como instituciones como la Emad han logrado difícilmente, y no completamente, la aceptación de diversidades transgéneros en su composición estudiantil.

Esta categoría provisional y móvil requiere ciertas precisiones. El movimiento cultural transgénero se independiza con ese nombre de las patologizaciones implícitas en terminologías como travesti o transexual. 

Originalmente transgénero fue acuñada  para referirse a aquellos transexuales   en pleno proceso de cambio, abarca a quienes  no han  modificado sus órganos sexuales pélvicos externos y viven una vida social sin que la operación sea necesaria, trascendiendo   la normativa   sexual.

La identidad deviene entonces un asunto de flexibilidad,  interceptada por otras categorías,  ya que al modificarse empleando elementos socio culturalmente aceptados "como del otro sexo",   subvierte las percepciones que los otros tienen acerca  sobre el género  inflexible, el transgénero  perturba poderosamente el orden.

Entre otras cosas, el transgénero , incluyendo al travesti y transexual  no implica necesariamente una elección de objeto de deseo.  El esquema bipolar se quiebra frente a una figura difícil de asimilar a categorías y presuposiciones transitadas, cargadas de  un sentido  heterocéntricamente sexuado. 

En conclusión, hemos intentado reflexionar sobre algunas cuestiones en torno a la concepción de los cuerpos en la enseñanza artística, de los cuerpos “abyectos” que han ido derribando patrones de “normalidad”, en el pensamiento excluyente de una diversidad que atañe a toas las producciones corporales que no se rigen por un mismo patrón de entrenamiento estandarizado. Pensemos que reductos como la obesidad o el transgénero aún siguen perteneciendo a zona exiliares.

Bibliografía

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                      http://www.sindominio.net/karakola/manifiestoposttransexual.htm

Wittgenstein, Luwdig. Tractatus Logico-Philosphficus. Trad. Jacobo Muñoz e Isidoro Rega.Barcelona: Altaya, 1997.                       

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