Investidura y parodia en la "Babel de la diversidad": 

elaboraciones de la voz lésbica en Cristina Peri Rossi.
Lic. Claudia Pérez

Esta mirada sobre un corpus acotado temáticamente de la obra narrativa y lírica de Cristina Peri Rossi  pretende dar cuenta de alguno de los procedimientos de la voz, la voz narrante, lírica,  la voz implícita, la voz del personaje cuando asume el rol de género masculino.   

Y esa voz, cuando procede por investidura masculina, ¿remite a una idea de apropiación de un lugar en el logos o de  parodia falicista?  ¿Voz investida, voz parodial, voz deconstructora o simplemente voz poética deseante?

¿Es pertinente responder afirmativamente a una de las opciones o establecerlas como posibilidades alternantes? A lo largo de la extensa producción ficcional, lírica y testimonial de Peri Rossi se sucede la presencia de la voz lésbica, y por tal entendemos la voz que nos conecta con un plano simbólico identificado con una determinada noción de lesbianismo. Autora, personaje masculino, objeto de deseo femenino, a veces tema lesbiano,  ¿se corresponden con una matriz lésbica? ¿Existe una única voz lésbica?  ¿O es una constelación de apropiaciones del plano simbólico, de prácticas en el plano sexual, varias  voces concertadas que se articulan desde espacios diferentes, creando una illussio de identidad unitaria,  una ironía sobre ella, un desplazamiento de niveles de apropiación internalizada de valores?  Desde dónde surge: “la voz que me  dicta (...) Pero, ¿qué es esa voz? Soy yo? Es una parte de mí que a veces habla.” (Peri Rossi, Deslindes, 1993:71-76).   

¿Quién habla desde el género en este poema de Evohé utilizado como epígrafe? Hemos elegido deliberadamente para comenzar un texto ambiguo y polisémico.¿Desde qué espacio lírico, cargado de resonancias simbólicas, se articula este texto?  El yo lírico está atravesado por el plano simbólico epocal, por la psicología, por la corriente de cwra a que alude Kristeva para sugerir ese imaginario arcaico y deconstructor ligado a lo semiótico que irrumpe en el logos del lenguaje. ¿Es otro hombre desde la normalización universalizadora? ¿Es una mujer que habla desde el despecho por el cambio de género que hizo la amada?  A quién le habla? ¿Qué significa “el hombre” para una receptora heterosexual u homosexual,  aún admitiendo como hipótesis la existencia de estas dos categorías? La ilusión de neutralidad encubre un oyente masculino universalizado y naturalizado, la recepción femenina  sería una recepción–otra, y ¿la nuestra recepción lesbiana? ¿La connotación difiere?  El desprendimiento final al ver a su amada en el acto de la receptora vulgaridad, aquí colocado  en la imagen de lo masculino que “le lanzaba bolas de pan a la cara”  invoca un  “no valía la pena”  que tiñe nuestro efecto de lectura. La formulación poética del amor como imposibilidad sublimada corresponde a una cierta feminización a su vez de la escritura, escribo de aquella mujer “ella” idealizada y destronada que establece su relación diacrónica con un sistema literario utilizado por el autor-hombre, pero ¿de igual modo?  ¿Puede hablarse de la inclusión-inserción del asunto lesbianismo en lo femenino como subespecie o como terceridad, dado que el objeto de deseo es femenino?. Siguiendo a Sartre en Qué es la literatura, permitiéndonos hacer la analogía sexo/raza,  convocamos su pensamiento al referirse a un autor que muestra la enajenación del negro en la sociedad norteamericana blanca:

¿A quién, pues,  se dirige Richard Wright? (...) desde luego, no al hombre universal(...)se dirige a los negros cultos del Norte y a los norteamericanos blancos de buena voluntad(...) Para Wright, los lectores negros representan la subjetividad. La misma infancia, las mismas dificultades, los mismos complejos(...)por mucha que sea la buena voluntad de los blancos, éstos representan el Otro para un autor negro.[2]

Un sistema de vivencias se adhiere al receptor en el acto de decodificar un mensaje y la voz nos habla al oído desde ese cruce simbólico. La analogía con una posible categoría de literatura lesbiana puede establecerse: la tensión, como dice Sartre, está en los códigos de recepción, de apropiación que distintos receptores ponen en movimiento al enfrentarse con el texto. Pero disolvemos entonces, en principio, el concepto de lector universal.

Un paso siguiente al considerar este abordaje del yo narrante o lírico y personaje masculino es considerarlo desde el espacio del yo  fragmentado. La negativa de Peri Rossi a considerar un yo unitario, concentrado a partir de una sola mirada en el espejo, se ha manifestado en reiteradas ocasiones en su narrativa y en sus reportajes y sin embargo cabría preguntarse si no estamos frente a trampas del closet, funcionando igualmente en forma enmascarada:

Mi mirada  (mi múltiple mirada: te miro desde el pasado remoto del mar y la piedra, del hombre y la mujer neolíticos(...)te miro desde otros que no son enteramente yo y sin embargo;(...)te miro desde mi avergonzado macho cabrío y desde mi parte de mujer enamorada de otra mujer[3].

Así se posiciona el narrador-personaje al comienzo de Solitario de Amor, antes de adoptar decididamente la voz masculina. Los pares “macho cabrío” / “mujer enamorada de otra mujer” heterotópicamente no se constituyen en  oposición, vale decir, dejan de lado la posición pasiva femenina como posibilidad. ¿Nos hallamos igualmente ante una ponderación del principio masculino y sus asociaciones simbólicas de poder, razón, claridad, control?

Un intento de esclarecimiento, propuesta de este trabajo,  podría constituir acercar este tema a algunos puntos del pensamiento de Judith Butler, concretamente el desplazamiento del falo lesbiano, falo entendido como significante privilegiado, la desestabilización de la identidad y el procedimiento paródico,  y también al estudio de Biddy Martín[4]  sobre las etapas de la construcción de la identidad lesbiana.

Asimismo habría que considerar, dentro de las estrategias de acceso al poder falogocéntrico, que  la apropiación del lenguaje del logos constituye una investidura de autoridad.  La investidura remite al vestir con una dignidad o cargo desde el ropaje externo, habitar esa vestidura, adoptarla internamente o conservar la máscara parodiada.

Amy Kaminsky[5] se ha referido a la posición ambigua de Peri Rossi frente la relación literaria y personal con el lesbianismo. No siempre hay presentación del lesbianismo en sus obras, como si se tratase de una negativa a establecer una política estable, tal como señala Parizad Tamara Dejbord. Dice al respecto la propia Peri Rossi:

Utilizo el femenino o masculino según el efecto que me interese despertar en el lector, para provocarlo. Me interesa a veces neutralizar mi yo. Tengo las múltiples personalidades: el yo del poeta y del yo del narrador(...)Querer ser hombre, o querer ser mujer, o querer ser homosexual, siempre es neurótico y lo es porque crea una tensión entre la multiplicidad del ser y las exigencias sociales: no hay nada más ridículo que un hombre que se cree muy hombre, esto es siempre una simplificación, una reducción.(...)A mí me interesa mantener una distancia que me permita un juego más rico[6]

Hablábamos anteriormente de la voz y sus intersecciones, de la remisión a un sujeto fragmentado, de un yo que al mirarse se objetualiza y construye centralizando una identidad que no obstante es un acto de la voluntad más que de autopercepción, un yo negociado permanentemente desde el ideal de integridad y control. Si la identidad sexual se desestabiliza desde sus fronteras y deja de considerarse esencia para transformarse en actividad, sexualidad, decir “ser lesbiana” entonces debe considerarse como una construcción política que estabiliza, una acción de negociación y apropiamiento de espacio público. Cuestionadas por Judith Butler[7] las categorías de sexo/género/deseo, estableciendo la noción ante todo discursiva y de referencia textual y no de los objetos del mundo, relativizada la noción de sexo biológico,    ¿qué implica hablar de identidad múltiple?

Equis en La nave de los locos observa a Lucía vestida de hombre:

se sintió subyugado por la ambigüedad. Descubría y se desarrollaban para él, en todo su esplendor, dos mundos simultáneos, dos llamadas distintas, dos mensajes, dos indumentarias, dos percepciones, dos discursos,, pero indisolublemente ligados, de modo que el predominio de uno hubiera provocado la extinción del otro (...) La revelación era casi insoportable.[8]

Existen dos, binariamente,  dualistamente pares de, ¿se coloca al lesbianismo entre las categorías de la matriz heterosexual? Lo diverso no es lo opuesto exactamente, es lo que se abre en todas direcciones, divertere es desbaratar las tropas, sacudir la linealidad, es  lo variado. 

Una primera posibilidad es la presentación del amor lesbiano a partir de la dinámica del par, pero desde la igualdad de los cuerpos, del “mujer contra mujer”, de las bodas de lo semejante, el deseo de lo mismo. El cuerpo es una extensión de difusión del placer donde no hay zonas privilegiadas, ordenamiento jerárquico genitalizado. Tal podría ser este caso de “La semana más maravillosa de nuestras vidas” en Desastres Íntimos,:

Habíamos alquilado la suite la noche anterior, creo, porque luego de haber hecho el amor de pie, en la cama, de espaldas, sobre la alfombra, contra la nevera, ella arriba, yo abajo, ella abajo, yo arriba, desnudas o con las prendas de lencería erótica que habíamos comprado en un sex-shop de la calle 45, mi sentido del tiempo era tan débil y escaso como mi energía.[9]

Podría considerarse aquí lo que Monique Wittig llamará el “tercer género”, la lesbiana como trascendencia a la restricción binaria realizada en su propio cuerpo. Distinguirá entre “lesbiana” y “mujer”.  El uso preposicional: “de”, “en”, “de”, “contra”, desestabiliza la alternancia binaria arriba/abajo; la pureza lésbica femenina como mito es transgredida inmediatamente con los artículos de lencería del sex-shop. La proliferación orgásmica se ordena en la categoría de matriz lesbiana. No obstante, la apropiación del rol competitivo fálico parece asomar en la reacción:

“-Tengo que llamar por teléfono a mi marido. ¿No te importa si lo hago desde la habitación? (...)No me dijiste que estabas casada –observé con voz ronca.”[10]

Luego de la noche de amor, la develación del rol de género sitúa el problema en la concepción de dos especies. Volvemos al concepto de fragmentación de género: sexo anatómico, identidad de género, representación de género, elección de objeto sexual.

Una especie de recetario lesbiano de autoprotección, generacional, es transmitido como conocimiento adquirido y axiomático,  diferencia de vivencia frente al objeto de deseo, de esas dos especies mujer y lesbiana; la palabra “marido” es llamador del mundo heterosexual y quiebra la illusio de la paridad, hay otro mundo inaccesible:

Tengo dos principios en la vida. El primero es: ’trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti misma’, y el segundo, dice:’Las mujeres casadas tienen dueño. Son propiedad privada. Aléjate de ellas, si no quieres problemas’ (...)No me hubiera acostado contigo –mentí, de mal humor-. Las mujeres casadas no me gustan(...) No estoy resentida con las mujeres casadas – subrayé-. Somos especies diferentes. Como los hombres y las mujeres –expliqué-.[11]

La endogamia y la guettización crean intersecciones con otros grupos considerados marginales que así se protegen de la mirada coercitiva  hegemónica y sus loci de reducciones.

Siguiendo a Butler en su decostrucción de las categorías cuerpo-biológico, género  y la centralización del tema no en los cuerpos biológicos sino en la sexualidad “se demostrará que el sexo siempre ha sido el género”. Para esta pensadora la identidad es una secuela de prácticas significadoras  que existen en el discurso y la representación.  Pero existe por lo menos una “estabilización semántica provisional”. “Para Butler toda representación de género y su relación con el sexo son imitaciones de ideales fantaseados, disfraces por lo tanto, nunca copias originales ni de simples fundamentos biológicos”[12] Vale decir que la reproducción de ideales fantaseados de masculinidad y feminidad constituyen la base de la matriz heterosexual a través de prácticas sociales repetitivas que crean la illusio de naturalidad.  La mirada busca como intermediaria entre el adentro y el afuera, elabora la distancia entre la fantasía creada y la percepción voyeurista de tradición masculina hacia el sexo lesbiano. Y sería ir más allá preguntarse si sexo es realmente una categoría válida desde lo genitalmente construido, desde donde (y quién) lo ha construido, cuando  los mitos sobre las prácticas lesbianas   toman en cuenta sensualidad  vs. sexualidad, tacto múltiple no centrado exclusivamente en penetrativo sino además, oralidad privilegiada:

Y colocas con precisión mi boca en la pequeña cuna, cápsula donde guardas tu clítoris celosamente(...) Balbuceo guturalidades. Rozo apenas con la lengua al recién nacido que yace en su cuna,. Lo embisto dulcemente.(...) Lo mezo de derecha a izquierda, de izquierda a derecha.(...)Lo lamo y se moja. En el extremo del clítoris, como un higo, hay una gota fija, transparente, esfera de miel que intento atrapar con los labios(...)Ahora tu sexo es una fuente de aguas termales. (...) [13]

Las largas descripciones eróticas en Solitario de amor describen y expanden ese “sexo que no es uno”[14], a la vez que desde una voz masculina. En El amor es una droga dura, un fotógrafo mira a dos mujeres:

Javier las miró, como si estuviera preparando una fotografía. Muchas veces había trabajado con dos mujeres juntas, y podía percibir perfectamente  cuándo, entre ambas, existía complicidad, erotismo, magia, seducción, fantasías correspondientes. No ocurría muy a menudo, pero cuando ocurría era fascinante (...) Con la mirada se persigue, con la mirada se ad-mira, se atrapa, se tiene la ilusión de poseer[15]

Pero existen otras posibilidades de lectura. Los modelos lesbianos han atravesado épocas, desde el discurso decimonónico del alma de hombre encerrada en el cuerpo de mujer  hasta la androginia y parodia posmoderna: visibilidad e invisibilidad, “presentación de sí”, salida del closet, modelos positivos, acceso mediático.  El tropo de la inversión de género hacía preservar “una heterosexualidad esencial en el interior del deseo mismo”, el deseo va de lo masculino a lo femenino y vice-versa sea cual sea el sexo biológico. La posición opuesta sería el separatismo de género, las bodas de lo semejante, el deseo por el igual. Pero al cuestionarse las categorías de género, y establecerse las núcleos constituyentes de esa noción provisional, las categorías proliferan. [16]  Estas ideas, manejadas por Eve Sedgwick en Epistemología del closet, permiten que las identificaciones con roles masculinos o femeninos se cuestionen desde el punto de vista de la mimesis. La parodia no es una imitación. La parodia desestabiliza.  El perfil  de la lesbiana  mutó primeramente hacia la  esencialización y reivindicación de lo femenino, de la lesbiana-femenina, desprovista de los rasgos masculinos que otras épocas le dieron: la “mujer enamorada de otra mujer”.

Otras visiones más contemporáneas han enfatizado en mayores aperturas. Cabe mencionar en este aspecto la labor de Susie “Sexpert” Bright, editora de la revista lesbiana On our backs, desestabilizadora de la idea de una sola categoría lésbica. Puede hablarse de una categoría por oposición a la heterosexualidad como matriz dominante, como estrategia política de creación de espacios, pero ¿existe un solo modelo de lesbiana, o dos, siguiendo la división binaria masculino femenino, o más aún? ¿O el falo, desplazado tal como indica Judith Butler en su diálogo con Lacan en Cuerpos que importan se ha desplazado metonímicamente para dar lugar a entrecruzamientos y temblores mixturados de componentes que quizás no puedan adscribirse a lo masculino/femenino? El intento de perfilar una identidad lésbica, donde “ la investidura de la estabilidad, coherencia interna y unicidad “[17] debilitaría la percepción de las complejidades y el desarrollo de un  tejido menos condicionado y más complejo. Para dar coherencia y estabilidad lesbiana se sacrifica al control la fantasía:

Sólo los tontos o los excesivamente racionales (...)se preguntarían por qué una mujer hermosa (...)elige a una mujer disfrazada de hombre para hacer el amor(...) ese hombre falso(...)nunca será un verdadero hombre, la seduce a partir de lo imaginario. Le da lo que no tiene, lo que no es.(...)La ficción de ser otro, de elegir el sexo como se elige  el color del vestido.[18]

Peri Rossi coloca como uno de los epígrafes a Solitario de amor este texto de Lacan: “Amar es dar lo que no se tiene a quien no es”.

El problema se vincula entonces hacia “la representación sexual masculina homosexual en el sexo lésbico, sobre las fantasías sáficas de ser hombres homosexuales”[19] En ese sentido la consideración interna hacia el sadismo lesbiano, la penetración artificial y no manual, la adopción de prácticas abiertas no diferían mucho de la mirada homofóbica:

La comunidad lésbica ha ensanchado sus confines y sus definiciones espectacularmente. ¿Recuerdan cómo era antes? No eras lesbiana “de verdad”  si utilizabas consoladores, si te acostabas con muchas personas, si llevabas zapatos de tacón y  maquillaje, si tenías prácticas sadomasoquistas(...)Junto con lo mucho más que ahora nos aceptamos nosotras mismas (y lo poquito más que nos acepta la sociedad heterosexual), se ha dado una mayor flexibilidad, un gusto por la diversidad que hace quince años no existía[20].

La vuelta a los roles de lesbiana masculina o femenina ya no es una aceptación del binarismo sino que puede interpretarse como un procedimiento de parodización de algo que está presente en la imagen ideal más que en los cuerpos. Puede leerse en esta clave  el siguiente texto de Peri Rossi en Solitario de amor:

Grito y me hundo en tu cavidad, mientras tu pierna se sacude como tocada por la electricidad. He entrado apenas lo suficiente como para sentir la humedad de las paredes de tu sexo. –Ábrete –grito, y entonces, del fondo de tu útero se escapa un ruido sordo, el de las paredes abriéndose, despegándose, haciendo el vacío.(...)Anhelo lamer tu endometrio. Anhelo tu sangre menstrual, brillante y roja. Dentro de ti resbalo como por una pista encerada. El extremo de mi miembro toca la cabeza de tu útero. [21]   

La parodia, del griego parwdia, imitación burlesca., wdh, canto,  para , junto a, a partir de,  remite a una obra seria: otro es el discurso que se parodia. Ironía e hipérbole, desacralización, destronamiento son conceptos que Bajtín conjuga en este concepto, escarnecimiento de los valores jerárquicos, derrocamiento de lo serio. La parodia desestabiliza un orden.

El pastiche, término del francés, procedente del italiano, es la imitación, la copia, poniendo acento en la combinación. Del latín popular pasticium, tiene también el valor semántico de conjunto de elementos copiados de sus originales. El pasticium, de referencia gastronómica, consistía en una preparación ya presente en el recetario de Apicio De res coquinaria de la Roma del siglo I d.c , con rellenos a base de cacería. Como señala Jameson, en la postmodernidad el pastiche sustituyó a la parodia con la desaparición del sujeto individual. “El pastiche es, como la parodia la imitación de una mueca determinada, un discurso que habla una lengua muerta: pero se trata de la repetición neutral de esa mímica, carente de los motivos de fondo de la parodia, desligada del impulso satírico(...)es una parodia vacía”[22] Para Butler, “ese desplazamiento perpetuo constituye una fluidez de identidades que sugiere una apertura a la resignificación y la recontextualización; la proliferación paródica impide a la cultura hegemónica y a su crítica afirmar la existencia de identidades de género esencialistas o naturalizadas.” El fracaso imitativo, para Butler, remitiría a “sitios ontológicos inhabitables”,categorías de identidad que funcionan constriñendo.”Hay una risa subversiva” en el efecto paródico.[23]

El travestismo, o la investidura en un grado menor, representa no la parodia de un original sino una “parodia  de la noción misma de un original” .  La noción de mujer masculina u hombre femenino parodian en estado de evidencia y resignifican esas nociones e ideales fantaseados. Ser una mujer da un nuevo contexto a la masculinidad en el rol de lesbiana masculina. Butler llama “yuxtaposición disonante” a este juego. La disociación de la penetración de la falicidad lleva a Susie Bright a decir que “la penetración es tan heterosexual como besar”. Tanto para Butler como para Bright el lesbianismo como homogeneidad también es acreedor de una serie de prácticas por un lado y de fantasías por otro que parecen serle acordadas desde la normalización. La idea es “fracturar la categoría lesbiana al reinscribir el lesbianismo en términos de prácticas sexuales concretas que trascienden las diferentes categorías” . La imagen de pureza lésbica, de apropiación de los roles familiares heterosexuales en tanto seres femeninos deviene  en nuevas representaciones reformuladas de la ruda y la femenina.  “El deseo de la ruda se organiza en torno al placer de la femenina, nutriéndose de las categorías heterosexuales y transformándolas. Los intercambios entre la ruda y la femenina “desestabilizan la relación entre ‘cierto cuerpo femenino descontextuado y una identidad masculina sobrepuesta aunque diferenciada. El desplazamiento, el momento en que la supuestamente femenina muestra su “agresiva necesidad”, intercambia su rol con la otra, mostrando “la fluidez de las diferentes posiciones eróticas”:  “Y ansiosa de que me penetre la mano de esa mujer” ( Joan Nestle,  A Different Place):

Yo avanzaría sobre ella, esperando a que me suplicara penetrarla, y luego, cuando supiera lo que esta mujer quería, y me ocupara de dárselo lo mejor y más profundo que pudiera, todo el tiempo que fuera posible, estaría respondiendo a todos los deseos que yo siempre había experimentado acostada de espaldas, bajo las mujeres que habían avanzado sobre mí.”[24]

Estos pasajes  cuestionan toda intención de establecer continuidad recíproca entre el sexo, la identidad de género, el deseo, la práctica sexual y el papel sexual:

Marlene (de frac y galera, con larga boquilla oscura)...Y Lucía imitaba a Marlene y alguien (un hombre disfrazado de mujer, o una mujer, un travesti, uno que había cambiado sus señas de identidad para asumir la de sus fantasías, alguien que se  había decidido a ser quien quería ser(...)era Dolores del Río.(...)Dolores se acercaba, ardiente y sigilosa, la boca llena de saliva(...)¿ Quién pensó que era Marlene quién iba a montarte?(...)la lengua araña, a veces se yergue con algunos pelos en las fauces como el león que devora a su presa, los enseña al público, los vellos casi dorados(...)Marlene se da vuelta, queda de espaldas, Dolores introduce su mano entre las piernas.[25]

Y finalmente el procedimiento paródico de la vestida: en Fantasías Eróticas de Peri Rossi, la narradora, al relatar al comienzo una nochebuena en un bar de lesbianas de Barcelona, ve entrar una pareja aparentemente heterosexual:

Pensé que muchas de las jovencitas(...) que reaccionaban con extrañeza ante esa aparición (ellas, que explotaban con tanta convicción el modelo lesbiano de la ambigüedad, de la incetidumbre o duplicidad sexual) no tenían, quizás, los mismos puntos de referencia que yo.(...)Evidentemente, habían trabajado mucho sus papeles, para conseguir una pareja tan contrastada(...)El único reproche era lo obsesivo: estaban algo sobreactuadas, demasiado perfectas para ser ciertas: la boca roja de ella y los labios pálidos de él, el negro del traje y de la falda, la blusa y la camisa blancas[26]

En “Condición de mujer”, de Otra vez Eros, (cita del célebre verso sáfico)   dice “la advenediza que irrumpe en el banquete”:

Se preguntaron

quién osaba interrumpirlos(...)

Si era hombre o mujer(...)

Vengo de un pasado ignoto-dije-

de un futuro lejano todavía

                                                             ¿Iba a ser la elocuencia

atributo de los hombres?

Hablo la lengua de los conquistadores,

es verdad,

                                                             aunque digo lo opuesto de lo que ellos dicen

Soy  la advenediza

la perturbadora

la desordenadora de los sexos

la transgresora  [27]

 

Y más adelante, en “Poética”: “Versayanira-El mayor poeta hindú-escribió más de seiscientos poemas /como si fuera una muchacha/ escribiré entonces /como si fuera hombre,/y nadie hablará de mi sexo.”[28]

Disyuntivo, desuno, saco del yugo. Saco del lugar. Desplazo.  Difiero en el tiempo,  desplazo en el locus. Diferir, de differe, es aplazar la ejecución y distinguirse de otra cosa, distinguirse aplazando. En el aplazamiento hay ausencia, un significado nunca presente.  Aplazar es diferir. ¿Y desplazar? 

Desplazar es sacar del lugar, trasladarse fuera de,  hacia. Desplazo de los lugares establecidos es un acto parodial. ¿Constituye una burla o una apropiación, un instrumento de acceso al poder del logos como lo masculino, o una desestabilización de ese logos? Sigamos a Butler nuevamente: “cuando el falo es lesbiano, es y no es una figura masculinista de poder; el significante está significativamente escindido, porque recuerda y desplaza el masculinismo que lo impulsa”[29] Si el ser y tener el falo se confunden, se desestabiliza la lógica de una cosa o la otra. “Si una lesbiana ‘tiene’el falo, también está claro que no lo ‘tiene’ en el sentido tradicional y su actividad promueve una crisis (...)La posición fantasmática del hecho de ‘tener’se rediseña, se hace transferible, sustituible, plástica” se desplaza desde el  contexto masculino. Butler trabaja la idea de simbolización del falo desde el desplazamiento a otras partes del cuerpo: el carácter “desplazable del falo”; “el falo lesbiano combina el orden de tener el falo y de ser el falo; ejerce la amenaza de castración (que en ese sentido es una manera de ‘ser’el falo, como las mujeres ‘son’) y sufre la angustia de la castración (y así se dice que ‘tiene’el falo y teme su pérdida” [30] ¿De qué falo parece apropiarse   Peri Rossi?  Compárese  esta noción de apropiación y la deconstrucción de las significaciones del falo en  Cuando fumar era un placer:

Qué haría sin mi pezón de blanco papel y filtro acolchado?”[31] (...) y le llevé el cigarrillo encendido a mi padre.(...) ya no era un fumador solitario en la familia, ahora compartía con alguien su vicio, con su hija mayor. De alguna manera nos habíamos hecho iguales. (Los varones fuman para convertirse en hombres; las mujeres también.) (...)Yo, la hija mayor, estaba contenta, porque al fumar con el padre (y no contra  él) creía haber huído a la castración; la madre y la hija  - que no fumaban- compartían, en cierto sentido, la condición de castradas: no tenían cigarrillo, carecían de falo.[32]

Nos parece pertinente concluir sin reducción con el “El bautismo” de Babel Bárbara :

Yo te bautizo Babel entre todas las mujeres

Babel entre todas las ciudades

Babel de la diversidad

ambigüa como los sexos[33]

emparentado con “Una pasión prohibida” en su remisión a lo materno-arcaico que une lo femenino y lo masculino:

lo mandaron a Europa porque estaba enamorado.(...)Pero las ciudades siempre tenían una letra, un campanario, un ruido de agua que la evocaban(...) los trenes lo desplazaban sólo de una memoria de vidrios  - Rímini- en que se reflejaba, a una memoria de agua – Amstel- donde volvía a verla. Viajó como en un sueño. Los nombres de las ciudades eran palimpsestos: al repetirlos, al darlos vuelta, lentamente aparecía el de la mujer que amaba [34]

Actas del Primer Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres. Montevideo 2003.