Centenario de Ariel
Modernismo y Mundonovismo: apogeo, ocaso y vigencia
actual.*
José Enrique Rodó |
El
centenario de Ariel[1]
que celebramos hoy es una excelente ocasión para revisar
algunos juicios y prejuicios –propios y ajenos– acerca de José
Enrique Rodó, de su obra emblemática y del movimiento estético e ideológico
en el cual se inscriben ambos. Comencemos
por señalar que, a nuestro entender, Modernismo y Mundonovismo son
inseparables en tanto que faceta estética y faceta ideológica de un
mismo movimiento. Vale decir que recusamos de antemano el uso abusivo que
ha hecho la crítica literaria española del término Modernismo,
para subsumir la influencia de Rubén Darío en la literatura española o,
para ocultar, tal vez, aspectos enojosos de la designación Generación del 98. Designen como quieran los españoles sus propios
movimientos literarios, de preferencia con un poco más de originalidad, y
atengámonos nosotros
a la idea de que el Modernismo es un movimiento americano,
íbero-americano, o tal vez corresponda ya decir latino-americano[2],
puesto que es por esa época que el término aparece y que es precisamente
ésa la tradición que el propio Rodó reivindica. Así
deslindado el campo, fuerza es constatar que la mayor originalidad del
Modernismo consiste en su autonomía con respecto a los cánones y modelos
europeos al uso, y que dicha
autonomía radica, precisamente, en la osadía de reivindicar como cosa
propia el conjunto de las tradiciones literarias y culturales del mundo
occidental, derecho que se funda en la condición específica del Nuevo
Mundo, en la especificidad de su crisol racial y cultural. Tal vez ahora se comprenda mejor porqué afirmamos que Modernismo y Nuevomundismo son inseparables, y que no puede haber Modernismo fuera de América.
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I
En
ambas tareas tiene Rodó (1871-1917) un antecedente mayor: José Martí
(1853-1895). Liberada ya del viejo esquema que hacía de Martí un ilustre
“pre-modernista” , la crítica contemporánea ha establecido
claramente su verdadero papel y tanto sus valores literarios como su
condición de héroe nacional han favorecido una minuciosa labor de exégesis
que ha demostrado, en particular en numerosos para-textos, no ya sólo su
condición, sino su clara conciencia crítica de modernista con toda la
barba. Por su parte, su célébre ensayo “Nuestra América”[4]
es, sin lugar a discusión posible, pilar de la instrumentación de la
ideología mundonovista. Así
remodelada la perspectiva, la fama continental de Darío (1867-1916), la
difusión inmediata de Ariel,
igualmente a nivel continental, se sitúan, no ya en los albores de un
movimiento incipiente, sino en el apogeo de un largo proceso de elaboración
cultural que, desde un punto de vista historicista, puede ser considerado
como la culminación de la emancipación hispanoamericana, iniciada en las
luchas por la independencia. Ni
Darío ni Rodó surgen ex nihilo,
por grandes que fueran su genio y su talento, y lo eran, dicho esto sin
desmedro de la verdad, y en beneficio de quienes aún creen en su propio
genio. Como
tampoco surge de la nada, ni de la mera alquimia del crisol americano, la
pléyade de poetas y narradores modernistas que, en el filo del 900, han
cerrado o culminan ya su obra, o están en plena producción. Citemos,
entre los primeros, los que ya han alcanzado plena madurez, amén de Darío
y Martí, a los mejicanos Salvador Díaz Mirón (1853-1928) y Manuel Gutiérrez
Nájera (1859-1895), al cubano Julián del Casal (1863-1893), al
colombiano José Asunción Silva (1865-1896), al uruguayo Carlos Reyles
(1868-1938) y, entre los segundos, los que han cerrado ya su ciclo de
aprendizaje y entran en la plenitud creativa, al boliviano Ricardo Jaimes
Freire (1868-1933), al mexicano Amado Nervo (1870-1919), al argentino
Leopoldo Lugones (1874-1938), al peruano José Santos Chocano (1875-1934),
al uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910). |
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Esta
enumeración un poco farragosa, aunque lejos de ser exhaustiva, nos
muestra claramente que el verdadero epicentro del Modernismo literario, es
el 900. En
ese año, la primera promoción modernista cuenta ya tres muertos: Julián
del Casal, José Martí y José Asunción Silva. Entre los restantes, el
mayor cuenta cuarenta y siete años[5],
y los menores, veinticinco. El Modernismo es sin duda un fenómeno
generacional, pero también es un asunto de jóvenes.[6] Y
es “a la juventud de América” a quien Rodó –que tiene entonces
veintinueve años– dedica su Ariel.
Y son cientos y miles de jóvenes, en todo el continente, quienes recogen
su prédica. Son
ellos quienes animan los círculos arielistas que proliferan en todo el
continente, particularmente en los medios estudiantiles, creando una
tradición antimperialista cuyo germen está en Ariel. Ahora
bien, esa influencia, por su naturaleza esencialmente proteica, es difícil
de analizar, y no ha sido estudiada en forma sistemática. Cabe
preguntarse, por ejemplo, cuál es la influencia del arielismo en ese otro
gran movimiento de simultaneidad continental que es la reforma
universitaria. Amén
de su carácter difuso, esa influencia es de diferente intensidad y, sobre
todo de diferente duración en las distintas áreas geográficas. Digamos,
por ejemplo, que para un rioplatense, por uruguayo que sea, es
sorprendente la forma en que el arielismo perduró en Ecuador, o en la República
Dominicana. Sin
duda tiene mucho que ver con esas disparidades la mayor o menor vigencia,
en la cultura política de los distintos estados, del sueño bolivariano
de la Magna Patria, que Rodó reactiva. Señalemos,
por fin, que el detonador que le da vigencia al arielismo y que, según
algunos críticos, precipita la propia publicación de Ariel, esto es, la intervención norteamericana en Cuba y la anexión
de Puerto Rico, constituye solamente la manifestación política de un fenómeno
que muy rápidamente pasará a percibirse como un fenómeno esencialmente
económico. Y ahí ya está el germen de profusas críticas a Rodó y al Ariel. II Y
pasamos entonces rápidamente a caracterizar lo que hemos llamado su
ocaso. Rodó no se planteó –no podía plantearse– el problema de los
indígenas americanos. Sin llegar a la crueldad de los juicios –y los
actos– de un Sarmiento, por ejemplo, Rodó adopta una actitud de
ignorancia con respecto a las masas sociales de indios, gauchos y negros,
que le valdrá muy pronto la acusación de elitismo. En
su descargo, digamos que, desde el punto de vista literario, apenas
asomaba por entonces el indianismo[7]
y que, desde el punto de vista ideológico, sólo se le pueden oponer, en
esa época, a dicha actitud, los primeros ensayos de Manuel González
Prada[8],
de carácter político más que ideológico. Pero
no es sin duda por azar que las críticas más violentas vienen también
del Perú. Ya se habrá comprendido que nos referimos a Luis Alberto Sánchez,
quien, en lo que a Rodó se refiere –tal no sea una excepción– raya
en la ignominia. La
otra vertiente crítica mayor es la marxista, que ataca los fundamentos
filosóficos –espiritualistas, idealistas– del pensamiento rodoniano.
La influencia creciente de las corrientes marxistas a partir de la primera
guerra mundial, y de la Revolución Rusa en particular, relegan al
mundonovismo en general y al arielismo en particular a la condición de
antiguallas. Así lo proclaman, por ejemplo, el argentino José Ingenieros
y, más tarde, el cubano Juan Marinello, por citar en los dos extremos del
continente. Tal
vez por eso se suele considerar que la pérdida de influencia de las
corrientes mundonovistas y modernistas es una de las consecuencias del
conflicto mundial. Pero, si nos atenemos a un calendario americano, cabe
señalar que es la primera revolución social del siglo XX, la Revolución
Mejicana, el fenómeno histórico que, a partir de 1910, proyecta la
problemática política e ideológica de América Latina a la escena
universal, abriendo una etapa de aceleración del ritmo de los
acontecimientos históricos[9]
que condena definitivamente Mundonovismo, arielismo y Magna Patria a un
pasado sin retorno. Y
es también en Méjico, en ese mismo año de 1910, donde resuena el famoso
“Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”[10].
Por mucho que se discuta que el cisme en cuestión fuera o no el propio
Darío, es indiscutible el ataque a un cierto
modernismo del cual ya han empezado a alejarse no sólo González Martínez,
sino incluso el último Herrera y Reissig y el último Darío, por no
hablar ya del veleidoso Lugones. La
estética modernista se sobrevive casi milagrosamente en el primer Vallejo
(Los heraldos negros, 1918),
pero por entonces, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha ya han publicado sus
primeros libros, y el Modernismo sólo se sobrevivirá en trasnochados
cultores de la primera época, como Santos Chocano, o en epígonos que no
valen siquiera la mención. La
segunda década del siglo es, pues, la del ocaso del Modernismo que, al
perder la lozana osadía de la juventud, parece haber perdido su propia
razón de ser, su propia esencia. III Corresponde
ahora que nos interroguemos sobre la vigencia actual, sobre la herencia de
los movimientos que venimos considerando. Comencemos por el arielismo. Aunque
tenga otro signo, el antimperialismo sigue creciendo en la conciencia histórica
latinoamericana al ritmo con que se acumulan las intervenciones armadas y
otras formas más solapadas de agresión norteamericana en América
Latina. No es sin duda el menor mérito de Rodó, el haber creado la
primera doctrina orgánica, auténticamente americana, de resistencia al
monroísmo y, hoy por hoy, el arielismo no es ni más ni menos obsoleto
que las tesis leninistas sobre el imperialismo. La
defensa de Rodó del derecho de autodeterminación de los pueblos, por
pequeños que fueren, seguirá teniendo, por mucho tiempo, una vigencia
absoluta. Su
análisis crítico del funcionamiento de la democracia, de sus límites y
defectos, supone una lucidez y un coraje intelectual que resultan muy útiles
hoy, para tratar de comprender la farsa tragi-cómica de los siete jueces
que deben decidir si se validan o no varios miles de votos entre los
emitidos por apenas poco más de la mitad de los ciudadanos de la mayor
democracia del mundo. En una palabra, ese análisis sigue siendo
perfectamente eficaz para comprender ciertos fenómenos del mundo en que
vivimos, incluidos ciertos aspectos de la tan mentada mundialización. En
cuanto al Modernismo, una vez acalladas las estridencias de las
vanguardias, una vez cegadas muchas de las vías que los vanguardistas
abrieron, nos queda la música del verso modernista, la magia del
cromatismo y de la sinestesia que abrieron los cauces a la sensibilidad
moderna, tal como ésta se despliega luego en la música y en la pintura
de las primeras décadas del siglo, no sólo en América Latina, sino en
todo el arte occidental. Desde este punto de vista, el mérito del
modernismo consiste en habernos hecho entrar en la modernidad, sin el
tradicional desfase de reflejo tardío que caracteriza al mundo colonial y
que perdura hasta finales del siglo XIX. Desde
un punto de vista estrictamente literario, quien se lleva las palmas del
balance es, naturalmente, Darío. Nadie discutiría hoy que su influencia
marca de manera indeleble toda la poesía de lengua española. Pero
son igualmente los modernistas, y en este caso es a Horacio Quiroga[11]
a quien le corresponde el papel protagónico, quienes establecen los cánones
del cuento latinoamericano, el género literario más sobresaliente hasta
la eclosión de la “nueva novela”. Es justo recordar aquí que, junto
a la poesía, todos los modernistas practicaron el cuento. Ellos fundaron
su tradición. Como
ensayista, Rodó recoge la herencia de Montalvo[12],
y se proyecta en la obra de Vasconcelos[13]por
citar sólo dos referencias mayores. Más
allá de esas influencias concretas, nos queda, sobre todo, el rasgo más
moderno del Modernismo, su conquista más cabal: la afirmación de la
especificidad de la creación literaria. Quienes
sólo hayan conservado –muchos las recibimos– la imagen de las
lecturas escolares de un Rodó ampuloso, de retórica inflada, o la imagen
altisonante y huera de los versos modernistas aprendidos con dificultad (
“Ya se oyen los claros clarines” ) deben volver a esa eterna fuente de
juventud que son, porque así quedaron plasmadas, la utopía mundonovista
y la insolencia modernista. Nicasio
PERERA SAN MARTIN Centre
de Recherches Latino-Américaines Université de Poitiers – CNRS Texto leído el 24 de noviembre del 2000, en el Institut Hispanique de París, en ocasión del Homenaje al Centenario del Ariel, organizado por la Universidad de París IV (Sorbonne Nouvelle) y la Embajada de Francia en el Uruguay. Inédito.
[1] Rodo (José Enrique) – Ariel [1900]. Las ediciones de Ariel son casi innumerables (al menos aquí). Citemos sólo una de las últimas ediciones críticas, la de Belén Castro Morales, Madrid, Anaya y Mario Muchnik, 1995. [2] Sin perder de vista que el término modernismo tiene un sentido diferente en la cultura brasileña. [3] Rodo (José Enrique) – “Rubén Darío” in La vida nueva – II, [1899]. [4] Marti (José) – “Nuestra América” [1891]. [5] Obsérvese que se trata de Rafael Díaz Mirón, cuya condición de modernista es aún discutida por muchos críticos. Entre los vivos, quien le sigue en edad es Darío. [6] Desde cierto punto de vista, esto explicaría la neta predominancia de la poesía en la producción modernista, si se admite que, generalmente, la prosa es más tardía. [7] Matto de Turner (Clorinda) – (Perú 1854-1909) – Aves sin nido, 1889. [8] Gonzalez Prada (Manuel) – (Perú 1848-1918). Nos referimos a los ensayos del primer período, antes de su exilio en París. [9] Cabría tal vez, y aunque no sea éste el lugar adecuado para hacerlo, es bueno señalarlo, analizar la relación entre dicha aceleración y el proceso actual de la “mundialización”. [10] Célebre soneto del poeta mejicano Enrique González Martínez (1871-1952), publicado en 1910 y recogido en Los senderos ocultos, 1911. [11]
Quiroga
(Horacio)
– Uruguay – 1878-1937. [12]
Montalvo
(Juan) -
Ecuador - 1832-1889. [13] Vasconcelos (José) – Méjico – 1881-1959. V. La raza cósmica, 1925. |
Nicasio Perera San Martín
Centre de Recherches Latino-Américaines
Université de Poitiers – CNRS
Ver, además:
José Enrique Rodó en Letras Uruguay
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