Rodó, Maestro de Parábolas

José Pereira Rodríguez

 

Rodó fue el vidente de sí mismo y el pensador intenso que todos reconocen; fue el anhelante apóstol de las armonías morales fundadas en amor; fue, para las juventudes, sobre todo, para las de la familia americana en particular, el ejemplar maestro de los idealismos y las abnegaciones y las caridades: pero fue ante todo y sobre todo, y mas que todo, el artífice inimitable de su verbo; el enriqueció nuestra lengua castellana, no propiamente con nuevas voces, pero con una nueva voz; en la suya, en su voz personal, se formaron sonoridades no escuchadas aún, nuevos ritmos de la prosa castellana, que brotaban de su esencia, como nuevas revelaciones de sus tesoros y de su vida perdurable.

Juan Zorrilla de San Martín

 

La permanente actualidad de Rodó se nutre con la savia de sus parábolas. No en balde enraízan su propósito adoctrinador, en el fértil y siempre fecundo campo bíblico. Joao Pinto da Silva afirma: "José Enrique Rodó falla como um propheta da Biblia: por parábolas. Essa forma, foi a forma predilecta dos grandes conductores de povos e de espirites"[1]. Gonzalo Zaldumbide, tan fino exégeta rodoniano, define con precisión: "Rodó halló en el encanto de la parábola -donde aúnan sus gracias la ficción, la moral, la poesía, la experiencia filosófica y la cordura- la imagen abreviada de su ideal y la satisfacción menos incompleta de su aspiración[2]." Y Rodó, al proyectar, en 1905, la carátula para su PROTEO, insertaba en ella, como explicación definidora, el versículo 11, del capítulo IV, del Evangelio de San Marcos, según el cual "todo se hace por vía de parábolas"[3]. Pudo agregar aún, como el Rey-profeta en su salmo LXXVIII, 2: "Abriré en parábola mi boca: hablaré enigmas del tiempo antiguo."

 

Rodó confesó su aptitud para transformar en imagen toda idea que se cobijara en su espíritu; así se explica que las parábolas o los cuentos simbólicos con que procura objetivar sus reflexiones filosóficas, luzcan "el colorido de la descripción, la firmeza del dibujo, el cuidado de la frase y la compenetración del concepto y de la forma"[4]. Del mismo modo, encuentra razón su afán de acumular datos - particularmente históricos o biográficos para reafirmar los puntos de vista de su tesis sobre la formación y transformación de la personalidad "bajo la mirada vigilante de la inteligencia y con el concurso activo de la voluntad"[5].

Rodó no era un escritor repentista. Sus cláusulas por otra parte, de amplio y abundante vuelo, tienen, en apariencia, lineamientos oratorios en el propósito, frecuente, de convencer, tanto como de exponer.

El cuidado del estilo, lo que llamó "la gesta de la forma", era en él, necesidad espiritual y artística, casi diríamos, expresión poética. En muchas de sus páginas se realiza "el milagro musical de las palabras" que, según Ramón del Valle Inclán, es el único modo en que puede revelarse "el secreto de las conciencias"[6]. Percibía "muy intensamente el ritmo de la prosa". Escribía "mentalmente casi sin cesar" y acaso a esto fuera debido su aire, como de sonámbulo, por las calles montevideanas. Sus borradores, felizmente propiedad inalienable del Estado, "suelen ser un montón de jirones de papel, de toda forma, especie y tamaño". La corrección y la selección implacables impuestas en el proceso constructivo de sus manuscritos inéditos, evidencia la "delectación morosa" con que trabajaba su prosa rotunda, de singular prestancia, en que florecen "las influencias más diversas del sentimiento y el lenguaje"[7]. Páginas escritas antes de 1904, fueron conocidas casi treinta años después de muerto el Maestro[8].

Sobre su modo de escribir, nadie mejor que el propio Rodó ha dicho lo que interesa saber. En carta del 2 de agosto de 1904 le escribía a Francisco García Calderón: "Mi modo de producir es caprichoso y desordenado en los comienzos de la obra. Empiezo por escribir fragmentos dispersos de ella, en el orden en que se me ocurre, saltando quizá de lo que será el fin a lo que será el principio, y de esto a lo que irá en el medio; y luego todo lo relaciono y disciplino. Entonces el orden y el método recobran sus fueros, y someto la variedad a la unidad. Al principio no veo claro el plan y desenvolvimiento de la obra. Encaro la idea de ella por la faz que primero se me presenta, y mientras voy escribiendo, el plan se va haciendo en mí. Son así simultáneas la concepción del plan y la ejecución. Para la forma soy descontentadizo y obstinado". Y completaba su información, de este modo: "... casi no puedo escribir de seguida sin tener a mi alcance un diario, periódico, o libro, que de vez en cuando tomo para palparlo, para estrujarlo (y así he echado a perder muchos inocentes volúmenes) y hasta para aspirar su aroma, si es impreso nuevo, el incomparable aroma del papel y la tinta".

En carta a Juan Francisco Piquet, escrita en Julio de 1905 - que Emir Rodríguez Monegal utiliza en su enjundioso "José E. Rodó en el Novecientos"-, Rodó confesaba: "Tengo cuadernos enteros (diez o doce) llenos de noticias y detalles biográficos, que he reunido, compulsado y organizado durante largos meses para obtener de ellos conclusiones relativas a diversos puntos de mi tesis." Precisamente, entre los documentos, celosamente guardados en el Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, el profesor José E. Etcheverry encontró la clave con sujeción a la cual Rodó administraba la copiosa documentación que recogía en sus innumerables lecturas. Todo esto evidencia que Rodó trabajaba su prosa como un benedictino paciente. Y las correcciones numerosas de que suelen estar plagados sus manuscritos corroboran y atestiguan de qué manera era exigente para expresar, del mejor modo, la integridad de su pensamiento, dentro de un molde en que la palabra precisa y adecuada no estuviese ausente.

Desde sus comienzos, Rodó se muestra dueño de un estilo y seguro de su expresión. Casi podría decirse que no tiene iniciación literaria. Principia a escribir y a pensar como un maestro. Concibió y concretó un pensamiento filosófico desde que inició su labor intelectual. No mostró pasado inseguro antes de asentar la secuencia de sus ideas. Sintió la urgencia de transmitir su mensaje. Por esto, gráficamente, su obra trunca se detiene en mitad de una parábola ascensional o se abre, como su pensamiento, ante una perspectiva indefinida.

 

Mientras los demás de sus contemporáneos salen en busca de un camino y recorren largos senderos en procura de un rumbo que, muchas veces, no llegan a encontrar, Rodó, desde que empieza a marchar, ya sabe hacia dónde conduce sus pasos. Tiene la certeza de que posee una verdad y, para exponerla y defenderla, destina el mayor número de las horas de sus años. Ni forma cenáculos, como es costumbre del ambiente; ni concurre a ellos; acaso más que por indiferencia o por egoísmo, por celo y avaricia de su tiempo. Sólo le preocupa estar al día con las manifestaciones del pensamiento contemporáneo, y por esto, tarde a tarde, en la tertulia de la librería, hojea y hojea libros recientemente llegados, cambia ideas sobre las novedades literarias y hasta asume insólita actitud crítica riéndose mientras acuna en sus manos, uno de los primeros ejemplares de "El lunario sentimental'' de Leopoldo Lugones, llegados a Montevideo ...[9] Y, sin embargo, alrededor de su nombre y por su obra, congrega el pensamiento disperso de la juventud de América, cuando comienza a conocerse en el continente el texto de la plática de Próspero. Tras el vuelo de Ariel no resonaron unánimes e inmediatos aplausos; pero, es incontestable que, a medida que van pasando los días, el "sermón laico" de Próspero deja de ser la voz profética de Rodó, para convertirse en el coro continental de la americaneidad naciente.[10]

 

Rodó no fue ápice de una generación, porque ésta supone cierta conjunción gregaria y él fue profundamente individualista, en su vida y en su obra. Mas a su vera y en su tiempo, ¡qué conjunto de admirables escritores lució el país, para asombro del continente! Emir Rodríguez Monegal estudió el núcleo de la generación del novecientos, dentro del cual sobresale Rodó[11]. Basta recordar los otros nombres epónimos: Carlos Reyles, Julio Herrera y Reissig, Horacio Quiroga, Carlos Vaz Ferreira, Javier de Viana, María Eugenia Vaz Ferreira, Florencio Sánchez, Delmira Agustini. .. ¡Toda la literatura uruguaya en sus valores más duraderos! En esta enumeración faltan quienes dan a este Novecientos, esplendor perdurable: Eduardo Acevedo Díaz, el novelista, y Juan Zorrilla de San Martín, el poeta, que estaban en la plenitud cuando apareció ARIEL.

 

El contraste evidente entre las características de la ya formada personalidad de Rodó v la de sus contemporáneos, predispuso a pensar que Rodó es como un hongo solitario en el ambiente intelectual montevideano, al que nada le adeudaría, ni del que acaso pudiera ser considerado como expresión fiel. No es posible resolver con semejante simplismo, la significación de Rodó a su hora y en su tiempo. El instante en que se alza la palabra magistral de Rodó estaba grávido para las grandes expresiones perdurables. La literatura ibero-americana comenzaba una era de esplendorosa expresión. Ciertamente que, en el plano suramericano, reflorecían los jardines verlainianos, cuando ya estaban fuera de moda para el gusto francés; pero, no es menos cierto que, acaso por obra y presencia de lo telúrico continental, la literatura hispano-americana iba ofreciendo "una renovación modificada de los antiguos moldes"[12] por medio de "la correlación necesaria de la literatura al estado de alma de las generaciones nuevas"[13].

 

América se había caracterizado por la obra de los grandes sociólogos que, paradojalmente, planificaban para futuros hipotéticos. Hombres nutridos en la misma entraña de los problemas políticos más encrespados y violentos, soñaban con un porvenir que, más que por ellos, parecía arquitecturado por los poetas románticos. Rodó no escribe poemas de tal naturaleza. Su prosa poética toca las duras realidades y analiza, con apasionamiento de verdad, los peligros que asechan a estos pueblos indiferentes a los problemas del mundo. Rodó adivina y presiente que los Estados Unidos de Norteamérica significan una posibilidad de esclavitud para estas tierras en que los hombres se desangran en luchas fratricidas, y por ello alza el verbo de Próspero y llama a la juventud para decirle que "sin el brazo que nivela y construye no tendría paz el que sirve de apoyo a la noble frente que piensa"[14] y para asegurarle que "el presente pertenece, casi por completo, al tosco brazo -insiste y repite- que nivela y construye"[15]. Rodó sabe y lo pregona, refiriéndose a los Estados Unidos de Norteamérica, que "el crecimiento de su grandeza v de su fuerza será objeto de perdurables asombros para el porvenir"[16]. Los admira, quizá los teme y no los ama, porque estima que la obra sin impaciencias que puede realizarse en el mundo nuevo, permitirá avanzar y concebir "más claramente la ley moral como una estética de la conducta"[17]. Así insiste en la necesidad de alcanzar la perfección individual, tanto como en la urgencia de propender a la educación colectiva; de igual manera que preconiza el culto de la energía individual que "hace de cada hombre el artífice de su destino"[18].

 

Todo esto nos asegura que Rodó no le dio espaldas a la realidad de la vida. Comprendió los problemas del hombre hundido en el seno de la multitud. Desde su biblioteca miró hacia la calle; pero su espíritu estaba encarnado en el hombre que sufría hambre y sed de justicia, en el obrero, del que dijo: "Ésta es una aristocracia imprescriptible, porque el obrero es, por definición, "el hombre que trabaja", es decir, la única especie de hombre que merece vivir"[19].

 

Pareció ser indiferente a la acción de la calle; pero, silenciosamente, supo asumir las actitudes dignas y claras que impone el decoro en la conducta. Y cuando fue necesario, salió de su retiro a decir en voz alta su pensamiento, para compartir con plena comprensión, las responsabilidades de su hora. No desconocía el interés y el estimulo que, "para el diarista de raza -y él lo era- tienen las horas de agitación y turbulencia".

 

Por esto, afirmó: "El verdadero hombre de diario no se adapta sin penoso esfuerzo a los ambientes bonancibles: es ave de tormenta criada para arrostrar el ímpetu de los vientos desencadenados y mojar sus alas en la hirviente espuma de las olas[20]." Rodó estimaba su labor de periodista como la obligación impuesta por el cumplimiento de un deber: "Ser escritor y no haber sido, ni aun accidentalmente, periodista, en tierra tal como la nuestra, significaría ... no haber sentido nunca repercutir dentro del alma esa voz imperiosa con que la conciencia popular llama a los que tienen una pluma en la mano, a la defensa de los intereses comunes y de los comunes derechos, en las horas de conmoción o de zozobra[21]." Y así resultó Maestro, sin proponérselo; y conductor, sin sospecharlo, cuando desarrolló la cuestión de la Democracia y planteó el problema de la libertad en el proceso de la liberación del espíritu.

 

Su concepto de la igualdad democrática reposaba "sobre el pensamiento de que todos los seres racionales están dotados por la naturaleza de facultades capaces de un desenvolvimiento noble"[22]. De aquí que Rodó pensase "en la educación de la democracia y su reforma"[23] para implantar aristocracias de calidad -las de la virtud, del carácter y del espíritu- que permiten "establecer la superioridad de los mejores, asegurándola sobre el consentimiento libre de los asociados"[24].

En 1907, en su admirable revista "El Nuevo Mercurio", Enrique Gómez Carrillo promovió una encuesta sobre el Modernismo en Hispanoamérica. De las treinta y cuatro respuestas publicadas, una conviene destacar porque, además de ser sustantiva, procede de un escritor que tuvo y guardó con Rodó, permanente y sorprendente coincidencia de pensamiento. En la aludida contestación, Carlos Arturo Torres -que tal es el pensador- sostiene que "la repudiación del prejuicio consubstancial constituye el acto más valeroso de autonomía humana". Y al hablar de la liberación del espíritu como de "la más augusta de las liberaciones" asegura que hay una notoria diferencia "entre aquellos que han llegado a una fe nueva al través de las ordalías del acto moral preliminar de la anulación de una fe antigua, y los que, colocados en el camino, desde el principio y por circunstancias que ellos no determinaron, no conocieron la trágica zozobra de esas demoliciones y de esas edificaciones interiores"[25]. La cabal formación espiritual que se advierte en la obra de Rodó, desde los comienzos, se circunscribe y ciñe, de manera sugerente, a un idéntico planteamiento del problema de la libertad que es, sin disputa, el más profundamente esencial del Hombre. Rodó insiste tesonera y tercamente en dilucidarlo para alcanzar la solución ética irreprochable y más en consonancia con la dignidad humana.

 

En ARIEL -pág. 33- afirma sin subterfugios: "Aun dentro de la esclavitud material, hay posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razón y el sentimiento." Como si el sentido afirmativo del concepto no fuese claro e intergiversable, continúa casi pleonásticamente su pensamiento, diciendo: "No tratéis, pues, de justificar por la absorción de trabajo o el combate, la esclavitud de vuestro espíritu." Pocas páginas más adelante -pág. 38-, vuelve a insistir en su idea y recuerda que la escuela estoica "nos ha legado una sencilla y conmovedora imagen de la salvación de la libertad interior, aún en medio a los rigores de la servidumbre, en la hermosa figura de Cleanto; de aquel Cleanto -dice- que, obligado a emplear la fuerza de sus brazos de atleta en sumergir el cubo de una fuente y mover la piedra de un molino, concedía a la meditación las treguas del quehacer miserable y trazaba, con encallecida mano, sobre las piedras del camino, las máximas oídas de labios de Zenón."

 

Meses después de aparecido ARIEL, entrega como escrita en junio de 1900, con destino al "Almanaque Sudamericano para 1901"[26] una página que titula "Fragmento", en que vuelve al tema predilecto diciendo con énfasis inacostumbrado: "Tengo una fe profunda en la eficacia social y civilizadora de la palabra de los poetas; pero creo, ante todo, en la libertad, que Heine proclamó irresponsable, de su genio y de su inspiración. Cuando escucho que se les exige, con amenazas de destierro, interesarse en las controversias, los afanes y las agitaciones de los hombres, recuerdo a Schiller narrando lo que sucedió a Pegaso bajo el yugo". Rodó cuenta lo ocurrido: "El generoso alazán, vendido por el poeta indigente, es uncido, por groseras y mercenarias manos, a las faenas rústicas, símbolo de la vulgar utilidad y el orden prosaico de la vida. Él se revuelve primero, para sacudir el yugo que desconoce, y desmaya, después, de humillación y de dolor. En vano le castigan sus amos. Le desuncen, convencidos de la imposibilidad de dominarle, y le arrojan con desprecio como cosa inútil. ¡Pero el antiguo dueño, que vagaba triste como él, le encuentra un día en su camino, sube lleno de júbilo entre sus alas desmayadas, y entonces un estremecimiento nervioso recorre los flancos del corcel rebelde a la labor, se despliegan sus alas, sus pupilas flamean, y tiende el vuelo hacia la altura con el soberbio brío, con la infinita libertad de la inspiración levantada sobre las cosas de la tierra!" Rodó muestra así, en la claridad del símbolo, cómo el alado y rebelde Pegaso, liberado de la servidumbre, se recupera en la libertad.

 

Años más tarde, en 1909, firme en la continuidad invariable de su pensamiento, Rodó desarticula la anécdota que tiene por protagonista a Cleanto, y escribe para MOTIVOS DE PROTEO, la parábola El meditador y el esclavo en quienes personifica y disocia la dualidad de la forzada esclavitud y el libre pensamiento, para insistir en la posibilidad de su coexistencia.

Toda la obra de Rodó tiene activa estructura didascálica. La esencia de su doctrina filosófica -sin llegar a sistematizarse- se puede reducir a la necesidad de una renovada y persistente transformación, para "lograr una perpetua victoria sobre si mismo"[27] porque "mientras vivimos está sobre el yunque nuestra personalidad"[28]. Del mismo modo que "quien no avanza, retrocede"[29], en el ideario rodoniano, nuestra vida "o es perpetua renovación o es lánguida muerte"[30]. Sin embargo, pese a su fórmula nuclear, según la cual, "reformarse es vivir"[31], Rodó fue, invariablemente el mismo, desde sus comienzos literarios hasta su solitario y dramático final. Aunque proclamó, con segura y obstinada confianza, el nadie diga: "¡Tal soy, tal seré siempre!"[32], su pensamiento nace en la creencia de que, en el "niño" de cada uno de nosotros, está prefigurada nuestra futura personalidad, múltiple y compleja. Y como, para Rodó, "cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno sino muchos"[33], resulta lógico que "el alma de cada uno de nosotros es el término en que remata una inmensa muchedumbre de almas"[34]. Por esto concibió al Hombre a la vez, actor o espectador, alternativamente, como luchador y como campo de lucha, solitario en medio de la multitud. Sostuvo aún que, hacia cada uno de nosotros, viene un camino ignorado, que necesitamos encontrar, si deseamos realizar nuestra vida. Hay una senda segura, y es la que va a lo hondo de uno mismo. Y porque así es, Rodó exclama, con acento admonitorio: " ... en ti, en ti solo, has de buscar arranque a la senda redentora!"[35].

 

Rodó se dolía pensando en la posibilidad de que un día, el humanitarismo, incomprensivo del sentimiento patriótico, llegara a hacer olvidar ese "estigma atávico" que, por acción telúrica, nos une amorosamente al rincón solariego que consideramos nuestro y que termina por hacernos concebir la Patria, como si fuera el corazón del mundo. Sin renunciar al sentimiento preeminente del terruño, concibió a América, a la América hispana, como una Magna Patria, anfictionía de pueblos sin amos, para la vida laboriosa y fecunda, dentro de un ambiente de paz, de comprensión y de tolerancia, en el ejercicio activo de una auténtica democracia.

 

Y ésta será, de más en más, en el tiempo, la gloria de Rodó: haber sabido dar, con su vida, el ejemplo de un hombre libre; haber sabido mostrar, con su obra, la culminación de un proceso ideológico que tuvo a la Ética, por sostén de su expresión literaria, para alcanzar la Belleza, en el triunfo del Bien y de la Verdad; y haber mostrado a los incrédulos y a los creyentes, en las excelencias del mundo nuevo, el camino de la Libertad, para la emancipación de las conciencias. Así, señero y altivo, fue Rodó.

Acotaciones:

 

En PARÁBOLAS Y CUENTOS SIMBÓLICOS hemos procurado recoger seleccionadas páginas rodonianas a fin de dar muestras ilustrativas de la obra del escritor a quien el Congreso de Estudiantes Universitarios de Chile, con asistencia de varios miles de congresistas y en representación de veinte Universidades, proclamó, en 1941, para gloria de Hispanoamérica, "Maestro de las Juventudes del Continente".
Para titular cada una de las prosas elegidas, respetamos fielmente, los índices analíticos que, para ARIEL y para MOTIVOS DE PROTEO, Rodó escribió en sendas oportunidades.

 

En la distribución del material seleccionado hemos procedido con sujeción al siguiente método de ordenación:

 

1° Las fundamentales normas estéticas a que Rodó ajustó su labor literaria;

 

2° La muestra, en reproducciones facsimilares, de algunos manuscritos, en los que se advierte lo que Rodó llamó "la gesta de la forma";

 

3° La selección de páginas, en el orden cronológico de aparición de las ediciones, príncipes, con excepción de MOTIVOS DE PROTEO, cuya segunda edición es superior a la primera;

 

4° La reunión de las parábolas o cuentos simbólicos remitidos por Rodó, a publicaciones periódicas, tales "Mundial" o "Plus Ultra", como pertenecientes a NUEVOS MOTIVOS DE PROTEO;

 

5° Florilegio de sintéticas y expresivas opiniones críticas.

 

No forman parte de la presente antología -excepción hecha de la reproducción facsimilar de La cigarra de Eunomo- páginas que, publicadas posteriormente a la muerte del Maestro, no pueden considerarse textos definitivos, sino borradores de originales manuscritos no entregados por Rodó a la publicidad.

 

Las notas que figuran al pie de página, son sucintas aclaraciones que tienen tres propósitos primordiales y complementarios:

 

a) facilitar al lector una mínima información indispensable sobre nombres propios, referencias históricas y vocablos de uso poco frecuente;

 

b) establecer, con ejemplificación sinonímica, la acepción correspondiente a las palabras acotadas, cuya significación difiere de la usual;

 

c) explicar, en forma sumaria, algunos aspectos estilísticos y gramaticales que ofrecen los textos rodonianos seleccionados.
Las anotaciones están precedidas por breves referencias a la ubicación en las obras de Rodó, de cada una de las páginas elegidas, precisándose, cada vez que corresponde, la publicación en que aparecieron por primera vez.

 

Notas:

 

[1] - PINTO DA SILVA, Joao, Vultos do meu caminho. Porto Alegre, Editores Barcellos, Bertaso y Cía.

 

[2] - ZALDUMBIDE, Gonzalo, Parábolas, París, Editorial Bouret, 1949.

 

[3] - RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir. José E. Rodó en el Novecientos, Montevideo, "Numero", 1950.

 

[4] - RODÓ, José Enrique, Epistolario, con dos notas preliminares de Hugo D. Barbagelata, Vertongen, París, 1921, pag. 38.

 

[5] - MOTIVOS DE PROTEO, cap. II, pág. 12.

 

[6] - DEL VALLE-INCLAN, Ramón, La lampara maravillosa, "Opera omnia", Vol. I, Madrid, Imprenta Helénica, 1916.

 

[7] - EPISTOLARIO, ob. cit. pág. 29 y 32.

 

[8] - Sirva de ejemplo: en carta del 31 de enero de 1904 (Epistolario, pág. 31), Rodó describía a Juan Francisco Piquet la gesta literaria de MOTIVOS DE PROTEO; y, enumerando, sintéticamente, los temas desarrollados en "cuentos aplicables a tal o cual pasaje teórico", le expresaba: "Hay … otro, que relata la curiosa manera cómo un escritor llegó a concebir la idea de una obra. viendo abanicarse a dos mujeres." Este cuento simbólico, titulado Los dos abanicos, recién fue conocido en 1932. Figura en la obra póstuma Los ÚLTIMOS MOTIVOS DE PROTEO, págs. 253-261, como parte integrante de El Libro de Próspero y no corresponde a un borrador definitivamente corregido …. 

 

[9] - QUINTEROS DELGADO, Juan Carlos, Semblanzas y comentarios críticos, Montevideo, "Casa A. Barreiro y Ramos" S. A., 1945.

 

[10] - La inminente publicación de un magnifico ensayo del profesor Carlos Real de Azúa sobre la importancia y trascendencia de ARIEL en la formación de la cultura de América, cuyo texto original conocí al haber sido presentado al concurso continental, de cuyo jurado formé parte, me impide hacer otras puntualizaciones sobre el asunto.

 

[11] - RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir, José E. Rodó en el Novecientos, Montevideo. "Número", 1950.

 

[12] - de ORY, Eduardo, "El Nuevo Mercurio", El modernismo, nº 4, abril de 1907.

 

[13] - TORRES, Carlos Arturo, "El NUEVO Mercurio", El modernismo, nº 5, mayo de 1907.

 

[14] - Ariel, pág. 115.

 

[15] - ARIEL, pág. 128.

 

[16] - ARIEL, pág. 94.

 

[17] - ARIEL, pág. 45.

 

[18] - ARIEL, pág. 92.

 

[19] - EL MIRADOR DE PRÓSPERO, pág. 343.

 

[20] - RODÓ, Enrique, Carta al Director de "La Prensa" de Salto, Luis A. Thévenet. Salto Oriental, 1916.

 

[21] - EL MIRADOR DE PRÓSPER0, pág. 332.

 

[22] - ARIEL, pág. 75.

 

[23] - ARIEL, pág. 74.

 

[24] - ARIEL, pág. 76.

 

[25] - TORRES, Carlos Arturo, La unidad en la obra intelectual, "El Nuevo Mercurio", nº 5, mayo de 1907. 

 

[26] - Página 143. Es interesante señalar que este "Fragmento" figura, casi íntegramente, bajo el título "Divina libertad", en las páginas 103-104, de EL MIRADOR DE PRÓSPERO, y luce como fecha de redacción, el año 1895 ... En efecto: fue publicado como parte de un trabajo crítico, titulado: "De dos poetas. "Ecos lejanos" por Carlos Guido Spano, "Bajo-relieve" por Leopoldo Díaz" que apareció antes, el 10 de diciembre de 1895 en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales. La reproducción es casi literal. Este constante volver a sus manuscritos originales para utilizarlos en diversas páginas de sus libros, lo ha rastreado con singular perspicacia y éxito José I. Etcheverry, particularmente, en su ensayo "Un discurso de Rodó sobre el Brasil" (Revista del Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, Año I, nº 1).

 

[27] - EPISTOLARIO, pág. 33.

 

[28] - MOTIVOS DE PROTEO, cap. II, pág. 13.

 

[29] - MOTIVOS DE PROTEO, cap. LXXX, pág. 248.

 

[30] - MOTIVOS DE PROTEO, cap. VII, pág. 22.

 

[31] - MOTIVOS DE PROTEO, cap. I, pág. 9.

 

[32] - MOTIVOS DE PROTEO, cap. XXVI, pág. 60.

 

[33] - MOTIVOS DE PROTEO, cap. I, pág. 10.

 

[34] - MOTIVOS DE PROTEO, cap. XXXI, pág. 71.

 

[35] - MOTIVOS DE PROTEO, cap. XV, pág. 40. 

 

José Pereira Rodríguez
José Enrique Rodó

Parábolas cuentos simbólicos
Ilustraciones de Santos Martínez Koch
Contribuciones americanas de cultura S. A.
Montevideo 1938

 

Ver, además:

 

                        José Enrique Rodó en Letras Uruguay

Texto e imagen recopilados, escaneados y editados por el editor de Letras-Uruguay Carlos Echinope Arce Es uno de los autores elegidos, por marzo del 2003, para integrar la Letras Uruguay nacida el 23 de mayo del 2003.

Editado por el editor de Letras Uruguay

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