El preso distinguido

 
Experiencia sentida para nuestros mayores, ejemplo para nosotros y leyenda o mito para las generaciones jóvenes, las dos guerras mundiales transcurridas entre los años 1914 a 1918, la primera y, de 1939 a 1945, la segunda, repercutieron en nuestro Canelones donde se vivieron, con distintos grados de intensidad, todos y cada uno de los acontecimientos que pautaron su desarrollo. Ya fuera en actos públicos, celebrados en la "Plaza 18 de Julio" o como reuniones o conferencias en el ámbito de las instituciones sociales, o como comentario destacado en la prensa periódica local o en los noticieros cinematográficos, los pobladores de nuestra comunidad participaron de las confrontaciones que, en su oportunidad, conmovieron al mundo.
El pueblo sabía de las conflagraciones mundiales por los medios informativos en virtud de que, salvo el alerta provocado por alguna escasez o desabastecimiento de plaza o la presencia de algún sistema para paliar algún problema propio de la situación - recordamos la aparición de los curiosos "gasógenos" - el seguimiento de la guerra lo hicieron nuestros vecinos como espectadores de un acontecimiento que aunque no les llegara directamente, les interesaba particularmente.
Es de señalar, no obstante, que familias radicadas en Canelones, tradicionalmente cosmopolita, tenían parientes en el escenario bélico y vivían pendientes de su suerte. 
La primer guerra contó con la información que provenía solamente, de la prensa escrita: "El Día", "El Plata", "La Mañana", etc. en virtud de que la presencia de otros medios de comunicación masiva se da con posterioridad. El 15 de agosto de 1922 conoce Uruguay la primer transmisión radial estable, con voz humana. El segundo conflicto tuvo en la radiotelefonía su principal medio informativo. La llegada de la televisión ocurre recién en 1956. Convinieron en ello el contarse con gran número de emisoras y una alta tecnificación de los medios utilizados. Pero se dispuso, asimismo, de la cinematografía, en especial de los noticieros que, aunque con cierto retraso, llegaban a la pantalla del "Teatro Politeama" única sala exhibidora entonces en razón de que los cines "Lumiére" y "Rodó" aparecerían ambos, en 1949.
Naturalmente se estaba también ante una gran prensa escrita, nacional, adecuadamente modernizada.
Existía, es de reconocer, una psicosis belicista. El devenir de los acontecimientos era exhaustivamente analizado y comentado a nivel de una peña permanente, en la plaza principal que renovaba sus componentes hasta altas horas de la noche. Las instituciones sociales, principalmente el "Club Social Canelones" ubicado frente a la plaza tenía montado un sistema de parlantes con fines informativos. Para lograr mayor clima y realce, se usaban los servicios de un voluntario que imitaba a la perfección el ulular de las sirenas que precedía a las noticias.
Se vivía un ambiente especialísimo.
Los niños jugaban asumiendo identidades de sus héroes ya fueran Churchill, Roosevelt, De Gaulle, Stalin, Montgomery, Eisenhower, etc. Entre los personajes famosos figuraba el Mariscal soviético Timoshenko. Para ser más precisos: Seymon Konstatinovich Timoshenko.
Había actuado en la primer guerra mundial en fila del ejército del Zar Nicolás II. Sentenciado por un Consejo de Guerra por abofetear a un oficial se le condenó a varios años de prisión pero huyó incorporándose a la revolución bolchevique. En 1938 era ascendido a Mariscal en el Ejército Rojo. Mandó las tropas que lucharon en Finlandia. Luego ocupó el cargo de Comisario de Guerra. Se consideraba que Timoshenko había logrado derrotar a la imponente máquina bélica de Hitler. En los últimos años de su carrera se había hecho acreedor a la Orden de la Victoria y a la Orden de Lenin.
La presencia de Timoshenko en los noticieros del Politeama provocaba tales demostraciones de entusiasmo que obligaba a encender las luces de la sala para restablecer el orden. Todos soñaban con parecerse al apuesto Mariscal, en el cual identificaban patriotismo, arrojo, valor y alta escuela militar.
La anécdota que rescatamos con ánimo de mostrar una pintura de época, está dada por la presencia de "Enrique" en la conferencia que, a teatro lleno, se llevaba a acabo en el Politeama. Singular personaje, sumamente agudo y oportuno, gozaba de gran popularidad entre sus amigos que festejaban sus salidas ingeniosas o el retruécano oportuno.
Francamente, estaba molesto esa noche.
Interrumpía frecuentemente al orador con frases estentóreas, fuera de lugar. Primero le chistaron para que se callara. Por dos veces consecutivas el dueño del local le llamó la atención hasta que, finalmente, requirió al auxilio de la policía para sacarle de sala.
La misión le fue confiada a un pobre sargento, hombre flaco y desgarbado, mal pertrechado, que arrastraba sobre el costado, un sable descomunal conformando una risueña y grotesca apariencia.
Cuando salía junto al molesto espectador, un chusco, de los que nunca faltan, le acotó: "¿Te llevan en cana, Enrique?"
"Sí -contestó con afectación- pero precisaron a Timoshenko..."

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