Palco "Avant Scene"

 
En muchas ocasiones nuestra evocación camina por el recuerdo del circo, institución que, si bien no ha desaparecido ha cambiado totalmente en su fisonomía y composición.
Cuando hablamos de circo no nos referimos, obviamente, a las actuales empresas del espectáculo de costoso montajes y sofisticadas estructuras, sino aquellas modestas sociedades familiares como las de los López y los Pensado con funciones de "pruebas" hasta el intervalo y una puesta escénica, después de éste.
Estamos aludiendo a aquellas compañías que llegaban a Canelones e instalaban sus carpas, mientas propietarios y artistas alquilaban casas y encaraban una vida prolongada, común y doméstica, como la de cualquier familia de las que integraban la población permanente del pueblo.
No existían ni presupuestos elevados ni desmedido afán de lucro. Unos cuantos espectadores entre semana con algún pequeño aumento en sábados y domingos, bastaban para satisfacer las ambiciones empresariales. De tal forma, la gente de circo se integraba a la actividad ciudadana, sin mayores dificultades.
Tan simple y sencilla era la cosa que, el inefable Modesto, cuando hablaba de su pago natal, decía "que, era tan pobre, que hasta los circos seguían de largo", queriendo significar lo reducido de una plaza que no alcanzaba para satisfacer aspiraciones mínimas.
El circo se instalaba y los primeros en acudir eran los muchachos del barrio que, mediante mandados, favores, reparto de programa, etc. lograban la posibilidad de entradas de favor.
La circunstancia de que la segunda parte de la función estuviera constituida por una obra teatral, hacía que la gente del espectáculo necesitara comúnmente de la colaboración de los vecinos ya fuera en forma de muebles, cuadros y adornos o algún "extra" cuando la circunstancia lo reclamaba.
Muchas veces, la presencia de un músico o cantor de pueblo, generaba gran expectativa y hacía subir la taquilla de la noche.
Conformaban el repertorio de los circos, generalmente, títulos de autores rioplatenses, oscilando entre piezas dramáticas o reideras, conforme al gusto de la época: "El rosal de las ruinas", de Belisario Roldán; "La flor del pago" de Moratorio; "Las de Barranco"; "¡¡Jettatore!!", "Locos de verano" y algún otro éxito de Gregorio Lafarrere; o cualquiera de las obras de Florencio Sánchez, "M' hijo el dotor", "La gringa", "Barranca abajo", etc.
Tenía asimismo buen predicamento las expresiones del sainete, ese género que, al decir de un crítico, constituye "el texto en que el pueblo se ríe del pueblo" y que lideraba Don Alberto Vacarezza con su inmortal "El Conventillo de la Paloma".
Como número de éxito seguro, el tradicional drama de Eduardo Gutiérrez, "Juan Moreira" provocaba llenos memorables. La trama del argumento permitía además, el aditamento de números imprevistos como llegadas a caballo; el baile del pericón; una partida de taba o una de esas clásicas payadas que concluyen facón en mano.
Como los elencos estables no cubrían la totalidad de las plazas que demandaba la obra, era frecuente ver entre los parroquianos de la pulpería o integrando los cuadros policiales, algún personaje conocido del pueblo lo que generaba hilaridad y alguna salida oportuna de la concurrencia.
De forma que no existía esa barrera que hoy día caracteriza las relaciones entre público y actores. El circo no venía solamente a brindar un espectáculo sino a integrarse plenamente a la vida de la comunidad por un lapso considerable.
Tanto es así que se había hecho costumbre que las compañías vinieran generalmente a ocupar los mismos predios en uso de una confianza que el tiempo había impuesto en la vinculación de la empresa circense con los dueños de los inmuebles.
La anécdota que nos ocupa transcurre por la década del cincuenta. 
Un carpintero del pueblo, titular de una progresista y moderna mueblería, había adquirido un par de amplios solares frente al Estadio Municipal sobre la Avenida "Eduardo Martínez Monegal" lugar en el cual, cada vez que llegaba a Canelones, levantaba su carpa multicolor un conocido circo.
La empresa llegó, como de costumbre y comenzó el proceso de instalación. Tras dos días de febril actividad, cundo estaba todo pronto para el debut llegó el mueblero reclamando la presencia del principal del espectáculo: 
- "Parece que tendremos circo", comentó.
- "Efectivamente". Contestó el empresario
- "Y, ¿Se puede saber quién les ha autorizado a invadir propiedad ajena? Yo soy el dueño de estos terrenos y no he dado autorización a nadie para instalarse".
La intervención policial; juicio por daños y perjuicios y amenazas por el estilo fueron superadas, razonablemente: el pago de un muy buen alquiler al legítimo dueño del predio y el usufructo "ad perpetuam" de un palco "avant scene" tan cerca del picadero que, al agudo decir de Don Félix, "los hijos del mueblero, ¡¡se tuteaban con los leones!!".

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