"A mulher aranha"

 
Canelones nunca fue - y acaso nunca llegue a ser- propiamente una urbe. Pese a ser asiento de la capital del departamento más populoso del interior del país nunca estuvo afiliada a ninguna actitud transformista, de cambio rápido y trascendente, de esas que suelen alentar las colectividades con el manido pretexto del localismo. El relativo progreso, si así podemos llamarle, fue dándose lentamente, sin prisa, como si costara mucho romper los moldes rígidos de una sociedad que se resistía a todo cambio, dejándose estar dentro de una existencia tranquila, aldeana, casi pastoril.
Por eso llamó poderosamente la atención que, principiando la década del cuarenta, en la esquina de Del Pino e Italia -hoy, Herrera y Dr. González- se instalara una pequeña sala de espectáculos cuyo nombre y colorido denotaban un marcado origen brasileño: "A mulher aranha".
Componían el elenco solo dos personas y tal vez fuera esa la razón de su presencia en plaza tan poco prometedora. Un viejo casi centenario, ajado y encorvado, que apoyaba en un bastón su trajinada osamenta y otra, flotando en un vaho de misterio y fantasía, constituida por una curiosa mezcla de artrópodo y mujer que servía para distinguir y nominar la función.
El viejo oficiaba de empresario, boletero, acomodador y maestro de ceremonias. El arácnido humano era el espectáculo en sí.
Procedía -según pregonaba el viejo- de la selva de Mato Grosso donde una extraña y pérfida conjura había transformado a la bella en una enorme tarántula con cabeza de mujer, dotada, no obstante, del don de la palabra y de singular cultura.
Cuando por la noche se abrió al público la única habitación que oficiaba de teatro y, bombo mediante, de dormitorio, cocina y demás comodidades, se tuvo a la vista un cajón cuadrado, febrilmente pintado, colocado sobre base de madera que lo elevaba del suelo. Apretujados en el precario local observaba una veintena de curiosos vecinos.
Repentinamente y luego de un golpe al cajón como para alertar a su morador, se levantó la tapa y ante nuestros ojos atónitos apareció en medio de una escalerilla, una enorme araña negra con la cabeza de una mujer, relativamente joven. El rostro se veía sudoroso, por influjo del calor que despedían unos cuantos bombillos eléctricos dispuestos como candilejas, atentando contra la integridad de un precario maquillaje, algo exagerado, para la época.
A requerimiento del viejo la mujer araña saludó a los concurrentes con amplia y picaresca sonrisa. Pocas palabras más y el cajón se cerró bajo el atendible pretexto de que el animal debía alimentarse y reparar energías por el largo viaje realizado.
Aquella noche me costó dormir. En mi calenturienta mente daba vueltas la imagen de la desdichada, víctima del terrible hechizo, condenada al infortunio de cambiar su vida por la de ese trashumante ser, provocando permanentes muestras de asombro, horror y repugnancia. Mi confusión se acentuó, cuando el día siguiente al debut me encontré a la mujer araña comparando comestibles en el almacén del barrio enfundada en ligero batón que cubría un cuerpo curvilíneo de bien proporcionada figura.
Repentinos encuentros con la "vedette" en actitudes domésticas y no tan misteriosas, como las de tomar mate en la vereda o de colgar ropas íntimas en el fondo de su ocasional domicilio, terminaron por sumirme en profundo desconcierto.
Pero la casualidad no duerme. En aquella época, sin el tormento moderno de la televisión, todos los muchachos vivíamos leyendo lo que a nuestras manos llegaba, con ansiedad casi obsesiva. Sucedió que mirando un viejo ejemplar de la revista "Billiken" encontré una nota que explicaba, pormenorizadamente, el truco de la mujer araña y que, por tanto, terminaba con mis tormentos y confusiones.
Se trata de un cajón de madera que tiene un espejo colocado en ángulo de cuarenta y cinco grados respecto a su base. En el espejo se ha practicado un agujero grande por el cual puede pasar su cabeza una mujer oculta e inclinada sobre la parte trasera del cajón. El cabello de la dama disimula los bordes del corte del espejo y el cuerpo decapitado de una araña de utilería parece ponernos frente a ese extraño animal. El espejo reproduce los peldaños de una escalerilla que se encuentra al frente del cajón proyectando la imagen hacia el fondo dando la sensación de continuidad que posibilita el truco.
A la noche, presa de coraje pagué los diez centésimos de la entrada y, en plena función, casi a los gritos, ante la indignada sorpresa del público, desenmascaré a nuestros aprovechados visitantes aportando lujo de detalles sobre el timo y la composición del ingenioso artificio.
Nunca olvidaré la cara sorprendida de aquella mujer que me miraba desde el fondo de su extraño habitáculo. Resueltamente el viejo, con una energía que ni el mismo sospechaba, me tomó del cuello y lanzándome hacia la oscuridad de la noche, me largó un puntapié feroz al tiempo que me decía: "Vai embora dequí, rapaz de merda..."
Al día siguiente la extraña pareja abandonó rápida y silenciosamente. Canelones buscando, quizás, algún otro sitio a cubierto de muchachos impertinentes.

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