Gajes del oficio

 
Canelones ha contado con personajes de excepción que, por características han marcado una época y gozan del poco común privilegio de haberse perpetuado en el recuerdo de los vecinos, más allá del tiempo. No quiere decir necesariamente, que estas figuras hayan pertenecido a grupos sociales acomodados, sectores intelectualizados o que militaran en esa particular bohemia de aquellos años en que frecuentemente caían algunos inconformistas, con o sin razón. Son personajes que, por su quehacer, rasgos y carisma han trascendido el plano de una existencia común incorporándose por mérito propio, a esa galería de ciudadanos que invariablemente aparecen asociados al nombre de un pueblo.
Dentro de nuestra fauna vernácula figura alguien que constituyó una de las más queridas y originales personalidades. Decir su nombre: Pedro Sánchez puede pasar inadvertido para muchos. Identificarlo como lo conocían: "El Mono Sánchez" abre las puertas a un conocimiento, afecto y simpatía, del que seguramente quedarían marginados muy pocos habitantes de este Canelones.
"El Mono Sánchez" era figura única e inconfundible.
Puestos en esa tendencia actual de esquematizar una existencia en cuanto a títulos, honores y trabajos, dentro de las coordenadas de un "Curriculum Vitae" podríamos definirlo como un ciudadano común, de distinguida humildad, medianamente culto, dueño de un admirable espíritu de lucha y de una actitud permanentemente innovadora, limitada, lamentablemente, por el estrecho cerco de sus posibilidades y la realidad de un medio fatalmente cansino y rutinario.
Su oficio natural era el de comunicador. Muchos tiempo antes de que las técnicas modernas hicieran de este oficio una verdadera ciencia, el "Mono Sánchez" recorría las calles del pueblo vociferando a través de un megáfono, de fabricación casera, la más variada suerte de anuncios y noticias. Utilizaba una especie de cono de zinc, truncado, en cuyo extremo menor se ubicaba la embocadura por la que emitía su característica voz aguardentosa. Se paraba en las esquinas y, orientado a los cuatro vientos, desgranaba sus mensajes totalmente improvisados. Continuaba su periplo por el pueblo, cuadra por cuadra, seguido por un enjambre de niños descalzos, maravillados ante la presencia de aquel extraño personaje y su no menos extraño artilugio.
Vendedor callejero de diarios, en la década del veinte, este oficio de pregonero ambulante le había sido aconsejado por el exquisito poeta, Don Ramón Callorda y Díaz que alternaba su divina vocación con el materialista oficio de Rematador Público. El ojo clínico y sentido comercial de Don Ramón, -no necesariamente ajeno a los poetas- había detectado en nuestro personaje las posibilidades de un elemento de promoción, ágil, directo y atractivamente económico.
Su figura se incorporó al paisaje y costumbres ciudadanas, a tal punto que, para muchos, en época en que los diarios tenían tirajes reducidos y los aparatos radiotelefónicos eran privilegio de pocos, se constituía en el único medio de comunicación popular.
Fue el anunciante obligado de todo acontecimiento de importancia. Introductor único y exclusivo de cuanto circo, parque de diversiones o feria de variedades llegara a Canelones. Fue además el más diestro y eficiente pegapapeles, insuperable para fijar a la vista, pero debidamente altos, los murales de propaganda. Estos murales, generalmente anunciantes de conocidos analgésicos hoy desaparecidos del mercado ("Geniol", "Mejoral", "Vencedol", etc.) reclamaba especial cuidado para quedar adheridos, por buen tiempo, en los galpones de chapas acanaladas de la Bodega Fontán -lindando con el Cementerio- o de la Barraca de Don Nicolás González - en predio donde luego se estableciera una planta embotelladora de refrescos- por su ubicación, lugares ideales para la exhibición publicitaria.
Fue singular "Marqués de las Cabriolas" en recordados carnavales.
Dueño de un coraje rayano en la inconsciencia era el ciudadano al que se buscaba para encomendarle alguna proeza en virtud de que solía llegar donde nadie se animaba a hacerlo. La colocación de las luces en la cruz de la Catedral, hace más de treinta años, es una de las más palpables demostraciones de su audacia sin fronteras.
Pero fue, por sobre todo, un ejemplar humano maravilloso, honrado en su pobreza, respetuoso y cordial, del cual este pueblo guardará emocionado recuerdo.
Una tarde de invierno le vimos apoyando la campaña política de un personaje muy singular, de corte operístico, que solía visitar Canelones: Don Domingo Tortorelli.
Unos metros adelantado al candidato, el "Mono Sánchez" prendía cañitas voladoras con actitud casi automática: pitada profunda del pucho para avivar la brasa; encendido de la mecha del cohete y lanzamiento al aire. Una, cinco, decenas de veces, el mismo proceso. Una distracción o saludo inoportuno provocó una alteración de la cadena de forma que, confundido, tiró el tabaco al espacio al punto que se llevó a la boca el peligroso petardo encendido.
Muchos días de obligada abstinencia frente al vino de sus amores fue el resultado de tan incomprensible actitud.
Castigo menor, sin duda, para el que le demandaba poder explicar a sus amigos, de forma clara y convincente, este imperdonable error de un hombre de oficio.

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