El favorito

 
El hecho de haber comentado, pormenorizadamente, la presencia en Canelones del célebre café de "La Vaca Negra" y otros establecimientos del ramo, no debe enfrentarnos con el riesgo de olvidar alguno de aquellos lugares memorables que tanto significaron en la vida local.
Entre ellos, el café "Imparcial" constituyó una institución, permaneciendo integrado a la comunidad por varias décadas.
Fundado en marzo de 1930, por los hermanos Juan y Máximo González, en la esquina de las calles José Batlle y Ordoñez e Italia, luego Juan Toletino González, el "Imparcial" ocupó, en principio, lugar calle por medio con la cárcel, para trasladarse luego al predio esquinado con el establecimiento de detención, es decir, frente a su ubicación primera.
Andando el tiempo y, hasta el cierre de sus actividades, pasó a la esquina de Rodó y Treinta y Tres, frente a la Plaza "18 de Julio" en el mismo lugar que antes ocupara el conocido "Café Sportman" de Don Luis Brause.
Conformaba el establecimiento una fisonomía muy particular: prácticamente no cerraba sus puertas, pues los horarios se juntaban entre los últimos habitantes de la noche y los primeros de la madrugada, generalmente camioneros, que iniciaban con una comida fuerte la contingencia de largas y fatigosas jornadas.
Allí desarrollaron su actividad comercial los hermanos citados; "Tim" hijo de Máximo que vino a Canelones casi imberbe y, un descendiente de Juan que perdió su identidad real asumiendo el nombre poco común de ¡¡Socorro!! en honor a un pingo de carreras que barría con todos los premios. Los parroquianos del Café, al verlo tan ágil, escurridizo y veloz, lo asimilaron al equino crack y el muchacho, al que Dios premió con buena paciencia y un excelente sentido del humor, cargó hasta nuestros días con el calvario de tan singular apelativo.
El "Imparcial" era realmente, un establecimiento pintoresco. 
Por su operativa, sus propietarios y por su propia clientela. Tenía una dinámica inusual y una respuesta rápida para los variados requerimientos del también variado espectro de concurrentes.
Allí se acomodaban, en prolijo desorden, los que cenaban tarde; los que desayunaban temprano; los "visitantes de la noche"; los habitués del estaño y el particular submundo de la gente de juegos, pues en el Café se tomaban y bancaban apuestas para las carreras de caballos. De Maroñas, en principio; luego de los hipódromos argentinos y, desde que apareciera en el mercado, del Hipódromo de Las Piedras.
El ritmo de los acontecimientos hacía que las apuestas se registraran en tono informal. Con lápiz-tinta se anotaban en el mostrador de mármol, borrándose luego con una rejilla mojada para dar paso a las nuevas anotaciones.
En aquellos años, un original comentarista turfístico conocido como "Macón" transmitía las carreras, por radio, directamente desde el hipódromo, aportando detalle por detalle lo que acontecía en el circo.
La radio encendida a toda voz; el chirriar de los fritos; el aporreo de las bolas de billar y los gritos estentóreos de los que jugaban a las cartas conferían al conjunto la extraña apariencia de un insólito babel local, injertada por fuerza en la tranquila y apacible vida del pueblo.
Jugaba a las carreras de caballos, por lo general, gente modesta, de escasos recursos que, mediante la participación de un "octavito" -octava parte de un boleto de dos pesos, o sea veinticinco centésimos- ingresaban a la fiesta a la que el insólito cronista radial sabía colmar de emotividad. 
El trámite se integraba con un exhaustivo análisis de posibilidades que comprendía antecedentes genealógicos de los animales, sus últimas performances; distancias, pesos; montas y un sin fin de imponderables de imprescindible consideración.
Luego de meditar a conciencia su decisión, Don Juan, buen vecino; peón de cuadrilla de UTE; responsable de numerosa prole y dueño, por tanto, de menguada economía, decidió su elección por el caballo que le pareció con mayores posibilidades de ganar.
Confió a sus patas el "octavito" disfrutando del vibrante relato que Macón hizo de la prueba, acompañando el triunfo final con ruidosas manifestaciones.
Como el caballo resultó gran favorito, su dividendo de $2.20, reportó a Don Juan nada más que veintisiete centésimos, apenas un miserable vintén de ganancia.
Descorazonado, sudoroso por el esfuerzo, haciendo sonar las "chirolas" se metió en la noche pueblera mascullando entre dientes este comentario que provocó la hilaridad de todos:
"Con este juego... como para mantener amantes de lujo.."

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