"Dónde mueren las palabras"

 
Dice del payador, Daniel Granada, en su "Vocabulario Rioplatense": "Trovador popular, errante, que canta echando versos improvisados, por lo regular en competencia con otro que le sigue o a quien busca al intento y acompañándose de guitarra".
Hurgando en los antecedentes históricos debemos aceptar aquello en lo cual coinciden la mayoría de los estudiosos: Es el payador continuador de los cantadores españoles que desarrollaban pugnas poéticas y musicales las que fueron transportadas a tierras americanas por la conquista. No obstante ese carácter foráneo, el payador resulta un producto autóctono, inconfundible que conforma una individualidad de rasgos propios y definidos. 
Tiene antecedentes en los juglares, trovadores y algunas otras expresiones de ese oficio artístico, trashumante y errabundo, que conoció Europa muchos siglos antes del surgimiento del Nuevo Mundo, pero la asimilación no va más allá de matices o aspectos circunstanciales pues, como lo hemos dicho, conforman una identidad única e insoslayable.
Se le reconoce un perfil popular; características de andariego; una forma espontánea e improvisada de hacer sus versos y un sentido pujante y deliberadamente competitivo y contestatario.
Sobre este aspecto espontáneo de construir versos dice Gabino Ezeiza uno de los más grandes payadores rioplatenses:
"Yo canto espontáneamente. Canto lo que siento y lo que me conmueve. Si me pongo a escribir lo que he cantado ya sin la impresión del momento, es difícil que vuelva a repetirlo igual. Cada vez que he querido escribir las décimas que anteriormente había improvisado, fracasé." Concluía con una afirmación muy gráfica y expresiva que el pueblo ha incorporado al refranero criollo: " ¡¡ Otra cosa es con guitarra !!
Según W. Jaime Molins, que incursiona en el aspecto etimológico de la expresión, payador deviene de payar o pallar que en lengua quechua o quechua aymara designaba al trabajo de los indios jóvenes afectados a la selección de metales en estado mineral. Esta actividad se acompañaba, para hacerla más amena y menos fatigosa, de canciones de contrapunto. Por extensión, las improvisaciones contrapunteadas tomaron el nombre de payada y el oficio, de payador.
El payador irradia su presencia en el escenario americano y echa raíces o, mejor dicho, enmarca el ámbito de acción trashumante y andariega, en el paisaje del Río de la Plata. Desde allí, hasta nuestros días, el payador consolida su particular maestría constituyendo expresión siempre renovada de preferencia popular, habiendo superado un ámbito, que en principio fue rural, para entronizarse en todos lo ambientes.
Es característica intrínseca del payador su proverbial ingenio. Esta facultad del hombre para discurrir rápida y fácilmente tiene mucho de intuitivo y espontáneo. Puestos a destacar esta particular virtud de nuestro personaje estaríamos en condiciones de llenar muchas cuartillas. Nos limitaremos a citar esta jugosa anécdota que escuchamos en boca de su principal actor.
Fernán Silva Valdez gran poeta oriental, verdadero creador de la poesía nativista, tenía por los payadores especial consideración y respeto. A tanto llegaba su admiración por ellos que gustaba definirse de esta original manera: "Soy un payador con un curso más de estética".
Disfrutaba narrando que, en sus mocedades, en una pulpería tuvo un encuentro ocasional con un moreno diestro en el arte de la improvisación. Le invitó a hacerlo sobre cuartetas -menos difíciles que las décimas- conviniendo la prueba ante nutrida concurrencia.
Caían con la tarde los últimos rayos de sol proyectando la sombra de los parroquianos sobre la pared de la pulpería. La circunstancia le inspiró como para embretar a su contrincante:

"Amigo que pasa y dentra ,
una pregunta le haré :
¿ qué distancia es la que media,
de la sombra a la pared.? "

El moreno puso los ojos como el dos de oro, pensó unos instantes y, sin dudar, replicó al poeta:

" ¡¡ Párese amigo viejo !!
¡¡ Párese que a mi me toca !!
La misma distancia que hay,
De los labios a la boca. "

Cuenta Silva Valdez que dejó su guitarra y, en un abrazo largo y apretado, saludó el ingenio de su adversario. Los paisanos aplaudieron aquel final sin vencidos ni vencedores.
El arte de los payadores se conjugó, también, dentro del perímetro urbano. Como toda imposición hubo de aportar tributo por transcurrir en un medio que no le era propio y debió soportar advenedizos, interesados, sin sensibilidad ni talento.
La anécdota: un tablado de Canelones.
Los personajes: dos seudos payadores urbanos, enfrentados, a media letra, en violento contrapunto.
La acción: un cantor que le da pie a su contrincante con la palabra "fúnebre".
Una respuesta que se atrasa. Una rima que no llega. Una desesperación creciente y una vihuela que se deshace en la testa del rival.
Como se ha dicho: "Donde mueren las palabras..."

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