Vino camorrero

 
El excelente poeta nativista Wenceslao Varela dice en uno de sus versos, con gran acierto y graficismo: "pa'ver el fondo de un hombre, hay que mirarlo "mamao". Alude con ello al hecho de que, bajo la influencia del alcohol, surge la personalidad del individuo en forma más cabal y auténtica, más allá de las limitaciones impuestas por la convivencia social llámese educación, urbanidad, ética o simplemente buenas costumbres.
Muchos siglos atrás, incluso antes de que Cristo llegara al mundo, Ovidio sentenciaba: "el alma ábrese de par en par y la franqueza, tan rara en esta época, toma el sitio de la simulación, estimulada por el vino"
Aunque esta aseveración puede ser, naturalmente, controvertida, resulta hecho que no admite discusión que el hombre incitado etílicamente adopta actitudes y costumbres totalmente reñidas con las habituales de su vida normal.
Todo esto ha dado origen a un nutrido número de rótulos que, con la raíz común de "vino" sirve para individualizar y clasificar a la extensa galería de dipsómanos que, como todo el país, conoce nuestra querida comunidad canaria.
"Vino triste" dicen que tiene aquel que el alcohol sume en amargura y desconsuelo, o "vino alegre" el que por el contrario afecta buen carácter y actitud festiva; "vino hablador" define al que el licor provoca incontenibles ansias de comunicación o "vino solo" al que se encierra en exagerado mutismo, rumiando silenciosamente sus penas e infortunio. "Vino grueso" o "vino fino" califican a los curdas según su lenguaje; "vino galante", "vino atrevido", "vino sonso", "vino guarango" y tantos otros matices definen, asimismo, otros tantos comportamientos del hombre en copas.
El ingenio popular ha reservado para designar a ese grupo de personas a las que el alcohol pone violentas, irascibles y predispuestas a adoptar posiciones agresivas como titulares de un "vino camorrero".
Nuestro personaje, hombre muy conocido, de trabajo, afable y cordial, excelente vecino, querido y respetado por todos, era poseedor de un "vino camorrero". bastaba que el licor traspasara la barrera de lo tolerable para que su conducta surgiera pendenciera peligrosa y entrara a seleccionar contrarios para satisfacer una iracundia desmedida e injustificada, digna de mejor causa.
Para colmo de males la naturaleza le había obsequiado un físico privilegiado y fuerza descomunal que mantenía en rigurosa línea como consecuencia del oficio de monteador al que dedicaba sus energías en tiempos de sobriedad.-
Una de las tantas anécdotas que ilustran sobre este aspecto dicen que en un partido de fútbol amistoso en que por virtud e los ánimos caldeados se había derivado en juego excesivamente fuerte, nuestro personaje exclamó: "¡Ah! ¿Quieren dar hacha...? y se quitó los zapatos para jugar descalzo. 
Los hermanos Gilino tenían comercio en la esquina de la Calle Ancha y Del Pino, donde Atilio atendía una peluquería de barrio. Aquel sábado de Carnaval, la tempranera presencia del monteador agresivo había provocado el desbande de la clientela poco predispuesta a enfrentar, gratuitamente, las contingencias de un lío innecesario.
Muy a pesar de los dueños de casa fue llamada la autoridad la que compareció materializada en la presencia de tres policías flacos y mal pertrechados conduciendo el carro celular cerrado, tirado por mulas, al que el pueblo había bautizado como "la perrera".
Muy pocas posibilidades tenían los representantes del orden público en llevar detenido a tan corpulento ciudadano, de carácter intolerable, acicateado por una prolongada ingestión alcohólica.
El panorama -como un testigo acotó acertadamente- era muy claro: sobraba preso o faltaba autoridad, por lo que con muy buen tino se optó por transitar el secular camino del diálogo y el entendimiento. Actitud en la que coincidieron las partes en juego, los dueños de casa y un buen número de curiosos de los que nunca faltan en estas ocasiones.
Gestiones van, gestiones vienen, reo y autoridad convinieron en las bases de un armisticio: el iracundo bebedor admitía su detención siempre que se le permitiera conducir el vehículo celular hasta la comisaría en tanto los policías viajarían dentro del mismo.
Así se pactó y así se cumplió.
Los que vieron en la apertura de la jornada carnavalera de Canelones, a aquel original desfile del borracho azuzando a las mulas de la policía, en un carro con tres gendarmes que se sacudían, como consecuencia del empedrado desparejo, disfrutaron de una fiesta adelantada que ocupó el comentario del pueblo por mucho tiempo.
Más allá de todo, lo cierto fue que "el detenido" y policía comparecieron conjunta y simultáneamente en la seccional policial.
Y esa había sido la intención de todos.
A la postre, aunque en forma no muy ortodoxa, el fin había justificado los medios.

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