"El calavera no chilla"

 
Más allá de considerársele como el basamento óseo del órgano pensante, el concepto de "calavera" con que se tipifica al ser de vida irregular, dado irreflexiblemente a los placeres, tiene orígenes inmemoriales. Dícese, académicamente, que es calavera el hombre de costumbres disolutas, con actitudes de tenorio. Aquel ciudadano licencioso y entregado a los vicios.
Los próceres del idioma, encargados del mantenimiento y vigencia de nuestra lengua hispana han incorporado al diccionario algunas otras expresiones derivadas de esta agregada acepción al concepto ortodoxamente craneano de la palabra. Es así que nos encontramos con "calaverar" definiendo la actitud típica del que hace "calaveradas", en tanto se estima a esas calaverada como "la acción desconcertada del hombre de poco juicio".
No obstante estas un tanto severas apreciaciones, nuestra realidad popular tienen un tratamiento bastante amable para con el calavera al que supone simpático, galante, gracioso, aceptablemente bohemio, ingenioso y generoso.
Sin pregonarse abiertamente, existe un callado reconocimiento para estos tan particulares componentes de la fauna urbana y sus insólitas actitudes.
El calavera y sus calaveradas están firmemente incorporados a nuestros usos y costumbres ciudadanos. Existe por tanto una filosofía, conducta, y hasta un Código de Procedimientos. El mismo está regido por la regla primera y principal, de carácter irrefutable:
"El calavera no chilla..."
Al que algunos nuevos militantes -"neocalaveras" acaso- han incorporado este ambivalente aditamento:
"no chilla pero junta rabia..."
Vale este preámbulo para adentrarnos en clima, en esta historia, rigurosamente exacta, que tiene como protagonista a nuestro inefable Pilín y su compañero Modesto, dos consuetudinarios e inveterados calaveras.
Convivían estos personajes el limitado espacio de un "bulín mistongo" "bandeado de apremios" en el ejido de Canelones. Un golpe de azar hizo que llegara a manos de Pilín el fruto de un acierto quinielero lo que motivó, de inmediato, una amplia "tournée" por los boliches del pueblo en tren de festejo.
Pese a que corrían por cuenta del favorecido, todas las consumiciones, Modesto guardaba una posición correcta y ponderada, pensando que con ello sería factible llegar a la noche en mejores condicione para -una vez dormido- expropiarle el botín de su acierto tempranero.
Y, como era lógico, todo ello sin espacio para el más mínimo reproche, dada la consigna axiomática: "el calavera no chilla...".
A la noche Pilín chorreaba alcohol por todos lados mientras que su amigo, deliberadamente, afectaba una embriaguez que no tenía, por cuanto había bebido a media máquina, alentando la ilusión de hacerse de plata fresca y abundante.
"Enseguida te alcanzo..." comentó Modesto cuando su compañero de beberaje enfiló para el "cotorro"
A la media hora llegó y le encontró profunda y definitivamente dormido.
Con toda la noche por delante, comenzó una exhaustiva revisación en procura del motivo de sus desvelos. Muebles, tarros, frascos, ropas, cobijas, y todo cuanto pudiera resultar aparente para esconder dinero pasó ante la requisa de Modesto.
Todo, para nada.
El botín no aparecía por ningún lado.
Ni el forro del raído abrigo de Pilín fue respetado por la prolija revisación.
Pero la plata había desaparecido como por encanto.
En la madrugada, contrito y mohino, sumido en profunda desazón el malogrado ladrón se acostó a dormir en la cama contigua a la que ocupaba su compañero.
No había pasado una hora cuando éste, fresco y totalmente despejado, le despertó.
Y mientras delicadamente le pedía permiso, sacaba debajo de la almohada donde Modesto dormía, el reluciente fajo de billetes.

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