Don Braulio

 
Desígnase el ingenio como la facultad del hombre para discurrir o inventar con prontitud y facilidad. Como industria, maña o habilidad para hacer una cosa o conseguir lo que se propone. Como añadidura, aguzar el ingenio es aplicar atentamente la inteligencia para salir de una dificultad.
Es verdad sabida que, el hombre del interior, vecino de comunidades pequeñas, tiene mayor capacidad de ingenio que el habitante de la urbe. Muchos aspectos convergen para que esto suceda así. Mientras la gran ciudad despersonaliza un tanto al individuo, la aldea le ofrece tiempo, espacio y ambiente para el mejor discurrir de sus potestades intelectuales.
Es asombroso ver como, en muchas oportunidades, un hombre del medio campesino, sin mayor preparación, adopta posiciones justas con más acierto del que puede tener un universitario o profesional encumbrado, primando los valores intuitivos y emocionales sobre el esmerado pulimento académico.
Entrar en ejemplos es tarea simple por lo que nos limitaremos a enunciar alguno de los tantos casos de respuestas ingeniosas con que nuestros hombres han sorteado situaciones embarazosas.
Conocí a Nemesio hace cuarenta años. Hombre de campo, sencillo y trabajador, de muy buena conducta, había recibido el ofrecimiento de un interesante empleo remunerado para manejar un camión de reparto en Montevideo. Como necesitaba de libreta para conducir extendida por la Intendencia Municipal de aquel departamento, intentó varias veces sortear el examen teórico rebotando en sus deseos. Descorazonado y viendo escurrirse la buena posibilidad laboral aceptó el ofrecimiento de un inspector "sensible" que mediante el pago de cien pesos le garantizaba la entrega del documento. Pero, ¿cómo asegurarse el cumplimiento del funcionario?, ¿a quién recurrir si se le birlaba el dinero maldecido por su carácter de soborno?
Al cabo de un tiempo lo encontré manejando un camión en la Avenida Agraciada, documentadamente habilitado, por supuesto. ¿Cómo lo había logrado? Muy sencillo. Al iniciar los trámites había entregado al inspector un billete de cien pesos partido por la mitad prometiéndole la otra mitad contra la entrega de la libreta, cosa que realmente hizo. "Es cierto que me arriesgué -me comentó- pero me querés decir, si no me arriesgaba, que diablos haría el inspector con medio billete... En cambio cumplió, pegó la otra mitad y todo el mundo en paz..."
Juro que no se me había ocurrido.
Y vamos a otro caso: Hace casi sesenta años el periódico "Rumbos" -(25.11.1931)- registraba esta inusitada noticia: "Canelones: En el mismo baile se notó una infracción a la Ley de Asistencia Pública. Para evitar el pago del impuesto no se cobró entrada, pero entonces era obligatorio llevar sombrero y pagar $ 0,40 por su guarda".
¡¡Vaya ingenio!!. Entrada gratis pero le obligaban a usar sombrero y pagar por su custodia.
Unos años después, el 4 de abril de 1934, esta vez en el periódico "Nuevos Rumbos" se da cuenta que, al haberse encontrado en la vía pública un billete de cien pesos, se procedió a devolverse a la Comisaría donde, como es de rigor, se labró el correspondiente acta. Pasó el tiempo reglamentario y, como nadie se presentó a reclamar aquellos cien pesos se devolvieron a quien había efectuado el hallazgo. La población alabó el gesto honrado congratulándose del beneficio recibido. Nadie se había presentado a reclamar "aquellos cien pesos", nadie más que quien los había perdido pero éste no coincidió con las señas del billete porque quien lo encontrara tuvo la precaución de entregar los cien pesos cambiando por diez billetes de diez.
¡¡Sin comentario!! 
Pero, el motivo principal de esta crónica es el de mostrar a "Don Braulio" un vecino de la zona rural de Canelones cuya vida y andanzas podrían llenar varios volúmenes de jugosas historias.
Pequeño, patizambo, de ojos vivaces y vestido siempre en un término medio entre paisano y "cajetilla" solía moverse con el auxilio de un charretín que luego cambiara por un viejo y destartalado "Ford A" de andar increíble. Pese a su pasión lúdrica, encarnada en todo tipo de juegos de azar, nunca descuidó su trabajo rural al que se afectaba con la dedicación y esmero de un buen padre de familia. Cumplía la jornada como Dios manda pero, en la tardecita, cambiaba su personalidad, mejoraba su atuendo y rumbeaba para Canelones, mascullando alguna nueva picardía.
Era la encarnación viva de aquel astuto personaje, travieso y ladino, que inmortalizara Fernando Ochoa como "Ño Beligerno".
Jugaba a las cartas con verdadera maestría, se tratara de monte, gofo, tute, truco o la inocente escoba de quince. Al billar, ya fuera "treinta y una", carambola, parisina, o casín. En esta última especialidad había creado una variación. Hacía una partida en la que jugaba un solo contenedor mientras el otro -Don Braulio- anotaba ocho tantos cada vez que su rival tiraba. La partida parecía un robo para el contrario pero el viejo ganaba de siete a ocho de cada diez que disputaba. Se llegó a que, en algunas ocasiones, pretextando su vejez -"pour la galerie"- dejaba un peón que apuntaba y luego cobraba. Se daba el caso único de que ganaba hasta durmiendo.
El popular juego de la bocha admite, frente a su versión reglamentada, una modalidad libre que es la que se practica en el campo. Este juego acepta todo tipo de variantes sometiéndose, por su naturaleza, hasta las que se derivan de la conformación del terreno.
"Don Braulio" había instituido un verdadero compendio de agachadas y picardías. Planteaba, alternativamente, partidas la que condicionaba a que pudiera jugar desde los dos pasos en tanto su contrincante se obligaba a hacerlo desde los tres. Al hacer mañosamente la raya casi en la esquina de un rancho o próximo a un tajamar lograba, en el primer caso, dificultar enormemente el juego contrario y en el segundo, que el cumplimiento de los tres pasos, zambullera en el agua a su inadvertido rival.
Su partida fija, cien por ciento, la lograba cuando en el pozo que dejaba la pata de un animal en el campo, primereaba colocando el chico y una de sus bochas encima de forma que hacía imposible que el rival pudiera matarle el tanto. Alcanzaba, nuestro travieso personaje, uno por uno, los puntos necesarios para ganarle a un rival que, naturalmente, terminaba "zapatero".
La definición exacta de este ingenioso ciudadano la logró un paisano que oficiaba de apuntador en las mesas de casín:
"¿Don Braulio? En el catre de los vivos, 'sestea'..."

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