El boliche

 
Aunque por naturaleza y definición el boliche reconoce aspecto menor dentro de una valoración estrictamente comercial, es indudable que ha sido toda una institución en la vida de la comunidad. Y decimos ha sido porque hemos visto, en las últimas décadas una notoria disminución de su poderío y una permanente pérdida de su gravitación social. Circunstancias que hacen que el boliche haya declinado su protagonismo, limitándose a marcar levemente su presencia en olvidadas esquinas de barrio con la desesperada y agónica resignación de aquel que ve agotarse día a día, momento a momento, una existencia marcada por destino fatal e inexorable.
En el Canelones por el que caminan nuestros recuerdos, el boliche alcanzó importancia extraordinaria. Si la ciudad, como hemos visto tuvo en principio una vida de cafés para volcarse luego en las instituciones sociales cuando éstas alcanzaron una razonable apertura democrática, el boliche significó, a nivel de pueblo pobre, una alternativa acertada para quienes no lograron acceder a aquellas.
Fue lugar de aprovisionamiento, esparcimiento y verdadera caja de resonancia de los aconteceres populares, sin duda con un perfil más nítido y auténtico.
Dentro del medio local, existió un boliche que constituyó un establecimiento comercial único y un nombre que, en el ámbito ancho del país, aparece indisolublemente asociado a la Ciudad de Canelones y su particular entorno.
Fundada por un modesto paisano, peón de tambo, allá por el año 1934, el boliche que respondía a la razón social: "Provisión Despacho de Bebidas y Billares, de Juan Pacheco" se ubicó en la esquina de las calles Tala luego Froilán Vázquez Ledesma - y Héctor Miranda.
Su entrada, por la ochava de la esquina, permitía acceder a un largo salón. A la izquierda, el mostrador de mármol, para el despacho de bebidas. Al fondo, uno de madera para la compra de los productos comestibles. Sobre un costado, un depósitos para los "elementos sucios" (leña, carbón, queroseno, alcohol industrial, etc.).
Como una prolongación del despacho de bebidas el salón de billar con el perímetro de una larga fila de bancos, de color indefinido y vida efímera.
En lo que al aspecto comercial concierne, Don Juan Pacheco fue hombre de un enorme corazón y de una generosidad sin fronteras.
Si las cuatro décadas largas que explotó su comercio le permitieron modestas economías como para sobrellevar dignamente su vejez, ello se debió, más que nada a su tesón, a las largas jornadas cumplidas en una casa que no sabía de descansos ni feriados y que, prácticamente, mantenía las puertas sin cerrar.
Entrar a describir el ambiente, los personajes y los acontecimientos que se dieron en este singular establecimiento, comprendería amplio volumen.
Quizás algún día, podamos abordarlo.
Lo que se impone decir es, como justificativo de una cita obligada, que en el boliche de Pacheco, nervio y palpitar de la comunidad, se constituyó el reducto en el que se alistara el sector popular que no se integraba a la vida del centro urbano y que defendía a capa y espada, su espacio y fueros autonómicos, con indisimulado vigor y celo.
El mismo que hizo lucir en la puerta del comercio, cuando trascendió que en un baile social alguien había "perdido" su abrigo, esta tajante admonición:
" Se prohibe el ingreso de asociados al Club Social ".

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