Un bautismo original

 
La vida de Canelones, como la de todos los pueblos más o menos importantes del país, como ocurrió seguramente en todas las comunidades que se crearon en función del espíritu conquistador de España, se desarrolló principal y fundamentalmente, en torno a la plaza.
En derredor a ella se afincaron los tres poderes principales: el religioso, el militar y el administrativo, lo que en la versión actual se traduce como Iglesia, Cuartel, Jefatura de Policía e Intendencia.
Fue en torno a la plaza, también, que se levantaron las primeras edificaciones de cada comunidad. Era la plaza, el lugar de las operaciones comerciales, donde se recibían todo tipo de noticia, donde surgían las novedades que podían interesar a la sociedad y, antaño, la única posibilidad de solaz y esparcimiento que contaba la población.
De manera que ha sido un corazón latiente cuyos impulsos pautaron la vida ciudadana desde tiempo inmemorial.
La plaza de Canelones surge simultáneamente con el proceso de fundación de la villa, en virtud de las normas que reglaban, por voluntad real, la creación de los nuevos pueblos.
El primer testimonio gráfico sobre su existencia nos llega por obra de un pintor vasco, Juan Manuel Besnes e Irigoyen que, un 20 de marzo de 1839 cruza en un viaje a Durazno por nuestra Villa de Guadalupe y registra en tela el paisaje que rodeaba a su plaza.
Fue la primer nota gráfica, tomada del natural, que se conoce de nuestro pueblo.
Todo lo importante de la existencia ciudadana ha transcurrido en la plaza o allende a ella.
El paseo que conocieron nuestros mayores, lugar de retretas y bancos dobles, estaba circundado, en los albores del siglo, por un perímetro de seguridad que le concedía una verja de hierro.
En el centro, una enorme columna con farol proveía precaria iluminación.
Don Teodoro Bartolotti era la persona responsable, a la que se confiaba el encendido del artefacto a querosene, y todo lo concerniente a las tareas propias de mantenimiento.
El 12 de octubre de 1917 se iniciaron los servicios eléctricos. Y una moderna usina generadora, con dos motores a fuel oil, proveen energía al pueblo.
Como no podía ser menos, la plaza recibe el aporte del progreso con una iluminación más apropiada y limpia.
Esa identidad de todo el pueblo con su paseo principal va generando distintas actitudes en lo formal pero coincidentes en la intención: dotarle de algún elemento ornamental significativo, acorde con su importancia y relacionado con su pasado histórico.
Se barajan varias ideas, desde los que claman por una "alegre fuente de aguas cristalinas" con niños jugando en torno, hasta los que creen que lo más apropiado estaría en un homenaje a Artigas por estar Canelones tan vinculado con el prócer máximo de la nacionalidad.
Finalmente se van desbrozando las propuestas y quedan, sobre el tapete, dos: un homenaje a Joaquín Suárez personaje oriundo del departamento que alcanzara las más altas dignidades nacionales y otro conmemorativo del acontecimiento de haber sido en este lugar, donde el 1° de enero de 1829 se enarbolara, por primera vez, el pabellón nacional. Aunque ambos hechos se vinculan en la realidad.
Surge de la conjunción de estas posturas la erección de un monumento espectacular que, sería un homenaje al símbolo patrio y un medallón a Joaquín Suárez, en recuerdo del Gobernador actuante cuando se dispuso la creación del Pabellón Nacional.
El proyecto se confía al escultor Juan D'Aniello y la obra, que inician en 1938 se termina en el año siguiente.
La polémica y las opiniones encontradas no culminan con la implantación del monumento.
Se siguió y se sigue sosteniendo, que su ubicación es inadecuada, que pierde perspectiva y la magnificencia deseada.
Que, apretada en el conglomerado urbano, se ahoga irremisiblemente en detrimento de la grandeza que debería asistirle.
No obstante, como un testimonio permanente, sirve para ubicar e identificar a nuestra comunidad local pese a que, como dando razón a esa conjunción de símbolo y prócer, no se ha podido superar ese curioso bautismo popular que arrastra desde hace medio siglo.
Irreverente, pero auténtico.
Cosa inexplicable dentro del siempre inexplicable nomenclator ciudadano.
La estatua de la Plaza "18 de Julio", el Monumento a la Bandera, es y seguirá siendo, simplemente, "la Joaquina", para los que compartimos nuestra existencia en este particular mundo de Canelones.

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