Los Jiménez de Aréchaga

 
Sin perjuicio de valorar otros exponentes en los que Canelones ha contado con superávit, debo establecer que conocí a dos figuras excepcionales que marcaron rumbos y sirvieron para caracterizar una época.
Ambos, aunque bastante parecidos en su comportamiento social y en el marco de su actuación, componían dos humorismos totalmente diferenciados: Pilín era un improvisador, un creador de situaciones, un poeta del humor. Su gracia era espontánea e insospechada. Modesto era un gran narrador. Poseedor de lenguaje ameno, con agudo sentido de las cosas, sabía componer como nadie sus caricaturas humanas, pintando con mano maestra situaciones y personajes. Manejaba un humor global, más apacible y elaborado.
Vivieron juntos y emprendieron el último viaje con poca diferencia de tiempo.
De Pilín e puede recopilar un volumen importante de anécdotas, tarea quizás que alguien emprenda algún día. A Modesto lo evocamos hoy con algunas muestras de su versátil e irrepetible personalidad.
Había venido de Rosario, en el departamento de Colonia, como principal para la dependencia de Canelones de un conocido molino harinero del este del departamento. Responsable de la organización comercial y venta de harina y fideos secos, sin excluir el gofio tradicional impuesto por los ancestros canarios. Poseía el don de una simpatía natural, sin afectaciones, que le abría, con facilidad, el camino de las ventas.
Han sido vendedores de plaza los grandes embajadores del gracejo popular. Los que manejando ese indispensable complemento de las relaciones públicas se han constituido en portadores de ese legado eterno y siempre renovado del humor, que se vale, como elemento obligado, de la tradición oral.
Naturalmente que, para ser vendedor, no basta con ser gracioso y ocurrente Hay que poseer además, una serie de atributos que otorga la vida y que, a nivel popular, se conoce como "tener boliche": Compartir copas con el comerciante; disfrutar de alguna comida con la rueda del estaño; mesas de billar y hasta partida de naipes conforman un paquete de cualidades que no debe resultar ajeno a todo viajante que se precie.
Y Modesto tenía todo eso. 
Conocía todos los ambientes y alternaba en ello sin desentonar. Usaba un humor limpio que nunca caía en lo procaz o chabacano.
Como consecuencia de que, por su simpatía y amenidad, era invitado de lujo de toda reunión formada en torno a una mesa, ya fuera despedida de soltero, jubilación, ascenso o simplemente, encuentro de camaradería, se había convertido en un noctámbulo inveterado.
Nada de lo que acontece después que cae el sol, le era ajeno.
Rescatar alguna anécdota de este multifacético personaje que pobló de buen humor y sana alegría tantos años de la vida de Canelones es tarea simple pero a su vez riesgosa. Son tantas las situaciones que le tocó vivir que acaso la elección no se vuelque a lo más gracioso. 
Nos inclinamos por una anécdota que le escuchamos de sus propios labios cuando con fruición sibarítica tomaba su caña con fernet en el Centro Comercial.
Una despedida en Juanicó, en un típico comercio de campaña, había derivado que, de sobremesa, como para matar el tiempo, se jugaran algunas manos de monte criollo.
Carta va, carta viene, cuando la reunión había cobrado su mejor punto, la presencia inoportuna e intempestiva de la policía terminó arriando a todo el mundo a la Comisaría.
Allí, puestos en fila, Modesto y sus compañeros de juerga esperaban, del Comisario, el interrogatorio de rigor.
Le seguía en el orden un "tape patizambo", bastante nervioso, al que procuraban calmar, a toda costa.
Cuando el policía preguntó el nombre de nuestro personaje, éste, afectando singular postura, contestó:
"Justino Jiménez de Aréchaga, Señor Comisario".
Al oír tan rimbombante nombre, de labios de una persona educada y bien vestida, el Comisario exclamó:
"Por favor doctor: deje la fila".
Cuando le tocó el turno al "tape" éste, observando como venía la mano, creyendo estar frente a la fórmula salvadora, dijo llamarse:
"Eduardo Jiménez de Aréchaga".
La presencia entre los demás detenidos de algún otro titular del ilustre apellido provocó que el Comisario le gritara al cabo:
"Che Couture: Me querés pasar a lo Jiménez de Aréchaga al calabozo".

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