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Entre plagios e invenciones

El origen de las Quitanderas
Wilfredo Penco

ENTRE LAS CATORCE novelas que Enrique Amorim elaboró en su caudalosa vida, La Carreta se destaca por sus notorias excelencias narrativas, su carácter fundacional -señalado tempranamente por Fernán Silva Valdés (que indicó su condición de "iniciadora de otro aspecto del realismo campestre")-, y por el trabajo que el propio Amorim le dedicó a lo largo de los veinte años que separan la primera edición (1932) de la sexta y definitiva (1952), ajustando su estructura, reforzando la consistencia de su mundo, sabiendo muy bien que la novela había nacido bajo el signo estimulante de la polémica.

Como ha sido reseñado en más de una oportunidad, La Carreta tuvo su origen en un cuento, "Las quitanderas", incluido en su primer libro de relatos, Amorim (1923). Ese cuento se distinguió del resto del volumen, en el que predomina lo "mórbido y decadentista" como ha observado Jorge Ruffinelli, pues es el único que puede considerarse "realista".

Vendedoras de pasteles y ticholos. A fines de 1923, y para dar respuesta a una consulta formulada por un lector de Amorim, Martiniano Leguizamón dio a conocer en La Nación de Buenos Aires, un artículo a propósito del término "quitanderas" con el que habían sido identificadas las prostitutas ambulantes del relato homónimo. Leguizamón comete un error al ubicar el ámbito de referencia del cuento en el campo de Corrientes (porque al personaje lo llaman Correntino) pero explora con interés la etimología de la palabra "quitanderas" y después de establecer cercanías posibles primero con mujeres araucanas fumadoras en pipa y aborígenes del Norte argentino que fumaban cigarros de hoja, y más tarde con brasileñas relacionadas con los mercados denominados "quitandas", concluye a propósito del oficio "de condición vergonzante" que Amorim les asigna a sus quitanderas: "Nunca oí referir a nadie tan extraña costumbre. Pienso que es una mera fantasía del escritor".

Este no se hizo esperar y al domingo siguiente apareció en el mismo periódico una carta dirigida a Leguizamón en la que aclara que el cuento no se desarrolla en Corrientes sino en el norte uruguayo, cerca de la frontera con Brasil; manifiesta su acuerdo con "el verdadero origen de la palabra (que) se halla en el folklore brasileño", y precisa más adelante: "Oí, en boca de pobladores del Norte uruguayo, la voz 'quitanderas', y gracias a un anciano, supe de sus vidas nómadas. Si la fantasía del escritor la trama tejió, la existencia de las vagabundas no es producto exclusivo de la imaginación". Finalmente recuerda O dialecto caipira de Amadeu Amaral que registra la voz en cuestión. "Esas vendedoras que él nos presenta -agrega- no eran solamente de 'rapadura' y 'ticholo'. En sus tiendas se encubrían actos perseguidos y condenados, que hacían la gloria de los noctámbulos. Y no sería raro que, perseguidas en épocas pasadas, hiciesen más tarde su vagabundaje de vivanderas deshonestas".

El incidente no terminó con la carta de Amorim, y a ella se agregó más tarde otra de Daniel Granada, autor del conocido Vocabulario rioplatense, y entonces radicado en Madrid. Después de elogiar el cuento como "modelo acabado en el género descriptivo, tan difícil en su aparente facilidad", Granada confiesa que su omisión en registrar las palabras "quitanda" o "quitandera" en su Vocabulario había sido involuntaria, que había subsanado esa omisión en otro trabajo que permanecía inédito, y explica que "el sentido recto de 'quitandera' es el de mujer que tiene a cargo una 'quitanda'. Se da el nombre de 'quitanda' a un puesto atendido por mujeres, en el que se venden cosas de merienda (pasteles, alfajores, naranjas, bananas, etc.) en las reuniones y fiestas campestres. Esas mujeres, que por lo regular son chinas, y por lo mismo fáciles, no por eso han de reputarse todas deshonestas. El sentido en que (Amorim) aplica la voz 'quitandera', no es el significado originario y propio que le corresponde, sino una acepción derivada de la condición más común en las mujeres que se dedican a ese tráfico. El episodio que (Amorim) magistralmente relata, aunque obra de su invención, está enteramente ajustado a la realidad".

El artículo de Leguizamón y la carta de Amorim fueron recogidos (el primero parcialmente) en una edición especial de Las Quitanderas que el autor autorizó a la Editorial Latina de Buenos Aires en 1924. Era la confirmación del éxito del relato.

Plagio en Paris. Pero las repercusiones más altisonantes ocurrieron años más tarde. Amorim publicó Tangarupá en 1925 en el que incluyó la novela corta que da título al volumen y tres relatos más, uno de los cuales es "Quitanderas (Segundo episodio)". Era evidente que el tema de la carreta como prostíbulo ambulante daba para nuevas instancias narrativas y tal vez ya entonces el autor empezaba a pensar en un entramado novelesco.

Entusiasmado por los personajes que Amorim había creado, Pedro Figari pintó una serie de quitanderas que hizo conocer en París, donde estaba radicado desde 1925 y exponía en la Galería Druet. Según Juan Carlos Welker, fue Figari quien prestó un ejemplar de Tangarupá al "conocido escritor francés traductor de numerosas obras escritas en lengua castellana" Adolfo de Falgairolle. Estrictamente, Figari había conocido "Las Quitanderas" por la edición especial de 1924, que es la que probablemente haya facilitado a Falgairolle. Al indicar el volumen dc relatos de 1925. Welker parece haber confundido el primer cuento con "Quitanderas (Segundo episodio) que integra Tangarupá.

Adolfo de Falgairolle dio a conocer varios libros dc versos. Entre otros Graduel passionné (1921) y Voluptés du Silence (1936), llevaron a Henri Clouard a caracterizarlo como "poeta perverso (...), hidalgo de impresiones raras, emociones inciertas al borde de lo imposible, (elevado) al hermetismo más agudo ". También fue autor de obras narrativas como Valencia. Amours d'Espagne (1928), tradujo a escritores españoles e hispanoamericanos (como Ramón Gómez de la Serna, Jorge Carrera Andrade) y tuvo a su cargo la sección "Lettres espagnoles" en el Mercure de France.

A fines de los años 20, publicó un relato titulado La Quitandera (Les Oeutres Libres. Tomo 92. París, febrero de 1929), en el que narra la historia de Angelita Gómez, bailarina española que llega a Buenos Aires desde Paris para sumarse a unas prostitutas agrupadas en una carreta. Como explicará el propio Amorim cuatro años después, "en la novela del escritor francés, la carreta arranca del extremo Sur de la calle Rivadavia, en un amanecer pintorescamente descripto por el autor. Y la partida se efectúa ante la presencia luminosa de un inmenso aviso de Ford, hundiéndose el vehículo en la pampa, con la seguridad de que es capaz una pesada carreta y un escritor europeo improvisando novela americana".

En abril de 1928, Enrique Amorim había contraído matrimonio en Buenos Aires con Esther Haedo Young, y ese mismo mes viajaron a Europa. La prensa de la época informó de la partida y que "uno (de los propósitos del escritor) es transformar su célebre cuento 'Las Quitanderas' en una obra teatral, poniendo en escena una auténtica carreta criolla. Francis de Miomandre será el poeta francés encargado de la teatralización y Pedro Figari el pintor de la escenografía".

En los días en que aparece La Quintandera de Falgairolle, Enrique Amorim y Esther Haedo ya estaban en París. Vinculado a Francia desde su primer viaje en 1926, Amorim se entera por Aníbal Ponce de la publicación que lo plagia, y con ayuda de Jules Supervielle logra que algunos periódicos (L'Intransigeant, Chicago Daily Tribune, Les Nouvelles Littéraires, Candide) denuncien y comenten el plagio del que trata de defenderse el escritor francés en la edición parisina de New York Herald. Pero la acusación era ilevantable. Según anota K.E.Mose (especialista en la obra de Amorim), varios detalles confirman el plagio. El más evidente es cuando Angelita Gómez proclama:

"Nous sommes des missionaires de l'amour"; el relato de Amorim terminaba de este modo: "El viejo carretón de las quitanderas, todavía recorre los campos secos de caricias, prodigando amor y enseñando a amar".

Más publicidad no podía pedir para sus cuentos. A su regreso a Buenos Aires, probablemente La Carreta ya estaba en ciernes, aunque habrá que esperar a 1932 para su publicación.

La medida de una invención. Muchos 4 años más tarde, Amorim confesaría el verdadero alcance de su "invención" de las quitanderas. "El primer cuento lo escribí en casa de un amigo salteño (..) Rodrigo Rodríguez Fosalba (...) un sábado escribí de un tirón el cuento y se lo leí a mi amigo y a su padre, hombre que había corrido mundo, buen escuchador de historias (...). Se lo leí y al terminar la lectura de un texto que había salido completamente de mi imaginación, sin la menor relación con la realidad que me el circundaba, el padre de Rodrigo me dijo: 'No las llame usted ambulantes. Esas mujeres se llaman quitanderas. Las hay en el Brasil'. Yo no tenía la menor idea de que tales personajes fueran de carne y hueso. Sabía sí que las acababa de crear, de dar vida. Me daba mucho placer sentirme con fuerzas como para gestar tipos que se acercaran al humano y vital. Me sonó tan eufónico el nombre o calificativo que me pasé la tarde del domingo acostumbrándome a la idea de haber descubierto en mi propio magín a las quitanderas. Corregí la plana y sentí de que en algunos párrafos la palabra rodaba fácilmente. El cuento que había creado me llenó de orgullo ".

Así nacieron las quitanderas, personajes a la vez producto de la realidad y de la imaginación. Del mismo modo que la carreta -curioso prostíbulo ambulante que las lleva por el campo, de pueblo en pueblo-, ingresaron a la literatura rioplatense de la mano de Enrique Amorim. Después llegaron a París en los óleos de Pedro Figari. Terminaron filtrándose en la narrativa francesa mediante un plagio denunciado hace casi setenta años. Inusuales y pintorescas, las circunstancias que las rodearon hicieron más célebre su vida literaria. 

Dos cartas inéditas de Figari 

Enrique Amorim envió la edición especial de Las Quitanderas (1924) a Pedro Figari, quien le agradeció desde Buenos Aires el 25 de agosto de 1924: "Señor don Enrique M. Amorim/Capital/ Distinguido compatriota y amigo:/Pude al fin encontrar una hora tranquila para leer su cuento 'Las Quitanderas', que se sirvió enviarme con muy grata dedicatoria, todo lo que le agradezco, mucho.! No hablemos de su talento ni de su rica prosa, dado que esto es valor admitido y aún corriente. Hablemos, aunque sea dos palabras, sobre el tema de su cuento. No deja de ser pintoresco ese lupanar rústico, ambulante, alojado en una carreta; pero no tenía yo noticia de este antecedente. Fuera de que, ya sea esto fruto de su imaginación o una urdimbre hecha a base de realidad, es bien interesante su cuento; casi diría en tal caso: 'Lástima no ser verdad tanta belleza, si no temiese ser tildado de lo que, en verdad, no soy. Pero, es tan ingenuamente bajo ese comercio, y tan posible en ciertas regiones de la campaña, desprovista de todo y hasta de eso, que ese rodar inmoral, amparado por los apetitos del comisario, vendría tan sólo a ser un nuevo aspecto de lo que ocurre allí donde nada hay. Sólo una gazmoñería podría hacernos protestar a los urbanos a este respecto, dado que por las ciudades, donde al contrario, de todo hay no falta esto en las formas imaginables de la depravación soez y relajadamente baja. Por lo demás, este asunto se presta bien para evidenciar el dogal de sensualismo que acogota a la bestia, a casi todas las bestias./ Lo saluda muy cordialmente, su amigo afo:/ P. Figari".

En cuanto a la amistad entre el pintor uruguayo y Adolfo de Falgairolle, aparece confirmada en una carta que el primero dirige a Amorim desde París el 16 de agosto de 1930, estableciendo su punto de vista sobre el incidente con el escritor francés: "Aún cuando creí y sigo creyendo que salió Ud. ganando con aquel supuesto plagio de Falgairolles (sic), y que sólo por error podía llamarse perjudicado, yo quedé -bien que siempre por fuera del asunto-, deseoso de precisar, puesto que nada me resulta peor que lo indefinido, doblemente cuando se trata de personas que estimo./ Su carta me hace pensar que ha liquidado Ud. en ese mismo sentido esta incidencia, lo cual me alegra no poco".

Las dos cartas citadas forman parte de la Colección Enrique Amorim que se conserva en el Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Montevideo.

Wilfredo Penco
El País Cultural
26 de julio de 1996

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