ALEJANDRO PATERNAIN, EL PROFESOR DE LITERATURA, ENSAYISTA Y ESCRITOR, SE EXTIENDE ACERCA DE LAS RAZONES DE SU NARRATIVA.

Pasión por la aventura

Piratas, corsarios y conquistadores constituyen una parte de la obra del uruguayo que asoma como excepción.

CARLOS CIPRIANI LOPEZ

 


Nació en setiembre de 1933. Era un chiquilín cuando ocurrió la batalla del Río de la Plata. La explosión del Graf Spee hizo trepidar los vidrios de la casa familiar, no precisamente ubicada cerca de la Bahía de Montevideo, sino en Colón. Y la guerra no sólo le hizo inclinar la mirada hacia el mar, también los aviones lo asombraban y a la vez le provocaban cierta sensación de temor, como le ocurre a los niños en cada carnaval, cuando desfilan cabezudos en pleno corso. Los barcos, justamente, los de navegación a vela, han inspirado al fin una parte de su obra literaria. Y curiosamente, quizás, lo fueron mudando hacia el mar, primero a la zona del Club Náutico, en Playa Verde, y luego, más al Este, a una calle paralela a Rivera, triangulando con los puntos del mapa donde se sitúan la Escuela Naval y el Club de la Fuerza Aérea.

AGUAS DE SIEMPRE.

Los temas de la literatura son siempre los mismos, un puñado: el amor, la vida en medio de la cordura o lo contrario, la muerte, la soledad, el tiempo, el desarraigo, los miedos y deseos, las culpas y perdones. Pero además de los temas, la literatura proyecta motivos, categorías estéticas, estilos, narradores en 1a. o 3a. persona, y ambientaciones míticas o realistas. Pensando en esto último, la obra escrita por Alejandro Paternain se identifica con el mar, con las aguas de los corsarios de Artigas (en La cacería), o con otras aguas, las que invaden por ejemplo una casa abandonada de nombre Nazareth, aguas que por sí mismas ofician de relator. Sea en su línea humorística (que conforman novelas como Crónica del descubrimiento), o en su línea intimista (iniciada con Oficio de Réquiem), o en la línea histórica (con ejemplos como Los fuegos del Sacramento), siempre la aventura está presente.

Sobre todo esto, dice Paternain:

"Los temas corren por cauces muy profundos, que la propia novela de aventuras permite recoger de una manera increíblemente fácil. ¿Qué es en esencia una novela de aventuras? Para mí, aquello que decía Chesterton: 'tenemos una novela de aventuras cuando vemos que el personaje siempre puede ser comido por los caníbales'. (Se ríe) ¡Claro! Chesterton hacía una trasposición, entendía que la creación entera era una novela de aventuras, porque no sabemos muy bien el desenlace que va a tener, y siempre, también, estamos en peligro de que nos coman los caníbales. Es verdad que ahí ya hablaba de la vida interior, de la pérdida de la salvación, dada su concepción cristiana, católica. Pero en la novela de aventuras, efectivamente, el peligro siempre existe, el tema de la muerte siempre está, y es muy difícil que no esté presente el amor. Puede ser que no el amor de pareja, pero sí hay amor de algún tipo, ambición de gloria, por ejemplo, un gran entusiasmo por algo. Una novela de aventuras te permite enriquecer el personaje sin necesidad de tener un discurso muy espeso acerca de su exterioridad psíquica. Se va dando a través de los actos, de sus conductas. Por ejemplo: ¿hasta dónde el personaje tiene valor y es consciente del peligro? Por definición, la novela es narración de un hecho extraordinario, y un hecho extraordinario es una aventura".

--Pero, hay formas, aventuras y aventuras. ¿No? Las de sus novelas nunca ocurren a la vuelta de la esquina, en el boliche.

--No, ahí tenés, nombraste una palabra clave: boliche. Yo sé muy bien lo que se gana y lo que se pierde en boliches, sobre todo se pierde tiempo. Pero me he integrado a esas ruedas. El tema es que en la literatura asumí deliberadamente una cosa: en la narrativa nacional había una especie de predominio, de manía del boliche. Yo terminaba siempre leyendo cuentos donde todo el mundo estaba sosteniendo el mostrador, mirándose interiormente, viendo cómo pasa la existencia por adentro y por fuera, revelando con eso una deuda muy grande a la novela existencialista, que tuvo aquí un gran cauce, y que para mí fue uno de los caminos más erróneos de la narrativa occidental, lo que le hizo más daño, porque le quitó el sabor de aventura, de cosa más o menos imprevisible, pero sorpresiva.

--Fue la peste.

--¡Es claro! Llevó a los personajes a un mundo muy quietista, muy cerrado. A mí me gusta mucho el aire libre. Dentro de lo posible me gusta vivir de esa manera. Entonces, saliendo del boliche, yo procuraba encontrar otros ambientes. Y esos ambientes me los daba el aire libre, los lugares no marcados, y la historia, incluso la colonial; ése es un mundo terriblemente libre, lleno de problemas, de todo tipo. El gran choque de razas, de culturas, se da en la Colonia.

--La imagen del escritor que se desarrolló en el último siglo fue la del hombre encerrado. En su caso, profesor de literatura, además, y gran lector, eso que plantea puede llamar la atención. Quizás porque quedó muy asentada la figura de Onetti, el director de bibliotecas municipales, el periodista bolichero, el escritor que produjo sus últimas novelas tumbado en la cama, por propia voluntad.

--Sí, él llevó al máximo todo eso.

--Pero de Onetti para abajo, casi todos cultivaron el boliche. Desde Falco hasta Arregui, poetas, narradores, gente de teatro, la bohemia famosa.

--Claro, y los profesores que yo conocí, mis profesores, casi todos eran hombres de boliche y de bibliotecas. Yo me considero un lector entusiasta, sobre todo lo soy desde que me liberé del ejercicio de las clases. Soy un lector libérrimo, leo lo que me gusta. Si empiezo a leer un libro y no me agrada, lo dejo. No me hago trampas. Exploro mucho y me tiro de cabeza al agua. Ahí está lo lindo, uno puede entusiasmarse o llevarse desengaños.

--Sigue siendo más motivador que navegar por Internet.

--Por supuesto. Por ahora uso muchísimo, como correo electrónico, la computadora que me regaló mi hijo, eso es muy útil. Pero no le he sacado la punta ni para escribir textos. Si uno tiene que producir dos o tres libros por año, cosa rara, la computadora puede servir mucho. Pero, para hacer un libro por año no es necesario tanta rapidez. En mi caso, al revés.

--¿No escribió ningún libro en la computadora?

--No, escribo a mano. Y después paso a máquina. Sobre todo las diez primeras páginas de un libro debo macanografiarlas enseguida. Y luego las dejo descansar.

--¿Las pasa en limpio con una Royal de aquéllas?

--No, me acostumbré a una Olivetti eléctrica. Me resulta rapidísima. Pero igual, soy tan atropellado que me equivoco. A mano, no me equivoco nunca.

MUNDO MARINO.

--Volviendo a los escritores y sus temas: el Uruguay reunió buena literatura campera y urbana. Pero, en coincidencia con eso de que vivimos de espaldas al mar, no existe casi literatura marina.

--Es una de las grandes carencias. Hay algunos textos que versan sobre el mundo marino costero. Pero escasean, sí. Hay pocos incluso de los que podríamos llamar 'fluviales', aun con la importancia que tienen nuestros ríos. Poco difundido, por ejemplo, está lo que escribió Alberto Bocage, un excelente narrador, que además fue cazador y conoció directamente los terrenos en torno a los ríos, los pantanos, todo.

--En su caso, ¿de dónde viene el gusto por los barcos?. Hay novelas donde el recaudo descriptivo es puntilloso, erudito.

--De muchacho, ya crecido, creo que estaba casado, durante los últimos años del IPA, tenía un gran amigo, Alfredo, que falleció muy joven. Era vecino del barrio, allá, cuando yo vivía en la calle Beyrouth y él en Siria; íbamos juntos a la playa, teníamos un gusto enorme por el mar. Un día él me contó que estaba haciendo práctica de navegación a vela. Entonces, también me entusiasmé, hice un curso. Eso se aprende y no se olvida más. La sensación de tironear las velas de un barquito es increíble. Es como manejar un caballo, es algo vivo. Por un lado es más difícil, pero después que se agarra la mano resulta más fácil aún.

--¿Tuvo alguna embarcación?

--No, usábamos las del Club Nautilus. Tenía un servicio bueno. Pero los barcos me gustaban desde antes, de niño, quizás por su historia tan larga, casi tanto como la historia de la humanidad. Los primitivos siempre navegaron en algo, en una tablita. Después se fueron agregando técnicas. Y es fascinante. De muchacho me preguntaba: "¿cómo puede un barco a vela navegar contra el viento?" Y puede, hay una serie de trucos, de técnicas que obedecen a leyes físicas.

--Y navegar contra el viento fue un poco su objetivo dentro de una literatura uruguaya que apareció en un tiempo jugada a lo campero y después a lo urbano, con excepciones, como ya hablamos.

--Es muy probable, sí. Mirá, hace pocos años escuché que alguien reproducía un pensamiento de Juana de Ibarbourou. Ella decía que la esencia uruguaya no estaba en el mar, estaba en el campo. Me parece que eso es una gravísima falta de perspectiva. Adoro el campo, tengo relatos desarrollados en zonas camperas, pero me parece que fueron cercenadas muchas posibilidades de nuestro país. La riqueza pesquera fue increíble. Y nunca hemos formado flotas, ni un personal abundante. Todo derivó de una crisis brutal marítima que tuvo el Imperio Español en la época de la revolución. España ya no podía competir con Inglaterra. Por eso, justamente, cuando se hicieron las campañas corsarias, desde Buenos Aires, hubo que recurrir a marinos extranjeros, capitanes y tripulaciones. Eran todos norteamericanos. El tema del corsarismo artiguista lo descubrí en 1950. Cuando era alumno del liceo y se celebraba el centenario de la muerte de Artigas, mi padre me regaló La Epopeya de Artigas, de Zorrilla de San Martín. Me encantó, porque más allá de las críticas que se le pueden hacer, para un muchacho de 16 años era fascinante. Cuando llegué a las páginas que le dedica al corsarismo, quedé pasmado, nunca había pensado que eso hubiera ocurrido en la historia nacional. Había leído intensamente la temática, muchas novelas de piratas.

--La pintura de la historia uruguaya, por ejemplo, no lo refleja, se quedó en la tierra. Ni en el nivel cotidiano ni en el histórico público abundan las marinas.

--Es pintura gauchesca. Y en el caso histórico del que hablamos eso tiene una explicación. Artigas firmaba las patentes de corso. Prácticamente todos los capitanes corsarios que enarbolaron la bandera artiguista no vieron nunca a Artigas. Pero sabían quién era y contra quién luchaba. La razón de por qué eran norteamericanos es clarísima. Eran oficiales, capitanes y patrones de goletas que habían luchado una guerra tremenda con Inglaterra, que fue la Segunda Independencia norteamericana, del 12 al 15, en 1800. Ellos no querían que en América se restaurase una corona europea. Por eso también se pusieron al servicio de Bolívar, contratados. Porque cualquier Corona podía aliarse con Inglaterra, que implicaba un prototipo de monarquía, pero era una monarquía al fin, mientras que Estados Unidos era una República. Y bueno, los corsarios atacaban rutas comerciales, a los imperios, el español o el portugués. Hay que leer por ejemplo los informes, las memorias, de los jueces de los tribunales de Baltimore, cómo justificaban el corsarismo norteamericano, que en primer lugar era una gran industria, les dejaba ganancias, pero al mismo tiempo suponía --muy sutilmente-- una oposición al mantenimiento o restauración de coronas europeas en América.

HISTORIA EN LETRAS.

--El género de la novela por sí mismo contiene información, pero si es una novela histórica se supone que indefectiblemente posee información.

--Sí, aunque no necesariamente más. La novela histórica surge en el Romanticismo, sobre todo por la reivindicación que los románticos hicieron de la Edad Media, para desentrañar las propias raíces de cada nacionalidad, porque una cosa fue la Edad Media en Francia y otra en España o en Inglaterra. Las lenguas europeas son de la Edad Media. Si uno extrema la visión, de algún modo también las viejas epopeyas del mundo greco--latino son formidables novelas históricas. Están escritas muchos siglos después de los hechos que se narran, que sucedieron o no, como tú quieras. En los Episodios nacionales, de Pérez Galdós, vas a aprender muchísimo también de la historia de España de los períodos que aborda, pero lo que vas a leer esencialmente son novelas atrapantes, con un encuadre de aventuras brillante, con observaciones muy bien dosificadas sobre la realidad española y europea.

--Todo ese conocimiento de Paternain, el profesor, inevitablemente se traslada a sus propias novelas. Hay un pulso y una temática que delatan el gusto por la historia.

--Claro; pero además, lo que se enseña aquí, en Uruguay, no es estrictamente literatura, sino historia de la literatura. Una cosa es la música y otra, la historia de la música. La literatura es una escritura contemporánea, aunque yo escriba sobre Alejandro Magno, como lo hice en mi último libro, El escudo de Plata, que es el primero de una trilogía. Pero la historia de la literatura es otra cosa, es el gran reservorio, la memoria, la evolución, las distintas respuestas a distintos problemas. Por eso, por razones de oficio, tuve que formarme en historia.

--El novelista histórico debe aprender historia más allá de la cuota de imaginación que sume a la crónica. Pero el historiador también debe imaginar cuando reconstruye tramos del pasado, no sólo bélico o económico y político, sino de la vida privada. Por ahí se encuentra una zona común.

--Por supuesto. Los grandes historiadores han sido grandes narradores. Es difícil saber dónde termina la ciencia y dónde comienza la imaginación. Es fascinante leer a los historiadores románticos, los de la Revolución Francesa. Han surgido nuevos documentos, siempre surgen, y se puede refutar a aquellos historiadores, pero qué interesante sigue siendo leerlos, es como leer una novela.

--Aunque las novelas corren con una ventaja, no se pueden refutar.

--Sí, claro. La novela busca otra cosa, se sirve de la historia. Y puede darse el lujo de cambiar cosas, o introducir otras sobre las que no hay información.

--Es un arma de doble filo también. En la literatura latinoamericana de las últimas tres décadas del siglo veinte se abundó en novelas históricas vinculadas a dictaduras, casi hasta el hartazgo.

--Estoy totalmente de acuerdo con eso. Tuve esa misma sensación, tal vez eso me movió a hacer otra cosa. Había una insistencia tremenda con la figura del dictador. Y a veces lo trataban tan de cerca, con tanto despliegue imaginativo, que empezaban a generar en mí, como lector, una corriente de cariño hacia una figura que era abominable. Se invertía el propósito del escritor, que era denigrar a la figura institucional del dictador. Eso me paspaba; hubo novelas muy cargadas de política, en algunos casos hasta panfletarias. Por otra parte, el narrador histórico, sobre todo nacional, e incluso latinoamericano, siempre escribió en una estricta clave de presente. La historia fue una manera indirecta de aludir a cierto presente que había dolido muchísimo, conturbado tremendamente la vida social. En ese sentido hay algunas novelas muy bien hechas.

--¿Qué es lo más gratificante para Paternain al 'meterse' con la historia?

--La novela de aventuras cuya historia está bastante lejos de la nuestra me da libertad de imaginación. Es casi como un juego, con mucha elasticidad. Lo que más me gratificó fue dar una visión humorística de determinados períodos, como en la Crónica del descubrimiento, o en Dos rivales y una fuga.

--El perfil humorístico no ha sido común en la literatura uruguaya.

--Es cierto.

--Como que al hacerse el canon, lo humorístico es dejado al margen. Estoy pensando por ejemplo en JUCECA. Lo suyo se considera humorístico, y casi que a regañadientes se incluye entre lo literario.

--Sí, y tiene páginas literarias brillantes. No sé qué ocurre con el corpus crítico académico. No presta atención a ciertas cosas.

--¿De dónde viene esa visión 'seria'? ¿De la generación del 45, del Centenario, del Novecientos?

--Creo que viene sí del fondo de nuestra historia literaria. Hay que ver por ejemplo el formalismo de Rodó. Zorrilla, --sin embargo, ¿ves?-- en su prosa tiene destellos de ironía excepcionales. Pero no es común. En el mundo de Quiroga es rarísimo encontrar algo de eso, ¡es un mundo tan trágico, tan patético! Y de ahí en adelante hay poco más. Espínola tenía un humor espléndido, aunque es lamentable que no lo haya cultivado de manera más abundante. Hay cuentos suyos de gran humor, 'Rodríguez" es imperdible. Ahora, todo esta problemática en cuanto al humor ocurría en la época de Cervantes. Sus contemporáneos lo veían como un escritor populachero, que sólo hacía reír. Lope de Vega decía: 'No habrá nadie tan necio que alabe al Quijote'. ¡Una cosa insólita! Los griegos sí tenían claro el tema. Para ellos era una delicia ir a ver tanto una tragedia como una comedia. En lo personal, no sé si podré recuperar esa línea neta de humor que está en una parte de mis pocos libros. Los últimos dos años han sido para mí sumamente duros.

LIBROS NACIONALES.

--Paternain, el profesor, el lector, ¿qué recomendaría de la literatura uruguaya?

--Habría que descubrir textos. Espontáneamente, el primer nombre que mencionaría es Héctor Galmés, sobre todo sus cuentos son estupendos. También recordaría la novela Pasar, de Mateo Magariños Solsona. Es magnífica, y está olvidada como las novelas de José Pedro Bellán. Después, bueno. Quiroga, ¡ni hablar! Y Acevedo Díaz o Javier de Viana. Paco Espínola es fantástico. Y de la gente del 45 me encantó Los fuegos de San Telmo, de José Pedro Díaz. Me sigue pareciendo un libro hermoso, penetrante, bien hecho, con una sensibilidad poderosa. Ahí sí que la narración está llevada a una estatura poética, muy cargada de resonancias. Otro gran narrador de esa generación fue Arregui.

UNA DE CINE.

La ciudad de los milagros es una novela de Paternain que narra la filmación de una miniserie acerca de la Guerra Grande. Mientras continúa la charla con su autor, hablando de literatura y de cine, parece inevitable preguntarle: ¿cuál de sus libros piensa que sería el más recomendable para llevar al cine, partiendo de la base de que ya un inversionista hubiese destinado el capital?

Responde Paternain: "La cacería, o El escudo de Plata. Una de ésas. Pero las dos tendrían presupuestos enormes. Porque en el cine, la precisión documental, si se hace una obra histórica, es difícil. Un paso en falso desmorona todo. Para el escritor, en cambio, alcanza con poner la palabra 'cañón'. No se precisa más".

2 de marzo de 2002
El País de los domingos

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