La entrevista del domingo:

Alejandro Paternain: 
Escritor, docente y periodista

"De mi infancia me quedó el recuerdo del aroma de las bodegas de Colón" 

La casa de Alejandro Paternain está escondida en la calle Bazurro, en Carrasco. El jardín, donde predominan los tonos de verde, transmite la misma serenidad de su dueño, quien no pudo evitar el recuerdo para su esposa recién fallecida. El escritor riega las plantas como una forma de evocarla. En diálogo con El Observador, Paternain repasó vida y obra o, como él prefiere decir, "vida y milagros". Amante de la familia, tanto como de la navegación, el mar y la historia, Paternain evocó su infancia en Colón, sus clases de literatura, hasta que fue destituido en 1978 por el régimen militar, y su pasión por la escritura, similar a su amor por Homero. 

Su casa está un poco apartada del mundanal ruido. 
Desde que la compramos con mi esposa sabíamos que iba a ser un refugio para la privacidad. 

El jardín es muy hermoso y está muy cuidado. ¿Le gusta remangarse o sólo lo disfruta? 
Primero lo disfruto (risas), pero desde que murió mi esposa me apasiona regar. Lo hacía ella y ahora lo hago con devoción en su memoria, como un acto de permanente recordación. Además es un ejercicio de paciencia que me apacigua. Cuando murió el año pasado mi esposa tenía el temor de no saber qué me ocurriría, sentía mucho dolor y nostalgia. Después me fui habituando y no quiero que decaigan las plantas. El jardín es un descanso y un refugio, un lugar que ayuda a la meditación, a la introspección, a pensar y a recordar. 
¿Cuáles fueron los milagros de su vida? 
El primero fue mi nacimiento, luego el de mis hijos y mis nietos, porque la familia tuvo siempre una importancia enorme en mi vida. Siempre me sentí muy bien viviendo en familia. Ahora sufro ausencias indisimulables, al morir el año pasado mi esposa y mi única hermana debo examinar y reaprender los lazos familiares. Es un momento muy especial para mí porque dos de mis hijos están en el extranjero y los extraño muchísimo. Por suerte el mayor vive en Montevideo y me ha dado un nieto, con el cual nos estamos haciendo muy compinches. 
La vida de un escritor, ¿es siempre emocionante? 
Sólo he vivido la mía (risas). El mundo de los escritores es muy variado y en algunos casos las vidas resultan más interesantes que sus obras. Por ejemplo, Ernest Hemingway no se perdió ninguna de las catástrofes del siglo XX, se anotaba en todas (risas). 
También se los pinta con la bohemia de los creativos. 
No creo en eso. Los hubo en los períodos en que la bohemia romántica se acentuó. Lo que ocurre es que los artistas tienen un ritmo de vida distinto al de otros oficios, por la misma naturaleza de su trabajo, que no puede someterse a una disciplina muy estricta, salvo la que el propio artista se imponga. No hay nada más difícil que autoimponerse una disciplina y cumplirla. La creación está muy lejos de un trabajo en el cual hay que cumplir con un horario fijo. La labor de un escritor depende de su voluntad. 
La mayoría de los escritores afirma que el 90% de su obra es fruto de la transpiración. 
De acuerdo. El escritor debe cuidarse de la cantidad de trampas que tiende la pereza, que es muy astuta y casi siempre se apoya en cosas verdaderas. 
¿Conoce muchos escritores que puedan vivir sólo de sus obras? 
El sustento económico casi siempre hay que buscarlo por otro lado, son pocas las excepciones. En mi caso traté de vivir de una actividad que tuviera que ver con mi oficio de escritor. Fui profesor de Literatura y luego ingresé como colaborador en el periodismo cultural. 
¿Qué origen tiene su apellido? 
Mi abuelo era vasco, se radicó en Minas y falleció muy joven. Mi padre no lo conoció y yo tengo muy pocas fotos. Tengo pendiente buscar esas raíces y averiguar sobre su vida. Uno de mis hijos se puso en contacto —vía Internet— con otros Paternain en España. Tengo entendido que mi abuelo nació en Durango, que fue castigada como Guernica durante la guerra civil española. Lo que tenemos comprobado es que en Durango nació Bruno Mauricio de Zabala, el fundador de Montevideo. Es asombrosa la importancia que han tenido los vascos desde la época colonial en Uruguay. 
¿Usted nació en Montevideo? 
El 11 de setiembre de 1933, pero no recuerdo la hora (risas). Tuve una hermana mayor. Mi padre era bancario y se jubiló como gerente del Banco La Caja Obrera, en la sucursal de Colón. Yo viví 16 años en ese barrio y guardo recuerdos hermosísimos de esa época. 

¿Vivía entre grandes quintas? 

Sí, había pocas casas, rodeadas por quintas, viñedos y chacras. Cuando era un niño recuerdo que mi padre hacía giras de trabajo por la zona y a veces me llevaba. A mí me gustaba mucho conocer esos lugares. 

¿Qué guarda en su memoria? 

De mi infancia me quedó el recuerdo del aroma de las bodegas de Colón que recorría con mi padre, de los buenos vinos artesanales que hacían aquellos granjeros, casi todos italianos. Jamás volveré a probar la excelencia de aquellos vinos de las granjas que visité en mi infancia. También nos regalaban cajones de frutas que parecían las naturalezas muertas de los pintores holandeses. 

¿En su casa cultivaban la huerta? 

No, mi casa quedaba al fondo del banco, con un jardín intermedio, lo que entristecía mucho a mi madre. Había también una higuera añeja, que daba unos higos riquísimos, y un perro bravísimo, muy fiel y muy noble, de nombre Capitán. 

¿Su madre era ama de casa? 

Sí, eran los tiempos en que sólo con el trabajo de mi padre alcanzaba. 

¿Pasaban los veranos en Colón? 

Hasta que en 1949 mi padre compró un terreno en la calle Beirut, a media cuadra de la rambla en Punta Gorda y edificó con la finalidad de veranear, pero dos años después nos mudamos para esa casa. Allí me casé y viví con mis padres hasta que murieron, y recién me mudé en 1984, en medio de dificultades laborales y económicas. 

Y en su casa, ¿qué formación recibió? 

Católica, aunque sólo fui en 3º de escuela al Clara Jackson de Heber, porque las hermanas domínicas sólo admitían varones hasta ese año. Tengo recuerdos muy lindos de ese año porque las hermanas nos trataban con igualdad. Cuando fui a inscribirme con mis padres nos mostraron todo el colegio, que era inmenso, y al llegar al laboratorio me llamó la atención un armario con las cortinas cerradas. Pedí para ver lo que allí guardaban y, al abrir las cortinas, se me apareció ante la vista un esqueleto humano. La hermana habrá percibido mi cara de asombro, cerró enseguida las cortinas y me dijo: "No te olvides: polvo eres y en polvo te convertirás". Fue una formidable lección bíblica, que amortiguó el impacto que me produjo haber visto esa imagen. Siempre me impresionó ver las osamentas, aun de animales, y no podía entender que las criaturas vivientes se convirtieran en eso. 

¿Cuáles fueron sus primeras lecturas? 

Soy devoto de La isla del tesoro, de Stevenson. Me lo regaló mi madre cuando tenía 9 años y lo sigo leyendo una vez al año. Me deslumbró, me atrapó a una edad en que es difícil lograrlo. Después en la escuela intercambié muchos libros con un amigo y entre ellos figuraban obras de Julio Verne. Los libros de aventuras siempre me apasionaron. Mi madre me regaló también El capitán sangre, de Rafael Sabatini, una hermosa novela de piratas. 

¿Cuándo se imaginó que podía llegar a ser escritor? 

Leyendo esos libros de aventuras se me ocurrió escribir una historia de piratas, aunque lo primero que hice fueron unos versos que leyeron mis padres y que, por el modo de alentarme, me hicieron pensar que alguna cualidad tenían. En otros momentos de mi vida cometí algunos pecados más con la poesía, que deben andar por ahí, hasta que me volqué a la narrativa. 

Y la vocación de profesor, ¿surgió de inmediato? 

No, antes di unas cuantas vueltas (risas). Mi padre quería que hiciera abogacía y a mí me apasionaba la historia, en especial Grecia y Roma me parecían las mejores lecturas. Entré en Derecho, pero parecía que la facultad estaba preparada para desencantar a los estudiantes y dejé. En lugar de ingresar al Instituto de Profesores Artigas (IPA), primero lo hice en la licenciatura de letras en Humanidades, donde sólo elegí algunas materias, porque la carrera no aseguraba un trabajo. Ahora valoro lo que hice en Humanidades, entre 1953 y 1955, porque me dio una formación que fue importante para iniciar después, ya con 22 años, el profesorado de literatura. 

¿En el IPA conoció a su esposa? 

Sí, ella estaba en 3º cuando yo ingresé. Primero estudió magisterio y se recibió de maestra, y luego hizo el profesorado de idioma español. 

Cuando era estudiante, ¿ya le gustaba enseñar? 

No, tenía mucho miedo de ser profesor, pero era consciente de que la enseñanza sería mi modo de vida. En principio estudiaba para poder escribir. Antes de ingresar al profesorado escribía pequeñas obras de teatro y se las leía a mis amigos, porque necesitaba ver qué efecto les causaba mi obra. Y les gustaba, no sé si porque eran mis amigos (risas). Recuerdo que uno de ellos, Renzo Pi Ugarte, me decía: "Alejandro, tenés que seguir". Esa frase se me convirtió en un mandato, pero para ello me tenía que formar. 

¿Cómo fueron sus caminos en la literatura? 

Azarosos y contradictorios. Empecé en el campo de la crítica, con una antología de la poesía uruguaya, lo que me etiquetó como crítico. Leía mucho y escribía mis textos, pero mi trabajo era como colaborador en revistas. Hasta que la editorial Acali accedió a unos originales míos, que había escrito con humor para contrarrestar el período triste que estaba viviendo el país durante el régimen militar y que se publicaron con el nombre de Dos rivales y una fuga (1979). Ese mismo año apareció Oficio de réquiem, un trabajo opuesto al anterior —oscuro, triste, melancólico— sobre la figura del obispo Paternain, que era mi tío y a quien vi morir de manera ejemplar, con gran mansedumbre. Al año siguiente se publicó la novela Crónica del Descubrimiento, el famoso viaje de los indios que descubren Europa, con un toque de humor. 

¿Descubrió a los españoles? 

Claro, les devolví la pelota (risas). Pasé luego casi 10 años sin publicar, fue un tiempo muy duro, hasta que en 1992 gané un doble Premio Nacional con la novela Las aventuras de Lucy Bristol, como inédito y luego de editado. 

¿Qué obra de autor uruguayo recomendaría a los jóvenes? 

Los cuentos misioneros de Quiroga. 

Después de hurgar tanto en el alma humana, ¿cómo definiría al hombre? 

Como algo indefinible.

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