El misterioso José Parrilla

Un poeta maldito y extraviado

NUESTRAS VANGUARDIAS son puramente verbales, se agotan en la metáfora y en la imagen", escribió Carlos Martínez Moreno en 1969. Sin embargo, en el Montevideo de los años veinte, a imitación o reflejo de lo que ocurría en el ancho mundo y en la cosmópolis porteña, algunos jóvenes escritores uruguayos se animaban, mucho más de lo que el crítico sospechó, a esquivar los buenos modales de una promoción apañada por la prosperidad civilista de los twenties.
Ildefonso Pereda Valdés arrojó volantes poéticos ante Marinetti, el sorprendido pope del futurismo, que llegaba por primera vez a Montevideo en 1927 (habría una segunda visita en 1936, como embajador cultural del fascismo). Alfredo Mario Ferreiro, "el menos ceremonioso de los uruguayos" -como lo llamó Jorge Luis Borges-despotricaba contra los "zaparrastrosos de la Academia". El cincuentón Alvaro Armando Vasseur reclamaba para sí la propiedad del primer "ismo", lo que el propio Vicente Huidobro había reconocido en un artículo de 1914. Otros vencían sus timideces y pegaban revistas murales en las paredes de la ciudad, "a imitación de lo que hicieron algunos de Buenos Aires, supongo que a imitación de algunos de París", ironizaba Roberto F. Giusti en la revista Nosotros (1926).
Era poco, pero desde los márgenes cuestionaba a fondo un lenguaje poético "sensato", algo anquilosado. Esa vanguardia minoritaria, aunque no "sin dureza" fue recuperada a fines de los cuarenta por la poesía de Humberto Megget; en los sesenta por Mario Levrero, Clemente Padín y el grupo de la revista Los Huevos del Plata; en los ochenta por Macachín, Luis Bravo, Héctor Bardanca -entre otros- y en estos últimos años por la poesía de Gabriel Peveroni. "A pesar de su
fugacidad, los ismos no son

Parrilla maduro, según Oscar Larroca

historia abolida o estéril, sino, por el contrario, un hito fundamental en el proceso evolutivo de la literatura hispanoamericana ", ha escrito Hugo Verani.
El extraño José Parrilla (Montevideo, circa 1918), con algo de ingenuidad, fue nuestro primer surrealista ortodoxo, uno más de nuestros escritores malditos.
ENFANT TERRIBLE. Hacia 1940 todo ese estremecimiento había llegado a su fin. De aquel grupito heterogéneo y aun incomunicado sólo Felisberto Hernández lograría trabajosamente el merecido reconocimiento. En ese momento el surrealismo y el Dada, que nunca habían prosperado en el país, a diferencia de otras partes de América, encontró en José Parrilla su tardío e ignorado discípulo. Marginal de todo movimiento o grupo homogéneo, ha dejado muy pocos rastros de su obra édita y aun mucho menos de su enigmática trayectoria vital.
Este enfant terrible de los cuarenta -como lo ha llamado Carlos Brandy- se apropió de prácticas dadaístas en el pacato Montevideo de entonces. Sorprendió a los más prevenidos con su humor procaz y ocurrente: deambuló por calles y cafés con aire enigmático, munido de una tarjeta que lo identificaba como "José Parrilla, Profesor de amor". Hacia 1942, provocó al público con una murmurante conferencia, cruzada de palabras obscenas, que pronunció en un local gremial anarquista -según testimonio de Alfredo Gravina y Casto Canel- y Angel Rama recordó al pasar a "aquel curioso José Parrilla, (...) quien escribía entreverados poemas fálicos, coordinaba sílabas, polemizaba en una mesa de café".
En aquella ciudad mesocrática y europeizada, en una época en la que la guerra incendiaba el mundo y con ella la alegría de vivir, Parrilla creía en la negación absoluta de la razón y en el caos como la única razón de existir, tal como lo había expresado Tristán Tzara en los manifiestos Dadá de 1918 y 1920. Por eso, para la mayoría de los intelectuales de su edad, apenas fue un alienado. Y también para los "lúcidos" de la generación del 45, que lo desdeñaron siempre, que no lo tomaron en cuenta en ninguna de las revisiones generales de la historia literaria local, ni siquiera en Cien años de raros, la famosa antología que preparó y prologó Angel Rama en 1966, más citada que leída.
Sin embargo, hacia 1944 fue encumbrado a la categoría de maestro por un grupito de escritores y plásticos que hacían sus primeras armas en los alrededores del Sorocabana, el Taller Torres García y la Universidad. Eran Juan Fló, Carlos Brandy, J. Manuel Aguiar Barrios y, sobre todo, Humberto Megget. Recuerda Fló: "Una tarde, frente a la vidriera de la Librería Tarino en 18 de Julio y Eduardo Acevedo, conocimos con Megget a José Parrilla. Entonces empezamos a frecuentarlo: para mis doce años él representaba un poeta formado". A ellos les hizo conocer la vanguardia y los conectó con el sorprendente pintor Raúl Javiel (o Javier) Cabrera: Cabrerita.
Sin Parrilla -y sin Cabrerita- los poemas de Megget hubieran sido otros, lo que por sí solo justificaría su obra o, mejor aún, sus muchos borradores literarios.
DIFICIL DE RASTREAR. A contracorriente de la mayoría de sus coetáneos, la participación de Parrilla en las miríadas de revistas literarias de su tiempo casi no existe. Resulta verosímil suponer que hubo más una preocupación de otros por agenciarse sus textos que la inquietud propia de hacerlos conocer a través de esos medios.
Brandy asegura haber leído un libro suyo, que presumiblemente está inédito, llamado Rey Beber, al punto que confiesa haberse inspirado en éste para Rey Humo (1947), su primer libro de poemas, de filiación creacionista. Asimismo recuerda haber visto una hoja suelta con un poema jocoerótico cuyo título sería "Elogio del miembro" o "Elogio del pene". Al parecer su autor lo volanteaba.
Los escasos textos que hemos podido encontrar, probablemente los únicos que publicó, fueron escritos en poco más de un año. El primero se llama parcamente "Un Poema", y apareció en la revista juvenil Apex (Nº 2, febrero de 1943), dirigida por Manuel Flores Mora, Carlos Maggi y Leopoldo Novoa. Existe también una plaquette en cuya excéntrica portada se pregona: "Ediciones Ester presenta: La llave en la cerradura del poeta José Parrilla. 1943". Impreso en los Talleres Gráficos "33", recoge Cuatro extensas composiciones en verso libre, una de ellas titulada "El Profesor de Amor".
La suya podría considerarse una asimilación tardía y anacrónica del surrealismo, cuando los presupuestos vivos del movimiento estaban en crisis. Pero como en Uruguay el surrealismo nunca había prosperado, en cierta forma Parrilla lo introdujo manejando sus técnicas con total ortodoxia: la asociación libre de ideas e imágenes (la escritura automática), el onirismo, la exaltación de lo irracional, el humor negro -que tanto defendía André Breton-, una libertad formal absoluta, una indagación a fondo en el inconsciente, relacionada con lo sexual y con la muerte.
Detrás de cierta ostentación peleadora y exhibicionista hay, también, una osada crítica a la poesía de su tiempo, lo que puede advertirse desde el primer texto:
Señoras, retratos:
Ha empezado la fiesta, 
La fiesta llega al fin, 
el fin llega a la efe, 
yo aparezco desnudo 
yo sonrío navaja, 
yo tropiezo cabello (...)
Leo:
Abajo la idea y el pensamiento, 
abajo de nuestro pie lo que ellos sienten, 
abajo de nuestra orina, el
te quiero, tus manos, etc., 
porque las momias son ceniza 
porque las naranjas son crepúsculo
porque alguien debe decir que todo ha terminado
porque va todo a empezar 
por una letra. 
Aquí hay luz, 
por mucho negro que pongamos
porque esto es el recuerdo y e! origen de la poesía
porque no tenemos otra bandera que los dientes
azulados,
cinc, cocina, bosque.

Puedo hablar ahora 
que estoy muerto 
y nadie va a pedirme 
que jure la bandera (...)
Rimbaud es el primer ejemplo en el que se inspira, y el único homenajeado en estos poemas, padre de buena parte de la avant garde europea: "arturo rimbaud/ desnúdate y explica/ en un cortinaje de cortinas/ donde rompen los huecos amarillos/ un hueco en cada aire". No lo leía en francés, tampoco a Breton ni a Jean Cocteau, sus predilectos o únicos conocidos en traducciones españolas.
DISCIPULO DE ONETTI. Similares búsquedas pueden advertirse en el único texto en prosa que pudimos ubicar, el capítulo XIII de "El cazador de moscas", "fragmento de una novela inédita" aparecido en Marcha el 23 de junio de 1943. En este relato el yo-narrador deja fluir su pensamiento, en el que irrumpen las imágenes de una joven mujer amada que ha muerto. Recurre con insistencia a las conjunciones copulativas para intercalar los diferentes tiempos de la vida extraviada e introducir algunas reflexiones sobre la existencia. Por ahí asoma la influencia de Juan Carlos Onetti, quien publicará en noviembre de ese año Para esta noche, así que en junio del 43 era conocido por una obra avara: algunos cuentos perdidos, El Pozo (1939) y la novela Tierra de Nadie (1941).
Entre los miembros de la cofradía que leían las 99 pequeñas páginas de El Pozo como si fuese un texto sagrado, Parrilla fue el primero en contagiarse de su ritmo narrativo y el tratamiento de los personajes. Alcanza con un par de citas:
"Esta es la noche, quien no pudo sentirla así no la conoce. Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender (...) Esta es la noche. Yo soy un hombre solitario que fuma en un sitio cualquiera de la ciudad; la noche me rodea, se cumple como un rito, gradualmente, y yo no tengo nada que ver con ella ". (El Pozo 2a. ed., 1965, pág. 45).

"Ahora me he puesto a fumar, a pensar en los dos metros cuadrados de noche que tengo para mirar mi cara, con la boca y el cigarrillo, y el tiempo y el chasquido de los fósforos rojos. Ahora intento esperar, saber qué es, el que ella duerma ahora, con un reloj en los pómulos y una clara seriedad de cuadro. Y que yo diga: "Irene, calle Santa Fe", y piense en el tiempo en que estuve loco. Esto es la noche. Fumo. Quisiera saber llorar, despacito, como un llanto de niño que llora y que se muere ". ("El cazador de moscas").
Además del pesimismo, además de la reproducción (o el calco) del ritual de un solitario fumador nocturno, Parrilla construye su Irene -muerta en la adolescencia- a partir del modelo del primer amor de Eladio Linacero: Ana María, de "18 años, porque murió unos meses después ". Quedó una lección sin aprender de este maestro de treinta años: "el ensueño no trasciende, no se ha inventado la manera de expresarlo, el surrealismo es retórica", le hace decir Onetti a su Linacero. Tal vez esto hizo vacilar al alumno, porque en los pocos años de residencia montevideana que Parrilla tuvo por delante no publicó más. Sus textos se ausentan de No (1945), la revista de Aguiar y Juan Fló; tampoco figuran en Sin Zona, la revista que Megget y Brandy imprimieron clandestinamente en un mimeógrafo de la Caja de Jubilaciones. Los últimos rastros de su paso por la literatura son de ese 1943 y su novela sigue inédita.
MEDIO SIGLO DE MISTERIO. En 1947, Parrilla se trasladó a España y luego al sur de Francia donde -hasta donde sabemos- aún permanece. Han sido vanos todos los intentos de comunicación con él porque, de acuerdo a su expresa voluntad, la familia guarda herméticamente la dirección precisa. Varios coetáneos suyos informan -con vaguedades- que se ha convertido en una especie de supremo sacerdote de una secta religiosa fundada por él mismo.
Idea Vilariño anotó que en 1983 Cabrerita, -internado décadas atrás en la Colonia Etchepare, fue invitado a viajar a Niza: "lo espera su gran amigo José Parrilla. Pero sólo se queda dos años. Esa vida un poco rigurosa para él -alimentación natural, falta de cigarrillos- y algún efecto que dejó aquí lo traen de vuelta".
Todo indica que Parrilla no volvió a publicar y que, además, abjura de sus experiencias uruguayas. Entregado a una vida ascética, aquella literatura vanguardista de juventud pasó a la retaguardia de sus intereses.

Pablo Rocca
El País Cultural
11 de febrero de 1994

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