¡Qué embromadas son las mujeres!
Julio César Parissi

No necesitamos ninguna estadística para afirmar que las mujeres son más propensas a robarle el novio a las amigas —o el marido, o la pareja, o cualquier otra relación que se le ocurra— en una proporción mayor que nosotros lo haríamos con nuestros amigos. Lo son mucho más, y me arriesgo a decir que esa idea, la de birlar parejas, es una fijación que tienen en su mente todo el tiempo. Quedarse con ese objeto que obtuvo su amiga está entre las prioridades a la hora de ejercer la seducción.

Algunos opinan que lo hacen por el afán de competencia que es innato entre el género femenino. Otros aseguran que es por la envidia que se tienen unas a otras, sentimiento destacado del mismo género, y hasta hay quienes afirman que, para ellas, los hombres son objetos a coleccionar, de la misma manera que nosotros podemos tener el hobby de coleccionar llaveros o autos en miniatura. Pero, sea por cualquiera de estas razones, las mujeres son de escamotease mutuamente sus conquistas amorosas.

Entre los hombres priva un cierto respeto al amigo y se intenta no mirar sexualmente a esa chica que marcó el otro en una discoteca, o aquella que está saliendo con él circunstancialmente, y menos aún con la que convive en una relación estable. Para nosotros esa mujer, dicho de modo suave, no tiene vagina. Pasa a ser un amigo más, con la única diferencia que tiene unas hermosas tetas —que no dejamos de mirar, pero sin codicia— en el lugar donde debería estar el vello masculino. Y se llega al extremo de no ser bien visto que alguien del grupo intente seducirla y tener un acercamiento íntimo aun después que hubiera terminado su relación con el amigo. Se supone que si esto ocurre es porque este mal amigo tenía esa intención desde antes y la ocultaba, traicionando la amistad aunque sea con el pensamiento.

En cambio, pareciera que no hay mayor placer para la mujer que rapiñarle el hombre a la amiga.

¿Hasta qué punto una mujer desea al hombre de la otra? ¿Hasta qué punto moviliza sus sentimientos y su erotismo, o cuándo ésta deja de sentir ganar de robarse esa presa? Aunque no lo crea, tiene un límite. El límite está dado por el instante en que el tipo pasa de ser novio de la otra a ser novio de ella. En ese momento, si aparece otra que se lo hurte, lo agradece. Porque también para la mujer no hay nada más pesado que cargar con el producto de un robo, máxime cuando éste tiene el único interés que da el saqueo, sin ningún otro valor agregado. Es decir, en la mayoría de los casos se roba por el placer de escamotearle a la otra alguna de sus posesiones, sin importarle mucho el atractivo que pueda tener lo que se lleva a casa. Es una especie de cazadora sin códigos, una depredadora que no acata la ley natural de cazar para alimentarse.

Las mujeres se disputan a un mismo hombre por pura competencia. No lo hacen porque valga tanto o porque se trate de un portento físico y erótico, sino por el gusto que tienen de disputarse todo. Eso es algo perfectamente visible cuando se toman de los pelos por las horribles ofertas en las liquidaciones de las tiendas. ¿Acaso no las vemos haciendo cola en los fines de temporada frente a los comercios para entrar en el primer lugar? ¿A quiénes se les ocurre pelearse a carterazos por una falda que dejó de estar de moda hace tres años? ¿A quiénes se les ocurre arañarse por una blusa que no usaría nadie en su sano juicio estético y menor de 95 años? A las mujeres.

En el fondo, la mujer es ladrona de hombres llevada por su curiosidad. Trata de robarle el novio a la amiga porque la desespera saber qué corno le vio la otra a ese flaco melenudo y con la cara cubierta de acné. Por esa razón, lo más difícil para el hombre es la primera conquista. Luego, si la novia tiene amigas, las otras conquistas vienen solas, no cuestan ningún esfuerzo. Son tanto los novios que se roban unas a otras que aquella frase de que no existe la amistad entre el hombre y la mujer tendría que cambiarse por otra, mucho más precisa, que diga que no existe la amistad entre el novio de la amiga y la mujer.

En general, un hombre es incapaz de robarle la mujer a un amigo. En el caso del que le tenga ganas a la mujer del amigo, que esas ganas sean irrefrenables y que la libido obnubile su razonamiento y sus sentimientos de amistad, primero busca una excusa para pelearse con el amigo y después la encara. Sin embargo, es muy común ver como la cuñada trata de ganarse al marido de la hermana, aun viviendo bajo el mismo techo, y sobre todo si éste tiene un buen empleo y su sueldo es el que banca los gastos de toda la parentela. En este caso, como buena familia política, viven disputándose a quien pone el voto en la urna.

También está la conquista por venganza. Eso es típico de las mujeres. Hasta la palabra venganza pertenece al género femenino. La mujer trata de conquistar al tipo que prefirió a la amiga en lugar de fijarse en ella. Para eso, al revés de los hombres que primero se pelean con su amigo para no cargar culpas en el alma, ellas siguen siendo amigas y frecuentándose, como la mejor manera de mantenerse cerca del objetivo a tomar. Cuando lo logra —lo cual no es muy difícil, porque la carne es débil, y la carne masculina más débil aún— al poco tiempo lo deja de lado. ¿Para qué? Para irse con un amigo de él, cualquiera sea éste, porque en su afán de embromar a los demás no se detiene en sexos y, además, cierra el círculo de latrocinios. Lo que se dice, una venganza redonda.

¿No me diga que no conoce ningún caso así? Vamos...

Julio César Parissi
De "
Las Mujeres Son Un Mal Necesario"

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