Las parejas adhesivas
Julio César Parissi

A la hora de iniciar una relación con una chica, los del sexo feo tenemos el temor de perder la independencia o de sentir que nos recortan parte de la libertad que tiene nuestra vida. Cuando el primero de la barra se pone de novio —pero de novio en serio— los demás lo viven como un duelo, como si ese amigo hubiera enfermado de repente de un mal incurable y marchara camino a su inhumación. “Pobre, era tan bueno...”.

En los comienzos de la adolescencia, cuando nuestros padres nos dan la posibilidad de salir y volver un poco más tarde, lo primero que se nos ocurre es organizar cacerías eróticas, porque así lo manda el instinto natural del macho. En ese momento no se nos pasa por la cabeza que vamos a buscar una pareja estable, la mujer que uno sueña para tenerla siempre a su lado —un pensamiento que jamás tienen los jóvenes, les doy palabra, con seguridad—, sino que uno trata de ligar algo para ese día, o a lo sumo para esa semana. Luego, a otra cosa. A seguir buscando y experimentando.

Pero sucede que en una de esas cacerías la presa no es tal, sino que se transforma en algo más: se convierte en la temida novia. Y, uno que tiene su corazoncito y se enamora con facilidad, la acepta como tal. Es en ese momento que nos damos cuenta que hay novias y novias. Están la buenas, las que se quedan en su casa y sólo vienen con nosotros cuando somos nosotros las que las invitamos a venir. En cambio, están las que se nos pegan como mejillón a la roca, y tenemos que llevarlas encima a todos lados. Es la desagradable pareja mochila, la que debemos cargar sobre nuestras espaldas todo el tiempo que dura noviazgo.

Al principio, nuestros amigos creen que llevamos la novia a la rastra de puro exhibicionista que somos, porque les cuesta imaginar que una mujer pueda ser tan pesada. “Miren, muchachos, la hembra que tengo...”, creen que estamos diciendo con esa actitud. Al cabo de un tiempo, viendo nuestra incomodidad de tenerla siempre encima, comienzan a sospechar que la llevamos para ver si en la barra hay alguno que sea más gil que el que suscribe y ligue con ella.

Con la novia al lado uno no puede descargar la batería de malas palabras que acostumbra a usar con los amigos. Tampoco puede hablar de otras mujeres ni puede sincerarse frente a las bellezas que pasan frente a nuestras narices. Ni se puede hablar de temas que sólo le interesa a los hombres, porque no entiende. Y menos de mujeres, porque se eso entiende mucho. Tampoco puede ser una buena compañera de juegos, llámese backgamon, poker, ping pong o bowling. O porque es muy mala, o porque es muy buena. De las dos maneras siempre nos hace pasar vergüenza.

La única solución para terminar con una novia mochila es el casamiento.

Por lo menos de esa manera uno puede tener una casa donde dejarla haciendo alguna tarea que la entretenga hasta que volvamos.

Julio César Parissi
De "
Las Mujeres Son Un Mal Necesario"

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