La gente cree lo que quiere creer
Julio César Parissi

Aunque parezca mentira o de ciencia ficción, estoy seguro que hay empresas dedicadas a medir el grado de capacidad mental de los pueblos. En términos más populares, diríamos que se dedican a ver el grado de pelotudez que tenemos para saber qué verdura pueden llegar a vendernos sin que nos avivemos. Para que estas cosas funcionen en beneficio de algunos vivos es necesario que nosotros creamos lo que queremos creer, y veamos lo que queremos ver, aunque ambas cosas sean mentira e ilusión respectivamente.  No importa lo enorme que sea el disparate dicho o comentado. Para este cometido, los medios de comunicación son como mandados a hacer.

Nacimientos y casamientos. Cada tanto largan el rumor de un nacimiento de un ser humano con algún elemento físico de otra especie –pico de ave o escamas de pescado- o el casamiento frustrado por un despelote que se armó en la misma iglesia. Infiero que estas noticias se echan a la calle para medir a qué velocidad corre el rumor. O sea, lo que hoy se dijo acá a qué distancia se estará repitiendo mañana.

Si estos rumores corren rápido, es que somos muy crédulos. Excelente. En cambio, si se frustran y se olvidan pronto, es que empezamos a avivarnos. Malo para el negocio.

Supongo que lo que nos sucede es lo primero —somos demasiado crédulos— porque uno de estos rumores, el del lío en la iglesia, llegó a ser tapa, no hace mucho tiempo, del diario “Crónica” de la Argentina. Por supuesto, jamás se llegó a saber en qué iglesia fue el despelote, quienes eran los que se casaban y cuál era el cura que oficiaba el casamiento. Pese a esto, aunque usted no lo crea, hubo un jefe de redacción y un cronista que decidieron sostener que la versión era cierta a tal punto de dejarla impresa, algo que no es como el rumor que el viento termina por disipar y nuestra pobre memoria por olvidar.

Pese a lo incierto y estrafalario de estos rumores, cada vez que los lanzan —y no se crea que cambian mucho, son siempre los mismos— la gente los cree a pie juntillas. Y a nadie se le ocurre comentarlos cuando se desvirtúan, ya que, como los han creído, no desean que quede en evidencia su estúpida credulidad. 

Un flato histórico. Hace más de quince años corrió, como reguero de nafta, el dato que una profesora de gimnasia de la televisión argentina tuvo, durante una sesión frente a cámaras, la desgracia de emitir un sonoro pedo.  Hoy casi todo el mundo cree que se trató de una siniestra broma de alguien, pero fue tal el revuelo que produjo la noticia que esta mujer no actuó nunca más en la tele. Jorge Guinzburg —que junto a otros humoristas hacían “La noticia rebelde” en ese mismo canal— contaba que cuando se enteraron de esa noticia, falsa o no, se les ocurrió decir que ellos salieron del canal con máscaras antigás. Fue sólo un comentario, nada más, pero Guinzburg se sigue encontrando con viejos televidentes de su programa que le dicen lo gracioso que fue cuando aparecieron ante cámaras con las máscaras. A pesar de que ese hecho nunca sucedió, la gente lo recuerda... 

El entrevistador mitómano. A principios de los noventa, en el diario “El Cronista Comercial” de la Argentina apareció un joven periodista con reportajes increíbles, hechos todos a través del novísimo fax. Comenzó a publicar reportajes a Gabriel García Márquez (el primero), Vargas Llosa, Umberto Eco, Carl Sagan, Onetti y algunos más. A pesar que la mitad de la redacción decía que ese tipo era un mitómano y los reportajes eran truchos, el director los seguía publicando. Es más, este periodista dijo que amplió el reportaje a García Márquez y que se podía publicar un libro con prólogo de Eduardo Galeano. En verdad, nada era cierto y este muchacho afanaba textos de otros periodistas y escritores, y cuando se descubrió la tramoya quemaron los libros con el reportaje a Márquez y el falso prólogo de Galeano, que no sabía en ese momento que el tal texto existía. Pero, aunque parezca increíble, en la presentación del libro a la que fueron invitados cerca de quinientas personas, entre ellos varios escritores de nombre, muchos afirmaron que vieron a Galeano en ese acto, a pesar de que Galeano jamás estuvo ahí.

Hoy, este periodista está trabajando en un diario del interior de la Argentina y a uno le parece insólito que eso suceda, pero, según quien lo contrata en este momento —que conoce toda la historia de sus desatinos periodísticos— dice que lo hace para darle una «segunda oportunidad».

Sólo me queda una duda y es que esa segunda oportunidad no se la estará dando porque cree en su rehabilitación o para que mejores sus fábulas. 

Somos niños. Esto de creer lo que uno quiere creer me recuerda una anécdota de niño. Cuando tenía siete u ocho años se corrió la noticia que a las doce de la noche contra el murallón del antiguo cementerio del Buceo aparecía un fantasma. La mitad del barrio íbamos a instalarnos en la vereda de enfrente para tratar de verlo y siempre, cuando llegaban las doce de la noche, grandes y chicos empezaban a gritar que veían al fantasma, y muchos decían ver cada uno de los movimientos de este espectro, y de qué manera aparecía y desaparecía. Yo miraba hacia donde apuntaba cada uno de los que decían verlo, buscando que la figura de ese ser se me presentara, aunque fuera por una milésima de segundo.

Esa fue una de las primeras frustraciones de mi vida. Yo, jamás lo vi.

Julio César Parissi
De "
El Club de los Ghost Writers"

Ir a índice de Humor

Ir a índice de Parissi, Julio César

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio