Cosas que me contaron (1)
Julio César Parissi

Las anécdotas terminan siendo cuentos anónimos que, por lo bien resueltos, nunca se sabe si son verdades o mentiras. O, en un tercer caso, verdades a medias. Claro, hablo de las anécdotas que nos cuentan de segunda o de enésima mano. De ninguna manera de las anécdotas que me narraron los mismos protagonistas, las que por esa virtud considero verdaderas. Como éstas: 

Bayly trasgresor 

Jaime Bayly, novelista y conductor televisivo peruano, famoso por su vida sexual desprejuiciada (esta gente se dice a sí misma bisexual) me contó en un bar de Buenos Aires que, muchos años atrás y cuando volvía de un viaje a Europa, su abuela, escandalizada, le dijo:

—¡Jaime, esto es un horror! ¡En una revista salió que tú te acuestas con un ministro del gobierno! 

Bayly la miró poniendo cara de sorprendido, y le contestó:

—Abuela, eso es un vil mentira. Yo no me acosté con un ministro del gobierno. ¡Lo hice con todo el gabinete!

Guinzburg y sus cosas de chico

Jorge Guinzburg, humorista de prensa y televisión, estaba con Horacio Fontova haciendo una temporada en Brasil, en pleno verano. Un mediodía se encontraban almorzando en la terraza de un restaurante cuando a los dos le vino ganas de hacer pis. Quizá porque estaban pesados luego de la abundante comida, ninguno de los dos tenía ganas de ir hasta el baño.

—¿Y si hacemos abajo de la mesa? —dijo Jorge.

—Dale —se prendió Horacio.

Ambos se bajaron los cierres y echaron sus aguas, con disimulo, como si nada pasara, porque el mantel llegaba hasta el piso. Pero, al ratito nomás, vieron que los comensales de alrededor empezaron a irse y ellos no se daban cuenta por qué lo hacían. Hasta que descubrieron que el piso tenía una pendiente y el reguero del meo a dúo había llegado a las mesas vecinas.

Andrés y las figuras geométricas

Si bien fui amigo de Andrés Redondo, esta anécdota sobre él me la contó Paco Amaral. Sucedió en los primeros tiempos de Telecataplum, en Montevideo. En esa época había un fanático del grupo (uno entre miles) que siempre iba a ver los ensayos y las grabaciones. Tenía, como muletilla, decirle Cuadrado a Andrés Redondo, un chiste pueril si los hay. El problema se dio cuando cierta vez este hombre iba caminando por 18 y vio de espaldas a un tipo que marchaba delante, y que sin dudas era Redondo. Corrió hacia él y le palmeó la espalda con violencia, al tiempo que le gritaba:

—¡¿Cómo te va, Cuadrado?!

El desconocido se dio vuelta y este hombre vio que no era Andrés. Azorado, sólo atinó a decirle:

—Perdone... ¡creí que era Redondo!

Julio César Parissi
De "
El Club de los Ghost Writers"

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