El club de los ghost writers
Julio César Parissi

Hace muchos años,  luego de unas cuantas idas y venidas, varios ghost writers (fantasma escritores, en el enrevesado idioma anglosajón) decidieron formar en Buenos Aires una asociación que los contuviera. Como la vida de estos oscuros obreros de las letras no tiene una palabra de elogio o una crítica ensalzadora, en cada uno de ellos siempre está el deseo de salir a la luz aunque sea a través de un club.

Al principio no fue sencillo juntarse, porque nadie conocía a nadie: todos ellos eran escritores fantasmas que jamás habían firmado ningún texto con su nombre. La idea había surgido por casualidad cuando dos escritores fantasmas se conocieron en una editorial al ir a entregar cada uno la mitad de un libro que dos escritores famosos habían firmado a dúo. Desde luego, jamás, ninguno supo el nombre verdadero del otro. Uno le decía Aguinis al otro, y el otro llamaba al primero por el nombre de Laguna.

Cuando empezaron a pergeñar la creación del club de los ghost writers, pensaron que esta manera de nombrarse, aunque fuera en lengua extranjera, era la correcta. No podrían llamarse Club De Innombrables o Club De Los Que No Firman porque ambos títulos contenían mucha carga de menosprecio. Al final decidieron llamarse “El club de los ghost writers”, que mezclaba tres palabras inglesas con tres españolas. La aprobación fue casi unánime; sólo no estuvo de acuerdo el ghost de Jorge Asís en un intento por mantener la pureza de la lengua cervantina. Por otro lado, el no poder nombrarse fue también un problema, ya que los ghost writers no existen por ellos sino por los autores a quienes les escriben, por lo tanto carecían de nombre real para llenar la inscripción. Se les cruzó la idea de numerarse, pero se desechó enseguida por resultar muy engorroso para la memoria. “Te llamó el ghost writer 24”. “¿El ghost writer de Sábato?”. “No, el ghost de Sábato es el 42. El 24 es el ghost de Paulo Coelho”. Convinieron en que cada uno llevaría una letra, y cuando éstas se acabaran, se pondría A1, B1, etcétera. No era lindo tener por nombre una letra, pero no fue un inconveniente, porque si estaban juntos no la usaban. Simplemente decían: “Che, vos, vení un momento” u “Hola, flaco, ¿cómo te va?”, y ya estaba.

Lograron reunir una cantidad importante de escritores fantasmas, por lo que decidieron tener una sede. Buscaron un lugar que tuviera prestigio o un glorioso pasado literario, dos de las cosas de las que un ghost writer carece. Uno de los ghost ofreció una casa en la que se decía que había vivido Lugones y fue aceptada, aunque todos sabían que en realidad era propiedad del ghost writer de Lugones. Luego vino el tema de la redacción de los estatutos, otra pieza clave que también debería darle prestigio al club. Para ese fin, la redacción de los estatutos fue encomendada a un jurista de fama internacional que había escrito importantísimos tratados referidos a las leyes. Naturalmente, este jurista sólo puso la firma; el texto lo redactó su ghost writer.

En los comienzos, como toda idea original, el impulso fue enorme. Su creación se difundió por todo el mundo, pero exclusivamente de boca en boca, ya que querían mantener el mismo bajo perfil que rodeaba su trabajo.

El club se fue agrandando con la llegada de autores de diferentes países. Ghost writers de todo el mundo mandaban solicitudes de inscripción. Llegaron las de cinco premios Nobel, incluso la de un premiado que rechazó el galardón y fue famoso por ese desaire a los suecos. En la intimidad del club se supo la verdadera razón de aquel rechazo: su ghost decidió irse con otro escritor y este intelectual no logró escribir, por sí mismo, un discurso más o menos decente para decirlo en la Academia sueca.

Los únicos ghost writers que jamás se admitieron en el club eran los escritores fantasmas de los poetas. Se tuvo en consideración que cualquiera redacta poesía y por lo tanto su nivel literario no estaba acorde con el de los novelistas, ni siquiera con los de los cuentistas, quizá el rubro más grande de escritores fantasmas que tenía la institución. El único que débilmente se opuso a que no se admitieran a los escritores fantasmas de poetas fue el ghost de Paul Auster, porque recordaba con nostalgia cuando le escribió los primeros versos que publicó Auster cuando éste todavía era muy pobre. 

Lo que parecía difícil era elegir al presidente ghost writer. ¿Quién podía exhibir méritos suficientes si todos eran fantasmas? Tampoco podía elegirse sobre la base de la fama de los escritores a quienes servían, porque la vanidad de los intelectuales había alcanzado también a sus fantasmas y no pudieron ponerse de acuerdo en los méritos que tenía cada uno de los autores para quienes trabajaban. Al final privó la cordura: se eligió de presidente al que hubiera demostrado más contracción al trabajo. El elegido por ese mérito fue el ghost writer de Julián Marías, que también lo era de su hijo Javier Marías y ya estaba en tratos con su nieto, que todavía no era famoso pero con un poco de marketing llegaría a serlo. Merecía serlo: era todo un trabajador que no conocía el descanso ni tampoco vislumbraba su retiro.

Pero —no está de más decirlo— como todas las buenas ideas, ésta no tuvo larga vida. Al cabo de un tiempo, el club de los ghost writers se disolvió, debido a la imposibilidad de generar la atención de la gente por ser innombrables, por no poder ir a los medios a publicitarse y menos mostrar sus rostros. Además, el hecho de generar un grupo hizo que la prensa, o parte de ella, fijara sus ojos en el club, y varios paparazzi trataron de sacar fotos de sus miembros. Algunas veces lo lograron y estos ghost writers terminaron siendo conocidos por los lectores. Al pasar eso, las editoriales les ofrecieron publicar los libros con sus propias firmas, despojándolos de su tradicional falta de visibilidad. Algunos de estos fantasmas se hicieron famosos y dejaron la institución para siempre.

Hoy, el recuerdo del club de los ghost writers es un fantasma —vaya paradoja— que recorre la memoria de los que concurren a los cafés literarios de Buenos Aires.

Julio César Parissi
De "
El Club de los Ghost Writers"

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