Basta de psicoanálisis
Julio César Parissi

Si uno se equivoca al nombrar algo, siempre aparece un fulano que nos dirá que es un acto fallido que tiene que ver con algún drama de la niñez y que deberíamos charlarlo con el analista. Si somos cuidadosos al salir a la calle, sobre todo si es de noche y uno vive en el suburbio, alguno tildará eso de actitud paranoica. Si discutimos con nuestra mujer, nos mandarán a hacer terapia de pareja. Si queremos pasar el fin de semana sin que nadie nos moleste, dirán que somos fóbicos.

Para cada acto de nuestra vida, hasta el más insignificante o estúpido, siempre habrá alguien —sin diploma, por supuesto— dándonos una causa psicoanalítica del asunto. ¡Por favor, médicos de cuarta, basta de psicoanálisis! Al final terminamos cansados de tanta jerga seudo científica pronunciada por aquellos que de eso saben menos que nosotros.

En este tema del análisis sucede como en el fútbol: por el sólo hecho de ir a la cancha de vez en cuando todo el mundo se cree director técnico. Con el agravante que aquel que nos habla en términos psicoanalíticos como si fuera un profesional, dejó de ir a terapia a la segunda sesión. Y eso que los sicólogos son expertos en retener a sus clientes, digo pacientes, todo el tiempo del mundo, tal como acontecía en una obra de teatro que trataba de la llegada un médico a un pueblito de gente muy sana y a quién nadie le prestaba atención. Pues bien, este galeno se encarga, mediante hábiles charlas, de “enfermar” a todo el pueblo, obteniendo una seguridad económica para su profesión. El psicoanálisis ha logrado su objetivo de enfermarnos a todos. Y si uno se siente sano y no quiere ir, el psicólogo nos dirá que es una negación de nuestra enfermedad. «¿Se cree sano?», nos dice el galeno. «Vamos, no diga pavadas...»

Ahora, yendo al psicólogo, e igual que en la obra de teatro, descubriremos que realmente estamos enfermos de algo. Es imposible —está demostrado— que nadie, después de una sesión con el analista, diga que está sano. Y muchos menos que lo diga el analista.

Y si realizamos terapia de grupo, tenemos el agravante de terminar contagiados por las enfermedades de los otros pacientes. O, peor: si no tenemos tantas enfermedades como exhiben los demás, contraeremos un grave complejo de inferioridad.

Para muchos el psicoanálisis es una religión. Y como los tratamientos son largos por no decir eternos, es una religión que no tiene cura, lo que genera, además de un contrasentido, una relación de dependencia de por vida con el profesional. La misma relación de dependencia que tiene el analista con la billetera del paciente.

Esta relación es, muchas veces, absurda. Por ejemplo, el tipo que va al analista intentando romper el cordón umbilical con su madre, y si logra su objetivo se dará cuenta que nunca podrá romper el cordón umbilical que se formó con el psicólogo.

El psicoanálisis creó una legión de analistas sin diploma,  inventores de neologismos inútiles y superfluos para hacerles creer a los demás que conocen del tema. Improvisan nuevos verbos o toman dos o tres palabras, las cortan, las unen y crean un término diferente.  Todo al cuete, sólo para darle un aire científico a una charla de improvisados e ignorantes.

Es tanta la bronca que me dan esas actitudes, que hay veces que estoy tentado de decirles a esos analizados —que luego de algunas sesiones se creen profesionales de la psicología y se pasan analizando a sus amigos— que lo único que muestran un típico caso de traslación de personalidad, o una regresión a la infancia, o una disociación con la realidad, o...

Pero me contengo, porque estoy podrido de psicoanálisis.

Julio César Parissi
De "
El Club de los Ghost Writers"

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