Casa

La casa cupo varias veces en cajones. 
Después se quedó quieta como una orilla embestida, manchada por la resaca. Sin un gesto, como si el sobrante de colchones, ropas de abrigo y cacerolas estuviera refluyendo en nuevas intersecciones de espacios y tiempos. De zócalos a cielorrasos y antepechos quedó entregada a la novedad de su respiración de reposo. Fue aflojándose parte por parte. Independizada de la lucha a brazo partido por la vida. En el retozo de la mayor edad. Ahuecada y manchada. 
La mujer mira el mapa de marcas de arrastre y de posición que ha dejado el traslado y la evacuación de muebles, macetas, utensilios. Rastros de tierra y óxido, siempre oscuros, en aglomeraciones irregulares. Coágulos, menstruos, sangres cavadas, drenajes de lo oscuro. Menarca y menopausia. Se ha quebrado el circuito de reponer jabones y víveres y aquel calafateo de costillares y remiendos. El reverso del círculo cerrado de luchar por la vida es reguero de materia coagulada. Tiempo en estado natural. No sabe cuánto durará, ni si será confortable o achacoso, decoroso o miserable. Sin envolturas, sin apósitos, el tiempo sangra por el lado íntimo, de adentro, cuando luchar por la vida da tregua y se descorren los cerrojos de sangrar.
El pie del ojo apoya en lo que falta.

Tatiana Oroño
Morada móvil
Artefato, noviembre de 2004

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