Resurrecciones - Las ideas estéticas


Periquito el Aguador (Juan Carlos Onetti)

 

En 1939, nació en Montevideo el semanario Marcha y Juan Carlos Onetti fue su primer secretario de redacción. Y no sólo: también hizo entonces crítica literaria —sección "La piedra en el charco”, firmada por Periquito el Aguador—; o creó narraciones que atribuía a escritores norteamericanos inexistentes para tapar, de apuro, alguna página en blanco: y, sobre todo, escribió El pozo, en su pieza de Marcha que Hugo Alfaro recuerda "barroca de libros, papeles, primus y cama turca, cocina, alcoba y escritorio, todo al mismo tiempo y sin cambios de escenografía

Durar en literatura

Poco importan las raíces de una retórica ni la exacta definición del término. Ser retórico es repetir elementos literarios en lugar de crearlos. Desde el punto de vista de la creación tanto vale el idioma de profesor de castellano del señor Horacio Maldonado, como los romances gitanos escritos en el interior de la república. La misma falsedad en unos y otros.

Puede ser que el malhumorado don Pío Baroja tuviera razón y que constituyamos un continente de micos. Sólo que. además de remedar lo europeo, bajamos la aspiración y aceptamos calcar a alguno entre nosotros que haya sido bautizado por allá "primer poeta de América".

Con Darío se hizo lo mismo. Darío entro a saco en Verlaine y, seguidamente, los bardos tropicales de entonces se inspiraron en el que fuera llamado, a su turno, "primer poeta do América". Como se ve, un poco de sentido americano mueve a los imitadores. Son síntomas reconfortantes.

Con motivo del ingreso de Maurois a la Academia, una revista parisién le ha preguntado: "¿Cuál es el secreto de su éxito?" En una oportunidad en que otro hubiera dejado fluir largas páginas nebulosas y líricas, el ilustre escritor se limitó a contestar: "Muy simple. Yo he durado".

La anécdota es de poca trascendencia. Pero habrá de divulgarse y mucha gente entre nosotros aprenderá que la clave del triunfo en literatura consiste en "durar’'.

Y se dispondrá a hacerlo, y seguirá durando, y duraciones que soportamos desde hace tanto tiempo se prolongarán infinitas e implacables.

Este peligro nos sobrecoge. Ya había demasiado con la célebre frase "El genio es una larga paciencia". Hubo quien la entendió literalmente y sigue especulando con la larga paciencia de los lectores.

No se trata de que la frase de Maurois o la otra sean inexactas. Lo malo es que se presten a un malentendido. Arriesgamos esta interpretación: cuando el autor de Disraeli habla de "durar”, no se refiere —o no alude solamente— a escribir sin lástima desde la segunda infancia hasta la senectud. Este "durar" admite sentidos más serios y afinados.

Durar frente a un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro trabajo, hasta extraer, de él o de nosotros, la esencia única y exacta. Durar frente a la vida, sosteniendo un estado del espíritu que nada tenga que ver con lo vano e inútil, lo fácil, las peñas literarias, los mutuos elogios, la hojarasca de mesa de café.

Durar en una ciega, gozosa y absurda fe en el arte, como en una tarea sin sentido explicable, pero que debe ser aceptada virilmente, porque si, como se acepta el destino. Todo lo demás es duración fisiológica, un poco fatigosa, virtud común a las tortugas, las encinas y los errores.

(Marcha, Nº 6, 28 de junio de 1939)

El único camino

Hay que insistir sobre esto. ¿Quién hace literatura entre nosotros? Todo el mundo, pero no gente conformada psíquicamente para eso. La escala de valores de un artista no puede ser la misma que la de un catedrático, médico o rentista. El artista tiene por cosas tangibles lo que no existe para los demás y viceversa. En ese sentido —y en tantos otros que poco nos importan— vivimos la más pavorosa de las decadencias, la más disgustante de las confusiones.

Hace años, tuvimos a un Roberto de las Carreras, un Herrera y Reissig, un Florencio Sánchez. Aparte de sus obras, las formas de vida de aquella gente eran artísticas. Eran diferentes, no eran burguesas. Estamos en pleno reino de la mediocridad. Entre plumíferos sin fantasía, graves, frondosos, pontificadores con la audacia paralizada. Y no hay esperanza de salir de esto. Los "nuevos" sólo aspiran a que alguno de los inconmovibles fantasmones que ofician de papás, les diga alguna palabra de elogio acerca de sus poemitas. Y los poemítas han sido facturados, expresamente, para alcanzar ese alto destino.

Hay sólo un camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos.

(Marcha, Nº 11, 1 de setiembre de 1939)

Carlos Reyles

Vuelto al país (Uruguay), luego de aquellas conferencias de la Universidad donde habló de si mismo persistentemente, con orgullo y confianza (Carlos) Reyles publicó El gaucho florido. Admirable comprensión de esta verdad: sólo es gran escritor el que puede fundirse al alma de su pueblo y expresarla al expresarse. Es en la vejez donde generalmente esta verdad se vislumbra, y el creador regresa, apresuradamente, a escarbar en las entrañas de su tierra. Esto hizo Valle Inclán y quedará por sus últimos libros. Esto quiso hacer Reyles y no pudo. Sus afinadas manos de hombre de la minoría quitaban rusticidad a todos los temas. Luego del gran preludio de los troperos en la noche y el río, la novela se fracciona en un montón de anécdotas vanas, donde la persecución del color local molesta por evidente.

(Marcha, Nº 6)

Escritura y política

Cuando un escritor es algo más que un aficionado, cuando pide a la literatura algo más que los elogios de honrados ciudadanos que son sus amigos, o de burgueses con mentalidad burguesa que los son del Arte, con mayúsculas, podrá verse obligado por la vida a hacer cualquier clase de cosa, pero seguirá escribiendo. No porque tenga un deber a cumplir consigo mismo, ni una urgente defensa cultural que hacer, ni un premio ministerial para cobrar. Escribirá porque sí, porque no tendrá más remedio que hacerlo, porque es su vicio, su pasión y su desgracia.

Y si, llevado a un terreno de actividad política, deja de hacer literatura para dedicarse a redactar folletos de propaganda, que nadie se haga cruces en homenaje a un inexistente sacrificio. El escritor no era escritor, sino político; terminó por encontrarse a sí mismo. Hay numerosos casos de vocaciones tardíamente despiertas que podrían citarse.

No debe verse en ello un suceso más admirable que el tan frecuente del escritor que por necesidades económicas ingresa al periodismo. Si deja de escribir literatura, es simplemente porque acaba de encontrar su verdadero camino. Cuando se "tiene" que escribir, hay siempre una hora para robar al dueño del diario, al sueño o al amor.

Por último, se nos antoja risueñamente absurdo hablar de escritores que aquí, en el Uruguay, han renunciado a la literatura para asumir la defensa de la cultura y etc. Esa defensa sólo puede realizarla eficazmente el proletariado, porque al torrente de la regresión no lo van a detener con diques de papel impreso. ¿Se trata de colaborar en la lucha, poniendo las estilográficas al servicio de las fuerzas liberadoras? Pues que escriban las gacetillas de los periódicos de izquierda o redacten los manifiestos de los sindicatos o traten de hacer disminuir nuestro porcentaje de analfabetos enseñando en las escuelas nocturnas.

Pero, para este fin, no creemos en la eficacia de los poemas ni de las novelas, ni de las obras de teatro que puedan escribir nuestros escritores. Porque si en la hora actual la influencia de los intelectuales es muy débil en todas partes del mundo, entre nosotros es inexistente.

(Marcha, Nº 19, 27 de octubre de 1939)

Donde buscar

Hay que hacer una literatura uruguaya: hay que usar un lenguaje nuestro para decir cosas nuestras. Ya no sirve imitar la estética de Fulano, porque Fulano lleva la ventaja de estarla imitando hace diez años y Fulana veinte. Que cada uno busque dentro de sí mismo, que es el único lugar donde puede encontrarse la verdad y todo ese montón de cosas cuya persecución, fracasada siempre, produce la obra de arte. Fuera de nosotros no hay nada, nadie. La literatura es un oficio: es necesario aprenderlo, pero más aún, es necesario crearlo.

El que no escribe para los amigos o la amada o su honrada familia: el que escribe porque tiene la necesidad de hacerlo, sólo podrá expresarse con una técnica nueva, aún desconocida. Una manera que acaso no alcance totalmente nunca pero que no es la de Zutano ni la de nadie. Es o será la suya. Pero no podrá tomarla de ninguna literatura ni de ningún literato, no podrá ser conquistada fuera de uno mismo. Porque está dentro de cada uno de nosotros: es intransferible, única, como nuestros rostros, nuestro estilo de vida y nuestro drama. Sólo se trata de buscar hacia adentro y no hacia afuera, humildemente, con inocencia y cinismo, seguros de que la verdad tiene que estar en una literatura sin literatura y sobre todo, que no puede gustar a los que tienen hoy la misión de repartir elogios, consagraciones y premios.

(Marcha, Nº 28, 30 de diciembre de 1939)

Exportando talento

El señor Armando Pirotto, eminente historiador que en sus ratos de ocio desempeña las funciones de diputado, acaba de publicar un libro sensacional.

No lo hemos leído, porque nosotros somos gente así, descuidada, pero informes seguramente veraces nos aseguran que el libro del señor Pirotto aclara los orígenes de la famosa noche de San Bartolomé, que ensangrentó la capital de Francia. Libera para siempre de una sospecha infamante a Felipe II, cuya alma, sí andaba en pena, podrá ahora descansar tranquila.

Los historiadores franceses quedarían seguramente perplejos al ver que este señor Pirotto les manda así, sencillamente, como con rubor por saber tanto, una verdad que no pudieron encontrar en siglos de estudio.

Triunfo claro del genio criollo, si se recuerda que estos historiadores europeos gastan sus vidas en estudios y búsquedas, mientras el señor Pirotto habrá escrito su libro plácidamente, en los breves momentos libres que restan entre un banquete que Baldomir da a alguien y un banquete que a Baldomir le dan.

Y pensar que mientras asombramos a Francia con la sabiduría de nuestros historiadores, que descorren los velos a episodios seculares, no sabemos lo que pasó ¡aquí! en la noche del 29 de marzo.

(Marcha, Nº 12, 8 de setiembre de 1939)

 

sobre Juan Carlos Onetti

Revista "Crisis" - Año I Nº 5

Buenos Aires, setiembre de 1973

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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