Retorno al canto

Retorno. El árbol me habla,
me interroga el rocío.
La sustancia del viento
me penetra la sangre.
La campana callada
me señala su lengua
y la sombra desgrana
su exigua vestidura.

Pero retorno;
acaso el eco de la piedra
me dé su abecedario
de inútil sacrificio;
la amapola sus venas
de inmaterial contacto;
el agua su solemne
rostro diseminado.
Pero retorno;
tengo necesidad de muros,
como la abeja tiene
necesidad de párpados.

Quiero andar la simiente
de extinguidos silencios,
penetrar en su tallo
hasta colmar de sangre
su náufrago ejercicio.
Retorno para erguirme
sobre el itinerario
de la oscura cadena
que congela la frente.

Quiero decir mis noches
de acantilados grillos;
desintegrar los muelles
de temida armadura.
Retorno con las manos
destrozadas de vértigos;
con los brazos gastados
por neblinas de esperas;
con los ojos desnudos
de silabas estériles;
sin embargo,
retorno.

Escúchame: tú sabes
de mis diurnas cenizas,
de la piel taciturna
que apuntala mi oído;
de la noble luciérnaga
que preside mis pasos;
de la razón del ancla
que retiene mi labio.

Retorno sobre el filo
de esenciales tejidos;
sobre el áspero rayo
que encarcela la savia;
sobre el tronco tallado
de tenaz resistencia;
sobre los indomables
dominios del acero.
Pero retorno.

Retorno sobre el canto
de duras travesías;
sobre la incierta tregua
del trueno y el relámpago;
sobre las solitarias
regiones del olvido;
sobre el último barco
del letárgico exilio.
Pero retorno.

Retorno por las sombras
-siempre ando por las sombras-
intacto, transparente,
sin detener el rostro,
labio a labio con la verdad,
como un Cristo encendido.

¿A dónde fuimos?
Ayer, la encumbrada semilla
llena de voces invisibles. . .
El balanceo del agua
y el labio de la luz
siguiendo un puente.
Ayer, el crecido sabor de las venas,
el pan gustado en serena simetría,
meditando una voz labrada en dioses.
Pero hoy, todo ha caído
en pequeñas costumbres de la frente y la piel,
como un duende trasnochado de muertes.
La semilla y el agua,
la luz, el puente,
el zumo de las venas,
el pan, la voz perfecta,
todo tiene su tiempo y su sed.
Y el camino se lleva su insomne esperanza
y nos quedamos a orillas de la nada
con los labios desnudos,
y entonces me pregunto:
¿a dónde fuimos?

Mariano Olivera Ubillos
Fábula del cielo - Poemas
Cuadernos Julio Herrera y Reissig Nº 48

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