Las galletitas rotas

 
lAl salir del trabajo, Daniela fue al supermercado a comprar alguna cosita rica para llevarle a Florencia. Como todos los sábados, iría a pasar la tarde con aquella encantadora mujer que conocía desde que era niña, cuando pedía esperanzada: "¡Mamá! ¿puedo ir a la casa de la vecina de al lado?" Florencia ya era viuda en ese entonces, vivía sola y le dedicaba gustosamente su tiempo tejiendo o cosiendo alguna ropita para sus muñecas con sobrantes de lana colorida y retacitos de telas bonitas y brillantes. Para Daniela, Florencia era "su otra mamá", y después que se mudaron siguió visitándola una vez por semana. 

Recorrió la góndola de las golosinas y eligió una caja redonda de metal pintado con galletitas surtidas. Llevó también una bolsa de grissines saladitos y un paquete de yerba Sara, la preferida de Florencia. Salió del Centro hacia Goes, imaginando mientras conducía la linda tarde que le esperaba. Tomarían mate y charlarían de todo un poco, como siempre. Estacionó en Porongos y Colorado, bajó su paquetito y tocó el timbre. Radiante de alegría, Florencia le anunció: "Recién saco del horno la pizzeta con aceitunas que tanto te gusta, ¿sentís el aroma?"

Reían las dos contándose las novedades de la semana, cuando Florencia abrió la caja de galletitas, tomó una y la retuvo en la palma de la mano. Con un dejo de nostalgia, recordó en voz alta la historia de las galletitas rotas, aquellas que compraba con su marido en Colorado y Guaviyú, en la casa de un empleado de la fábrica cercana. Eran las galletitas del día que se quebraban y no servían para empaquetar. Se las daban muy baratas y el señor podía venderlas a los vecinos por la mitad del precio de plaza. Las bolsas de plástico transparente ostentaban un delicioso y aromático medio kilo de galletitas surtidas, dulces y saladas por separado. Pero esa familia se había ido del barrio -nunca pudo saber a dónde- y se quedó sin sus galletitas rotas para siempre.

Daniela conocía esa historia desde hacía mucho. Poco tiempo atrás -la primera vez que Florencia la revivió- le dijo que Anselmi seguía trabajando y en todos lados había galletitas surtidas. "Ya sé -le había respondido ella- las ví en el mercadito. Pero están empaquetadas... no es lo mismo". Esta vez, Daniela la escuchó sin hacer comentarios y cuando cayó la tarde, se fue. Durante el regreso pensó mucho, estaba preocupada. Florencia tenía muchos años pero era fuerte, de buena salud, su mente trabajaba perfectamente, era cuidadosa en su alimentación, se movía mucho y con destreza. Tenía su casa prolija y ordenada, el fondito bordeado de macetas con plantas y flores de todas clases; manejaba su economía con precisión y sus conversaciones sobre cualquier tema eran coherentes, agradables y hasta instructivas, ¿qué le estaba pasando ahora? 

Durante la semana, Daniela la llamó varias veces por teléfono y la notó bien, como siempre, pero aquel asunto no dejaba de inquietarla. El sábado hizo su compra habitual y fue a verla. Cuando llegó, le dijo: "No te muevas de acá, hoy preparo todo yo, vas ver la sorpresa que tengo para vos". Fue a la cocina, cerró la puerta y puso sobre la mesada lo que había comprado: un paquetito de bolsas plásticas transparentes y una bolsa de medio kilo de galletitas dulces, surtidas, de Anselmi. Respiró hondo, cerró los ojos y descargó con fuerza el puño cerrado sobre la bolsa de galletitas. Forró la panera con una servilleta y le puso la mitad del contenido. Metió el resto en una de las bolsas nuevas, arrolló el envase original, lo escondió en su cartera con las bolsitas sobrantes y salió, mostrándole a Florencia las galletitas rotas en la panera y la bolsa transparente con el resto: "¿Qué te parece? ¡Mirá!, las extrañabas tanto que te las conseguí". 

Florencia se le acercó, miró todo aquello y la abrazó emocionada: "Yo sabía que vos andabas buscando a esa familia, aunque no me decías nada ¡los encontraste!". Daniela se sintió culpable por estarla engañando, pero no se detuvo. "Sí, me costó pero los encontré, ahora puedo traerte tus galletitas rotas cada vez que quieras, no viven lejos".

Tomaron mate y charlaron de mil cosas comiendo las mágicas galletitas. Florencia estaba feliz y Daniela sintió que su actitud había sido acertada.

Fueron pasando los sábados con sus lindos encuentros y Florencia no volvió a relatar esa historia, ni reiteró nada más que ya hubiera contado ¡aquello había sido pasajero y estaba bien, como siempre! Eso sí, de vez en cuando, algún sábado de mañana, llamaba a Daniela al trabajo para pedirle que le llevara las galletitas rotas...

Elizabeth Oliver

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