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Nací en Montevideo, un 21 de diciembre. En "la casita de la Barra de Carrasco", como la bautizó mi viejo, tengo mi "centro de operaciones" hace veinte años. "Ponle riendas por un momento a tu centauro ―me aconseja el Escriba Celestial― hasta que lo detengas del todo ―¿podré?― ...vive tu rutina de la forma que quieras ―acepto― Ahora sabes la dimensión de tus posibilidades". Bueno... estoy en eso...

Disculpá, Canario
Elizabeth Oliver 

Para Raúl

Hace más de una semana que me la vengo pasando en la calle. Se me estuvo dando así, y sinceramente, no me desagrada. Hay cosas que tienen prioridad sobre mis obligaciones, como la de terminar la Quincena en la fecha debida. La vida es aquí y ahora ―dijo alguien que sabía― y así me gusta vivirla. 

Pero todo tiene sus bemoles, y el hecho de andar por ahí le dificulta las cosas a quien pretenda encontrarme. Andar con el celular encendido no es solución para que me ubiquen, porque quienes podrían intentarlo, me conocen bien. Saben que estoy en la calle por obligación o divirtiéndome, y lo harían sonar únicamente en el extremo caso en que mi presencia fuera imprescindible para solucionar un problema grave, del tipo que sea. De lo contrario... lo dejan para después.

Ese fue el caso y me estoy disculpando... aunque no sea por mi ausencia.

 

No te fui a despedir. Cuando me avisaron, hacía cuatro días que te habías ido. Pero vos me conocés; de haber sabido a tiempo, no hubiera ido tampoco. No es por eso que me disculpo. Es que me siento en deuda con vos por sentarme a escribirte recién ahora. Te merecías mi carta antes. 

Si te explico mi demora te vas a reír, como siempre que me justifico de algo que no hago por falta de tiempo. Hasta puedo imaginar tu respuesta, y toda la conversación ―la discusión en joda― que tendríamos al respecto... como siempre:

―¡Atorranta!, ¿qué tiempo te va a alcanzar si te levantás a la hora de almorzar? 

―¡Andá...!, vos madrugás porque te acostás con las gallinas, bien de canario, para vos la noche se hizo para dormir. 

―Seguro. Por eso me alcanza el tiempo.

―No te imaginás qué lindo es meterse en la cama cuando empiezan a cantar los pajaritos... Vos te lo perdés, a esa hora te estás preparando el mate.

―Sí. Y vos te aparecés recién cuando estoy terminando el de la tarde, y me hacés seguir cebando porque a esa hora, todavía no tomaste ninguno... bien de atorranta.

―Te encanta cebarme.

―Sí, eso es cierto.

―Y te encanta pelearme, y llevarme la contra.

―También.

―Entonces ¿por qué me decís atorranta?

―Porque sos.

―Para mí el sol de la mañana es insalubre. Un día te voy a venir a buscar, para mostrarte qué linda es la calle de noche, con las luces prendidas... 

―Capaz que no sé cómo es...

―Ay... ¡disculpe, che! Me había olvidado de tus tiempos de "culo quieto", cuando hacías la "calesita" doce o catorce horas arriba del 187...

―Y a mucha honra, che.

―Sí, sí... nunca vi un tipo más laburante que vos, y todavía contento.

―Porque no soy atorrante.

¿Cuántas veces hablamos lo mismo, Canario?, ¿cuántas veces "nos tiramos flores" así, encantados de la vida, disfrutando la charla? Así fuimos siempre, vos y yo, eso nos divertía. Después, la seguíamos con cualquier cosa, eligiendo siempre lo que hacíamos distinto, para alargar el "tuya y mía", como si fuéramos dos gurises que no tienen nada mejor que hacer.

Media hora, una hora, no más de eso. Hasta que empezaba "a caer la gente al baile". Ahí vos cedías el paso, y dejabas la batuta en manos de los demás. Un espectador atento, pero callado. Salvo que yo ―siempre yo― te preguntara algo.

Por eso no me creían, cuando yo contaba qué agradables eran mis charlas contigo. En tu casa no me creían, en la mía sí... generalmente, las cosas se aprecian mejor desde afuera. 

En cambio donde siempre fuiste el que escuchó ¡carajo! y nunca el escuchado, era más fácil pensar que estabas estudiando para mudo.

Me daba bronca. Siempre me dio. Pero a vos nunca te lo dije. ¿Para qué? Si era de cajón que te dabas cuenta y la dejabas correr. Lo que sí hacía era quebrar una lanza por vos, cada vez que me la dejaban picando... Comparar tu no–reacción con lo que habría sido la mía, de estar en tu lugar. No servía para nada, pero me dejaban decir.

Manso, demasiado manso, Canario. En cambio yo... demasiado rebelde. Siempre estuve segura que vos también lo analizabas así, aunque jamás lo hablamos. Mejor no hablar de lo que no tiene vuelta. Siempre pensé que tenías una forma rara de asumir, de guardarte, de no demostrar, pesadumbres que tenían que hacerte daño.

Ahora me dieron ganas de escribirte, sentí que era el momento de decirte esas cosas que nunca hablamos. Me disculpo, Canario, por demorar unos días... sabés que soy atorranta. Por no haber ido a despedirte no, ya te dije, no hubiera ido. Bien sabés que yo opino que es al "cuete" ir a un velorio, cuando el muerto es un amigo.

Elizabeth Oliver de Abalos
eliza@montevideo.com.uy

laquincena@montevideo.com.uy

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