Llamale H

Ligeros como son siempre los chismes y chico como era el pueblo en aquellos entonces, en poquitos días nomás se desparramó entre todos uno que era de aquellos grandes; de los que ponían a los sordos fastidiosos y preguntadores hasta, por fin, quedar sabiendo todito: Abelardo Moreira, El macanudo, se venía para el pueblo... ¡y de hotelero!
-¿De hotelero? ¡Qué va a andar de hotelero el pobre, si es más redondo que argolla de lazo! ¿Cómo va a lidiar con viajeros y gente que va y viene de todos lados? Mejor que siga en el tambo y la chacra. Eso tiene que ser mentira o invento de alguno.
Pero era verdad. A los pocos días El macanudo estaba en el pueblo y de hotelero. Había comprado el que quedaba en la Calle Real, esquina con la que venía del paso en el río, y allí andaba el hombre, apurado y a los apuros, por salir adelante dando cumplimiento a aquello de lidiar un hotel que daba cama y comida a mucha gente. Era verdad nomás. Como era verdad lo de la redondez de Moreira, por lo que no exageraban mucho los que, aunque con ánimo tal vez torcido, afirmaban que mejor se quedara con las lecheras, los bueyes y las sementeras. Pero redondo y todo le asomaron a Moreira virtudes que habían estado en él desde siempre y que para estas funciones tenían una especial importancia: su buen humor permanente, su cordialidad de abrazos espontáneos (y capaz que hasta machucadores). Y un optimismo que le había ganado el apodo.

-¡Macanudo! -era la respuesta de Moreira cuando alguien le preguntaba cómo le iba la cosa. Macanudo se le pegó para siempre y macanudo le empezó a ir con el hotel.
Eso sí. Algunas tuvo que pagar, como la que le hizo El rengo Sosa, que levantaba quiniela.
-¿Y cuánto te cobró Marcelino por el letrero? -le preguntó.
De la esquina, bajada abajo rumbo al río, en un friso ancho que se iba angostando, con la hilera de balcones del comedor y unas piezas por arriba, con unas letras negras, grandes y gordas, el letrero decía: HOTEL MOREIRA.
-A cinco pesos cada letra -contestó Moreira. 

-Ah... con razón -dijo El religo, con una sonrisita asquerosa de picardía.
-¿Con razón qué? -preguntó El macanudo, ya desconfiado y nervioso por la tal sonrisita.
-¡Que te jodió Moreira! Como te cobró por letra, te encajó una de más. ¿No sabés que hotel no lleva hache? Para cobrarte cinco pesos más te puso CHOTEL. ¿Me entendés'?
-¿Vos estás seguro?
-¡Pero claro! Te caloteó cinco pesos y arriba te hace pasar vergüenza con semejante Chotel.
Moreira se dio vuelta caliente y pegó un grito:
-¡Bayano!
Apareció corriendo un gurí que repartía viandas y hacía mandados y Moreira le dijo que saliera enseguida para lo de Marcelino y le dijera que viniera que tenía que hablar con él. El rengo Sosa disfrutaba como chancho en los membrillos, pero cuando vio que Moreira andaba en los fondos del hotel, atrás de unos restos de pintura para borrar la H maldita, entró a asustarse. Y cuando el gurí volvió de lo de Marcelino lo atajó.
-Decile a Moreira, que digo yo que era un chiste. Que la H está bien. Que yo por pavear nomás.
Y atravesó para la esquina cruzada. Allí pasó días con la libreta abajo del brazo y apuntando alguna jugada de vez en cuando.
Pero por algo Moreira era El macanudo. No demoró tanto El rengo en andar otra vez entre las mesas del comedor, compartiendo la clientela del Chotel.

Obaldía, José María.
Como pata de olla
Ediciones de la Banda Oriental
Montevideo - 1998

Publicado originalmente en Brecha, 3/6/88

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