Exposición del Sr. José María Obaldía
Junta Departamental de Montevideo
Sesión extraordinaria celebrada el 16 de mayo 2003
- Conmemoración de los 150 años de fundación de la ciudad de Treinta y Tres, 

125 años de Santa Clara de Olimar y 100 años de Vergara. (exp. 2003-0778).

Vamos a invitar a hacer uso de la palabra al escritor José María Obaldía.  (Aplausos) 

SEÑOR OBALDÍA.- Buenas noches a todos y mi saludo al Intendente de Treinta y Tres y al Presidente de la Junta Departamental. Y mi modesta felicitación, pero muy calurosa, a esta Junta, por haber tenido la idea de realizar una sesión de este tipo, entrando a clavar un mojón en lo que debe ser una hilera de circunstancias en que entidades montevideanas, fueren de la naturaleza que fueren, miren para el otro lado del arroyo Carrasco y traten de tener presente que el Uruguay recién comienza del arroyo Carrasco hacia fuera. Todo esto puede estar mal dicho, pero lo que quiere decir es que el país debe ser único, y esas dos partes que históricamente ha tenido nuestro país, Capital e Interior, tienen que ser una cosa única. Yo, tal vez porque soy de Treinta y Tres, le echo la culpa a Montevideo...  (Hilaridad) 

_____...porque pienso que acá es donde está el quehacer cultural más intenso, toda la gama de posibilidades de acrecentarnos en las culturas y pasar por encima de esas divisiones que deberían ser desechadas de una sola vez para unirnos todos en lo que somos. Reitero que esta reunión tiene para mí el significado que traté de explicar, por lo cual vuelvo a felicitar a la Junta Departamental de Montevideo. Muchos de los que están aquí, seguramente tienen en su memoria un suplemento que publicaba el diario "El Día" todos los domingos; algunos le decían el sepia. Era una expresión periodística que tiene un lugar en la memoria de todos los que lo conocimos, ganado a fuerza de calidad, de contenido y de carrera siempre limpia y cercana a todo lo que es capaz de elevar al hombre en el camino de la cultura. Ahí colaboraba don Julio C. da Rosa, que en una oportunidad empezó a publicar una serie de artículos referidos a Treinta y Tres y a su gente, muchos de los cuales pasaron a ser parte de libros suyos editados posteriormente. Un día publicó un artículo a doble página con un retratito chiquito en el ángulo superior izquierdo de un ómnibus de aquellos que existían por el año 1940, cuando mucho: era el ómnibus de don Jesús Faveiro, un hombre que merece mucho más que esta pasajera rememoración mía. Creo que fue el primer dueño y conductor del primer ómnibus que hizo el recorrido entre Treinta y Tres y La Charqueada; luego vinieron otros; hubo tres o cuatro empresas que hacían ese recorrido. Don Jesús siempre demoraba dos, tres y hasta cuatro horas más que cualquiera de los ómnibus de las otras empresas, pero, sin embargo, mucha gente prefería viajar con él. Los viajes eran largos, porque don Jesús volcaba emocionalmente todo su ser en el transporte de los pasajeros. Ninguno de los que subía a su ómnibus era desconocido por él. Incluso, sabía el motivo por el cual viajaban; también sabía que tenía el derecho -y lo ejercía- de decirles: "esperen, esperen, esperen", y parar el ómnibus, porque allá, por el medio del campo, se veía venir tambaleando una sombrillita, y había que esperar, porque venía fulana. Ese era don Jesús Faveiro. Don Julio da Rosa me contó que llegando a Treinta Tres se entera de que don Jesús Faveiro le quiere hablar. Pensó: "Don Julio, a preocuparse, porque pudiera haber incurrido en algo que hubiera herido la susceptibilidad de don Jesús." Pensó, leyó el artículo, no encontró nada, y por fin decidió ir a la casa de don Jesús. Éste no esperó que entrara, salió a alcanzarlo a la portera, y le dice don Julio: "Buenas Tardes. Vine, me dijeron...". "Sí m'hijo, cómo no, no sé por qué demoró tanto en venir." "Yo estaba preocupado, porque de repente pudiera haber algo que no fuera de su gusto en el trabajo mío." "No, m'hijo, no es por eso. La lástima es que no me habló antes, porque si usted me habla, le 'enllenaba' el almanaque."  (Hilaridad) 

_____"Me fui pensando que la historia de Jesús Faveiro y su ómnibus no cabían en un artículo ni en todo el suplemento; era una tarea imposible, porque la historia aquella, seguramente, no cabía." Algo parecido me pasó a mí cuando me invitaron a decir unas palabras sobre la historia de Treinta y Tres. ¿Cómo se hace para hablar sobre eso sin abusar de la tolerancia de ustedes? No lo vamos a lograr, pero nos tranquiliza saber que lo que impedirá el surgimiento de cualquier reproche prohibido es el afecto y toda la buena voluntad que ponemos en esto. Podríamos comenzar hablando de la fundación. Ya en la ley fundacional tenemos algo curioso; primero, el nombre: Pueblo de los Treinta y Tres. Ustedes no saben el efecto que tiene en gente ajena al Uruguay saber que hay un sitio que se llama Treinta y Tres. Me pasó por primera vez en Bahía, con el guía de la excursión que tomamos. Me preguntó si yo era montevideano. Yo le dije que no, que era nacido en el Interior, pero que hacía años que vivía en Montevideo. "¿Cómo se llama su Estado"?, me dijo. Le digo: "No, allá somos muy chiquitos; no da para Estado; somos departamentitos chiquitos". "¿Y cómo se llama su departamento?", me preguntó. Yo le respondí: "Treinta y Tres". "¡Ah, los tienen numerados!"...  (Hilaridad) 

_____Ese era un guía de excursión, de una agencia de viajes de Bahía. Pero me pasó exactamente lo mismo con un académico chileno, en una reunión en la que se dio una conversación muy cordial. Fue muy interesante el efecto que tuvo en él conocer el significado del nombre -porque ahí sí, como había oportunidad de hacerlo, se lo expliqué-. Desde entonces, cada vez que nos encontramos en algún lugar, desde lejos me levanta la mano y me dice: "¡Qué número!, ¿eh? ¡Qué número!"  Treinta y Tres nació doblemente, pienso yo. Nació por ley, claro; está la ley de 10 de marzo. Curiosamente, en una reunión que se hizo poco tiempo antes de establecerse el actual Club de Residentes de Treinta y Tres -al que agradezco me haya dado la oportunidad de estar aquí-, alguien dijo: "Nosotros no deberíamos llamarnos: 'Ciudad de Treinta y Tres', porque la ley dice: 'Pueblo de los Treinta y Tres'". Y yo pensé: "¡Qué lindo nombre: Pueblo de los Treinta y Tres!" Pero ya no pensemos en eso.  La ley de fundación tiene una cosa curiosa: el primer punto de referencia que da para determinar dónde se va a ubicar la legua cuadrada no es el Olimar, sino el Yerbal. Dice: "En el punto en el cual el Yerbal encuentra al Olimar". Esto tiene que ver con don Julio Da Rosa otra vez. Había ido a una localidad argentina llamada San Nicolás de los Arroyos y había vuelto encantado con el nombre del lugar. Dice: "¿Se da cuenta, paisano? Si nosotros consiguiéramos un día que Treinta y Tres pasara a ser Treinta y Tres del Olimar..., ¿qué me dice?" "Y... que íbamos a tener problemas con los yerbalenses". Yo conocí yerbalenses -y deben de seguir habiendo- a quienes no los conmueve nada, o bien los conmueve negativamente, el hecho de que se los llame olimareños. Incluso, curiosamente, el Pepe es yerbalense, es de la zona del Yerbal.  Pero la otra fundación de Treinta y Tres, que recogimos en un trabajo que integra un librito nuestro, es también muy interesante; y ustedes saben que yo he llegado a pensar que es hasta verdadera, que no es una leyenda: me refiero a que Treinta y Tres resultó fundada por unas pencas que se hacían anualmente entre los parejeros de dos caudillos, rivales, pero amigos, que eran Dionisio Coronel y Marcelo Barreto. Marcelo Barreto tenía su estancia en la costa del Olimar. Yo tengo una fotocopia de los despachos del coronel Marcelo Barreto, firmados por Bernardino Rivadavia. Pero, además, no se discute que cruzó los Andes con San Martín y que, como contó una vez un viejo, murió "parando rodeo" con 80 años de edad.  Todos los años se disputaba una carrera; un año en la costa del Olimar, y el siguiente en las costas del Convento, alternándose los parejeros de esos dos caudillos. Y hubo un año en que la penca se tuvo que aplazar reiteradamente por una multitud de motivos: lluvias, inundaciones, crecientes y avanzadas de matreros y bandoleros a la pulpería de Goyeneche, que estaba en pleno Centro. Eran unas pencas que convocaban gente hasta de Brasil gente que iba a veces 15 días antes en carreta y acampaba. En conclusión, ese año ganó el parejero del coronel, y cuando se despidieron, le dijo: "Bueno, te gané la penca, pero te dejé un pueblo armado", porque en todo ese tiempo la gente había tenido que prender fogones, y algunos hasta levantar un rancho para esperar a que pasaran los temporales.  Eso yo lo reconocí desde niño como leyenda. Pero leyendo las páginas de un libro de Arbello Ramírez y de otro historiador, cuyo nombre no recuerdo ahora -sé que hicieron un trabajo que ganó un primer premio en un concurso histórico al cumplirse el centenario de Treinta y Tres-, aparece esta leyenda de la penca y verdadera fundación del pueblo, y se ve, por lineamientos de formación técnica, que no la terminaban de aceptar porque no consiguieron, seguramente, el documento o el elemento que fuera capaz de afirmar históricamente que los hechos fueron así. Pero hay que ver en dos páginas cuántos rodeos hacen para poder desechar eso; con cuánto miramiento lo manejan, lo que le permite a uno pensar que, efectivamente, si no se fundó en esa oportunidad, algunos ranchos quedaron armados.  Trienta y Tres fue fundada con una base poblacional vasca. Y aquí hay otra leyenda sobre Treinta y Tres. Parece mentira cómo en 150 años se generan leyendas que son imposibles de desentrañar y también de desechar. Se dice que Treinta y Tres está donde está porque sus calles están ubicadas de acuerdo a un punto de referencia que tuvo que tomar, obligado, don Joaquín Travieso, quien dibujó el primer plano de la ciudad. ¿Por qué obligado? Porque allí había un vasco; cuando fueron a hacer el pueblo allí había un vasco. Y allí quedó, frente a la plaza, la casa que era de don Martín Palacios, que fue el vasco que incluso determinó que la base poblacional de Treinta y Tres fuera vasca, y repercutiera actualmente dándonos un Intendente que es vasco por todos lados...   (Hilaridad)  

_____Allí también debe de estar la explicación de por qué se sintió tan a gusto y se quedó. Es decir, Treinta y Tres está empapada en "vasquismo".   La población de Treinta y Tres tiene un segundo aporte italiano, que es muy interesante. Yo nunca conocí italianos más criollos que los de Treinta y Tres. A principios de siglo aparece esa segunda oleada poblacional de Treinta y Tres. Por los años '60 -yo estaba en Montevideo- vuelvo y me encuentro, recién en esa oportunidad, con que había una pizzería, y fundada por un portugués. Los italianos de Treinta y Tres no comían pizza; comían puchero y asado. Eran criollos en casi todo; a veces los traicionaba la lengua, el acento, pero eran de un criollismo absoluto.  Los vascos también estaban en cualquiera de las labores propias que imponía el medio: carreras de caballo, timba, carpintería, tambo, etcétera. Incluso antes de fundarse Treinta y Tres ya había vascos en el lugar.   Hace poco tiempo tuvimos la suerte de dar una vueltita por España, y de pura casualidad visitamos una población en Navarra que se llama Salvatierra. En esa población nació el primer Lago que vino a la Banda Oriental en la época en que aún éramos colonia; incluso él era antiartiguista. Y cuando se entró a hablar de fundar un pueblo, donde se encuentra el Yerbal con el Olimar, entre los avestruces estaba la estancia de Lago, de capilla con campana y muro fortificado.  ¡Cómo no se va a sentir aquerenciado don Wilson Elso Goñi en una tierra de éstas!   En realidad, pareciera que Lucio, en la linda charla que nos dio, nos hubiera vaciado el comedero, como se dice corrientemente. Puede ser que yo recuerde algunos nombres que el ya mencionó; y puede ser que olvide otros. Él habló de la pintura de Treinta y Tres, y todo lo que dijo fue cierto, pero quiero recordar a don Aramís Mancebo Rojas. No soy crítico de pintura y sé que mis palabras no lo van a ofender. Creo que no era un creador memorable como pintor, pero tenía el secreto del contagio de la pintura. Quien se aproximaba a él, si una torpeza absoluta no lo inhibía, algún dibujito terminaba haciendo, y hasta se entusiasmaba y pintaba. Con la gente joven tenía un poder de comunicación especialísimo y singular, muy cálido, desbordante, había que pararlo a veces en su entusiasmo. Fueron alumnos suyos: Helios Acosta, Glauco Téliz, Dardo Sosa y José Sosa Luzardo. Ese clima de amor por la pintura, de vivir la plástica pictórica, lo implantó don Aramís Mancebo Rojas, y todos los que vinieron después encontraron ese ámbito que todavía sigue manteniendo su calor y dando sus frutos. En el campo plástico ya se mencionó -pero vale la pena hacerlo otra vez, ya que muchas veces tendríamos que nombrarlo- a Tomás Cacheiro Sánchez, ya que ninguna de las manifestaciones plásticas le era ajena y en todas lograba un nivel creativo cautivante. Pero en la última a la cual se dedicó, en la cerámica artesanal, por llamarla de alguna manera, no sé si no nos dejó un legado de valor trascendente de tiempo y de frontera. Digo "no sé" por cumplimiento: estoy seguro de que nos dejó, como dije, un legado de los que trascienden el tiempo y las fronteras.  Debo mencionar a Wilfredo Díaz Valdez, tal vez el más singular de ellos por el material con que trabaja. Nosotros no tenemos nada de críticos de arte -y ninguno de ustedes va a sospechar que lo somos-, pero de cualquier manera uno a veces, con el objeto que él elabora, se queda con un mensaje primero que sale, que asalta: esto lo hizo un hombre que quiere la madera como a un ser humano. Sólo él consigue con la madera esa expresión; tipo de expresión de esas que no entran por la razón sino que nos cautivan y, por tanto, nos inhiben de caer en el pecado de enjuiciarlas.  Tendríamos que hablar de la literatura, y aquí, señores, los que no son de Treinta y Tres tendrán que abrirnos un crédito, creer que exageramos muy poco y que nos mantenemos dentro de los lineamientos más objetivos que pueden estar a nuestro alcance.   Ahí tenemos que nombrar, por ejemplo, a don Pedro Leandro Ipuche, a quien nosotros ubicamos en la narrativa. ¿Saben por qué? Porque como poeta tiene una significación invalorable, como creador de una corriente poética invalorable a la cual se la llama nativismo. Creador discutido, porque Silva Valdés quería su parte. Nunca se supo cuál de los dos fue; seguramente fueron los dos. Y eso hace que en el trayecto de todo nuestro quehacer poético ese capítulo, nativismo, lo tenga a Ipuche como un mojón definitorio. Con eso alcanzaría para ser una figura alta de nuestra literatura toda, pero yo lo tomo como narrador, porque tiene una serie de libros en prosa que lo convierten, seguramente, en el escritor más treintaitresino que se conoce. Del material que manejó don Pedro Leandro Ipuche en la narrativa, el 99,99 por ciento es de Treinta y Tres.  No me pronuncio sobre el manejo porque rehúyo la crítica, pero tiene una calidez contagiosa. Poco tiempo atrás nosotros tuvimos oportunidad de hacer una charlita en Treinta y Tres sobre don Pedro Leandro, y comprobamos lo que sospechábamos: que ya en estos momentos, a tan pocos años de su desaparición, está muy olvidado, y es un desconocido para muchos. Don Pedro Leandro Ipuche tiene libros como "Caras con alma", que es un libro capital -de esto vamos a hablar después- para todos los treintaitresinos; para el que quiera saber cómo fue Treinta y Tres en los años de su infancia, dicho de la mejor manera posible, con una estimación de cada uno de los personajes que aparecen allí que pertenece sólo a los que tienen un alma suficientemente cálida y abierta como para admirar al hombre por lo que es cuando se verticaliza sobre el suelo, fuera de toda otra condición. Es un autor que, además, es ameno, es entretenido, y donde aparecen lineamientos de la forma de vida en un pueblo que empieza a cuajar, la gravitación de los personajes son de una escuela de quien tuvo clara conciencia del momento que estaba viviendo. Se dio cuenta de que aquel era un momento trascendente y que todos los que vivían allí, por el momento que vivían, eran trascendentes, así fueran lavanderas, pescadores, juez de paz o jefes político.   Don Julio Da Rosa está tan cerquita nuestro, a pesar de que no está con nosotros, que no habría que decir más nada que su nombre. Fue un hombre que también tuvo a Treinta y Tres muy presente. Gran parte de su literatura es nacional, pero hay una porción que es treintaitresina. No estamos aquí fomentando fanatismos, pero es la platita que tenemos y tenemos que cuidarla.   Después don Serafín, don Serafín García. Llegó a ser en algún momento, para la gente que estudia y saca estas conclusiones, el poeta más leído de nuestra tierra. Y, efectivamente, lo es. Repitió el fenómeno de "Martín Fierro", nada menos. Salvemos todas las distancias, no estamos comparando "Tacuruses" con "Martín Fierro". Pero sí lo igualó en lo siguiente: hubo analfabetos que tenían en propiedad un "Tacuruses" a la espera de encontrarse con algún baquiano que se lo leyera; lo mismo pasó en Argentina con "Martín Fierro". Y fue, sin ninguna duda, el poeta más alto del siglo XX en la lírica gauchesca; ya la de él no era gauchesca sino campesina, paisana, pero sí cantaba al hombre que estaba donde había estado el gaucho, con una calidad creativa también de exportación. Para mí tiene una significación especial como autor para niños. Escribió una novela que se llama "Piquín y Chispita" que fue premiada en Italia en un concurso mundial de literatura para niños. Es una novela que todos los niños y los grandes deberíamos leer. Las aventuras de un tucu tucu y una lagartija, aventuras que registran la presencia de casi todos los elementos salientes de nuestra flora. Es un librito, es una aventura con arroyos, con ríos, con todos los bichos y animales, con un acierto magistral en presentar al animal con una personalidad sugerida por su presencia física. Chispita, que es una lagartija, es inquieta, nerviosa, gritona; y el pobre tucu tucu es tímido, vive escondido, no sabe dónde meterse; y hay un buey que es manso y tranquilo al cual ellos quieren mucho y deja que se suban arriba de él. Por ahí van saliendo carpinchos y todos los bichos nuestros. Es un libro de una capacidad formativa formidable. Estamos manejando experiencias, no son conjeturas.   Quiero recordar a Cicerón Barrios Sosa, un maestro que escribió cuentos buenos y sobre todo un libro al que nunca supe por qué le puso "Muchachos", el mismo título que había usado Morosoli, que correspondía de acuerdo al contenido del libro y que tuvo una calidad creativa importante.   Pasamos de la narrativa a la poesía y ahí sí, tenemos a Gorosito Tanco, por ejemplo, con su libro, y haciendo un estilo muy singular -para decirlo elementalmente-: un verso culto con contenido criollo en algunos aspectos y con voces que disonaban; no disonaban, dije mal, con voces que a pesar de tener un sonido distinto armonizaban con las restantes que no eran criollas o propias del medio en el cual se estaba escribiendo.  Está el libro de Valentín Macedo, que tiene una calidad poética gauchesca que debe considerarse. Y está toda la obra de Gabriel Alberto Guerra, sobre la cual nos queda únicamente un estudio maravilloso que nunca se imprimió, que hizo Rubito Lena. Guerra fue un poeta que nunca publicó un libro. Él decía: "Nunca publiqué un libro", como si fuera su galardón más alto y su satisfacción de haber vencido el pecado de publicar un libro. De él, seguramente, casi toda su obra se ha perdido; puede ser que permanezca en algún diario político en el que él hacía una sátira política de gran calidad poética, en algún rincón de la Biblioteca Nacional. Pero lo de Gabriel Guerra son pequeños trozos que alguien recuerda con dos vertientes: una picaresca hasta lo escabroso -tal vez el propio Quevedo, si leyera en algún momento un verso de Gabriel, intentaría pararlo un poco-, y otra con una calidad poética ajena a esa temática y de gran nivel creativo.  Yo tengo, por suerte, escrito por él, un verso que son ocho pies de décima, porque un día le dije: "Escribímelo, escribímelo porque yo lo quiero tener", pues había una estrofa que para mí era uno de los logros mayores que se han registrado en poesía gauchesca, en esa tesitura que tuvieron tantos poetas gauchescos de renegar contra el progreso; recuerden cuando el Viejo Pancho reniega contra el progreso. Y Gabrielito Guerra -yo capaz que me olvido de algo-, renegando contra el progreso, dice: "Hoy todo es luz y progreso / se acabó la oscuridad / Vuela a motor el chajá /hiede a bencina el pampero / y en la rama del pitanguero / en gringo canta un sabiá". Es más largo, pero esa es la única parte que me quedó. Algunas veces pienso si se publicarán o se conocerán los versos de Raúl Orestes Gadea, "el Garufa", a quien nombró recién Lucio. Nosotros manejamos la dirección de la segunda época de un periódico liceal que se llamó "Elevación", que tenía el dibujito representativo hecho por Cacheiro. En esa oportunidad le pedimos colaboración al "Garufa", en la época en que él estaba haciendo sus estudios en Montevideo, y puntualmente nos la envió. Desprolijidades u otras cosas han hecho que nosotros no tengamos ningún ejemplar de "Elevación", pero en todos ellos salió un verso de Raúl Gadea y les aseguro que había una calidad creativa muy importante.   Y después algunos poetas de otros tiempos. Recuerdo, por ejemplo, a Justino Rodríguez, que era tipógrafo. Esquina cruzada con la Jefatura había una imprenta donde él era tipógrafo. Él escribía unos versos, algunos de los cuales yo encontraba parecidos a los de Darío; la última vez que lo vi era funcionario de AFE; después, no nos vimos más.  Ramiro Llano también intentó y logró su par de volúmenes empapados de recuerdos de la niñez y, por tanto, del pago. Y aquí puse los libros sagrados y esto tiene que ver con algo que ya mencioné referido a don Ipuche. Cuando estuve en Radio Sarandí, fue divagando que un día surgió aquello de que se me iba la mano con mentar y proclamar la calidad superior de mi pago. Y por ahí un poco respondiendo al reto, no sé si se me escapó, dije la frase: "Pero miren una cosa: si se estudia un poco la historia de Treinta y Tres, uno tiene derecho a pensar qué habrá sido primero, si no habrá sido primero Treinta y Tres y después toda la civilización mundial".  (Hilaridad) 

_____Yo pa' no aflojarle...  Y empezamos a buscar componentes treintaitresinos que fueran réplica de hechos que están como hitos en el transcurrir de la civilización del mundo, aunque no sé si aquellos, de repente, eran réplica de éstos. Bueno, con la piedra laja y el granito, tuvimos una edad de piedra en Treinta y Tres. Pero por ahí también encontramos una toma de La Bastilla. Don Pedro Leandro Ipuche lo refiere en su libro "Caras con almas", pero no dice bien el nombre del personaje al que se le ocurrió alambrar el ejido. Ahora está alambrado, pero aquellas eran épocas en las que no había alambrado. Y aquello era un territorio común, era un ejido, para que todo el pueblo lo usara. No se sabe por qué alguien un día lo alambró, le puso portera y lo cerró. Entonces se produjo una rebelión popular; una rebelión popular que avanzó y arrancó los postes, picó los piques y se llevó los alambres; y el Juez de Paz los ayudaba. Y yo dije: "Esta es la toma de La Bastilla".   Siguiendo con el mismo criterio, un día digo: "Nosotros en Treinta y Tres tenemos, como todos los pueblos, libros sagrados". Todos sabemos que hay pueblos que se reúnen alrededor de uno o dos, o de un conjunto de libros que son el sostén de su condición de pueblo. Me preguntaron: "¿Cuáles son?". "Y bueno -respondí-, los de don Pedro Leandro Ipuche". Podemos arrancar por ahí por aquello de la cronología, pero tenemos los del doctor Oliveres, todos los de Serafín. Está el libro "Historia de Treinta y Tres", de Homero Macedo; poetas; está el libro de Luciano Obaldía, que tiene una riqueza informativa; tiene un censo de las épocas nacientes de Treinta y Tres que es un placer leer, donde aparece el nombre y el oficio de cada uno de los que están registrados allí. Hay pescadores, lavanderas, horneros, y créanme que hay uno que dice: fulano de tal -no recuerdo su nombre-, profesión: atorrante...  (Hilaridad) 

_____Hay un par de libros de don Adhemar Magallanes, con la misma pluma, un libro muy treintaitresino. Y otro más chiquito, dedicado a algunos paseos por el lenguaje de Treinta y Tres, que vale la pena conocer y que bien puede ser un libro sagrado para nosotros.  Algún libro de don Camilo Urugueña; yo recuerdo haber leído alguno sobre el periodismo primitivo de Treinta y Tres, primitivo en cuanto al tiempo. Y con esto podría ir alcanzando, pero, seguramente, los de Treinta y Tres que me escuchan estarán pensado en otros.  Yo pensaba: así como existe una colección de clásicos universales, por qué no soñar con que un día tengamos una colección de clásicos treintaitresinos. Haríamos que se nos conociera mejor y más lindo.  Dejamos un capitulito para hablar de la música, de la cual no entendemos mucho, pero por pensar en los personajes que juegan en ella decidimos incluirla.  El piano de don Carlos Hontou Aguiar. Alguna noche, cuando niños, lo alcanzamos a escuchar. No teníamos, ni tenemos, credenciales para juzgar la calidad musical, pero el recuerdo es hermoso. Y por otra vía nos llegó la información de que era un excelente pianista y tenía mucha obra creada por él mismo.  Pero seguramente en Treinta y Tres el instrumento capital es la guitarra. Don Pedro Leandro Ipuche, en el libro "Caras con alma", en un capítulo hermoso que se llama “El gaucho que murió de amor”, nos dice: “Una vocación que ha dado a Treinta y Tres prestigio racial. Allí no solamente se ejerce el sacerdocio del instrumento en familias tocadas por un destino de encanto popular. Se estila una gimnasia melódica, un rito de maniobras que hacen del ejecutante un mago de fascinadora jerarquía plástica”. Les digo que don Pedro Leandro tocaba la guitarra, así que sabía de lo que estaba hablando. No era un admirador como puedo ser yo, indiscriminado: era un hombre que tenía nociones suficientes como para decirnos lo que nos está diciendo.  Y esto nos lleva a referirnos a una escuela guitarrística que existió en Treinta y Tres y que creo -y aquí pido disculpas por alguna omisión que pueda cometer- que todavía alguna vigencia tiene.  Yo recuerdo haber adquirido razón junto con el recuerdo que había dejado Agustín Barrios en Treinta y Tres, que había estado allí y encontrado un eco que lo hizo permanecer un tiempo. Algunas obras suyas fueron creadas o gestadas o contienen algún elemento de inspiración recogido de su estadía en Treinta y Tres, porque había un hueco -por decirlo así- guitarrístico que llevaba a eso.  Don Pedro Leandro nos habla de dos familias: los Batalla y los Diogo. Yo conocí a Diogo y lo escuché tocar la guitarra. Yo era un niño, pero sí recuerdo a uno de los que voy a nombrar dentro de este ámbito guitarrístico, que se llamó don Manuel Justo Martínez, quien tenía el poder de reunir a la gente. Él era muy amigo de Diogo, y con él escuché tocar a Diogo, bajo una parra.   Y podemos nombrar a unos cuantos, pero tal vez el más saliente -y esto lo digo de palpite- fue Telémaco Morales. Telémaco Morales para mí es como un ser casi de leyenda. Yo vi una fotografía de él y una pequeña estatua realizada por Bernabé Michelena, nada menos, que lo muestra tomando la guitarra en una actitud que no vi en ningún otro guitarrero o guitarrista. Apoyaba la guitarra sobre la pierna izquierda, pero con la pierna derecha flexionada y a la vez extendida hacia atrás, de forma que el cuerpo casi caía sobre la caja, se apoyaba en ella. Esta actitud de ejecutar no la vi en ningún otro guitarrista. Telémaco Morales parece que tenía la virtud de trasmutar en una música que casi era clásica sonidos propios de la música campesina; salvando las distancias, algo similar a los tristes de Fabini. Alguien me dijo una vez -no sé si es cierto, pero bien valdría la pena averiguarlo- que en la Biblioteca Nacional hay partituras escritas por Telémaco Morales. Vivía en el medio rural; creo que era Comisario rural de la Costa de las Pavas, Rincón de Urtubey. Era un hombre que llegaba a Montevideo y tenía su ámbito en el que se le escuchaba. Y como curiosidad, el propio Yupanqui, en un libro, anota su encuentro con Telémaco Morales en la ciudad de Buenos Aires.  En esa época y en ese ámbito están, como dije, don Manuel Justo Martínez, Agustín Diogo, don Laurindo Amaral, el padre de Lucio, el Pichón Ipuche, hermano de don Pedro Leandro, el único guitarrero que escuché tocar solito el Himno Nacional completo. Luego, en épocas posteriores, el último guitarrero que escuché, antes de venirme a Montevideo en 1950, fue Pocholo Téliz. Luego, cuando volví, claro está que con el Laucha compartimos muchas horas, y tuve la suerte de escuchar a don Ruben Aldave.  Estoy preocupado porque esto se está extendiendo, pero prometo terminar lo antes posible. Quiero referirme un poco al canto popular. Todos rezongan porque no tienen otro nombre, pero así se lo llama y funciona. Seguramente, el precursor del canto popular en Treinta y Tres fue don Telmo Batalla. Olvidé traer un retratito que hizo de él Homero Macedo y que me regaló un día; es hermoso. Cuando yo era niño empezó a escucharse el tango; no sé por dónde entró a Treinta y Tres. Había dos cantores de tango: Palito Juárez y Nicolás Agriela. Este último trabajaba en la UTE. Estos son recuerdos que tengo de cuando yo era chico. Sin embargo, el tango no tomó vuelo en el canto, sí en el bandoneón; había buenos bandoneones en Treinta y Tres. En otro tipo de canto, el criollo, había cantores del tipo de Nestor Feria, Gardel en sus primeras épocas; antes de ser tanguero, fue cantor criollo. Para mí el personaje legendario fue Tacho Guevara. Digo esto porque tal vez alguien lo conozca. Yo conocí a su hijo, y tal vez muchos de ustedes también lo conozcan. Integraba un trío formado por Albano Peralta, Laucha Prieto y Oribe Mariño, así se llama el hijo de Tacho Guevara. Todos le decíamos el Negro Chico; luego pasó a ser Oribe Mariño, y más tarde vino a Montevideo y pasó a ser Rosendo Vega. Fue una figura muy importante del canto popular, porque le puso el mango musical por decirlo así, a la primera letra que escribió con fines de canción a Ruben Lena, que es la zamba "La uñera", que él canta como nadie.  Tacho Guevara, entonces, fue el cantor legendario que toma esa veta de canto popular en Treinta y Tres, veta que después reflorece, resucita -yo creo-, con este trío: "Los arrieros de la canción".  Lo demás ustedes ya lo saben, porque nos vamos aproximando a la llegada a Treinta y Tres de Víctor Lima, y al contagio de que hizo víctima a Ruben Lena, que felizmente afloró en lo que está en el conocimiento de todos; participaron tantos en ello, que nombrar a algunos sería la injusticia de no poder nombrar a todos.  Yo les agradezco muchísimo la atención que me han prestado. Y si no fuera que seguramente sería un abuso continuar, les digo, como don Jesús: "Si me dejan, les enlleno el almanaque".  (Hilaridad. Aplausos) SEÑOR PRESIDENTE (Varela).- Muchas gracias, don José María Obaldía.

José María Obaldía

16 de mayo de 2003.

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